Asambleas conflictivas
—Ahora mismo, Regweld, que nos dirigirá, está reunido con Bruenor, que es rey —dijo un jinete, un caballero que lucía una armadura de lo más rara. No había un solo centímetro liso en la cota; estaba llena de repliegues y combaduras, con rejillas que sobresalían en diversos ángulos, y cuyo propósito era desviar cualquier golpe más que absorberlo.
Los cincuenta compañeros del hombre —un grupo de aspecto realmente extraño— iban uniformados de manera similar, lo que podía explicarse enseguida al mirar su peculiar estandarte. Este representaba un hombre larguirucho y delgado como un palo, con el pelo de punta y los brazos extendidos hacia arriba, que estaba de pie en lo alto de una casa y arrojaba rayos al cielo (o quizás estaba cogiendo los rayos arrojados sobre él desde las nubes, no estaba muy claro). Era la bandera de Longsaddle y ellos eran los Jinetes de Longsaddle, un grupo competente, aunque excéntrico. Habían llegado a Piedra Alzada en este frío y plomizo día, casi al mismo tiempo que los copos de la primera nevada empezaban a caer.
—Regweld os dirigirá a vosotros —respondió otro jinete, muy erguido y seguro sobre su silla de montar, que lucía las cicatrices de incontables batallas. Su armadura era más convencional, como también las de sus cuarenta compañeros, que cabalgaban bajo el estandarte del caballo y la lanza de Nesme, la orgullosa ciudad fronteriza de los temidos Páramos Eternos, también conocidos como los Pantanos de los Trolls—. Pero no a nosotros. ¡Somos los Jinetes de Nesme, que no admitimos más caudillaje que el nuestro!
—¡El que hayáis llegado antes no significa que establezcáis las reglas! —chilló el Jinete de Longsaddle.
—No olvidemos nuestro propósito —intervino un tercer jinete, que llegaba, junto con otros dos compañeros, a lomos de su caballo para recibir a los recién llegados. Cuando estuvo más cerca, los demás vieron, por sus rasgos angulosos, su brillante cabello dorado y sus ojos de un color similar, que no se trataba de un humano, sino de un elfo, aunque era alto para la media de su raza—. Soy Besnell, de Luna Plateada, y vengo con un centenar de soldados por disposición de la dama Alustriel. Encontraremos nuestro lugar cuando se entable la batalla, aunque, si tiene que haber un líder entre nosotros, ése seré yo, que represento a Alustriel.
El hombre de Nesme y el hombre de Longsaddle intercambiaron una mirada de impotencia. Sus respectivas ciudades, Nesme en particular, eran dependientes de Luna Plateada, y sus respectivos dirigentes no desafiarían la autoridad de Alustriel.
—Pero no estáis en Luna Plateada —bramó Berkthgar, que había permanecido en las sombras de una puerta cercana escuchando la discusión, casi esperando que desembocara en algo más divertido que un intercambio de palabras—. Estáis en Piedra Alzada, donde gobierno yo. ¡Y en Piedra Alzada estáis bajo mi mando!
Todos se pusieron tensos, en especial los dos soldados de Luna Plateada que flanqueaban a Besnell. El guerrero elfo permaneció en silencio un instante, observando al corpulento bárbaro y su gigantesca espada sujeta a la espalda, mientras Berkthgar se aproximaba con pasos lentos y medidos. Besnell no era soberbio, y su designación al mando del destacamento de Luna Plateada demostraba por sí misma que nunca dejaba que el orgullo ofuscara la sensatez.
—Bien dicho, Berkthgar el Intrépido —contestó con cortesía—. Y muy cierto. —Se volvió hacia los otros dos líderes montados—. Nosotros hemos venido de Luna Plateada, y vosotros de Nesme y de Longsaddle, para combatir por la causa de Berkthgar y por la causa de Bruenor Battlehammer.
—Acudimos a la llamada de Bruenor, no de Berkthgar —gruñó el Jinete de Longsaddle.
