Viejos reyes y viejas reinas

Llegaron como un ejército, pero no lo eran realmente. Ocho mil elfos oscuros y un número mucho mayor de esclavos humanoides, una fuerza poderosa e imponente, se dirigieron hacia Mithril Hall como un enjambre.

Esta descripción se ajusta en cuanto al número total y a la fuerza, y, sin embargo, «ejército» implica algo más, un sentido de cohesión y propósito colectivo. Indudablemente, los drows se cuentan entre los mejores guerreros de los Reinos, entrenados en la lucha desde una edad temprana, solos o en grupos, y ciertamente el propósito parece muy claro cuando la guerra es racial, cuando se trata de drows combatiendo contra enanos. Aun así, aunque sus tácticas son perfectas, con grupos que actúan al unísono para apoyarse entre sí, esa cohesión entre las filas drows es superficial.

Muy pocos elfos oscuros del ejército de Lloth —si es que hay alguno— darían su vida para salvar la de otro, a menos que ella o él estuviera seguro de que el sacrificio le garantizaría un lugar de honor en la otra vida al lado de la reina araña.

Entre los drows, sólo un fanático aceptaría recibir una herida, por leve que ésta fuera, para salvar la vida de otro, y solamente si ese fanático creyera que su acción repercutiría en su propio beneficio. Los drows llegaron aclamando la gloria de la reina araña, pero, en realidad, todos ellos buscaban su parte de gloria.

El logro personal es siempre el precepto primordial de los elfos oscuros.

Esa era la diferencia entre los defensores de Mithril Hall y quienes vinieron a conquistarla. Esa era la única esperanza que teníamos a nuestro favor frente a unas desventajas tan horribles, frente a una fuerza mucho más numerosa de diestros guerreros drows.

Si un solo enano entraba en una batalla en la que sus compañeros estaban siendo superados, lanzaba un grito desafiante y cargaba de cabeza, por muchas que fueran las desventajas. Por el contrario, si conseguíamos atrapar a un grupo de drows, una patrulla, por ejemplo, en una emboscada, los supuestos grupos de apoyo que flanqueaban a sus infortunados compañeros no se unían a la lucha a menos que estuvieran seguros de la victoria.

Nosotros, no ellos, teníamos un verdadero propósito colectivo. Nosotros, no ellos, sabíamos lo que era cohesión, combatíamos por un principio más noble que compartíamos, y sabíamos y aceptábamos que cualquier sacrificio que tuviéramos que hacer sería para bien de la mayoría.

Hay una cámara —muchas, de hecho— en Mithril Hall, donde se honra a los héroes de guerras y conflictos pasados. El martillo de Wulfgar está allí; como también lo estaba el arco —el arco de un elfo— que Catti-brie puso en uso de nuevo. Aunque lo llevaba utilizando desde hacía varios años y ella misma había contribuido de manera considerable a engrandecer su leyenda, Catti-brie se refería a él todavía como «el arco de Anariel», esa elfa muerta largo tiempo atrás. Si el arco volviera a utilizarse por un amigo del clan Battlehammer de aquí a unos siglos, se lo llamaría «el arco de Catti-brie, heredado de Anariel».

Hay otro lugar en Mithril Hall, la Sala de los Reyes, donde los bustos de los monarcas del clan Battlehammer, los ocho reyes enanos, están esculpidos, gigantescos y eternos.

Los drows no tienen este tipo de monumentos. Mi madre, Malicia, nunca habló acerca de la anterior madre matrona de la casa Do’Urden, probablemente porque había tomado parte en la muerte de su madre.

En la Academia no hay placas conmemorativas de las anteriores damas matronas ni tampoco de los maestros. De hecho, ahora que lo pienso, los únicos monumentos que existen en Menzoberranzan son las estatuas de quienes fueron condenados por la matrona Baenre, de los castigados por Vendes y su perverso látigo, transformados en figuras de ébano para que pudieran ser expuestas en la plaza de Tier Breche, fuera de la Academia, como ejemplo de escarmiento a la desobediencia.

Esa era la diferencia entre los defensores de Mithril Hall y los que vinieron a conquistarla. Esa era también nuestra única esperanza.

DRIZZT DO'URDEN