Blingdenstone
Eran sombras entre las sombras, movimientos fugaces que desaparecían antes de que el ojo pudiera captarlos. El silencio era absoluto. Aunque trescientos elfos avanzaban en formación —flanco derecho, flanco izquierdo, centro— no hacían el menor ruido.
Habían ido hacia el oeste de Menzoberranzan, buscando los túneles más fáciles y amplios que los conducirían de vuelta hacia el este y luego hasta la superficie, a Mithril Hall. Blingdenstone, la ciudad de los svirfneblis, a quienes los drows odiaban más que a nadie, no estaba lejos; otro beneficio de su ruta indirecta.
Uthegental Armgo se detuvo en un pequeño y resguardado nicho. Los túneles eran amplios en este sector; demasiado, para su gusto. Los svirfneblis eran organizados y tácticos; en un combate, contarían con formaciones, puede que incluso con máquinas de guerra, para competir con los drows, más sigilosos e individualistas. La amplitud de estos túneles no era accidental ni obra de la naturaleza, y Uthegental lo sabía. Este campo de batalla había sido preparado largo tiempo atrás por sus enemigos.
Bien, pues ¿dónde estaban? Uthegental había entrado en sus dominios con trescientos drows, un grupo que servía de avanzadilla a un ejército de ocho mil elfos oscuros y millares de esclavos humanoides. No obstante, aunque Blingdenstone tenía que estar a veinte minutos de marcha desde esta posición —y sus exploradores se encontraban aún más cerca—, los svirfneblis no daban señales de vida.
El brutal patrón de Barrison Del’Armgo no se sentía contento. A Uthegental le gustaba que las cosas fueran previsibles, al menos en lo concerniente a los enemigos, y había esperado que sus guerreros y él hubieran entrado en acción contra los enanos a estas alturas. No se debía a la casualidad que este grupo, el suyo, estuviera a la vanguardia del ejército drow. Había sido una concesión de Baenre a Mez’Barris, una confirmación de la importancia de la segunda casa. Pero con esa concesión iba pareja la responsabilidad, que la matrona Mez’Barris había cargado de inmediato sobre los fuertes hombros de Uthegental. La casa Barrison Del’Armgo necesitaba salir de esta guerra habiendo conquistado una gran gloria, sobre todo después de la increíble exhibición de la matrona Baenre en la destrucción de la casa Oblodra. Cuando este asunto de Mithril Hall hubiera concluido, la reestructuración del orden jerárquico de Menzoberranzan daría comienzo. Las guerras entre casas parecían inevitables, dados los huecos que debían ser cubiertos por los rangos inmediatamente inferiores a Barrison Del’Armgo.
Por eso la matrona Mez’Barris había prometido total fidelidad a Baenre a cambio de ser dispensada de tomar parte en la expedición. Se había quedado en Menzoberranzan, consolidando la posición de su casa y trabajando estrechamente con Triel Baenre en la formación de una red de mentiras y aliados a fin de aislar a la casa Baenre de ulteriores acusaciones. La primera madre matrona había accedido a la propuesta de Mez’Barris, sabedora de que ella, también, se encontraría en una posición vulnerable si las cosas no iban bien en Mithril Hall.
Encontrándose la madre matrona de su casa en Menzoberranzan, la responsabilidad de ganar gloria para Barrison Del’Armgo recaía en Uthegental. Al fiero guerrero lo satisfacía tener ese cometido, pero también estaba nervioso, rebosante de una exaltada energía, anhelando entrar en combate, cualquier combate, en el que pudiera estimular su ansia de lo que estaba por venir y mojar las puntas de su cruel tridente con la sangre de un enemigo.
Pero ¿dónde estaban los feos y pequeños svirfneblis? El plan de marcha no contemplaba de manera específica un ataque a Blingdenstone; al menos, no en el viaje de ida. Si se producía un ataque a la ciudad svirfnebli, tendría lugar al regreso de Mithril Hall, después de haber llevado a cabo el objetivo principal. No obstante, a Uthegental se le había dado permiso para tantear las defensas svirfneblis y sostener escaramuzas con los enanos de las profundidades con los que sus guerreros y él toparan en el camino.
