Sin sorpresa
El glabrezu hablaba con firmeza, sin desdecirse a pesar de las amenazas del nervioso y desesperado Errtu.
—Drizzt Do’Urden y sus amigos han pasado a los taers —insistió Bizmatec una vez más—, dejándolos muertos y desmembrados en la playa.
—¿Lo has visto? —preguntó Errtu por quinta vez; el gran balor abría y cerraba los puños sin parar.
—Lo he visto —contestó Bizmatec sin vacilar, aunque el glabrezu se echó un poco hacia atrás, apartándose del balor—. Los taers no los detuvieron, apenas los retrasaron. Son realmente poderosos estos enemigos que has escogido.
—¿Y la enana? —preguntó Errtu, cuya frustración daba paso rápidamente a la ansiedad. Mientras hablaba, el balor dio unos golpecitos a su anillo para indicar que se refería a la sacerdotisa prisionera.
—Los sigue conduciendo —repuso Bizmatec con una sonrisa perversa, emocionado de ver la ansiedad, la pura maldad que devolvía el brillo a los ardientes ojos de Errtu.
El balor desapareció haciendo un gesto ostentoso, un giro triunfal y un golpe de alas correosas que lo transportó al rellano del primer nivel abierto de la torre cristalina. Errtu subió deseando ardientemente echar en cara a Crenshinibon su fracaso.
—Errtu nos ha puesto en el punto de mira de poderosos enemigos —comentó Bizmatec de nuevo mientras observaba la marcha del balor.
La otra tanar’ri que estaba en el nivel inferior de la torre, una mujer con seis brazos y la parte inferior del torso de una serpiente, se echó a reír, al parecer poco o nada impresionada. No había enemigos poderosos entre los mortales del plano material.
Varios niveles por encima de sus esbirros, Errtu entró en el pequeño cuarto del piso alto de la torre. El demonio fue hacia la estrecha ventana primero y se asomó por ella con la esperanza de divisar a su presa. Quería poner al corriente a Crenshinibon de manera teatral, pero su excitación delató sus pensamientos a la telepática reliquia.
Llevas un camino peligroso, advirtió la Piedra de Cristal.
Errtu dio la espalda a la ventana y soltó una graznante carcajada.
No debes fracasar, prosiguió el mensaje telepático de la reliquia. Si tú y los tuyos sois derrotados, entonces también lo seré yo, y estaré a merced de quienes conocen mi naturaleza…
La ininterrumpida risa de Errtu reprimió cualquier otra intrusión mental.
—Ya me he enfrentado antes a otros como Drizzt Do’Urden —dijo el gran balor con un feroz gruñido—. ¡Descubrirá el verdadero dolor y el verdadero pesar antes de que la muerte lo libere! ¡Presenciará el fin de sus seres queridos, de los que han sido lo bastante necios para acompañarlo y del que tengo prision!ero. —El gran balor se giró hacia la ventana, furioso—. ¡Te has creado un mal enemigo, estúpido drow renegado! ¡Ven a mí ahora para que tome venganza y te dé el castigo que mereces!
Sin más, Errtu propinó una patada al pequeño cofre que seguía caído en el suelo, en el mismo sitio donde el demonio lo había tirado tras la explosión causada por el choque entre la Piedra de Cristal y el zafiro antimagia. El balor se dispuso a marcharse, pero se quedó pensativo un momento. Muy pronto se enfrentaría a Drizzt y a sus compañeros, incluida la sacerdotisa retenida en el anillo. Si Cepa llegaba a estar frente a frente a la gema que la tenía prisionera, su espíritu podría encontrar el camino de vuelta a su cuerpo.
Errtu se quitó el anillo y se lo mostró a Crenshinibon.
—La sacerdotisa enana —explicó el demonio—. Esta gema retiene su espíritu. ¡Domínalo y presta toda la ayuda que puedas!
El balor tiró el anillo al suelo y salió rápidamente de la cámara; tenía que reunirse con sus secuaces y hacer los preparativos para la llegada de Drizzt Do’Urden.
Crenshinibon percibió claramente la cólera del tanar’ri y la pura maldad que encarnaba el poderoso Errtu. Por lo visto, Drizzt y sus amigos habían conseguido vencer a sus taers, pero ¿qué era eso comparado con un ser como el gran balor?
La Piedra de Cristal sabía que Errtu contaba con poderosos aliados que estaban al acecho.
Crenshinibon se sentía satisfecha, bastante segura. Y, para la diabólica reliquia, la idea de utilizar a Cepa contra sus propios compañeros le resultaba realmente placentera.
Cepa continuó su marcha a través de las traicioneras e irregulares masas de hielo, salvando de un salto las pequeñas grietas; a veces sus pies chapoteaban en las gélidas aguas, pero la enana se mostraba totalmente indiferente a la heladora humedad.
Drizzt se daba cuenta del peligro que encerraba el helor del agua, y deseó detener a Cepa otra vez, quitarle las botas y envolverle los pies en mantas secas y cálidas, pero aun así dejó las cosas como estaban. Supuso que, si unos dedos de los pies congelados eran su mayor problema, saldrían mucho mejor parados de lo que esperaba. Ahora mismo, lo mejor que podía hacer por Cepa, por todos ellos, era llegar hasta Errtu cuanto antes y acabar con este maldito asunto de una vez.
El drow mantenía una mano metida en el bolsillo mientras caminaba, tanteando con los dedos la intrincada talla de la figurilla de ónice. Había enviado a Guenhwyvar de vuelta a su hogar astral poco después del combate con los taers, dándole un descanso a la pantera antes de que tuviera que enfrentarse a la próxima batalla. Sin embargo, al mirar ahora a su alrededor, el drow se cuestionó el acierto de esta medida, pues era consciente de estar fuera de lugar en este territorio desconocido.
El paisaje parecía surrealista, una sucesión de montículos blancos y dentados, algunos de doce metros de altura, separados por extensas capas de llana blancura a menudo quebrada por oscuras líneas zigzagueantes.
