23

Cryshal-Tirith

Como un susurro en el viento, como una mancha de negrura contra el oscuro cielo nocturno, el demonio voló hacia el norte, dejó atrás los tres lagos y la cumbre de Kelvin, y cruzó sobre la tundra y sobre el campamento del pueblo de los bárbaros. Errtu tenía planeado llegar hasta los límites más remotos de la estepa y allí establecer su plaza fuerte; pero, cuando llegó allí, al borde del mar de Hielo Movedizo, el demonio descubrió un área mejor y más aislada. Errtu, una criatura del ardiente Abismo, no era amigo del hielo y la nieve, pero la textura de los grandes icebergs meciéndose en el agua —una cordillera levantada entre fosos gélidos y defendibles— le descubrió un potencial que fue incapaz de resistir.

Hacia allí se desplazó el tanar’ri, por encima de la primera y más ancha extensión de mar abierto, y se posó en el costado del enorme cono visible de primer iceberg. Escudriñó en la oscuridad, primero utilizando su visión normal, y después pasando a la visión infrarroja. Como era de esperar, sólo captó una fría oscuridad, tanto con el espectro de luz normal como con el infrarrojo; una oscuridad fría y muerta.

El demonio iba a reanudar el vuelo, pero percibió la voluntad de Crenshinibon instándolo a que observara con más detenimiento.

Errtu no esperaba encontrar nada, no entendía el objeto de ese escrutinio, pero lo hizo. Se sorprendió mucho cuando vio un parche de aire más caliente elevándose de una depresión en el costado de un iceberg, a unos cien metros de distancia. Estaba demasiado lejos para que el demonio distinguiera formas precisas, así que se dio un corto impulso con sus correosas alas y salvó la mitad del trecho.

El balor siguió aproximándose hasta que le fue posible percibir que el calor procedía de un grupo de formas de sangre caliente arracimadas en un prieto círculo. Un viajero más experimentado del valle del Viento Helado habría deducido que eran focas o algún otro animal marino, pero Errtu no estaba familiarizado con las criaturas del norte, así que se acercó con precaución.

Eran humanoides, del tamaño de un hombre, con largos brazos y grandes cabezas. Errtu creyó que iban vestidos con pieles hasta que se aproximó lo bastante para distinguir que no llevaban ningún tipo de ropa, sino que era su propia capa de sedoso y espeso pelo, cubierto con una fina película oleosa.

El inicio de tu ejército, oyó el balor en su mente, cuando la ansiosa Crenshinibon reanudó su búsqueda de más y más poder.

Errtu le dio vueltas a la idea un rato. El demonio no planeaba organizar un ejército en esta zona desolada y salvaje. Se quedaría en el valle del Viento Helado sólo durante un corto tiempo, lo suficiente para descubrir si Drizzt Do’Urden se encontraba por los alrededores y, en tal caso, lo suficiente para destruir al vigilante drow. Cuando ese asunto estuviera terminado, Errtu planeaba abandonar el yermo valle y dirigirse a regiones de clima más benigno y que estuvieran más pobladas.

Crenshinibon no cejó en sus sugerencias, y, al cabo de un rato, el tanar’ri acabó por ver un valor potencial en esclavizar a algunas criaturas de la zona. Quizá sería prudente fortificar su posición con unos cuantos soldados prescindibles.

El balor soltó una risita perversa y musitó unas pocas palabras, el hechizo que le permitiría conversar con las criaturas en su propio lenguaje gutural, si es que aquella sarta de resoplidos y gruñidos podía llamarse lenguaje. Errtu recurrió a sus habilidades mágicas de nuevo y se esfumó, para reaparecer en la ladera del iceberg, justo detrás y por encima del improvisado campamento de las peludas criaturas. Ahora el balor podía ver con más claridad a las bestias, unas cuarenta, calculó. La espesa capa de pelo era blanca, y sus cabezas, grandes, aunque virtualmente no tenían frente. Eran de constitución robusta, y se empujaban unas a otras con violencia, todas ellas intentando situarse en el centro del tumulto, donde Errtu imaginó que se estaba más caliente.

