18

Cabalgando a lomos del viento

Drizzt y Cattibrie acompañaron a Deudermont, a Waillan y a Dunkin hasta Carradoon para despedirse de los marineros junto a los que habían trabajado durante los últimos cinco años, todos ellos amigos. El drow estaba impaciente y no quería retrasar el regreso al valle del Viento Helado más tiempo del que fuera necesario, pero este corto viaje era importante, y en él hubo cariñosas despedidas y la promesa de que volverían a encontrarse.

Los dos amigos —Drizzt llamó a Guenhwyvar después— cenaron con Deudermont y Robillard esa noche. El hechicero, que se mostraba más animado y amistoso de lo que tenía por costumbre, prometió utilizar su magia para transportarlos de vuelta a Espíritu Elevado y ponerlos en camino.

—¿Qué sucede? —preguntó el mago cuando los otros tres comensales intercambiaron una mirada cómplice a la par que sonreían, ya que todos pensaban lo mismo.

Robillard había cambiado durante las últimas semanas, sobre todo desde la loca batalla en la playa de Caerwich. Lo cierto era que Harkle había influido en él.

—¿Qué sucede? —inquirió de nuevo el hechicero con un tono más enérgico.

Deudermont se echó a reír y levantó la copa para hacer un brindis.

—Por Harkle Harpell —dijo el capitán—, ¡y todas las cosas buenas que hizo!

Robillard resopló con desdén, dispuesto a recordarles que el Duende del mar estaba atrapado en un lago, a cientos de kilómetros de la Costa de la Espada. Pero, al reparar en las expresiones divertidas de sus compañeros de mesa, el desconfiado mago comprendió el verdadero sentido del brindis de Deudermont, y que sus palabras hacían alusión a él.

Su primer impulso fue protestar a gritos, quizás incluso revocar su oferta de trasladar a Drizzt y a Cattibrie de vuelta a la catedral. Pero, finalmente, el hechicero tuvo que admitir para sus adentros que tenían razón, así que levantó su copa. Aunque no lo dijo en voz alta, Robillard estaba planteándose la posibilidad de viajar a la famosa Mansión de Hiedra, en Longsaddle, para hacer una visita a su excéntrico amigo.

No fue fácil para Drizzt, Cattibrie y Deudermont decirse adiós. Intercambiaron abrazos y la promesa de volver a verse, pero todos sabían la espinosa misión que aguardaba a los dos amigos. Existía la posibilidad, nada remota, de que ninguno de ellos saliera vivo del valle del Viento Helado.

Esto lo sabían todos, pero ninguno de ellos mencionó tal posibilidad, y actuaron como si su separación sólo fuera un breve intervalo en su amistad.

Veinte minutos después, Drizzt y Cattibrie estaban de vuelta en Espíritu Elevado. Robillard se despidió de ellos, y acto seguido desapareció en medio de un estallido de energía mágica.

Iván, Pikel y Danica los recibieron.

—Cadderly se está preparando —comentó el fornido enano barbirrubio—. ¡A un viejo le cuesta más tiempo, ya sabéis!

—Ji, ji, ji —intervino Pikel.

Danica simuló una protesta, pero en realidad —y Catti-brie lo advirtió— se alegraba de que los enanos siguieran bromeando con la avanzada edad de Cadderly. Lo hacían porque creían que el clérigo estaba recobrando fuerza, recuperando la juventud, y sus chanzas estaban llenas de esperanza, no de malicia.

—Acompáñame —pidió Danica a Catti-brie—. Apenas hemos tenido tiempo para estar juntas. —La mujer lanzó una mirada desabrida a Iván y a Pikel, que se disponían a ir tras ellas—. Solas —finalizó con énfasis.

—Oooooh —gimió Pikel.

—¿Hace siempre eso? —le preguntó Drizzt a Iván, que suspiró y asintió con la cabeza.

—¿Tienes tiempo suficiente para contarme más sobre Mithril Hall? —preguntó Iván—. Y de Menzoberranzan he oído relatar algunas cosas, pero no las creo.

—Te contaré todo cuanto pueda —respondió Drizzt—. Y, desde luego, no te va a resultar fácil dar crédito a muchos de los esplendores que te describiré.

—¿Y de Bruenor, qué? —añadió, Iván.

—¡Bunor! —intervino Pikel, excitado.

Iván dio un cachetazo a su hermano en la cabeza.

—Nos encantaría ir contigo, elfo —explicó el enano barbirrubio—, pero tenemos cosas que hacer aquí en estos momentos. Cuidar de los mellizos y todo lo demás. Y mi hermano, de sus jardines. —Tan pronto como mencionó a Pikel, Iván se giró rápidamente para mirar al otro enano, como si esperara que hiciera algún otro comentario tonto.