—¿Es que piensas entrar con tu caballo en los oscuros túneles que hay debajo de Mithril Hall? —razonó Besnell, que sabía por las reuniones sostenidas con Berkthgar y Catti-brie que los enanos se ocuparían de los frentes subterráneos mientras que los jinetes se unirían a los guerreros de Piedra Alzada para defender las zonas exteriores.
—Su caballo y él pueden estar bajo tierra antes de lo que espera —intervino Berkthgar en lo que era una abierta amenaza que intimidó al Jinete de Longsaddle.
—Ya es suficiente —se apresuró a intervenir Besnell—. Todos hemos venido para formar una coalición; y aliados seremos, unidos en una causa común.
—Unidos por el miedo —replicó el soldado de Nesme—. En una ocasión, conocimos en Nesme al… —Hizo una pausa y miró los rostros de los otros líderes y luego los de sus propios hombres buscando respaldo mientras pensaba las palabras adecuadas—. Conocimos al amigo de piel oscura del rey Bruenor —dijo por último con un tono abiertamente despectivo—. No puede traer nada bueno el aliarse con un perverso drow.
Las palabras apenas habían salido de su boca cuando Berkthgar se le echó encima, lo agarró por un doblez de la armadura y tiró de él hacia abajo, de manera que tuvo la cara del jinete a la altura de su iracundo rostro. Los soldados de Nesme desenfundaron y aprestaron sus armas en un visto y no visto, pero lo mismo hicieron los hombres de Berkthgar, que salieron de las casas de piedra y de detrás de cada esquina.
Besnell gimió, y todos los Jinetes de Longsaddle, hasta el último, sacudieron las cabezas con desaliento.
—Si vuelves a hablar mal de Drizzt Do’Urden —gruñó Berkthgar, sin preocuparse en absoluto por las lanzas y espadas que lo apuntaban a pocos pasos—, me brindarás una interesante elección entre abrirte en canal y dejarte en el campo para alimento de carroñeros o llevarte ante Drizzt para que tenga la satisfacción de cortarte la cabeza con sus propias manos.
Besnell hizo que su caballo se plantara junto al bárbaro y utilizó el empuje del animal para obligar a Berkthgar a separarse del aturdido soldado de Nesme.
—Drizzt Do’Urden no mataría a un hombre por sus palabras —dijo el elfo con absoluta certeza, ya que conocía bien a Drizzt de las frecuentes visitas que el drow hacía a Luna Plateada.
Berkthgar sabía que tenía razón, así que se aplacó y retrocedió unos pasos.
—Pero Bruenor sí lo mataría —afirmó el bárbaro.
—Eso es cierto —reconoció Besnell—. Y muchos otros blandirían sus armas en defensa del elfo oscuro. Pero, repito, basta ya de peleas. En total formamos una fuerza de caballería de ciento noventa hombres, que hemos venido para unirnos a la misma causa. —Miró a su alrededor mientras hablaba, ofreciendo un aspecto más grande e imponente de lo que su constitución elfa le permitiría normalmente—. Ciento noventa hombres que han venido a unirse a Berkthgar y a sus orgullosos guerreros. Rara vez cuatro grupos como éstos han convergido para formar una alianza. Los Jinetes de Longsaddle, los Jinetes de Nesme, los Caballeros de Plata, y los guerreros de Piedra Alzada, todos unidos en una causa común. Si hay guerra, y viendo a los aliados que he encontrado en este día espero que así sea, nuestras hazañas se pregonarán por todos los Reinos. ¡Y que el ejército drow se guarde!
Había aprovechado perfectamente el orgullo de todos ellos, y, así, las voces se alzaron al unísono en una aclamación y los momentos de tensión quedaron atrás. Besnell sonrió, asintiendo con la cabeza, mientras el clamor continuaba, pero era consciente de que la situación no era tan sólida y amistosa como debería ser. Longsaddle había enviado a cincuenta soldados, además de un puñado de hechiceros; un gran sacrificio para una ciudad a la que, en realidad, atañía poco el bienestar y la seguridad del reino de Bruenor. Los Harpel dependían del oeste, de Aguas Profundas, para el comercio y las alianzas más que del este, y sin embargo habían acudido a la llamada de Bruenor, incluida la propia hija de su líder.