Estaban a más de dos horas de la playa, bastante dentro del helado mar, cuando el tiempo sufrió un cambio. Se levantaron unas nubes negras y amenazadoras, y el viento sopló con más fuerza, haciéndose más frío. Aun así, siguieron caminando, trepando por un costado de los icebergs, y después deslizándose por el otro lado. Llegaron a una zona en la que había más agua oscura y menos hielo, y allí, por primera vez, divisaron su meta, lejos, hacia el noroeste. La torre cristalina brillaba por encima de los icebergs, incluso con la mortecina luz grisácea. No cabía duda, ya que no era una estructura natural, y, aunque parecía estar hecha de hielo, su aspecto era anormal y fuera de lugar entre la austera y rigurosa blancura de los témpanos de hielo.
Bruenor observó pensativo el panorama y el curso que seguían; sacudió la cabeza.
—Demasiada agua —manifestó al tiempo que señalaba hacia el oeste—. Deberíamos desviarnos por allí.
Al parecer, el enano tenía razón. Viajaban en dirección norte, pero los témpanos de hielo parecían estar más juntos por el oeste.
No obstante, la decisión de marchar en una u otra dirección no dependía de ellos, y Cepa siguió caminando, ausente, hacia el norte, donde no tardaría en toparse con el obstáculo de una ancha brecha de agua.
Pero las apariencias podían ser engañosas en el desconocido paisaje surrealista. Una estrecha lengua de hielo salvaba el tramo de agua, llevándolos más en línea recta hacia la torre de cristal. Cuando lo cruzaron, entraron en otra zona de apiñados icebergs, y, elevándose imponente ante ellos, a menos de medio kilómetro, se encontraba Cryshal-Tirith.
Drizzt llamó a Guenhwyvar otra vez. Bruenor derribó a Cepa y se sentó encima de la enana, en tanto que Cattibrie trepaba a lo alto del iceberg que tenía más cerca para inspeccionar con más detenimiento la zona.
La torre estaba sobre un gran témpano de hielo, plantada en la parte posterior de la estructura natural de forma cónica, que medía unos doce metros. Cattibrie supuso que sus compañeros y ella podrían llegar hasta el témpano desde el suroeste, a través de un angosto tramo de hielo de unos tres metros y medio de ancho. Otro iceberg al oeste de la torre estaba bastante próximo para intentar llegar de un salto al área principal, pero, aparte de eso, la fortaleza del demonio estaba rodeada por el océano.
Cattibrie reparó en otro detalle: la entrada de una cueva en la cara meridional del témpano, que estaba justamente en línea con la torre, al otro lado del iceberg. Estaba a unos dos metros sobre la zona llana del lado meridional del témpano, la misma por la que cruzarían ellos, la que parecía que pronto se convertiría en un campo de batalla. Con un suspiro resignado, la mujer bajó deslizándose e informó a sus amigos.
—Los esbirros de Errtu nos saldrán al paso tan pronto como hayamos cruzado ese tramo estrecho de hielo —dedujo Drizzt, y Catti-brie asintió, de acuerdo con sus suposiciones—. Tendremos que luchar contra ellos hasta la entrada de la cueva, e incluso en el interior.
—Entonces, vamos a ello —rezongó Bruenor—. ¡Tengo helados los malditos pies!
Cattibrie miró a Drizzt, como si quisiera oír alguna otra opción, si bien no parecía que hubiera muchas. Aun cuando Drizzt, Guenhwyvar y ella pudieran salvar de un salto el hueco entre un iceberg y otro, Bruenor, con su pesada armadura, no lo conseguiría, y tampoco Regis. Y, si escogían esa vía, Cepa, que sólo era capaz de caminar, se quedaría sola.
—No serviré de mucho en una pelea —dijo Regis en voz baja.
—¡Eso jamás te detuvo antes! —gritó Bruenor, que interpretó mal las palabras de halfling—. Si lo que piensas es quedarte aquí sentado y…
Drizzt acalló al enano levantando una mano, suponiendo que el halfling, con su notable ingenio, había discurrido alguna buena idea.
—Si Guenhwyvar pudiera cruzarme a través de esa brecha, tendría oportunidad de colarme en la torre sin hacer ruido —explicó Regis.
Los rostros de sus compañeros se animaron al considerar las posibilidades.
—Ya estuve una vez en Cryshal-Tirith —prosiguió el halfling—. Sé cómo moverme por la torre, y cómo derrotar a la Piedra de Cristal si llego hasta ella. —Miró a Drizzt mientras decía esto. Regis había estado con el drow en la estepa al norte de Bryn Shander, cuando el vigilante destruyó la torre de Akar Kessel.
—Una acción desesperada y peligrosa —comentó Drizzt.
—Y tanto —abundó Bruenor con sequedad—. No como nosotros, que sólo tendremos que pasar entre una horda de diablos.
Su chanza provocó las risas del grupo, aunque fueron forzadas.
—Deja a Cepa que se levante —le pidió Drizzt al enano—. Nos llevará a donde quiera que Errtu tenga planeado. Y a ti —añadió, mirando al halfling—, te deseo que Gwaeron Viento de Tormenta, servidor de Mielikki y fundador de los vigilantes, te acompañe en tu jornada. Guenhwyvar te cruzará hasta el iceberg de la torre. Comprende bien esto, amigo mío: si fracasas y Crenshinibon no es derrotada, Errtu se hará mucho más fuerte.
Regis asintió con gesto serio, se agarró firmemente a la piel del cogote de Guenhwyvar, y se alejó del grupo mientras pensaba que su única oportunidad era llegar rápidamente y en secreto al iceberg. La pantera y él se perdieron pronto de vista a causa de lo irregular del terreno. Guenhwyvar fue la que hizo casi todo el trabajo, hincando las garras en el hielo, encontrando puntos de agarre. Regis se limitó a mantenerse bien aferrado e intentar mover las piernas lo bastante rápido para no resultar una carga.
Estuvieron a punto de sufrir un serio percance al resbalar por el deslizante costado de un iceberg puntiagudo. La pantera clavó las uñas, pero Regis tropezó y empezó a rodar. Su impulso al caer resbalando junto a Guenhwyvar hizo que el animal perdiera el precario agarre. Se deslizaron por la cuesta, que terminaba en las oscuras aguas del mar. Regis ahogó un grito, y cerró los ojos esperando sentir el chapuzón en las heladas y mortales aguas.
Guenhwyvar consiguió agarrarse otra vez, a pocos palmos del gélido mar.