¡Te pertenecen!, manifestó Crenshinibon.

Errtu estaba de acuerdo. Sentía el poder de la Piedra de Cristal, una fuerza realmente dominante. El balor irguió sus casi cuatro metros de estatura en lo alto del saliente y gritó a los peludos humanoides en su propio lenguaje, declarándose su dios.

Se organizó un pandemónium en el campamento cuando todas las criaturas echaron a correr por doquier, chocando entre sí, cayendo unas sobre otras. Errtu descendió y se posó en el centro de la horda, y, cuando las criaturas se apartaron del imponente demonio, rodeándolo con precaución, el balor creó un anillo de fuego bajo, su perímetro personal.

Errtu levantó su espada de rayos, ordenando a las criaturas que se arrodillaran ante él.

En lugar de hacerlo, las peludas bestias empujaron a un miembro de su grupo, el más grande, para que se adelantara.

Errtu comprendió que era un desafío. La corpulenta y peluda criatura emitió un único grito desafiante, pero se le quedó atascado en la garganta cuando la otra arma del tanar’ri, el látigo de muchas traíllas, se descargó y se enroscó en torno a los tobillos de la bestia. Un tirón no demasiado fuerte por parte del poderoso demonio hizo caer de espaldas a la criatura, y Errtu tiró hacia sí con indiferencia, de manera que la dejó tendida, aullando de agonía, en su anillo de fuego.

Errtu no mató a la criatura, sino que dio otro tirón del látigo al cabo de un momento y el ser salió volando de las llamas y rodó sobre el hielo, gimiendo.

—¡Errtu! —proclamó el tanar’ri, cuya atronadora voz hizo recular a las acobardadas criaturas.

A pesar de todo, no se arrodillaron, así que el balor siguió otra táctica. Se daba cuenta de los modos básicos e instintivos de estas bestias tribales. Las observó escrutadoramente y vio las burdas armas que manejaban; el balor llegó a la conclusión de que probablemente estaban aún menos civilizadas que los goblins con los que estaba más acostumbrado a tratar.

Atemorízalos y prémialos, instruyó la Piedra de Cristal, una estrategia que Errtu ya había iniciado. La parte de la intimidación ya la había llevado a cabo. Con un rugido, el demonio se elevó en el aire, por encima de la cima del iceberg, y se perdió en la negrura de la noche. Errtu escuchó los continuos gruñidos y susurros mientras partía, y volvió a sonreír, considerándose muy listo, imaginando los rostros de los estúpidos brutos cuando les diera la recompensa.

Errtu no tuvo que volar muy lejos para figurarse en qué podía consistir dicha recompensa. Vio la aleta de una criatura de gran tamaño, que sobresalía en la negra superficie del agua.

Era una orca, aunque para Errtu era simplemente un pez grande, alimento que podía proporcionar. El demonio se lanzó en picado sobre la espalda del animal. En una mano sostenía su espada de rayos, y en la otra, la Piedra de Cristal. La espada se descargó con fuerza, un golpe poderoso, pero aún fue más devastador el ataque de Crenshinibon. Por primera vez tras muchos años se desataba su poder, un haz de fuego abrasador que atravesó la carne del cetáceo con la facilidad con que el destello de un faro atraviesa la noche.

Unos minutos después, Errtu regresaba al campamento de los peludos humanoides arrastrando tras de sí la orca muerta. Arrojó el animal en medio de los pasmados seres, y de nuevo se proclamó su dios.

Los brutos se lanzaron sobre el cetáceo muerto y lo despedazaron con burdas hachas, lo desgarraron a mordiscos y sorbieron la sangre vorazmente en un horrendo espectáculo.

Justo como le gustaba a Errtu.

En el transcurso de unas pocas horas, el balor y sus nuevos esbirros localizaron una masa de hielo apropiada para servirles de fortaleza. Entonces Errtu utilizó los poderes de Crenshinibon una vez más, y las criaturas, que ya empezaban a venerar al demonio, formaron un círculo mientras clamaban el nombre del balor y, postrándose de rodillas, se arrastraron ante él.

