Luz de estrellas, brilló de estrellas
Desde su ventajosa posición, con la capacidad visual acrecentada mediante hechizos, le parecían un ejército de hormigas avanzando en enjambre por la vertiente oriental y más escarpada de la montaña, abarrotando cada vaguada, trepando por encima de cada roca. Detrás, deslizándose en cerradas formaciones, venía la negrura más profunda, los regimientos de guerreros drows.
La dama de Luna Plateada jamás había visto un espectáculo más sobrecogedor, jamás se había sentido asaltada por una inquietud tan profunda, a pesar de que había soportado muchas guerras y muchas aventuras peligrosas. El semblante de Alustriel no reflejaba aquellas batallas. Seguía siendo una de las mujeres más bellas que había, con su piel, suave y blanca, casi traslúcida, y su cabello largo y plateado, no encanecido por la edad, aunque realmente tenía muchos años, sino con un tono lustroso e intenso que reflejaba la tenue luz de la noche y la centelleante luz de las estrellas. Sí, la hermosa dama había soportado muchas guerras, y el pesar de aquellos conflictos estaba plasmado en sus ojos, al igual que el sentimiento de aversión por la guerra.
Al otro lado, en la cara sur, tras el recodo de la montaña cónica, Alustriel divisaba los estandartes de las fuerzas aliadas, entre los que destacaba la bandera plateada de sus propios caballeros. La dama sabía que estaban ansiosos, porque la mayoría eran jóvenes y orgullosos y no conocían la pesadumbre ni el dolor.
La dama de Luna Plateada apartó estas ideas inquietantes de su mente y se concentró en lo que era más probable que ocurriera, en cuál sería su propio cometido.
El grueso de la fuerza enemiga eran kobolds, y supuso que los corpulentos bárbaros y los jinetes armados no tendrían dificultad para desbaratar sus filas.
Pero ¿qué tal les iría con los drows? Alustriel condujo su carro volador en un amplio giro, manteniéndose vigilante, a la espera.
Se produjeron escaramuzas a lo largo de la línea de cabeza a medida que los exploradores humanos topaban con los kobolds en avance.
Al sonido de la batalla, y con los informes que llegaban a su posición, Berkthgar estaba ansioso por lanzar a sus fuerzas a la carga para luchar y morir con un canto a Tempus en los labios.
Besnell, que dirigía a los Caballeros de Plata, era un guerrero con gran aplomo y mucho más estratega.
—Contén a tus hombres —ordenó al impaciente bárbaro—. Esta noche tendremos más lucha de la que desearíamos todos nosotros, incluido Tempus, tu dios de la batalla. Es mejor combatir en el terreno elegido por nosotros. —De hecho, el caballero había elegido con cuidado este terreno, y había discutido con Berkthgar y el propio rey Bruenor hasta conseguir que apoyaran su plan. Las fuerzas se habían dividido en cuatro unidades, repartidas a lo largo de la vertiente sur de la montaña, el Cuarto Pico, en la que estaban las dos entradas a Mithril Hall. Al noroeste se encontraba el Valle del Guardián, una vaguada ancha, profunda, sembrada de rocas y cubierta por la niebla, en cuyo interior se hallaba la puerta secreta occidental de la fortaleza enana.
Desde la posición nororiental de los soldados, al otro lado de la montaña, detrás de un amplio y abierto terreno rocoso entrecruzado por angostas sendas, se encontraba el camino más largo y más habitual que conducía a la puerta oriental de Mithril Hall.
Los delegados de Bruenor abogaron porque la fuerza se dividiera, que los jinetes fueran a defender el Valle del Guardián y los hombres de Piedra Alzada cubrieran las sendas orientales. Sin embargo, Besnell se había mantenido firme en su postura y consiguió poner a Berkthgar de su parte en contra de la opinión de los orgullosos enanos, argumentando que los soldados de Bruenor deberían ser capaces de ocultar y defender las entradas por sí mismos.
—Si los drows saben la localización exacta de las puertas, entonces será ahí donde esperarán encontrar resistencia, no en el camino.