La verdad era que Pikel parecía querer decir algo, pero se puso a silbar. Cuando Iván se volvió de nuevo hacia Drizzt, el drow tuvo que morderse los labios para no soltar la carcajada, porque, nada más darle la espalda su hermano, Pikel se puso los pulgares en las orejas, movió los otros dedos, y sacó la lengua tanto como le fue posible.

Iván se giró velozmente, pero Pikel había dejado de hacerle burla y volvía a silbar. Esta pantomima se repitió tres veces antes de que Iván se diera por vencido.

Drizzt conocía a los dos enanos hacía sólo dos días, pero le parecían la mar de divertidos, e imaginaba los buenos ratos que los Lomo de Peña harían pasar a Bruenor si alguna vez se conocían.

Para Danica y Cattibrie la última hora que pasaron juntas fue mucho más seria y sosegada. Fueron a los aposentos del matrimonio, un conjunto de cinco habitaciones, cerca de la parte trasera del gran edificio. Encontraron a Cadderly en el dormitorio, rezando y preparándose, así que se marcharon sin hacer ruido.

Su charla versó sobre generalidades al principio. Cattibrie habló sobre su pasado, de cómo había quedado huérfana siendo muy pequeña y había sido acogida bajo el amparo de Bruenor para criarse entre los enanos del clan Battlehammer. Danica se refirió a su aprendizaje de las enseñanzas del gran maestro Penpahg D’Ahn. Era una freila, una guerrera disciplinada, no muy distinta de Catti-brie.

Cattibrie no estaba acostumbrada a tratar con mujeres de su edad y con un modo de pensar similar, pero le gustaba; le gustaba Danica muchísimo, y no le costaba imaginar una gran amistad entre ellas si el tiempo y las circunstancias lo permitieran. En realidad, la situación de Danica también era difícil, su vida tampoco había sido muy fácil, y el trato con otras mujeres de su edad, igual de escaso.

Hablaron del pasado y, finalmente, del presente y de sus esperanzas para el futuro.

—¿Lo amas? —se atrevió a preguntar Danica, refiriéndose al elfo oscuro.

Cattibrie se sonrojó hasta las orejas; no podía darle una respuesta. Claro que quería a Drizzt, pero no sabía si lo amaba en el sentido al que se refería Danica. El drow y ella habían acordado relegar esa clase de sentimientos, pero ahora, después de varios años de la muerte de Wulfgar y estando Catti-brie acercándose a los treinta, el tema volvía a plantearse.

—Es un hombre muy apuesto —comentó Danica al tiempo que soltaba una risita divertida, como si fuera una chiquilla.

Así era exactamente como se sentía Cattibrie, reclinada en el diván de la salita de estar de Danica: una chiquilla. Era como volver a la adolescencia, charlando despreocupadamente del amor y de la vida, permitiéndose creer que su mayor problema era decidir si Drizzt le parecía apuesto o no.

Ni que decir tiene que el peso de la realidad no tardó en imponerse a las dos mujeres, cortando de raíz las risitas. Cattibrie había amado a un hombre y lo había perdido; y Danica, madre de dos niños, tenía que enfrentarse a la posibilidad de que su esposo, prematuramente envejecido por la creación de Espíritu Elevado, no tardara en morir.

La conversación fue perdiendo animación poco a poco, y acabó por interrumpirse. Después Danica se quedó sentada, en silencio, mirando fijamente a Cattibrie.

—¿Qué pasa? —quiso saber la joven norteña.

—Estoy embarazada —confesó Danica, y Catti-brie supo de inmediato que era la primera persona a la que se lo había dicho, antes incluso que a Cadderly.

Cattibrie esperó unos instantes; esperó hasta ver que la sonrisa de Danica se ensanchaba poco a poco para estar segura de que el embarazo era una buena noticia para la freila, y entonces también ella sonrió con ganas y estrechó a Danica en un fuerte abrazo.

—No se lo cuentes a Cadderly —pidió Danica— Ya he planeado cómo voy a decírselo.

Cattibrie se recostó en el respaldo de la silla.

—Y, sin embargo, me lo has contado a mí antes —dijo con un tono solemne que evidenciaba la gravedad de tal circunstancia.

—Te marchas —respondió Danica con actitud práctica.

—Pero apenas me conoces —le recordó Catti-brie.

Danica sacudió la cabeza, y su cabello rubio rojizo se agitó; sus exóticos ojos almendrados se prendieron en los azul profundo de la otra mujer.

—Sí que te conozco —repuso suavemente.