Estremecidos y llenos de magulladuras, los dos amigos treparon por la cuesta y reemprendieron la marcha. Regis enterró sus miedos y dio nuevas alas a su resolución recordándose de manera machacona lo importante que era su misión.
Los compañeros comprendieron cuán vulnerables eran mientras cruzaban el último tramo de hielo para llegar al enorme iceberg que cobijaba a Cryshal-Tirith. Notaron que los estaban vigilando, que algo terrible estaba a punto de ocurrir.
Drizzt intentó que Cepa se diera prisa. Bruenor y Cattibrie corrieron delante de ellos.
Los secuaces de Errtu estaban esperándolos, agazapados dentro de la cueva y detrás de farallones de hielo. El demonio estaba vigilándolos, efectivamente, como también lo hacía Crenshinibon.
La reliquia pensaba que el balor era un necio por arriesgar tanto para obtener tan poco, y utilizó la gema del anillo para entrar en contacto con Cepa, para ver a través de los ojos de la enana y saber exactamente dónde estaba el enemigo.
De repente, la punta de Cryshal-Tirith emitió un feroz destello rojo que ahuyentó las tinieblas de la inminente tormenta con una neblina rosácea.
Cattibrie gritó a Drizzt; Bruenor agarró a la joven y la empujó, arrastrándola de bruces al suelo.
El drow trató de hacer lo mismo con Cepa, pero sólo consiguió salir rebotado del choque. Hizo un quiebro —tenía que moverse— y después clavó los talones en el hielo, intentando desesperadamente frenarse, cuando un haz de fuego ardiente salió disparado de la punta de la torre y, descargándose sobre el puente de hielo, lo cortó justo delante del drow.
Una densa nube de vapor envolvió la zona y al aturdido vigilante. Drizzt no consiguió frenarse del todo, así que gritó y se lanzó a la carga, saltando y rodando sobre sí mismo a toda velocidad.
Sólo la buena suerte lo salvó. El chorro de fuego se cortó bruscamente en la torre, y después se disparó otra vez, en esta ocasión por encima de la sacerdotisa enana, e hizo otro corte en el hielo a su espalda. La fuerza del impacto hizo saltar fragmentos de hielo, que engrosaron la nube de vapor. El trozo de témpano desgarrado, diecinueve metros cuadrados de hielo, empezó a flotar a la deriva, girando lentamente sobre sí mismo.
Cepa no tenía adónde ir, así que se quedó completamente inmóvil, la mirada impasible.
En el iceberg principal, los tres amigos se habían puesto de pie y corrían otra vez.
—¡A la izquierda! —gritó Catti-brie al tiempo que una criatura pasaba por encima de la loma que había en el costado del cono principal. La mujer sufrió una arcada al ver aquella cosa espantosa, uno de los habitantes del Abismo a los que llamaban manes. Era el espíritu muerto de un ser vil del plano material. La piel cerúlea, hinchada de líquidos rezumantes, pendía en colgajos del torso de la cosa, y parásitos de muchas patas se cebaban en ella. Sólo medía un metro veinte, la misma estatura que Regis, pero lucía largas y afiladas garras y temibles colmillos.
Cattibrie acabó con la cosa disparando una de sus flechas, pero varios manes más, sin demostrar el más mínimo interés por su seguridad, treparon sobre la loma siguiendo al que acababa de derribar.
—¡A la izquierda! —gritó la joven de nuevo, pero Drizzt y Bruenor no podían permitirse el lujo de hacer caso a su advertencia.
Muchos otros manes habían salido de la cueva, a menos de seis metros de distancia, y dos demonios voladores, insectos gigantes que parecían un horrendo cruce entre un humano y una mosca, sobrevolaban la horda.
Bruenor atacó a los demonios más próximos con un violento tajo de su hacha. Su golpe dio en el blanco, pero el demonio destruido, en lugar de caer al suelo, explotó y emitió una nube tóxica de ácidos que quemó la piel del enano y le hizo arder los pulmones.
—Condenados orcos repugnantes —rezongó el barbirrojo enano, que no se desalentó y acabó con un segundo demonio, y después con un tercero, en una rápida sucesión, llenando el aire de vapores nocivos.
Drizzt atacaba y derribaba manes moviéndose con tal rapidez que las consiguientes explosiones de vapores tóxicos ni siquiera lo rozaron. Había acabado con muchos de ellos, pero entonces tuvo que zambullirse de cabeza al suelo para esquivar la pasada baja de uno de los tanar’ris voladores, a los que llamaban chasmes.
Para cuando el drow volvió a estar de pie, una cuadrilla de manes lo había rodeado y alargaban sus horribles garras hacia él con ansiedad.
Cattibrie estuvo a punto de vomitar al ver a los demonios voladores. Ya había acabado con unas docenas de manes, pero ahora tenía que enfrentarse a los repulsivos hemípteros voladores.
Giró sobre sí misma y disparó al que estaba más cercano, casi a bocajarro, y soltó un suspiro de alivio cuando la flecha lanzó al demonio hacia atrás y al suelo.
El otro demonio, sin embargo, ya no estaba: había desaparecido en un despliegue de magia diabólica.
Se encontraba detrás de Cattibrie, acechándola en silencio.
Regis y Guenhwyvar vieron los rayos de fuego ardiente, y oyeron la posterior refriega. Escogían el camino con el mayor cuidado posible, pero no era un terreno favorable, ni mucho menos.
Otra vez el halfling se limitó a agarrarse y dejar que la pantera lo arrastrara tras de sí en un poderoso salto. Regis chocó y rebotó contra el hielo, pero no protestó. Por mucho que le doliera, sabía que sus amigos lo estaban pasando aún peor que él.
—¡Detrás de ti! —gritó Bruenor mientras se abría paso entre la horda de manes. Una de las repulsivas criaturas se aferró con fuerza a él hincando las garras en su nuca, pero el enano hizo caso omiso.
Lo único que le importaba era Cattibrie, y la joven corría un grave peligro. Bruenor no pudo llegar hasta el demonio que estaba detrás de ella, ya que el otro que Catti-brie había derribado se había puesto en pie y se interponía entre él y su amada hija.
No era un buen lugar donde estar.