Uthegental lo anhelaba, y ya había decidido que si encontraba y tanteaba las defensas enanas y descubría suficientes huecos en ellas, daría el siguiente paso, con la esperanza de volver junto a la matrona Baenre con la cabeza del rey svirfnebli hincada en las puntas de su tridente.
Toda la gloria para Barrison Del’Armgo.
Una de las exploradoras pasó entre los guardias y se dirigió directamente hacia el feroz guerrero. Sus dedos se movieron en el silencioso código drow, explicando a su jefe que había llegado muy cerca de Blingdenstone, que incluso había visto la escalera que conducía al nivel donde se encontraban las enormes puertas principales de la ciudad, pero no había visto señal alguna de los svirfneblis.
Tenía que ser una emboscada; el instinto del experimentado maestro de armas le decía que los svirfneblis estaban al acecho, con todo el grueso de sus fuerzas. Cualquier otro elfo oscuro (una raza conocida por su cautela cuando disputaba con otros, sobre todo porque los drows sabían que podían ganar siempre esos enfrentamientos si atacaban en el momento oportuno) se habría replegado. A decir verdad, la misión de Uthegental, una expedición de reconocimiento, había sido cumplida y el maestro de armas podía regresar ante la matrona Baenre con un informe completo que le complacería oír.
Pero el feroz Uthegental no era un drow cualquiera. Esta información no suponía un alivio para él; todo lo contrario. De hecho, estaba que reventaba de rabia.
Llévame allí, ordenaron sus dedos, para sorpresa de la exploradora.
Eres demasiado valioso para correr ese riesgo, contestaron las manos de la drow.
—¡Iremos todos! —bramó Uthegental a voz en grito, sobresaltando a los numerosos elfos oscuros que estaban a su alrededor. Pero Uthegental no se aplacó—. ¡Haz correr la voz por las columnas de que me sigan hasta las mismas puertas de Blingdenstone!
No pocos soldados drows intercambiaron miradas nerviosas. Eran trescientos, una fuerza formidable, pero los guerreros de Blingdenstone superaban su numero con creces, y los svirfneblis, que disponían de un amplio repertorio de trucos con la piedra y a menudo se aliaban con poderosos monstruos del plano mineral, eran enemigos de cuidado. Aun así, ninguno de los elfos oscuros osaría llevar la contraria a Uthegental Armgo, en especial teniendo en cuenta que sólo él sabía lo que la matrona Baenre esperaba de este grupo de cabeza.
Así pues, la tropa al completo llegó a la escalera y trepó hasta las mismas puertas de Blingdenstone; unas puertas que un técnico drow calificó como una trampa sumamente artera, ya que todo el techo se desplomaría sobre sus cabezas si intentaban abrirlas. Uthegental mandó llamar a la sacerdotisa que había sido asignada a su grupo.
¿Podrías hacer que uno de nosotros salvara la barrera?, preguntaron sus dedos, a lo que la drow asintió.
Uthegental sorprendió una vez más a sus subordinados cuando manifestó que él, personalmente, entraría en la ciudad svirfnebli. Esto era un hecho insólito. Ningún cabecilla drow se ponía en primera línea; para eso estaban los soldados rasos.
Pero ¿quién iba a llevar la contraria a Uthegental? A decir verdad, a la sacerdotisa drow no le importaba lo más mínimo si este arrogante varón acababa despedazado. Inició el conjuro de inmediato, un hechizo que haría al maestro de armas tan insustancial como un fantasma, convirtiendo su cuerpo en algo tan sutil que podría deslizarse a través de la más fina grieta. Cuando el encantamiento estuvo ejecutado, el valeroso Uthegental se marchó sin vacilar, sin molestarse en dejar instrucciones en caso de que no regresara.
Orgulloso y con una confianza en sí mismo suprema, el maestro de armas ni siquiera se planteó tal posibilidad.