Eso era cierto, y Cattibrie se dio cuenta de que también conocía a Danica. Eran muy parecidas, y las dos comprendieron que se iban a echar mucho de menos.

Oyeron a Cadderly moverse en la habitación contigua; había llegado el momento de partir.

—Volveré algún día —prometió Catti-brie.

—Y yo visitaré el valle del Viento Helado —respondió Danica.

Cadderly entró en la salita y les dijo que era hora de que Cattibrie y Drizzt se marcharan. Sonreía cálidamente, y fue lo bastante delicado para no hacer ninguna alusión a las lágrimas que humedecían los ojos de las dos mujeres.

Cadderly, Drizzt y Cattibrie estaban en lo alto de la torre más grande de Espíritu Elevado, a casi noventa metros del suelo, con el viento soplando contra sus espaldas.

El clérigo entonó quedamente un cántico durante un rato, y, de manera gradual, los dos amigos empezaron a sentirse más ligeros, menos sólidos de algún modo. Cadderly los cogió de la mano y continuó con su salmodia, y los tres desaparecieron. Como fantasmas insustanciales se elevaron en el viento desde lo alto de la torre.

El mundo pasó bajo ellos velozmente, como un manchón envuelto en bruma, como una visión onírica. Ni Drizzt ni Cattibrie supieron cuánto tiempo estuvieron volando, pero el día empezaba a romper por el horizonte oriental cuando perdieron velocidad hasta detenerse y volverse más sólidos de nuevo.

Estaban en la ciudad de Luskan, en el límite septentrional de la Costa de la Espada, justo al sur de la estribación occidental de la cordillera de la Columna del Mundo, y a unos trescientos kilómetros, a caballo o a pie, de Diez Ciudades.

Cadderly no conocía la ciudad, pero los cálculos del clérigo fueron perfectos y los tres aparecieron justo enfrente del templo de Deneir. Cadderly fue bien recibido por sus cofrades, y se ocupó de que a sus amigos les proporcionaran habitaciones. Mientras ellos dormían, salió con uno de los clérigos de Luskan para gestionar el viaje de Drizzt y Cattibrie con una caravana que se dirigiera al valle del Viento Helado.

Resultó más fácil de lo que Cadderly esperaba, cosa que lo alegró, pues temía que la ascendencia de Drizzt supusiera un problema insalvable. Pero el drow era conocido entre muchos de los mercaderes de Luskan, al igual que Cattibrie, y su destreza en la lucha era una ventaja bienvenida por cualquier caravana que viajara hacia el norte, al peligroso territorio que era el valle del Viento Helado.

Cuando Cadderly regresó al templo de Deneir encontró a los dos compañeros despiertos, charlando con otros clérigos mientras recogían víveres para el largo camino que tenían por delante. El drow aceptó un regalo reverentemente, un par de odres llenos del agua bendita de la fuente del templo. Drizzt no veía un uso práctico para el agua, pero el hecho significativo de que un clérigo de un dios del bien se lo diera a él, un elfo oscuro, no le pasó por alto.

—Tus cofrades son buenas personas —le comentó a Cadderly cuando los tres se quedaron por fin solos. Cadderly ya les había explicado que estaban hechos todos los arreglos para el viaje, incluidos el lugar y la hora señalados para que Drizzt y Catti-brie se unieran a la caravana. Los mercaderes partían ese mismo día, y les daban una hora para ponerse en camino. Los tres sabían que esto era una despedida más.

—Honran a Deneir —se mostró de acuerdo el clérigo.

Drizzt estaba ocupado preparando su mochila, así que Cattibrie se llevó a Cadderly para hacer un aparte con él. La joven pensaba en Danica, su amiga.

Cadderly sonrió cálidamente, comprendiendo, al parecer, sobre qué versaría esta conversación privada.

—Tienes muchas responsabilidades —empezó Catti-brie.

—Mi dios no es tan exigente —repuso el clérigo con malicia, pues sabía que Catti-brie no se refería a sus deberes con Deneir.

—Me refiero a los mellizos —susurró la joven—. Y a Danica.

Cadderly asintió con la cabeza. No tenía objeciones al respecto.

Cattibrie hizo una larga pausa, pues al parecer no encontraba las palabras adecuadas. ¿Cómo podía plantearle las cosas sin que el clérigo se sintiera insultado?

—Iván me contó algo acerca de tu… situación —dijo al fin la joven.

—¿De veras? —contestó Cadderly, que no tenía intención de ponérselo fácil a Catti-brie.

—El enano me dijo que esperabas morir tan pronto como Espíritu Elevado quedara terminado —explicó la guerrera—. Y añadió que por tu aspecto es lo que parecía que iba a pasar.