Su sobrecogimiento se debía al hecho de que Crenshinibon, poniendo en práctica su mayor poder, empezaba a crear una réplica exacta de sí misma de proporciones enormes, una torre de cristal: Cryshal-Tirith. A invitación de Errtu, las criaturas buscaron por toda la base de la torre, pero no vieron entrada alguna, ya que únicamente los seres de otros planos podían encontrar la puerta de Cryshal-Tirith.

Eso fue lo que Errtu hizo, y entró. El demonio se puso en contacto de inmediato con el Abismo y abrió un acceso por el que Bizmatec pudo pasar llevando consigo al indefenso y atormentado prisionero del balor.

—Bienvenido a mi nuevo reino —le dijo Errtu a la atormentada alma—. Seguro que te gustará este sitio. —Sin añadir nada más, el balor descargó su látigo repetidamente hasta dejar inconsciente al prisionero.

Bizmatec aulló de júbilo, consciente de que la diversión sólo acababa de empezar.

Se instalaron en su nueva fortaleza durante los días siguientes; Errtu llamó a otros demonios menores, una horda de miserables manes, e incluso mantuvo una conversación con otra poderosa tanar’ri, una marilith de seis brazos, engatusándola para que se uniera a su proyecto.

Pero la atención de Errtu no se desvió mucho de su propósito principal; no permitió que la borrachera de un poder tan absoluto lo apartara de la que era su menor conquista. En una pared del segundo nivel de la torre había un espejo, un artefacto para ver imágenes invocadas, y Errtu lo utilizaba a menudo, registrando el valle con su visión mágica. Grande fue el placer del balor cuando descubrió que Drizzt Do’Urden se encontraba, efectivamente, en el valle del Viento Helado.

El prisionero, siempre al lado de Errtu, vio la imagen del elfo oscuro, y también de la mujer humana, de un enano barbirrojo y de un rechoncho halfling, y su expresión cambió. Sus ojos brillaron por primera vez después de muchos años.

—Me serás muy valioso, ya lo creo —comentó el balor, borrando toda esperanza, recordando al prisionero que sólo era una herramienta para el demonio, un objeto de trueque—. Contigo en mi poder, traeré al drow hasta mí, y destruiré a Drizzt Do’Urden ante tus propios ojos antes de acabar también contigo. Ése es tu aciago destino.

El demonio aulló, rebosante de gozo, y azotó una y otra vez a su prisionero hasta que éste rodó por el suelo.

—Y tú también me harás un gran servicio —dijo el balor a la enorme gema púrpura de su anillo, la prisión del espíritu de la pobre Cepa Garra Escarbadora—. Al menos, tu cuerpo.

La recluida enana oyó las lejanas palabras, pero el espíritu de la sacerdotisa estaba atrapado en un inmenso vórtice, un lugar vacío en el que ni siquiera su dios podía oír sus plegarias.

Drizzt, Bruenor y los demás vieron con impotente sorpresa a Cepa cuando regresó a las minas esa noche, la expresión en blanco, carente de toda emoción. Se dirigió a la sala de audiencias en el nivel superior, y se quedó de pie, sin hacer ni decir nada.

—Su espíritu está ausente —fue la suposición de Catti-brie, y los demás, al examinar a la enana e intentar en vano sacarla de su estupor, incluso recurriendo a un fuerte bofetón, tuvieron que darle la razón.

Drizzt pasó largo rato delante de Cepa, haciéndole preguntas, intentando despertarla de su estado de autómata. Bruenor hizo que la mayoría de la concurrencia se marchara de la sala, y sólo permitió que sus más íntimos amigos —entre los que, irónicamente, no había ningún enano— se quedaran.

Siguiendo una corazonada, el drow le pidió a Regis que le dejara su valioso colgante del rubí, y el halfling accedió de buen grado; se quitó la joya del cuello y la lanzó al elfo oscuro. Drizzt admiró el enorme rubí durante un instante, contemplando el incesante remolino de lucecitas que atraía a cualquier incauto observador a sus hipnóticas profundidades. Después puso la joya justo delante del rostro de la enana y empezó a hablarle suavemente.