Cattibrie giró sobre sus talones en el momento en que el chasme se lanzaba al ataque. La joven aguantó el doloroso golpe en el hombro y, dejándose llevar por el impulso, dio dos vueltas de campana sobre el hielo antes de plantar de nuevo los pies en el suelo.
El hacha de Bruenor se descargó con fuerza contra la espalda del otro chasme y lo derribó por segunda vez. Aun así, la empecinada criatura intentó incorporarse, pero el enano se echó sobre ella al tiempo que enarbolaba el hacha. Descargó el arma repetidas veces, de manera que hundió al chasme en el hielo, salpicando la blanca superficie de secreciones verdes y amarillas.
El otro demonio continuaba enganchado al cuello del furioso enano, arañándolo y mordiéndolo, y empezaba a causar ciertos daños, pero sus arremetidas acabaron bruscamente con el tajo de una cimitarra del drow.
El chasme que quedaba había remontado el vuelo otra vez, y Cattibrie le apuntaba con su arco. Hizo blanco, y el demonio no quiso saber nada más de la lucha. Voló por encima de la joven y se perdió detrás de la loma, dirigiéndose hacia el interior del glaciar.
Cattibrie se volvió para seguir su vuelo, pero tuvo que bajar el arco para apuntar a otro blanco, a uno de una horda de manes que, para entonces, había llegado por la loma.
El chasme que machacaba Bruenor pareció desinflarse; no podía describirse de otro modo la manera en que el cuerpo del demonio se deshinchó, como un odre vaciándose de agua.
Drizzt obligó al enano a levantarse y lo hizo dar media vuelta. Tenían que frenar la amenaza que se echaba sobre Cattibrie, pero habían perdido terreno y la horda de repulsivos manes se había reagrupado.
Eso poco importaba a los dos experimentados amigos. Con una rápida ojeada comprobaron que Cattibrie tenía controlado al grupo del flanco, así que cargaron, codo con codo, abriendo brecha en las filas más próximas de los tanar’ris menores.
Drizzt, con sus mortíferas cimitarras y sus rápidos pies, fue el que más avanzó, descargando con ímpetu tajos sobre brazos extendidos y cabezas de manes; en cuestión de segundos había derribado a seis de ellos. El drow apenas reparó en que su siguiente adversario era distinto, hasta que sus salvajes estocadas fueron paradas, no por una, sino por tres fintas separadas.
La horda de demonios menores se había despejado para poner una distancia respetuosa entre ellos y la monstruosidad de seis brazos que ahora hacía frente a Drizzt Do’Urden.
Cattibrie vio el lance y comprendió que el drow estaba en apuros. Corrió hacia la derecha, en dirección a la costa, intentando situarse en un buen ángulo para disparar, sin prestar atención a Cepa, que permanecía impasible, sin parpadear, sobre el témpano a la deriva, a unos doce metros de distancia del iceberg principal. El hombro herido de la joven sangraba y le daba unos dolorosos pinchazos; el tajo que le había hecho el chasme era profundo, pero no podía pararse para vendarlo.
La joven hincó una rodilla en el suelo. Era un ángulo difícil, sobre todo teniendo en cuenta que el drow se encontraba entre ella y la tanar’ri de seis brazos. Pero Cattibrie sabía que Drizzt querría que lo intentara, que necesitaba que lo intentara. Taulmaril se alzó, y los dedos de Catti-brie sujetaron la cuerda del arco detrás de las plumas de la flecha.
—¿Es que el drow no puede luchar sus propias batallas? —se oyó preguntar a una voz profunda, ronca, detrás de la mujer—. Hemos de hablar sobre eso. —Era el glabrezu, Bizmatec.
Cattibrie giró sobre sí misma al tiempo que echaba el hombro hacia atrás, tensando el brazo al máximo para proteger el arco y, sobre todo, la integridad de la flecha ya dispuesta. Con gran agilidad, disparó antes aun de acabar de darse la vuelta, haciendo un gesto de dolor cuando un borbotón de sangre salió de su hombro. La expresión de su nuevo adversario cambió de una de sorpresa a otra agónica cuando la flecha plateada atravesó la parte interior del enorme muslo del glabrezu.
Cattibrie se encogió, ya que la flecha siguió volando sobre el agua y llegó al témpano que flotaba a la deriva, para ir a clavarse a pocos palmos de la ausente Cepa. La joven comprendió entonces que no debería haber perdido tiempo siguiendo el vuelo de la flecha, pues el glabrezu, cuatro metros de músculos y unas horribles pinzas, bramó de rabia y salvó la distancia que lo separaba de ella con una larga zancada.
Adelantó una de las monstruosas pinzas con la que podía partir en dos a la mujer, y la cerró en torno a la esbelta y vulnerable cintura de Cattibrie.
En un movimiento fluido, la guerrera adelantó la mano entre el arco y la cuerda y desenvainó rápidamente a Khazid’hea. La joven gritó e intentó fútilmente apartarse, dando un débil revés con el arma, esperando meter la espada entre la pinza del demonio como si fuera una cuña y así rechazar el ataque.
Khazid’hea, tan afilada, tocó la parte interior de la pinza y continuó hundiéndose, cortando.
¡Temí que te hubieras olvidado de mí!, le transmitió la espada pensante a la joven.
—Eso nunca —respondió Catti-brie.
Bizmatec volvió a aullar de dolor, y lanzó un tremendo golpe cruzado con su enorme brazo, que alcanzó de lleno a la joven con la parte restante de la pinza y la arrojó al suelo. El glabrezu se aproximó y alzó un pie con intención de aplastar a la mujer.
Khazid’hea, levantándose rápida y velozmente, obligó al demonio a reconsiderar su maniobra, y en el proceso le cercenó uno de los dedos.
Una vez más, el glabrezu bramó de rabia. Bizmatec brincó hacia atrás y Cattibrie se incorporó de un salto, preparándose para el siguiente ataque.
No se realizó como esperaba la mujer. A Bizmatec le encantaba jugar con los mortales, sobre todo con los humanos, atormentarlos y, finalmente, descuartizarlos poco a poco, miembro a miembro. Esta humana en particular era demasiado formidable para emplear tales tácticas, decidió el tanar’ri herido, así que recurrió a sus poderes mágicos.