En consecuencia, se eligió la ladera sur del Cuarto Pico. Más abajo de las posiciones de los defensores, había gran número de sendas, pero por encima de ellos los riscos se hacían mucho más escarpados, así que no era de esperar un ataque por aquella dirección. Los grupos de defensores estaban mezclados conforme al terreno, situados en cuatro posiciones; la primera, en las veredas estrechas y accidentadas, estaba ocupada exclusivamente por bárbaros; otras dos contaban con bárbaros y jinetes; y la cuarta, en una pequeña meseta que se alzaba sobre una cara rocosa, amplia y lisa, de inclinación gradual, estaba a cargo de los Jinetes de Nesme.
Besnell y Berkthgar observaban y esperaban en la segunda posición. Sabían que la batalla era inminente; los hombres que estaban a su alrededor podían oír el sigiloso avance del ejército enemigo. La zona baja de la montaña, hacia el este, estalló repentinamente en un brillante despliegue de explosiones luminosas cuando una lluvia de pequeñas esferas encantadas, regalo de los clérigos enanos, fue arrojada por los bárbaros de la primera línea defensiva.
¡Cómo corrieron los kobolds! Lo mismo hicieron los pocos elfos oscuros que estaban entre las filas de las pequeñas criaturas. Los monstruos que se hallaban más adelantados en la empinada vertiente, cerca de la posición secreta, fueron aplastados rápidamente por una horda de fornidos bárbaros que cayó sobre ellos como una avalancha y los cortó en dos con las enormes espadas y las hachas de guerra, o simplemente levantándolos sobre sus cabezas, y los arrojó montaña abajo.
—¡Debemos ir y hacerles frente! —rugió Berkthgar al ver a los suyos enzarzados en la pelea. Levantó a Bankenfuere en lo alto—. ¡Por la gloria de Tempus! —bramó, y el grito se repitió en las bocas de todos los bárbaros situados en la segunda posición, así como en la tercera.
—Adiós a la emboscada —rezongó Regweld Harpel, montado a lomos de su caballo-rana, Saltacharcas. Tras hacer una leve inclinación de cabeza a Besnell, ya que el momento estaba próximo, Regweld tiró de las riendas de Saltacharcas y la extraña bestia croó un relincho gutural y dio un salto de seis metros hacia el oeste.
—Todavía no —imploró Besnell a Berkthgar mientras el bárbaro cogía en una mano alrededor de una docena de las bolitas mágicas luminosas. El caballero señaló el movimiento de la fuerza enemiga, más abajo, y explicó a Berkthgar que, aunque muchos trepaban para enfrentarse a los defensores que protegían la posición más oriental, muchos, muchos otros continuaban infiltrándose por las sendas inferiores que se dirigían al oeste. Asimismo, la luz ya había perdido intensidad, ya que los elfos oscuros habían utilizado sus dotes innatas para contrarrestar los punzantes encantamientos de luz.
—¿A qué esperas? —instó Berkthgar.
Besnell siguió con la mano levantada, retrasando la carga.
Por el este, un bárbaro gritó cuando vio que su silueta quedaba perfilada repentinamente por llamas azules, fuegos mágicos que no ardían. Pero no eran inofensivas del todo, pues de noche delataban la posición de un hombre claramente. Los chasquidos de muchas ballestas sonaron en alguna parte, más abajo de la ladera, y el infortunado bárbaro gritó una y otra vez y después enmudeció.
Aquello era más de lo que Berkthgar podía soportar, y el jefe de Piedra Alzada arrojó la esferas luminosas. Los bárbaros que estaban cerca de él hicieron otro tanto, y este sector de la cara sur se iluminó con la magia. Con creciente desaliento, Besnell vio a los hombres de Piedra Alzada lanzarse a la carga pendiente abajo. Los jinetes deberían haber atacado primero, pero todavía no; no hasta que el grueso de la fuerza enemiga hubiera pasado.
—Tenemos que hacerlo —susurró el caballero que estaba detrás del cabecilla elfo de Luna Plateada, y Besnell asintió en silencio. Estudió la escena un instante. Berkthgar y sus cien guerreros ya estaban enzarzados en la lucha, en la parte baja de la ladera, sin la menor esperanza de unirse con los valientes hombres que defendían el terreno alto en el este. A despecho de su rabia por la precipitada acción del jefe bárbaro, Besnell se maravilló con las proezas de Berkthgar. La poderosa Bankenfuere aniquilaba tres kobolds de un solo golpe, y los arrojaba al aire enteros o hechos pedazos.
