Jugando como niños
Drizzt y Catti-brie descendían a brincos por los senderos montañosos, zigzagueando entre peñascos caídos, con el abandono y el entusiasmo de dos chiquillos que están jugando. La expedición se convirtió en una carrera improvisada en la que los dos amigos salvaban grietas en el suelo rocoso, saltaban para agarrarse a las ramas bajas de los pequeños árboles de montaña, en las que se mecían para impulsarse cuesta abajo lo más lejos posible. Llegaron juntos a un lugar donde había una pequeña charca que cruzaron de un salto (aunque Catti-brie no logró llegar a la otra orilla del todo) y se separaron al aproximarse a un peñasco más grande que ellos. Catti-brie lo rodeó por la derecha, en tanto que Drizzt se dirigía hacia la izquierda; pero el drow cambió de opinión en el último momento y, en lugar de rodear la roca, trepó por encima.
Catti-brie se deslizó alrededor del peñasco y se sintió satisfecha al ver que había llegado antes al otro lado.
—¡Soy la primera! —gritó, pero mientras hablaba vio la fugaz sombra de su compañero saltar por encima de ella.
—¡De eso nada! —la corrigió Drizzt, que aterrizó con tanta ligereza que parecía que no había perdido contacto con el suelo un solo momento.
Catti-brie gruñó y emprendió de nuevo la carrera, pero se frenó en seco al ver que Drizzt se había detenido.
—Hace un día precioso —comentó el elfo oscuro.
Ciertamente, el día era tan bueno como podía esperarse en esta estribación meridional de la Columna del Mundo una vez que el otoño hacía acto de presencia. La atmósfera era límpida, vivificante; la brisa, fresca; y unas nubes, blancas y esponjosas, que semejaban gigantescas bolas de nieve, pasaban veloces por el cielo azul profundo, impulsadas por las rápidas corrientes de montaña.
—Demasiado bueno para discutir con Berkthgar —añadió la joven, pensando que el comentario del drow iba encaminado en esa dirección. Se inclinó un poco, con las manos apoyadas en los muslos, y echó la cabeza hacia atrás para recuperar el aliento.
—¡Demasiado bueno para que Guenhwyvar no disfrute de él! —aclaró Drizzt con voz alegre.
La sonrisa de Catti-brie se ensanchó mientras observaba cómo su amigo sacaba la figurilla de ónice de su mochila. Era una de las obras de arte más hermosas que Catti-brie había visto jamás, tallada con tanta precisión que era la viva imagen de un gran felino. No obstante, a pesar de su perfección, la estatuilla palidecía en comparación con la magnífica criatura que Drizzt invocaba a través de ella.
El drow la puso en el suelo con actitud reverente.
—Ven a mí, Guenhwyvar —llamó con voz queda.
Al parecer, la pantera estaba ansiosa por regresar al plano material, ya que una niebla gris y arremolinada surgió casi de inmediato y cobró forma y solidez de manera gradual.
Guenhwyvar apareció en el plano material con las orejas erguidas, relajada, como si el animal supiera que en la llamada de Drizzt no había apremio por su tono de voz, que la había invocado para gozar de su compañía, simplemente.
—Hacemos una carrera hasta Piedra Alzada —dijo Drizzt—. ¿Crees que podrás llevar el paso?
La pantera entendió. De un solo salto, impulsada por las poderosas patas traseras, Guenhwyvar brincó por encima de Catti-brie y salvó los seis metros que la distanciaban del peñasco que Drizzt y la joven acababan de pasar. El felino aterrizó en lo alto de la roca, clavó las zarpas para frenar el impulso y se giró para situarse de cara a los dos amigos. Luego, sin otra razón que ensalzar la belleza del día, se levantó cuan alta era sobre las patas traseras, ofreciendo una estampa que aceleró el latido de los corazones de sus amigos. Guenhwyvar pesaba trescientos kilos, y era el doble de corpulenta que una pantera normal; su zarpa podía tapar la cara de un hombre, y sus ojos, verdes y con un brillo espectacular, revelaban una inteligencia que sobrepasaba con creces la propia de cualquier animal. Guenhwyvar era la más fiel de las compañeras, una amiga incondicional, y, cada vez que Drizzt, Catti-brie, Bruenor o Regis la miraban, la vida se hacía un poco más agradable.
—Creo que deberíamos aprovechar para coger ventaja —susurró Catti-brie maliciosamente.
Drizzt hizo un leve gesto de asentimiento apenas perceptible, y los dos amigos se lanzaron a toda carrera sendero abajo. Al cabo de unos segundos, oyeron a Guenhwyvar rugir a sus espaldas, todavía encaramada en lo alto del peñasco. El sendero estaba relativamente despejado, y Drizzt adelantó a Catti-brie, si bien la muchacha, joven y fuerte, con un corazón que habría sido más apropiado en el pecho de un fornido enano, no se amilanó.
—¡No me ganarás! —gritó, a lo que Drizzt respondió con una risa.