Al cabo de unos cuantos minutos, después de pasar por los cuartos de guardia desiertos, entrecruzados por trincheras y fortificaciones ingeniosamente construidas, Uthegental se convirtió en el único otro drow, aparte de Drizzt Do’Urden, que contemplaba las redondas viviendas naturales de los svirfneblis y las sinuosas calles que constituían su ciudad. A diferencia de Menzoberranzan, Blingdenstone había sido construida en consonancia con lo que los enanos habían encontrado en las cavernas naturales, en lugar de esculpir y moldear la piedra en formas que un elfo oscuro consideraba más agradables.
A Uthegental, que exigía control en todo cuanto le rodeaba, le pareció un sitio repulsivo. Y se encontró con que la ciudad, la metrópoli svirfnebli más antigua y venerada, estaba desierta.
Belwar Dissengulp miraba, pensativo, desde un saliente de la profunda caverna, un lugar muy lejos, al oeste, de Blingdenstone, y se preguntó si habría hecho bien en convencer al rey Schnicktick de abandonar la ciudad. El muy honorable capataz había conjeturado que, con la vuelta de la magia a la normalidad, los drows emprenderían la marcha hacia Mithril Hall, cosa que, como Belwar sabía muy bien, los llevaría peligrosamente cerca de Blingdenstone.
Aunque no le había sido difícil convencer a sus conciudadanos de que la marcha de los elfos oscuros era un hecho incuestionable, la idea de abandonar Blingdenstone, de empaquetar sus pertenencias y dejar su antiguo hogar, no había sido bien acogida. Durante más de dos mil años, los enanos de la profundidades habían vivido a la amenazadora sombra de Menzoberranzan, y en más de una ocasión habían creído que los drows desencadenarían una guerra contra ellos.
Belwar llegó a la conclusión de que esta vez era diferente, y así lo había dicho en un discurso lleno de pasión y respaldado por la autoridad que le daba su relación con el drow renegado de esa terrible ciudad. Aun así, Belwar estaba muy lejos de convencer a Schnicktick y a los demás hasta que el consejero Firble intervino tomando partido por el capataz.
Efectivamente, esta vez era diferente, les dijo Firble con toda sinceridad. Esta vez, toda Menzoberranzan se uniría, y cualquier ataque no sería la tentativa ambiciosa de una sola casa. Esta vez, los svirfneblis, y cualquiera lo bastante desafortunado de hallarse en el camino de la marcha drow, no dependería de las rivalidades internas entre las casas para salvarse. Firble se había enterado de la caída de la casa Oblodra a través de Jarlaxle; un elemental terrestre, enviado en secreto por los chamanes svirfneblis al subsuelo de Menzoberranzan y a la Grieta de la Garra, confirmó la total destrucción de la tercera casa. Así pues, cuando Jarlaxle insinuó durante su última reunión que «no sería sensato dar refugio a Drizzt Do’Urden», Firble, buen conocedor del estilo de los drows, comprendió que los elfos oscuros marcharían contra Mithril Hall en bloque, por temor a quien había aniquilado a la tercera casa de manera tan completa.
Y así, los svirfneblis habían abandonado Blingdenstone, y Belwar jugó un papel trascendental en la partida. Esa responsabilidad era una pesada carga para el capataz ahora, lo hacía poner en duda el razonamiento que había parecido tan acertado cuando creyó que el peligro era inminente. Aquí, en el oeste, los túneles estaban silenciosos, pero no de un modo atemorizador, como si los elfos oscuros estuvieran deslizándose de sombra en sombra. La quietud de los túneles venía dada por la paz; la guerra que Belwar había previsto parecía estar a mil kilómetros y mil años de distancia.
Los otros enanos sentían lo mismo, y Belwar había oído a más de uno quejarse de que la decisión de abandonar Blingdenstone había sido, cuando menos, absurda.