Cattibrie sintió que el pie que tenía retrasado resbalaba, y cuando intentó recuperar el equilibrio se dio cuenta de que ya no estaba de pie sobre el hielo, sino flotando en el aire.
—¡No, tramposo chupa humo, cara de perro! —protestó la joven en vano.
Bizmatec movió su enorme mano y Cattibrie se desplazó por el aire, a tres metros sobre el suelo, hacia el agua. La mujer lanzó un grito desafiante. Consciente de lo que el demonio tenía pensado hacer, cogió a Khazid’hea en la mano, sosteniéndola más como una lanza que como una espada, y la arrojó hacia un lado, al témpano flotante en el que estaba Cepa. La espada se clavó en el hielo cerca de la enana, y se hundió hasta la empuñadura.
Cattibrie no estaba mirando, ya que se esforzaba con denuedo en recuperar el equilibrio y aprestar su arco. Lo hizo, pero Bizmatec se limitó a reírse de ella y cortó la energía mágica.
La joven cayó al agua helada y se quedó sin respiración al instante; sintió cómo los dedos de los pies empezaban a congelarse rápidamente.
—¡Cepa! —gritó a la enana, y también Khazid’hea llamó a la sacerdotisa, una súplica mental para que la liberara del hielo. Cepa permaneció impasible, obviamente inconsciente de la terrible escena.
Bruenor sabía lo que le había ocurrido a Cattibrie. Había visto cómo se alzaba en el aire, había oído el chapuzón y después sus gritos llamando a Cepa. El instinto paternal del enano lo instaba de dejar el combate y saltar al agua en pos de su hija, pero sabía que hacerlo sería una acción temeraria. No sólo provocaría su muerte (le importaba poco su propia seguridad cuando estaba en juego la de Catti-brie) sino que también condenaría a la joven. Lo único que podía hacer por ella era poner fin a la lucha rápidamente, así que el enano se lanzó contra los manes con abandono, y, sin dejar de gritar, partió a sus adversarios casi por la mitad con su poderosa hacha. Su avance fue sorprendente, y todo a su alrededor se oscureció con los estallidos de gas amarillo.
La suerte le dio la espalda a Bruenor con el destello de un repentino estallido de fuego. El enano cayó de espaldas y gritó, aturdido momentáneamente, con la cara enrojecida por la explosión. Sacudió la cabeza, rabioso, y se recobró del aturdimiento en el mismo momento en que Bizmatec se unía a la refriega y descargaba un garrotazo en la cabeza de Bruenor con lo que le quedaba de la pinza derecha, en tanto que la izquierda se disparaba velozmente para decapitarlo.
Drizzt oyó todo lo que les había ocurrido a los dos, pero no permitió que el sentido de culpabilidad hiciera presa en él. Había aprendido hacía mucho tiempo que no era responsable de todo el sufrimiento del mundo, y que sus amigos seguirían el curso de sus propias elecciones. Lo que el drow sí sintió fue una gran ira, pura y simplemente, y la adrenalina le corrió por las venas haciendo que combatiera con más ímpetu.
Pero ¿cómo podía nadie parar seis ataques simultáneos?
Centella se movió tres veces hacia la izquierda, y después volvió hacia la derecha, frenando una estocada con cada golpe. La otra cimitarra de Drizzt, vibrante de ansia, se adelantó en una arremetida vertical, con la punta hacia el suelo, y paró dos de las espadas de la marilith al tiempo. Centella voló hacia el lado contrario en ángulo para frenar el golpe y después giró hacia abajo para interceptar. Entonces el drow saltó lo más alto que pudo, guiado puramente por instinto, en el momento en que la marilith hacía un medio giro y su cola verde y escamosa lanzaba un latigazo con intención de golpear al drow en las piernas y derribarlo.
Aprovechando la ventaja, Drizzt echó a correr nada más tocar el suelo, directamente hacia adelante, con las cimitarras descargándose en una arremetida ofensiva. Pero, aunque se encontraba dentro de los ángulos de las seis espadas de la tanar’ri, su ataque no resultó efectivo ya que la marilith se disipó en medio de un seco estampido y reapareció justo detrás de él.
Drizzt era un guerrero experto en demonios y supo cómo reaccionar ante esta maniobra. Tan pronto como su adversaria se desvaneció, se zambulló de cabeza al suelo y rodó sobre sí mismo, retorciéndose al tiempo que volvía a levantarse y acababa con un demonio que se había acercado demasiado; pero Drizzt no continuó con el ataque, y sus rápidos pies giraron sobre el hielo en dirección contraria para situarse de Frente a la marilith.
De nuevo resonaron los golpes de parada y contraataque, semejando un único y largo gemido, mientras las ocho armas tejían una vertiginosa danza de muerte.
Parecía casi un milagro, algo virtualmente imposible, pero Drizzt logró su primer golpe certero al alcanzar uno de los numerosos hombros de la marilith con Centella y conseguir inutilizarle ese brazo.
Y entonces las cinco espadas arremetieron ferozmente contra su cara, y el drow tuvo que retroceder con premura.
Regis y Guenhwyvar llegaron por fin al extremo más estrecho del canal entre los dos icebergs, pero al asustado halfling la brecha le seguía pareciendo infranqueable. Para empeorar las cosas, se les había presentado otro problema, ya que la zona que los separaba de la torre de cristal no podrían salvarla de una carrera, pues se estaba llenando rápidamente de repulsivos manes.
Regis habría dado media vuelta, prefiriendo correr el riesgo de buscar a sus amigos y reunirse con ellos, o, si habían caído, poner pies en polvorosa y huir a través de la tundra hasta las minas enanas. La idea de regresar con un ejército de enanos (de volver detrás de un ejército de enanos) pasó por la mente del halfling, pero enseguida comprendió que era una posibilidad impracticable.