Si Cepa lo oyó o vio siquiera el rubí, no dio muestras de ello.

Drizzt miró a sus amigos, como si fuera a decir algo, a admitir su derrota, pero entonces su semblante se iluminó con un gesto de comprensión, una fugaz chispa, antes de recobrar su anterior expresión grave.

—¿Ha estado Cepa saliendo sola? —le preguntó a Bruenor.

—Anda, claro. Intenta hacerla quedarse quieta en un sitio y verás —repuso el enano—. Siempre está dando vueltas por ahí. Fíjate en su mochila. Me parece que ha estado fuera otra vez, emprendiendo otra de sus inevitables escaladas.

Una rápida inspección de la enorme mochila de Cepa confirmó las palabras del barbirrojo enano. El morral estaba lleno a rebosar de comida, cuerdas, mosquetones y otros implementos necesarios para hacer montañismo.

—¿Ha escalado la cumbre de Kelvin? —preguntó Drizzt de improviso, encajando todas las piezas en su sitio.

Cattibrie soltó un quedo gemido al comprender hacia dónde conducían las conclusiones del drow.

—No le quitó ojo desde que entramos en Diez Ciudades —manifestó Bruenor—. Creo que lo hizo; al menos, eso fue lo que dijo no hace mucho.

Drizzt miró a Cattibrie, y la joven corroboró sus sospechas con un cabeceo.

—¿Qué estáis pensando? —quiso saber Regis.

—La Piedra de Cristal —contestó Catti-brie.

Entonces registraron a Cepa con más detenimiento, y después fueron a su cuarto y pusieron la habitación patas arriba. Bruenor hizo llamar a otro de los clérigos, uno que podía detectar halos mágicos, pero el conjuro de búsqueda también resultó infructuoso.

Poco después dejaron a Cepa con el clérigo, que probaba una serie de hechizos para despertarla o, al menos, auxiliar a la zombi enana. Bruenor amplió el registro en busca de la Piedra de Cristal extendiéndolo a todos los residentes de las minas, doscientos enanos industriosos.

Después, lo único que pudieron hacer fue esperar y confiar.

Esa misma noche, a altas horas, el clérigo despertó a Bruenor. El enano estaba frenético, y le contó que Cepa lo había dejado solo y estaba intentando salir de las minas.

—¿Se lo has impedido? —preguntó al punto Bruenor mientras sacudía la cabeza para despejarse.

—Hay cinco hombres cerrándole el paso —respondió el clérigo—. Pero ella sigue en sus trece, intentando pasar entre ellos.

Bruenor despertó a sus tres amigos y, todos juntos, se dirigieron apresuradamente hacia la salida de las minas, donde Cepa continuaba caminando y chocando contra la barrena humana, intentándolo una y otra vez.

—No se cansa, y no podemos matarla —se lamentó uno de los enanos que le cerraban el paso cuando vio aparecer a su rey.

—¡Entonces, sujetadla y ya está! —bramó Bruenor.

Drizzt no estaba seguro de que fuera lo mejor que se podía hacer. Empezaba a percibir algo en todo esto, y supuso que no se trataba de una simple coincidencia. De algún modo, el drow tuvo la certeza de que, fuera lo que fuera lo que le había ocurrido a Cepa, estaba relacionado con su propio regreso al valle del Viento Helado.

Buscó la mirada de Cattibrie y en ella descubrió que compartía su parecer.

—Preparémonos para emprender la marcha —susurró el drow a Bruenor—. Tal vez Cepa quiera enseñarnos algo.

Antes de que el sol empezara a asomar detrás de las montañas por el este, Cepa salió del valle de los enanos y se encaminó hacia el norte a través de la tundra, seguida por Drizzt, Cattibrie, Bruenor y Regis.

Exactamente como Errtu, que los observaba en el cristal mágico de Cryshal-Tirith, había planeado.