Sólo cuando el último svirfnebli salió de la ciudad, cuando la larga caravana empezó su marcha hacia el oeste, Belwar fue consciente de la gravedad de la partida, de la carga emocional. Al marcharse, los enanos habían admitido que no eran contrincantes para los drows, que eran incapaces de protegerse a sí mismos y a sus hogares de los elfos oscuros. A muchos svirfneblis, y quizá a Belwar más que a ninguno, los mortificaba este hecho. Sus ideas de seguridad, del poder de sus chamanes, de su propio dios, se habían tambaleado sin que una sola gota de sangre svirfnebli hubiera sido derramada.
Belwar se sentía como un cobarde.
El muy honorable capataz se consoló un poco pensando que todavía había unos ojos vigilando Blingdenstone. Un elemental amistoso, fusionado con la piedra, había recibido la orden de esperar y vigilar, e informar después a los chamanes svirfneblis que lo habían invocado. Si los elfos oscuros entraban en la ciudad, como Belwar esperaba, los enanos lo sabrían.
Pero ¿y si no aparecían por allí? Si Firble y él estaban equivocados y el ejército drow no estaba en marcha, entonces ¿qué perjuicios habían sufrido los svirfneblis por mor de la precaución?
¿Podría alguno de ellos volver a sentirse seguro en Blingdenstone?
A la matrona Baenre no le gustó el informe de Uthegental de que la ciudad enana estaba desierta. Sin embargo, con todo lo desabrida que era su expresión, no igualaba la patente cólera plasmada en el rostro de Berg’inyon, que estaba a su lado. Los ojos del hijo Baenre se entrecerraron en un gesto peligroso mientras observaba al fornido patrón de la segunda casa, y Uthegental, al advertir el desafío, le devolvió una mirada igualmente amenazadora, o aún más.
Baenre comprendía el motivo de la ira de Berg’inyon, y a ella tampoco le hacía gracia que Uthegental se hubiera encargado personalmente de entrar en Blingdenstone. Esa acción reflejaba de manera patente la desesperación de Mez’Barris. Evidentemente, la segunda madre matrona se sentía vulnerable tras el despliegue llevado a cabo por Baenre contra Oblodra, y, en consecuencia, había cargado una gran responsabilidad en los fuertes hombros de su maestro de armas.
La matrona Baenre sabía que Uthegental marchaba en busca de la gloria para Barrison Del’Armgo, fanáticamente, junto con su fuerza de más de trescientos guerreros drows.
Esto era un mal asunto para Berg’inyon, pues él, y no su madre, era quien estaba en abierta competición con el poderoso maestro de armas.
La matrona Baenre consideró todas las noticias a la luz de la expresión de su hijo y, al final, llegó a la conclusión de que la osadía de Uthegental era conveniente. La rivalidad haría que Berg’inyon se esforzara al máximo. Y, si fallaba, si era Uthegental quien mataba a Drizzt Do’Urden (pues aquel era evidentemente el objetivo que ambos se habían marcado), incluso si Berg’inyon moría a manos de Uthegental, que así fuera. Esta marcha era más importante que la casa Baenre, más importante que las metas personales de cualquiera… salvo, por supuesto, las suyas propias.
Costara lo que le costara a su hijo, cuando Mithril Hall hubiese sido conquistada ella gozaría del mayor favor de la reina araña, y su casa se encontraría por encima de las intrigas de las otras, aunque todas combinaran sus fuerzas contra ella.
—Puedes retirarte —le dijo a Uthegental—. Regresa a la vanguardia.
El maestro de armas sonrió cruelmente e hizo un reverencia sin apartar los ojos de Berg’inyon un solo momento. Luego giró sobre los talones, dispuesto a marcharse, pero se volvió de inmediato otra vez cuando la matrona Baenre se dirigió a él de nuevo:
—Si por casualidad encuentras el rastro de los svirfneblis huidos —Baenre hizo una pausa y su mirada fue de Uthegental a Berg’inyon—, envía un emisario para informarme de la persecución.