Regis estaba agarrado a Guenhwyvar con todas sus fuerzas, y se dio cuenta de que la fiel pantera no tenía la menor intención de frenar siquiera la marcha. El halfling se agarró aún más fuerte y gritó de miedo cuando el gran felino saltó, elevándose sobre las oscuras aguas, y aterrizó en el hielo, al otro lado de la brecha, con lo que dispersó al grupo de manes más próximo. Guenhwyvar podría haber acabado rápidamente con las horrendas criaturas, pero la pantera sabía que su misión era otra, y se lanzó a ella con total abandono. La pantera siguió corriendo, haciendo quiebros a derecha e izquierda, esquivando manes y dejándolos muy atrás, con Regis aferrado a ella desesperadamente y aullando de terror. En cuestión de segundos, la pareja salvó una elevación y llegó a una pequeña vaguada desierta que moría al pie de Cryshal-Tirith. Los manes, al parecer demasiado estúpidos para seguir a la presa que estaba fuera de su vista, no emprendieron la persecución.
—Tengo que estar loco —musitó Regis mientras miraba otra vez a la torre de cristal que había sido su prisión cuando Akar Kessel invadió el valle del Viento Helado. Y Kessel, aunque era hechicero, sólo era un hombre. En esta ocasión, un demonio, un poderoso balor, controlaba la Piedra de Cristal.
Regis no veía ninguna puerta en la torre cuadrangular, como sabía que ocurriría. La entrada invisible a criaturas del plano en que estaba la torre era una defensa más de Cryshal-Tirith, con la salvedad del portador de la Piedra de Cristal. Regis no la veía, pero Guenhwyvar, una criatura del plano astral, seguramente sí podía.
El halfling vaciló, y consiguió frenar a la pantera un momento.
—Hay guardias —explicó Regis. Recordaba a los enormes y formidables trolls que había encontrado en la anterior Cryshal-Tirith, e imaginó la clase de monstruos que Errtu tendría apostados.
No había acabado de hablar cuando los dos escucharon un zumbido y alzaron la vista. Regis casi se desmayó cuando un chasme se cernió sobre ellos y se lanzó en picado.
Sin acusar lo más mínimo el golpe en la cabeza, Bruenor levantó el hacha para interceptar la chasqueante pinza. El enano se lanzó a la carga, o, al menos, lo intentó. Cuando vio que ese ataque no funcionaba, tuvo el sentido común de cambiar de táctica y emprender una rápida retirada estratégica.
—Cuanto más grande la bestia, mayor el blanco —gruñó Bruenor mientras se enderezaba el yelmo de un solo cuerno. Impulsó su hacha lateralmente para derribar a un par de manes, y después cargó de frente contra Bizmatec a la par que gritaba, sin demostrar el más mínimo temor.
El glabrezu de cuatro brazos hizo frente a la carga con un golpe de la media pinza y dos puñetazos. Bruenor consiguió dar una vez en el blanco, pero a cambio recibió el doble impacto de los puños. Aturdido, el enano no pudo hacer otra cosa que mirar, impotente, cómo la pinza entera del demonio salía lanzada de nuevo hacia su garganta.
Un destello plateado pasó silbando junto al enano, y la flecha alcanzó al demonio en el macizo pecho e hizo que Bizmatec retrocediera un paso, bamboleante.
Allí estaba Cattibrie, en el agua todavía, pataleando para elevarse todo lo posible sobre la superficie a fin de sacar a Taulmaril, al que sujetaba horizontalmente. Incluso disparar el arco era sorprendente, pero que hubiera dado en el blanco…
Bruenor no podía entender cómo se las arreglaba, pero el caso es que consiguió alzarse de nuevo sobre el agua, a una altura increíble; por fin se dio cuenta de que se impulsaba con los pies sobre un trozo de hielo sumergido. La joven disparó otra flecha.
Bizmatec aulló y reculó otro paso, trastabillando.
Cattibrie también chilló, pero de alegría, aunque en su grito faltaba entusiasmo. Se alegraba de tomar cierta venganza del demonio, de estar ayudando a su padre, pero no podía pasar por alto que ya no sentía las piernas, que el hombro le seguía sangrando, y que apenas le quedaba tiempo. Todo a su alrededor, la fría y oscura agua aguardaba impacientemente como un animal al acecho, esperando engullir a su condenada víctima.
Su tercer disparó falló el blanco, pero estuvo lo bastante cercano para que Bizmatec tuviera que agacharse rápidamente. El demonio se retorció y se agazapó; entonces abrió los ojos de par en par cuando advirtió que había dejado la frente justo en la línea descendente del hacha de Bruenor.
El impacto del hachazo tiró a Bizmatec de rodillas. El demonio sintió el feroz tirón de Bruenor al sacar el arma. Entonces se produjo un segundo impacto, y una flecha plateada pasó zumbando por un lado, ahuyentando a los manes que intentaban acudir en ayuda del glabrezu. El demonio se preguntó dónde estaría Errtu. Llegó un tercer golpe, y el mundo empezó a dar vueltas y a oscurecerse mientras el espíritu de Bizmatec se precipitaba por el corredor que lo llevaría de regreso al Abismo y a un destierro de cien años.
Bruenor salió de la nube de humo negro, que era todo lo que quedaba del glabrezu, con renovado ímpetu, repartiendo hachazos a las cada vez más menguadas filas de manes, abriéndose paso hacia Drizzt. No veía al drow, pero oía el choque metálico de las armas, la sucesión increíblemente rápida de acero golpeando contra acero.
Se las arregló para echar una ojeada a Cattibrie, y la esperanza alentó en su corazón al comprobar que su hija se acercaba nadando, a saber cómo, hacia el mismo témpano en el que estaba Cepa.
—Vamos, mujer —susurró Bruenor con intensidad—. ¡Vuelve en ti y salva a mi muchacha!
Cepa no se movió mientras Cattibrie seguía pataleando. La joven estaba demasiado ocupada, al igual que su padre, para reparar en otra forma grande que se dirigía hacia la batalla, moviéndose sobre el hielo rápida y grácilmente.
A corta distancia, en el interior de la cueva, Errtu presenciaba todo con verdadero deleite. El demonio no lamentó la pérdida de Bizmatec cuando el glabrezu fue expulsado a la nada; no le importaba la suerte de los chasmes, y menos aún la de los manes. Incluso la marilith, enzarzada en un desesperado combate con Drizzt, lo preocupaba sólo porque temía que pudiera matar al drow. En cuanto a sus generales y sus soldados, eran prescindibles, fácilmente reemplazables. No había escasez de demonios dispuestos, aguardando ansiosos en el Abismo.