Lo mismo ocurría con Luna Plateada, que se había implicado por su amistad con Bruenor y con Drizzt y porque Alustriel era lo bastante sagaz como para comprender que si un ejército drow marchaba hacia la superficie, el mundo entero sería un lugar más triste. Alustriel había enviado un centenar de caballeros a Berkthgar, y otro centenar cabalgaba independientemente, bordeando las estribaciones orientales al pie de Mithril Hall, cubriendo los senderos más accidentados que serpenteaban alrededor de la cara norte del Cuarto Pico y llegaban al Valle del Guardián, en el oeste. En total, sumaban doscientos guerreros, dos quintas partes de la fuerza total de los renombrados Caballeros de Plata; un gran contingente y un gran sacrificio, especialmente con el helor de los primeros vientos invernales dejándose notar en la atmósfera.
Besnell se daba cuenta que el sacrificio hecho por Nesme era menor, y probablemente el compromiso de los Jinetes de Nesme también lo sería. A excepción de Piedra Alzada, por supuesto, esta era la ciudad que más tenía que perder, y, no obstante, apenas había enviado a una décima parte de su curtida guarnición. No era un secreto que las relaciones entre Mithril Hall y Nesme eran tensas, una enemistad que venía fraguándose aun antes de que Bruenor encontrara la tierra de sus antepasados, cuando el enano y sus compañeros habían pasado cerca de Nesme. Bruenor y sus amigos habían salvado a varios jinetes de morir a manos de unos monstruos de los pantanos que semejaban pequeños árboles, con el resultado de que los jinetes se volvieron contra ellos cuando la batalla terminó. A causa del color de la piel de Drizzt y de la reputación de su raza, el grupo de Bruenor había sido rechazado; y, aunque la cólera de Bruenor por el desaire se aplacó en cierta medida al cabo de un tiempo, debido al hecho de que los soldados de Nesme se unieron en la reconquista de Mithril Hall, siguió existiendo una cierta tirantez en las relaciones.
Ahora, los supuestos enemigos eran elfos oscuros y, sin duda, ese hecho por sí solo había recordado a los desconfiados hombres de Nesme su recelo hacia el mejor amigo de Bruenor. Pero, al menos, habían venido, y cuarenta eran mejor que ninguno, se dijo Besnell. El elfo había proclamado públicamente a Berkthgar como el líder de los cuatro grupos, y así sería (aunque cuando se iniciara la batalla, si es que tenía lugar, lo más probable era que cada contingente seguiría sus propias tácticas y, con suerte, complementándose entre sí), pero Besnell veía un papel para sí mismo, menos obvio aunque no menos importante. Sería el pacificador, el que moderaría y mantendría la concordia entre las distintas facciones.
Sabía que su tarea sería mucho más fácil si los elfos oscuros venían, pues a la vista de tan mortal enemigo las mezquinas rencillas se olvidarían rápidamente.
Belwar no supo si sentirse aliviado o asustado cuando el elemental trajo la noticia de que, efectivamente, los drows —al menos uno de ellos— habían entrado en Blingdenstone, y que un ejército de elfos oscuros había pasado cerca de la ciudad desierta, camino de los túneles que giraban hacia el este, en la ruta a Mithril Hall.
El muy honorable capataz tomó asiento de nuevo en su ya habitual saliente, contemplando fijamente los túneles vacíos. Pensaba en Drizzt, y en el lugar que el elfo oscuro llamaba ahora su hogar. Drizzt le había hablado de Mithril Hall cuando pasó por Blingdenstone de camino hacia Menzoberranzan varios meses antes. ¡Qué feliz había sido la expresión del drow cuando habló de sus amigos!, un enano llamado Bruenor, y la joven humana, Catti-brie, que había pasado por Blingdenstone pisando los talones de Drizzt y que, según informes posteriores, lo había ayudado a escapar de la ciudad drow.