—La luz no aguantará —recalcó el caballero que estaba detrás de Besnell.
—Entre las dos fuerzas —contestó el cabecilla elfo, hablando lo bastante alto para que los caballeros que estaban a su alrededor pudieran oírlo—. Debemos bajar en ángulo entre las dos fuerzas para que así los hombres que están en el este puedan huir por nuestra retaguardia.
No hubo una sola palabra de protesta, aunque el curso elegido era indudablemente peligroso. El plan original preveía que los Caballeros de Plata cabalgaran directamente hacia el enemigo desde esta posición y desde la siguiente situada al oeste, en tanto que Berkthgar y sus hombres se unían detrás de ellos y toda la fuerza defensiva en conjunto se desplazaba de manera gradual hacia el oeste. Ahora Berkthgar, con su ansia combativa, había abandonado ese plan, y los Caballeros de Plata podían pagar muy cara la acción. Pero ningún hombre ni ningún elfo protestó.
—Reservad la esferas luminosas hasta que los drows hayan contrarrestado la luz que hay ahora —ordenó Besnell.
Hizo que su caballo corcoveara para causar un golpe de efecto.
—¡Por la gloria de Luna Plateada! —gritó.
—¡Y por el bien de toda la buena gente! —sonó la respuesta al unísono.
El estruendo de su galopada hizo temblar la ladera del Cuarto Pico y resonó bajo tierra, en los túneles de la fortaleza enana. Al toque de los cuernos, un centenar de caballeros se lanzó a la carga cuesta abajo, lanzas en ristre, y, cuando esas lanzas se quedaban hincadas o se rompían al ensartarse en los enemigos, las relucientes espadas entraron en liza.
Más mortíferas resultaban las robustas monturas, que aplastaban enemigos bajo sus cascos, dispersando y aterrorizando a kobolds, goblins y drows por igual, ya que estos invasores de las más profundas regiones de la Antípoda Oscura jamás habían presenciado una carga de caballería.
En cuestión de pocos minutos, el avance montaña arriba del enemigo fue detenido y desbaratado con sólo unas pocas bajas entre los defensores. Y, mientras los elfos oscuros seguían disipando la luz de las esferas mágicas, los hombres de Besnell contrarrestaron sus hechizos con más esferas luminosas.
Pero la fuerza oscura prosiguió su avance por los senderos bajos, hecho que evidenciaron los toques de cuernos en el oeste, los gritos a Tempus y a Longsaddle, y el renovado estruendo de la carga de los Jinetes de Longsaddle que seguían a los Caballeros de Plata.
El primer ataque mágico de verdad, un rayo lanzado por Regweld, fue el que inició la carga desde esa tercera posición, aunque ocasionó más horror que destrucción.
Cosa sorprendente, no se produjo respuesta mágica por parte de los drows aparte de conjuros menores de oscuridad o fuegos fatuos que perfilaban las siluetas de algunos defensores.
El resto de las fuerzas de los bárbaros actuó de acuerdo con el plan, moviéndose en ángulo entre los Jinetes de Longsaddle y la zona situada justo debajo de la segunda posición, hasta unirse, no con los Caballeros de Plata, como se había planeado originalmente, sino con Berkthgar y su tropa.
En lo alto, por encima de la batalla, Alustriel apeló a toda su disciplina y control para contenerse. Como era de esperar, los defensores estaban destrozando las líneas de kobolds y goblins, matando enemigos en una proporción de más de cincuenta a uno.
Ese número podría haberse duplicado fácilmente si Alustriel hubiera utilizado su magia, pero la dama no podía hacerlo. Los drows esperaban pacientemente, y ella respetaba los poderes de aquellos elfos perversos lo bastante como para saber que su primer ataque podría ser el único.
Susurró unas palabras a los caballos encantados que tiraban del carro volador y descendieron un poco. Hizo un leve gesto de asentimiento al confirmar que la batalla se desarrollaba como estaba previsto. La matanza en la zona alta de la cara sur era total, pero la oscura masa seguía fluyendo hacia el oeste por debajo de la contienda.
Alustriel comprendió que había muchos drows entre las filas de ese grupo que se movía por terrenos más bajos.