El demonio agitó su garruda mano, y la imagen del espejo se oscureció y se puso borrosa hasta desaparecer por completo. Entonces Errtu subió al nivel superior de la torre, el pequeño cuarto en el que la Piedra de Cristal flotaba, suspendida en el aire.

El balor notó la curiosidad de la reliquia, ya que entre el demonio y Crenshinibon se había establecido un fuerte vínculo telepático y de empatía. Errtu sabía que el cristal percibía su júbilo y quería saber el motivo.

El balor se rió de la reliquia y la inundó con una andanada de imágenes incongruentes, frustrando su intrusión mental.

De repente, Errtu recibió el brutal impacto de otro sondeo, una línea enfocada de la voluntad de Crenshinibon que estuvo a punto de arrancarle la historia de Cepa. El poderoso balor tuvo que emplear toda su energía mental para resistir la intrusión, y, aun así, se dio cuenta de que le resultaba imposible abandonar el cuarto, y que no podría seguir resistiendo mucho más tiempo.

—Cómo te atreves… —jadeó el demonio, pero el asalto de la Piedra de Cristal no cesó.

Errtu siguió alzando una barrera de pensamientos sin sentido, consciente de que estaba perdido si Crenshinibon leía su mente en este momento. Movió la mano con cautela hacia su cadera y cogió una bolsa pequeña que llevaba colgada de la garra inferior de su correosa ala.

Con un movimiento centelleante, Errtu rompió la bolsa y sacó el cofre y lo abrió; el zafiro negro cayó rodando en la palma de su mano.

El ataque de Crenshinibon se incrementó; las fuertes piernas del demonio empezaron a flaquear. Pero Errtu se había acercado lo bastante.

—¡Yo soy el amo! —proclamó mientras levantaba la gema antimagia y la acercaba a Crenshinibon.

La explosión que se produjo a continuación lanzó a Errtu contra la pared y sacudió la torre y el propio iceberg.

Cuando se aclaró la nube de polvo, la piedra antimagia había desaparecido, se había esfumado, simplemente, sin que quedara de ella más que unas motitas de inútil polvo para demostrar que había existido alguna vez.

¡No vuelvas a hacer otra estupidez así nunca!, le llegó la orden telepática de Crenshinibon, que a continuación desgranó una sarta de promesas de torturas sin cuento.

Errtu se levantó del suelo, tembloroso y encantado por igual. El poder de la Piedra de Cristal tenía que ser inmenso para haber destruido de manera tan absoluta el zafiro antimagia. Y, sin embargo, saltaba a la vista que la consiguiente orden que le había dado Crenshinibon carecía de fuerza. Errtu sabía que había dañado a la Piedra de Cristal, de manera temporal seguramente, pero aun así era algo que jamás había tenido intención de hacer. No podía evitarse, decidió el demonio. ¡Él tenía que estar al mando, no al servicio de un objeto mágico!

¡Dímelo!, insistió la reliquia tenazmente; pero, al igual que su anterior advertencia colérica por el jueguecito del demonio con la gema antimagia, el mensaje telepático apenas llevaba fuerza.

Errtu se rió en su cara.

—Yo soy el amo aquí, no tú —manifestó el gran balor al tiempo que se erguía al máximo. Sus cuernos rozaron el techo de la torre cristalina. Errtu arrojó el cofre de protección vacío contra la reliquia, pero falló el tiro—. ¡Te contaré lo que me plazca y cuando me plazca!

La Piedra de Cristal, con la mayor parte de su energía desgastada en el brutal encuentro con el diabólico zafiro, no pudo obligar al demonio a hacer lo que deseaba.

Errtu salió del cuarto riéndose, consciente de que volvía a tener el control de la situación. Tendría que andarse con más cuidado con Crenshinibon, tendría que ganarse el absoluto respeto de la reliquia en los próximos días. La Piedra de Cristal recuperaría su fuerza habitual, y Errtu ya no disponía de más gemas antimagia para arrojárselas al artefacto.

Él estaría al mando o no trabajarían juntos. El orgulloso balor no aceptaría otra cosa.