—Es como me sentía —admitió el clérigo—. Y las visiones que tuve sobre la catedral me hicieron pensar que así sería.

—Sin embargo, de eso hace más de un año —comentó Catti-brie. Cadderly volvió a asentir con la cabeza—. El enano dijo que parecías estar más joven —insistió—. Y más fuerte.

La sonrisa de Cadderly se ensanchó. Comprendía que Cattibrie miraba por los intereses de Danica, y su profunda amistad con su esposa despertaba en él un gran afecto.

—No sé nada con certeza —le dijo—, pero las observaciones de Iván parecen acertadas. Me siento más fuerte ahora, con mucha más energía que cuando la catedral se terminó. —Cadderly alargó una mano y se pasó los dedos por el cabello, en su mayor parte canoso, pero en el que había algunos mechones de color rubio oscuro—. Cabellos castaños —prosiguió el envejecido clérigo—. Lo tenía blanco del todo cuando el templo quedó terminado.

—¡Estás rejuveneciendo! —manifestó Catti-brie con entusiasmo.

Cadderly soltó un largo y profundo suspiro, y después no pudo menos que asentir con un gesto.

—Eso parece —repuso—. Pero no puedo estar seguro de nada —añadió, como si tuviera miedo de expresar sus esperanzas en voz alta—. La única explicación que se me ocurre es que las visiones que me fueron reveladas, visiones de mi muerte inminente, y el agotamiento que sentía al culminar la creación de Espíritu Elevado eran una prueba de mi incuestionable lealtad a los preceptos y mandamientos de Deneir. Creía sinceramente que moriría tan pronto como el primer servicio en la nueva catedral concluyera, y, de hecho, cuando terminó la celebración me sobrevino una gran debilidad. Me retiré a mi cuarto, prácticamente llevado en brazos por Danica e Iván, y me dormí creyendo que no volvería a abrir los ojos en este mundo. Acepté mi suerte. —Hizo una pausa y cerró los párpados, recordando aquel fatídico día.

—Pero ahora… —insistió Catti-brie.

—Quizá Deneir me puso a prueba, puso a prueba mi lealtad —dijo Cadderly—. Tal vez haya pasado esa prueba, y por ello ahora mi dios ha decidido perdonarme la vida.

—Si es un dios benigno, entonces la decisión está tomada —manifestó Catti-brie firmemente—. Ningún dios bondadoso te apartaría de Danica y los mellizos, y… —La joven calló y se mordió los labios, no queriendo revelar el secreto de su amiga.

—Deneir es un dios bueno —contestó Cadderly con idéntica firmeza—. Pero tú hablas de intereses terrenales, y nosotros, simples mortales, no podemos comprender los designios de Deneir. Si me aparta de Danica y de mis hijos, por eso no dejará de ser el buen dios que es en realidad. —Catti-brie sacudió la cabeza sin convencimiento.

»Hay significados más profundos y principios más elevados que escapan a la comprensión de los humanos —le dijo el clérigo—. Tengo fe en que Deneir hará lo que sea más justo y necesario a sus designios, que están por encima de los míos.

—Pero no has perdido la esperanza —adujo Catti-brie con un tono que hacía de sus palabras una acusación—. Confías en volver a ser joven otra vez, tan joven como tu esposa, para así pasar la vida a su lado y con vuestros hijos.

Cadderly rió con ganas.

—Es verdad —admitió finalmente, y Catti-brie se apaciguó.

También Drizzt se quedó conforme; el drow, gracias a la agudeza de sus oídos, había seguido toda la conversación, poniendo sólo parte de su atención en la tarea de preparar la mochila.

Cattibrie y Cadderly se abrazaron, y después el envejecido clérigo, que ya no parecía tan viejo, se acercó a Drizzt y le estrechó la mano con sincero afecto.

—Tráeme el artefacto, esa Piedra de Cristal —le pidió—. Juntos, descubriremos el modo de librar al mundo de su perversidad.

»Y trae también a tu padre —prosiguió el clérigo—. Creo que le gustaría estar en Espíritu Elevado.

Drizzt estrechó la mano de Cadderly con más fuerza, agradecido por la seguridad que el clérigo tenía en el éxito de su empresa.

—La Piedra de Cristal me dará… nos dará —rectificó el drow, mirando a Catti-brie— la excusa que necesitamos para regresar a Carradoon.

—Un viaje que yo he de emprender ahora —dijo Cadderly, y se alejó de la pareja.

Los dos amigos no dijeron nada al quedarse solos, y se dedicaron a finalizar los preparativos para el camino.

El camino a casa.