Los hombros de Berg’inyon se hundieron, en tanto que la sonrisa de Uthegental, que dejaba a la vista aquellos dientes limados y puntiagudos, se ensanchó de tal forma que casi le llegó de oreja a oreja. Hizo otra reverencia y se marchó corriendo.
—Los svirfneblis son enemigos peligrosos —dijo la matrona con indiferencia, dirigiendo el comentario a su hijo—. Los matarán, a él y a todo su grupo. —No lo creía en realidad, e hizo la afirmación para tranquilidad de Berg’inyon. No obstante, al mirar a su sagaz hijo, comprendió que tampoco él lo creía.
»Y, si no es así —continuó Baenre, volviendo la vista hacia Quenthel, que estaba al otro lado, impasible, con aire aburrido, y hacia Methil, que siempre parecía estar hastiado—, los enanos de las profundidades no son un trofeo tan importante. —Los ojos de la madre matrona se clavaron de nuevo en Berg’inyon—. Sabemos cuál es el verdadero trofeo de ésta marcha —dijo, con una voz que semejaba un feroz gruñido. No se molestó en mencionar que su objetivo final y el de Berg’inyon no eran el mismo.
El efecto de sus palabras en el joven maestro de armas fue instantáneo. Se cuadró, y después se marchó a lomos de su lagarto tan pronto como su madre dio su permiso con un ademán.
Baenre se volvió hacia Quenthel.
Ocúpate de poner espías entre las filas de Uthegental, ordenaron sus dedos. Baenre hizo una pausa pensando en el fiero maestro de armas y en lo que haría si descubría a esos espías. Varones, añadió, y su hija asintió con un cabeceo.
Los varones eran prescindibles.
A solas, sentada sobre el disco flotante que se deslizaba en medio del ejército, la matrona Baenre puso de nuevo su atención en asuntos más importantes. La rivalidad entre Berg’inyon y Uthegental no era trascendente, como tampoco la evidente inobservancia de Uthegental de un adecuado liderato. Más preocupante era la ausencia de los svirfneblis. ¿Sería posible que los malditos enanos estuvieran planeando un ataque a Menzoberranzan mientras ella y sus fuerzas emprendían la campaña?
Era una idea estúpida que la matrona Baenre desechó enseguida. Más de la mitad de la población de elfos oscuros permanecía en la ciudad bajo la vigilante mirada de Mez’Barris Armgo, Triel y Gomph. Si los svirfneblis atacaban, serían arrasados completamente, para mayor gloria de la reina araña.
Pero, mientras pensaba en esas defensas de la urbe drow, la idea de una conspiración contra ella se insinuó en la mente de Baenre.
Triel es leal y mantiene todo bajo control, le llegó el tranquilizador comentario telepático de Methil, que seguía cerca de la madre matrona y leía todos sus pensamientos.
Baenre se sintió un poco más tranquila. Antes de abandonar Menzoberranzan, había pedido a Methil que sondeara las reacciones de su hija acerca de sus planes, y el illita había vuelto con un informe totalmente positivo. A Triel no la complacía la decisión de marchar sobre Mithril Hall. Temía que su madre estuviera sobrepasando sus límites, pero estaba convencida, como probablemente lo estaban todos los demás, de que, a juzgar por la destrucción de la casa Oblodra, Lloth había autorizado esta guerra. Por consiguiente, Triel no planeaba hacerse con el control de la casa Baenre en ausencia de su madre ni llevar a cabo ningún otro tipo de acción contra ella en estos momentos.
Baenre se tranquilizó. Todo iba según lo planeado; la huida de los cobardes enanos no tenía importancia.
En realidad, las cosas iban aún mejor de lo planeado, decidió la matrona, ya que la rivalidad entre Uthegental y Berg’inyon prometía una gran diversión. Las posibilidades eran fascinantes. Quizá, si Uthegental mataba a Drizzt y en el proceso también mataba a Berg’inyon, la matrona Baenre obligaría al salvaje maestro de armas a entrar al servicio de su casa. Mez’Barris no se atrevería a protestar; no después de que Mithril Hall hubiera sido conquistada.