El carro viró hacia el este, y rápidamente dejó atrás la batalla; la dama de Luna Plateada cobró cierto ánimo al constatar que las líneas enemigas no se encontraban demasiado lejos de las posiciones defensivas más orientales.
Descubrió la razón cuando oyó el estruendo de otra batalla al otro lado de la montaña, hacia el este. ¡El enemigo había encontrado la puerta oriental de Mithril Hall, había entrado en la fortaleza y combatía contra los enanos en el interior!
Destellos de rayos y llamaradas repentinas surgieron en la oscuridad de aquella puerta, y las criaturas que entraban por ella no eran pequeños kobolds o estúpidos goblins. Eran elfos oscuros; muchos, muchos elfos oscuros.
La dama quería bajar allí, descargar sobre el enemigo una furia mágica y explosiva, pero Alustriel tenía que confiar en la gente de Bruenor. Sabía que los túneles habían sido preparados, y que se esperaba el ataque desde el exterior.
Su carro siguió volando hacia el norte, y Alustriel pensó en completar el circuito y sobrevolar el Valle del Guardián en el oeste, donde los otros aliados, otro centenar de sus Caballeros de Plata, aguardaban.
Lo que vio no la tranquilizó, no la animó.
La cara norte del Cuarto Pico era un terreno traicionero y árido de riscos prácticamente inescalables y barrancos abruptos que ningún hombre podía salvar.
Prácticamente inescalables, pero no para las patas adhesivas de los grandes lagartos subterráneos.
Berg’inyon Baenre y su fuerza de élite, los cuatrocientos afamados jinetes de lagartos de la casa Baenre, se desplazaban por la cara norte, avanzando con rapidez hacia el oeste, hacia el Valle del Guardián.
Los caballeros que esperaban allí habían tomado posiciones para afianzar las últimas defensas contra la fuerza que cruzaba la cara sur. Su carga, si es que se producía, tendría por objetivo abrir el último flanco a fin de que Besnell, los Jinetes de Longsaddle y los hombres de Nesme y de Piedra Alzada entraran en el valle, que sólo era accesible a través de un angosto paso.
Alustriel sabía que los jinetes de lagartos llegarían antes y que superaban con mucho en número a los caballeros que esperaban para entrar en acción. Y eran drows.
La posición más oriental había sido tomada. Los bárbaros, o lo que quedaba de sus filas, corrieron hacia el oeste cruzando por detrás de los Caballeros de Plata para unirse a Berkthgar.
Una vez que hubieron pasado, Besnell hizo que su tropa girara hacia el oeste también y empujara a la fuerza de Berkthgar, que se había engrosado con casi todos los guerreros vivos de Piedra Alzada.
El cabecilla de los Caballeros de Plata empezó a pensar que el error de Berkthgar no tendría unas consecuencias tan desastrosas como había imaginado, y que la retirada podría llevarse a cabo como se había planeado. Encontró una pequeña meseta desde la que estudió la zona y asintió con gesto severo al advertir que las fuerzas enemigas situadas más abajo habían sobrepasado las tres primeras posiciones.
Los ojos de Besnell se desorbitaron, y el elfo soltó una exclamación ahogada al darse cuenta de la localización exacta de la punta de aquella nube oscura. ¡Los Jinetes de Nesme habían pasado por alto su llamada! Tendrían que haber bajado de la montaña rápidamente y defender aquel flanco, pero, por alguna razón, habían vacilado y el frente de las fuerzas enemigas parecía haber sobrepasado la cuarta y última posición.
Los Jinetes de Nesme llegaban ahora, y su carga general ladera abajo por la lisa y rocosa cara sur estaba siendo realmente devastadora, con los cuarenta jinetes pisoteando tres veces ese número de kobolds en cuestión de segundos.
Pero Besnell sabía que el enemigo podía prescindir de esos pocos y de muchos más, pues tenía kobolds de sobra. El plan había previsto una retirada organizada hacia el oeste, hacia el Valle del Guardián, incluso entrar en Mithril Hall por la puerta oriental si era preciso.
Era un buen plan, pero ahora el flanco se había perdido y el camino hacia el oeste estaba cerrado.
Todo cuanto pudo hacer Besnell fue contemplar horrorizado la escena.