Viento y espuma

Seis años. No demasiado tiempo en la vida de un drow y, sin embargo, contando los meses, las semanas, los días, las horas, me parece que hubiera estado lejos de Mithril Hall cien veces ese tiempo. Había quedado atrás otra existencia, otro estilo de vida, un mero tramo hacia…

¿Hacia dónde? ¿Hacia qué?

Mi recuerdo más vivo de Mithril Hall es alejarme de allí cabalgando con Cattibrie a mi lado; es el mirar atrás, por encima de las finas columnas de humo elevándose sobre las casas de Piedra Alzada, a la montaña llamada Cuarto Pico. Mithril Hall era el reino de Bruenor, su hogar; y Bruenor era uno de mis amigos más queridos. Pero no era mi hogar, nunca lo había sido.

No pude explicarlo entonces, y sigo sin poder hacerlo. Todo tendría que haber ido bien allí después de la derrota del ejército drow invasor. Mithril Hall compartía prosperidad y amistad con todas las comunidades vecinas, era parte de un conjunto de reinos con capacidad para proteger sus fronteras y alimentar a sus menesterosos.

Mithril Hall era todo eso, pero no el hogar. No para mí, y tampoco para Cattibrie. Y, así, tomamos el camino y cabalgamos hacia el oeste, a la costa, a Aguas Profundas.

Nunca discutí con Catti-brie —aunque ella esperaba que lo hiciera— su decisión de abandonar Mithril Hall. Éramos de la misma opinión. En realidad nunca volcamos nuestro corazón en el reino subterráneo; habíamos estado demasiado ocupados derrotando a los enemigos que lo dirigían entonces, en volver a abrir las minas enanas, en viajar a Menzoberranzan, y en combatir a los elfos oscuros que habían atacado Mithril Hall. Una vez terminado todo, parecía haber llegado el momento de asentarse, de descansar, de narrar y ampliar la historia de nuestras aventuras. Si Mithril Hall hubiera sido nuestro hogar antes de los combates nos habríamos quedado. Pero después de las contiendas, de las calamidades… Era demasiado tarde, tanto para Catti-brie como para mí. Mithril Hall era el lugar de Bruenor, no el nuestro. Estaba marcado con las cicatrices de la guerra, y en él tuve que enfrentarme de nuevo con el legado de mi oscura ascendencia; era el arranque del camino que me condujo de vuelta a Menzoberranzan.

Era el lugar donde Wulfgar había muerto.

Cattibrie y yo juramos que regresaríamos a él algún día, y lo haríamos, ya que Bruenor estaba allí; y también Regis. Pero Catti-brie supo ver la verdad: nunca se quita el olor de la sangre impregnada en las piedras, y, si estabas allí cuando se derramó esa sangre, el constante aroma evoca recuerdos demasiados dolorosos para vivir con ellos.

Seis años, y echaba de menos a Bruenor y a Regis, a Cepa Garra Escarbadora, e incluso a Berkthgar el Intrépido, que gobierna en Piedra Alzada. Echaba de menos mis viajes a la maravillosa Luna Plateada; y ver amanecer desde uno de los numerosos riscos del Cuarto Pico. Ahora cabalgo sobre las olas a lo largo de la Costa de la Espada, con el viento y la espuma azotándome el rostro. Por techo tengo los bancos de nubes y el dosel de estrellas; por suelo, el crujiente maderamen de un barco veloz y deslucido por los elementos; y, más allá, el manto azul, liso y calmo, encrespado y agitado, siseando bajo la lluvia y estallando con el salto en el aire de una ballena.

¿Es éste mi hogar? No lo sé. Supongo que será otro tramo más, pero ignoro si en realidad hay algún camino que me conduzca a un lugar al que llamar mi casa.

No es que piense en ello muy a menudo, porque me he dado cuenta de que no me importa. Si este camino, esta serie de etapas, no conduce a ninguna parte, entonces que así sea. Lo recorro con amigos, así es que tengo mi hogar.

DRIZZT DO'URDEN