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El mensaje, transmitido sutilmente

Al cabo de un rato, Drizzt empezó a preocuparse de verdad. Robillard ya se había marchado de Los Brazos de la Sirena, enfadado con su capitán porque, según sus propias palabras, «no pudiera contarse con él». Waillan Micanty seguía en el mostrador, junto a Drizzt, aunque el joven había entablado conversación con un marinero que tenía al otro lado.

El drow, de espaldas al mostrador, seguía observando a la gente, sintiéndose totalmente a gusto entre los marineros. No siempre había sido así. Drizzt había estado de paso en Aguas Profundas dos veces antes de que Cattibrie y él se marcharan de Mithril Hall; la primera, de camino a Calimport, en persecución de Entreri; y la segunda, en el viaje de vuelta, cuando sus amigos y él se dirigían hacia las montañas para reclamar Mithril Hall. Drizzt había hecho la primera visita bajo un disfraz, utilizando una máscara mágica para parecer un elfo de la superficie. En la segunda ocasión, sin embargo, no utilizó la máscara, y había sido todo un reto. El Duende del mar había entrado en el puerto de Aguas Profundas a primera hora de la mañana, pero, a petición de Deudermont, Drizzt y sus amigos habían esperado a desembarcar hasta después de oscurecer para salir de la ciudad por la calzada del este.

A su regreso a Aguas Profundas con Cattibrie, seis años atrás, Drizzt se decidió a deambular por la ciudad sin tapujos, como un drow. Había sido una desagradable experiencia, sintiendo las miradas clavadas en él a cada paso, y más de un rufián lo había retado. Drizzt había eludido aquellos desafíos, pero sabía que, más pronto o más tarde, tendría que luchar o, peor aún, alguien, por ejemplo algún arquero escondido, lo matarla desde lejos sin más razón que el color de su piel.

Después el Duende del mar hizo escala y Drizzt encontró a Deudermont, su viejo amigo y un hombre de gran reputación en los muelles de la gran urbe. A no mucho tardar, Drizzt era aceptado sin reparos en Aguas Profundas, en especial a todo lo largo de la calle de los Muelles, debido a su propia reputación, difundida, principalmente, por el capitán Deudermont. Dondequiera que el Duende del mar atracaba, se dejaba muy claro que Drizzt Do’Urden, este elfo oscuro tan fuera de lo común, era miembro de la heroica tripulación. Así, el camino de Drizzt se hizo más fácil, más agradable.

Y, durante todo el proceso, Cattibrie y Guenhwyvar habían estado a su lado. Las miró a ambas ahora, a la joven sentada a una mesa con dos tripulantes del Duende del mar, y a la gran pantera, enroscada en el suelo, en torno a las piernas de la muchacha. Guenhwyvar se había convertido en la mascota de los parroquianos de Los Brazos de la Sirena, y Drizzt se alegraba de poder llamar al felino algunas veces no para combatir, sino simplemente para que les hiciera compañía. Drizzt se preguntó por cuál de los dos motivos estaría la pantera hoy aquí. Catti-brie le había pedido que la llamara, argumentando que tenía los pies fríos, y Drizzt había accedido, pero en el fondo no se le iba de la cabeza que Deudermont podía estar en apuros, y que quizá necesitaran a Guenhwyvar para algo más que como compañía.

El drow se tranquilizó poco después y soltó un profundo suspiro de alivio cuando el capitán Deudermont entró en Los Brazos de la Sirena, miró a su alrededor, localizó a Drizzt y se dirigió hacia el mostrador.

—Vino de Calimshan —pidió el doppleganger al cantinero, pues la criatura había explorado la mente de Deudermont y sabía que esto era lo que el capitán acostumbraba beber. En el corto espacio de tiempo que habían estado juntos, el doppleganger había descubierto muchas cosas del capitán y del Duende del mar.

Drizzt se volvió y se apoyó en el mostrador.

—Llegas tarde —comentó, al tiempo que intentaba sonsacar al capitán para descubrir si había tenido alguna dificultad.

—Un problema sin importancia —le aseguró el impostor.

—¿Qué ocurre, Guen? —preguntó Catti-brie en voz baja cuando la pantera levantó la cabeza, miró en dirección a Drizzt y Deudermont con las orejas aplastadas contra el cráneo, y lanzó un sordo gruñido—. ¿Qué has visto?