Así que Errtu se dijo que podía permitir que los compañeros consiguieran alguna victoria en el exterior del iceberg. De hecho, la mujer estaba fuera de combate, y el enano se encontraba bastante vapuleado. En cuanto a Drizzt Do’Urden, aunque estaba luchando muy bien, seguramente empezaba a cansarse. Para cuando Drizzt llegara a la cueva, sin duda lo haría solo, y ningún mortal, ni siquiera un elfo oscuro, era capaz de hacer frente a un poderoso balor.
El demonio sonrió con maldad y siguió observando el combate. Si la marilith lograba aventajar demasiado al drow y lo ponía en peligro, entonces Errtu tendría que intervenir.
Crenshinibon también presenciaba la batalla con gran interés. La Piedra de Cristal, absorta en la lucha principal, no reparó en los adversarios que habían llegado a la puerta de Cryshal-Tirith. A diferencia de Errtu, la reliquia quería que el combate finalizara de una vez, quería que Drizzt y sus amigos fueran destruidos antes de que se acercaran a la boca de la cueva. A Crenshinibon le habría gustado lanzar otra descarga de fuego —el drow era ahora una diana más estacionaria al estar enzarzado en la lucha— pero el primer ataque había debilitado bastante a la reliquia, ya resentida por el choque con el zafiro antimagia. Crenshinibon sólo podía esperar a rehabilitarse del daño sufrido.
Pero de momento, sin embargo…
Al perverso artefacto se le ocurrió una idea. Entró en contacto telepático con el anillo que Errtu había dejado tirado en el suelo, con la atrapada enana que permanecía retenida en la gema.
En el témpano, Cepa se movió por fin, y Cattibrie, que ignoraba lo que ocurría en el nivel alto de la torre de cristal, sonrió, esperanzada, al ver que la enana se aproximaba hacia ella.
En las interminables guerras del Abismo, los demonios conocidos como mariliths tenían gran reputación como generales, como unos excelentes estrategas, pero Drizzt se dio cuenta enseguida de que los movimientos de la criatura no eran tan coordinados. Las tácticas de la marilith no variaban, simplemente por la dificultad que cualquiera encontraría en coordinar los movimientos de seis armas.
Así, el drow iba mejorando, aunque sentía en los brazos el cosquilleo del adormecimiento por causa del gran número de paradas que había realizado.
Centella se movió dos veces a la izquierda y después una a la derecha, complementando los movimientos hacia arriba y hacia abajo de la otra cimitarra, y Drizzt saltó rápidamente cuando la cola de la marilith, como era de esperar, lanzó un latigazo a sus piernas.
La tanar’ri desapareció otra vez, y el drow pensó girar sobre sí mismo. Comprendió que era lo que la marilith esperaba que hiciera, así que en lugar de eso se adelantó al frente, y cuando la criatura reapareció, exactamente en el mismo sitio en el que estaba antes, logró asestarle un golpe.
—Oh, hijo mío —dijo la marilith inesperadamente, dando un paso atrás.
Aquello hizo detenerse a Drizzt, pero siguió agazapado y preparado, de manera que asestó dos tajos a los manes que se habían aventurado cerca.
—Oh, hijo mío —dijo de nuevo la tanar’ri con una voz que le resultaba muy familiar al atormentado drow—. ¿Es que no puedes verme a través del disfraz? —prosiguió su oponente.
Drizzt dio un respingo, intentando no mirar al profundo y sangrante corte que había asestado a la marilith en el pecho izquierdo, y preguntándose de repente si no habría cometido una estupidez.
—Soy Zaknafein —continuó la criatura—. Todo esto no es más que una artimaña de Errtu, que me obliga a luchar contra ti… como hizo la matrona Malicia con el zincarla.
Sus palabras lo dejaron completamente estupefacto, clavado en el mismo sitio. Las rodillas le flaquearon cuando la criatura empezó a cambiar de forma, pasando de ser una monstruosidad de seis brazos a un apuesto drow, un drow que Drizzt Do’Urden conocía muy bien.
¡Zaknafein!
—Errtu quiere que me destruyas —dijo la criatura. La marilith disimuló perfectamente su mueca burlona. Había escudriñado en la mente de Drizzt para montar esta estratagema, y había seguido su consiguiente curso, dejando que fuera el drow el que lo marcara, paso a paso. Tan pronto como manifestó que esto no era más que un truco del balor, Drizzt había pensado en la matrona Malicia, quienquiera que fuera, y en el zincarla, lo que quiera que fuera. La marilith había estado más que dispuesta a seguir con el juego.
¡Y había funcionado! Las cimitarras de Drizzt flaquearon.
—¡Lucha contra él, padre! —gritó Drizzt—. ¡Encuentra tu libre albedrío, como hiciste con Malicia!
—Es muy fuerte —contestó la marilith—. Él… —La criatura sonrió al tiempo que bajaba las otras dos armas—. ¡Hijo mío! —dijo la tranquilizadora, familiar voz.
Drizzt sintió un vahído.
—Tenemos que ayudar al enano —empezó a decir, queriendo creer que éste era realmente Zaknafein, y que su padre sabría encontrar el modo de escapar de la presa mental de Errtu.
El drow estaba dispuesto a creerlo, pero su cimitarra, forjada para destruir criaturas del fuego, no lo estaba en absoluto. El arma no «veía» las imágenes ilusorias de la marilith, no escuchaba su voz arrulladora.
Drizzt dio un paso hacia un lado, en dirección a Bruenor, cuando reparó en el constante zumbido, el ansia implacable de la cimitarra. Dio otro paso, justo lo suficiente para plantar bien los pies, y después se abalanzó sobre la imagen ilusoria de su padre, ciego de rabia.
Le salieron al paso las cinco espadas restantes cuando la marilith retomó rápidamente su forma natural, y el combate se reanudó.
Drizzt hizo uso de su magia innata y silueteó al demonio con fuegos fatuos de color púrpura, pero la marilith se echó a reír y contrarrestó la energía mágica, apagando el fuego fatuo con un pensamiento.
El drow oyó a su espalda el susurro familiar de unas pisadas, y de inmediato creó un globo de impenetrable oscuridad en torno a él y a la criatura.
—¿Crees que no puedo ver así? —se mofó de él la marilith, riendo divertida—. ¡He vivido en la oscuridad mucho más tiempo que tú, Drizzt Do’Urden!