El regocijo del elfo oscuro desapareció cuando, al girar un recodo, se encontró con que la tenaz y atrevida Catti-brie había tomado un atajo en cierto modo peligroso, y se deslizaba a toda velocidad sobre una zona de piedras sueltas e irregulares a fin de situarse a la cabeza.
De pronto, esto era algo más que una competición amistosa. Drizzt agachó la cabeza y aumentó la velocidad, descendiendo por la abrupta pendiente con tanta temeridad que apenas podía evitar chocarse contra los árboles. Catti-brie aguantó el ritmo impuesto por el drow, y mantuvo la delantera.
Guenhwyvar rugió otra vez, todavía encima del peñasco, y los amigos comprendieron que les estaba tomando el pelo.
Como era de esperar, unos instantes después Drizzt vio una especie de relámpago negro que rebotaba en el muro rocoso que había a un lado, a la altura de su cabeza, y seguía a continuación una trayectoria cruzada. Guenhwyvar atravesó el sendero entre los dos compañeros y adelantó a Catti-brie a tal velocidad y tan silenciosamente que la joven casi ni se percató de que ya no iba a la cabeza.
Al cabo de un rato, Guenhwyvar dejó que la muchacha tomara la delantera otra vez; Drizzt se lanzó por un peligroso atajo y se situó en primer lugar… sólo para ser adelantado de nuevo por la pantera. Así siguió la carrera, con los competitivos Drizzt y Catti-brie esforzándose al máximo, y Guenhwyvar poniendo todo su empeño en el juego, simplemente.
Los tres estaban agotados —al menos, Drizzt y Catti-brie lo estaban; en el caso de Guenhwyvar, ni siquiera se había alterado el ritmo de su respiración— cuando hicieron un alto para comer en un pequeño claro, protegido del viento por una alta pared por el norte y el oeste, y con un escarpado precipicio en el lado sur. Había varias rocas esparcidas por el claro, que sirvieron de asiento a los cansados compañeros, y, en el centro del calvero, unas cuantas piedras colocadas alrededor de un agujero para hacer lumbre, ya que este era el lugar de acampada habitual del drow en sus frecuentes viajes.
Catti-brie descansó mientras Drizzt preparaba una pequeña hoguera. Lejos, allá abajo, la joven podía ver las tenues columnas de humo gris que se alzaban perezosas en el claro aire desde las casas de Piedra Alzada. Era una vista que hacía recobrar la seriedad de golpe, ya que le recordaba la gravedad de su misión y de la situación. ¿En cuántas carreras podrían competir Drizzt, Guenhwyvar y ella si los elfos oscuros llegaban a las puertas de Mithril Hall?
Aquellas cintas de humo también le recordaron al hombre que había traído a los estoicos bárbaros a este lugar desde el valle del Viento Helado, el hombre que habría sido su esposo. Wulfgar había muerto intentando salvarla; había muerto a manos de una yochlol, una doncella de la malvada Lloth. Tanto Catti-brie como Drizzt cargaban con cierta responsabilidad por aquella pérdida, si bien no era culpabilidad lo que ahora afligía a la joven o a Drizzt. El drow también había reparado en el humo y había hecho un alto en la preparación de la lumbre para contemplar el valle.
Los compañeros no sonreían ya, pues habían hecho otras muchas carreras como la de hoy, sólo que en las anteriores Wulfgar había corrido junto a ellos, compensando con sus largas zancadas el hecho de no poder meterse por huecos en los que sus amigos, mucho menos corpulentos, se colaban con facilidad.
—Ojalá que… —dijo Catti-brie, y sus palabras le sonaron al drow como un eco de sus propios pensamientos.
—La guerra, si se produce, sería más fácil con Wulfgar, hijo de Beornegar, al frente de los hombres de Piedra Alzada —se mostró de acuerdo Drizzt, y Catti-brie y él pensaron para sus adentros que la vida sería mejor si Wulfgar no hubiera muerto.
Bien. Por fin lo había dicho en voz alta, y Drizzt no tenía nada más que añadir. Comieron en silencio; incluso Guenhwyvar permanecía tumbada muy quieta, sin hacer el menor ruido.
Los pensamientos de Catti-brie volaron hacia el valle del Viento Helado, a la montaña rocosa, la cumbre de Kelvin, que se alzaba en la llana tundra como un solitario centinela. Se parecía mucho a este lugar. Quizás un poco más frío, pero la atmósfera tenía la misma transparencia, la misma textura límpida y vital. ¡Cuántas aventuras habían vivido y qué distancias tan largas habían recorrido ella y sus amigos —Drizzt y Guenhwyvar, Bruenor y Regis, y, por supuesto, Wulfgar— para llegar hasta aquí! ¡Y todo en tan poco tiempo! Toda una vida rebosante de andanzas, peligros, empresas arriesgadas y grandes logros. Juntos, formaban un grupo imbatible.
Es lo que habían creído.
Indudablemente, Catti-brie había experimentado emociones para colmar toda una vida, y tenía poco más de veinte años. Había vivido muy deprisa, del mismo modo que había bajado corriendo por los senderos de montaña, con el ánimo y el entusiasmo de un espíritu libre, despreocupadamente, sintiéndose inmortal.
O casi.