Belwar sabía que era esa misma huida la que había propiciado esta marcha, pese a lo cual el enano seguía alegrándose de que su amigo hubiera escapado de las garras de la matrona Baenre. Ahora, Drizzt estaba en casa, pero los elfos oscuros iban en su busca.
Belwar recordaba la profunda aflicción que habían reflejado los ojos color de espliego de Drizzt cuando este le relató la muerte de uno de sus amigos de la superficie. ¿Cuántos sinsabores más tendría que soportar Drizzt dentro de poco con el ejército drow marchando para destruir su nuevo hogar?
—Hay que tomar algunas decisiones —dijo una voz a sus espaldas. Belwar entrechocó sus «manos» de mithril, más para aclarar sus ideas que para otra cosa, y se volvió hacia Firble.
Una de las cosas buenas que habían surgido de todo este desbarajuste era la amistad en ciernes entre Firble y Belwar. Siendo dos de los svirfneblis más viejos de Blingdenstone, se conocían desde hacía mucho tiempo, pero Firble sólo había entrado realmente a formar parte de la vida del capataz cuando su amistad con Drizzt le abrió los ojos al mundo que existía fuera de la ciudad svirfnebli. Al principio, los dos parecían ser totalmente dispares, pero ambos habían encontrado fuerza en lo que el otro ofrecía, y se había creado un vínculo entre ellos… si bien ninguno lo había admitido abiertamente hasta el momento.
—¿Decisiones?
—Los drows han pasado —dijo Firble.
—Y regresarán.
—Evidentemente —se mostró de acuerdo el consejero mientras asentía con la cabeza—. El rey Schnicktick tiene que decidir si volvemos o no a Blingdenstone.
Las palabras sacudieron a Belwar como si lo hubieran golpeado en plena cara con una toalla fría y mojada. ¡Por supuesto que volverían a sus hogares!, gritaba una voz salida de lo más hondo de su ser. Cualquier otra alternativa era demasiado ridícula para tenerse en cuenta. Pero, a medida que se tranquilizaba y reparaba en la torva expresión de Firble, Belwar empezó a ver la verdad que encerraba ese planteamiento. Los drows regresarían y, si hacían una conquista cerca o en la misma superficie, la conquista de Mithril Hall, como la mayoría creía que era su intención, entonces querrían mantener una ruta abierta entre Menzoberranzan y ese lugar lejano; una ruta que pasaría demasiado cerca de Blingdenstone.
—Hay muchos que creen, y son gente influyente, que deberíamos marchar más hacia el oeste, encontrar una nueva caverna, una nueva Blingdenstone. —Por su tono se notaba que a Firble no le entusiasmaba tal perspectiva.
—Jamás —replicó Belwar de forma poco convincente.
—El rey Schnicktick te pedirá opinión sobre este asunto de importancia capital —manifestó Firble—. Piénsalo bien, Belwar Dissengulp. Las vidas de todos nosotros pueden depender de tu respuesta.
Hubo un prolongado silencio, y Firble hizo una breve inclinación de cabeza y giró sobre los talones para marcharse.
—¿Y cuál es tu opinión? —preguntó Belwar antes de que tuviera ocasión de alejarse.
El consejero se volvió lentamente, con resolución, y miró al capataz a los ojos.
—Mi opinión es que sólo hay una Blingdenstone —respondió con una firmeza que nunca había visto ni había esperado ver en él—. Marcharse mientras los drows pasaban, es una cosa, una buena cosa. No volver, ya no lo es tanto.
—Hay ciertas cosas por las que merece la pena luchar —añadió Belwar.
—¿Y morir por ellas? —terció Firble con rapidez. Dicho esto, el consejero dio media vuelta y se marchó.
Belwar se quedó sentado, a solas con sus pensamientos sobre su hogar y su amigo.