Sus ataques sucesivos confirmaron sus palabras. Las espadas chocaron contra cimitarra, contra cimitarra, contra cimitarra, contra… hacha.
La criatura se quedó perpleja un fugaz instante, pero fue una vacilación fatal. De repente comprendió que Drizzt ya no le hacía frente solo, sino que contaba con un aliado. Y si Bruenor estaba delante…
La marilith recurrió de nuevo a su magia innata, pensando en la teleportación para ponerse a salvo.
Pero el golpe de Drizzt llegó antes, y su hambrienta cimitarra hendió la columna vertebral de la marilith.
El globo de oscuridad desapareció entonces, y Bruenor, delante de la tanar’ri, lanzó un grito de alegría demencial cuando la punta de la cimitarra de Drizzt salió por el pecho de la marilith.
Drizzt mantuvo la presión, e incluso se las ingenió para dar al arma un par de giros sin sacarla mientras la cimitarra se cebaba y la energía corría a raudales por su hoja y su empuñadura.
La marilith barbotó una sarta de maldiciones. Intentó atacar a Bruenor, pero fue incapaz de levantar los brazos ya que la maldita hoja de acero continuaba absorbiendo su fuerza vital, agotándola. La marilith perdió solidez repentinamente, y su cuerpo se desvaneció en humo y en la nada.
Su voz, perdiéndose en la distancia, prometió a Drizzt Do’Urden un millar de muertes horribles, y que algún día regresaría para tomar venganza.
Drizzt ya había oído lo mismo antes.
Hay más y peores dentro —le dijo el drow a Bruenor cuando la tanar’ri desapareció.
El enano echó una rápida ojeada sobre el hombro y se alegró al ver que Cepa se acercaba a su hija. Él ya no podía hacer nada por la joven.
—¡Entonces, vamos! —bramó.
Sólo quedaban unos cuantos manes, aunque venían más por la loma desde la parte posterior del iceberg, y los dos amigos se lanzaron a la carga, codo con codo. Acabaron con la débil resistencia que encontraron, y entraron en la cueva a saco, donde el último grupo de manes esperaba y fue completamente destruido.
La única luz que los compañeros tenían procedía de las cimitarras de Drizzt. Centella emitía su habitual fulgor azulado, en tanto que la otra hoja de acero relucía con fuerza en una tonalidad azul diferente. Ésta cimitarra brillaba sólo cuando hacía un frío extremado, y aún resplandecía más tras el reciente festín.
La cueva parecía más grande vista desde dentro. El suelo descendía a partir de la entrada en un ángulo pronunciado, lo que aumentaba su tamaño, aunque todo el lugar estaba repleto de estalagmitas y estalactitas de hielo que en su mayoría llegaban del techo hasta el suelo, desde una altura de nueve metros por encima de las cabezas de los dos amigos.
Cuando la lucha hubo terminado, Drizzt señaló al otro extremo de la cueva, a una pronunciada cuesta, un camino que ascendía por la pared del fondo y que terminaba en un rellano que parecía dar la vuelta en torno a una gruesa pared de hielo.
Echaron a andar por el irregular suelo, pero se detuvieron cuando oyeron una risotada demente. Errtu apareció, y el frío se convirtió en calor cuando el poderoso balor dio rienda suelta a su fuego devastador.
Fue un simple caso de confusión. El chasme conocía el mundo material ya que había estado antes en él, y sabía lo que podía esperar de las criaturas que vivían aquí.
Pero Guenhwyvar no pertenecía al mundo material, y estaba por encima de lo que podía hacer un felino normal.
El chasme se abalanzó sobre la pareja creyendo que volaba a una altura segura. Grande fue su sorpresa cuando el poderoso felino dio un salto que lo llevó a seis metros sobre el suelo e hincó las grandes garras en su torso.
Los dos cayeron hechos un revoltijo, Guenhwyvar lanzando zarpazos salvajemente con las patas traseras en tanto que sujetaba al demonio con las delanteras y lo mordía con la tremenda fuerza que tenían sus mandíbulas.
Regis contempló a los dos adversarios enzarzados, y no tardó en llegar a la conclusión de que él poco podía hacer para ayudar a la pantera. Después empezó a llamar a Guenhwyvar repetidamente pues, al mirar a su alrededor, vio que algunos de los manes habían dado media vuelta y venían por la loma.
—¡Aprisa, Guenhwyvar! —gritó el halfling, y eso es lo que hizo la pantera, redoblando sus devastadores zarpazos.
Guenhwyvar se quedó sola en el suelo, apartándose de la negra humareda que se disipaba rápidamente. La pantera se acercó a Regis y se dirigió a la puerta, pero el halfling, al que acababa de ocurrírsele una idea, tiró con fuerza para frenarla.
—¡Hay una ventana en el piso alto! —explicó, pues no tenía ninguna gana de luchar para abrirse paso entre los guardianes de la torre, entre los que sin duda estaría el propio Errtu. Sabía que era una opción desesperada, ya que la ventana del piso superior de Cryshal-Tirith lo mismo podía ser un acceso a otro plano como una entrada o salida normal de la torre.
Guenhwyvar examinó rápidamente la zona indicada por el halfling, y después cambió de dirección. Regis se subió a lomos de la pantera, temeroso de frenar al felino si no mantenía su ritmo.
Guenhwyvar trepó por el costado del montículo cónico, hincando las garras y clavando las patas posteriores con todas sus fuerzas, hasta llegar a una zona relativamente llana; allí tomó impulso y saltó hacia la torre, a la pequeña ventana.
La pareja chocó contra el costado de Crenshinibon con fuerza; Regis logró gatear por encima de la pantera para colarse a través del estrecho acceso. Se dio un buen batacazo al caer al suelo y rodó sobre sí mismo hasta quedar de espaldas a la pared. Empezó a llamar a la pantera para que entrara.
Pero entonces escuchó el rugido de Guenhwyvar y la oyó saltar al suelo desde la pared de la torre, apresurándose a acudir en ayuda de su amo.
Regis se quedó solo en el pequeño cuarto para hacer frente a la Piedra de Cristal.
—¡Genial! —rezongó el aterrado halfling con acritud.