Guenhwyvar siguió mirando fijamente a los dos hombres, pero Cattibrie no dio importancia a la reacción del felino, suponiendo que había visto una rata o algo por el estilo en el rincón que había detrás de Drizzt y el capitán.

—Viajamos a Caerwich —anunció el impostor a Drizzt.

—¿Caerwich? —repitió el vigilante drow, que miró al capitán con curiosidad. Conocía ese nombre; todos los marineros de la Costa de la Espada sabían el nombre de la minúscula isla, demasiado pequeña y remota para aparecer en la gran mayoría de las cartas de navegación.

—Debemos zarpar de inmediato hacia allí —explicó el impostor mirando directamente a los ojos de Drizzt. El disfraz del doppleganger era tan perfecto que Drizzt no tenía la más leve sospecha de que algo fuera mal.

Con todo, la comisión le sonaba rara al drow. Caerwich era un relato de a bordo, un cuento de una isla encantada que servía de guarida a una bruja ciega. Muchos dudaban de su existencia, aunque algunos marineros afirmaban haberla visitado. Por su parte, Drizzt y Deudermont nunca habían hablado de ella, y que el capitán anunciara que tenían que ir allí cogió al drow completamente por sorpresa.

Drizzt volvió a observar atentamente a Deudermont, esta vez reparando en los gestos crispados del hombre, en lo incómodo que parecía sentirse en este local que siempre había sido su preferido entre las tabernas de la calle de los Muelles. Drizzt llegó a la conclusión de que algo había irritado a Deudermont. Lo que quiera que hubiera retrasado su llegada a Los Brazos de la Sirena —el drow imaginó que se trataba de una visita de uno de los reservados Señores de Aguas Profundas, quizás incluso el misterioso Khelben— había alterado en gran medida a Deudermont. Tal vez el anuncio del capitán no estaba tan fuera de lugar. Durante los últimos seis años, muchas veces habían asignado misiones secretas poco usuales al Duende del mar, la herramienta de los Señores de Aguas Profundas, así que el drow admitió la información sin discusión.

Con lo que no habían contado ni Drizzt ni el doppleganger era con Guenhwyvar, que se deslizó sigilosa, con el vientre pegado al suelo, mientras se acercaba a Deudermont por la espalda, con las orejas pegadas a la cabeza.

—¡Guenhwyvar! —la regañó Drizzt.

El doppleganger giró sobre sus talones rápidamente y se puso de espaldas al mostrador en el momento en que la pantera cargaba dando un salto y sujetaba a la criatura contra la barra del bar. Si el doppleganger hubiera conservado la calma y hubiera simulado el papel de víctima inocente, podría haber salido airoso del apuro, pero la criatura reconoció a Guenhwyvar o, al menos, el hecho de que la pantera no era del plano material. Y, si él había advertido tal cosa instintivamente, imaginó que el felino podía hacer otro tanto con él.

Llevada por el instinto, la criatura golpeó a Guenhwyvar con el antebrazo, y la violencia del impacto lanzó al felino de trescientos kilos a través de la mitad de la amplia sala.

Ningún ser humano habría podido hacer algo así, y, cuando el impostor miró de nuevo a Drizzt, se encontró con que el drow tenía ya las cimitarras desenvainadas.

—¿Quién eres? —demandó el elfo oscuro.

La criatura siseó y se lanzó hacia las cimitarras y agarró una de ellas. Drizzt golpeó, vacilante y con la parte plana de la cuchilla que estaba libre, ya que temía que el hombre pudiera ser Deudermont sometido a algún tipo de encantamiento. Su golpe alcanzó al impostor en un lado del cuello.

La criatura sujetó la cuchilla con la mano abierta, se lanzó hacia adelante y arrojó a Drizzt a un lado.

Para entonces, los que estaban en la taberna se habían puesto de pie, la mayoría creyendo que se trataba de una de las peleas habituales. Pero los tripulantes del Duende del mar, en particular Cattibrie, comprendieron lo absurdo de la escena.

El doppleganger se dirigió hacia la puerta, apartando con violencia a un desconcertado marinero, uno de los tripulantes del Duende del mar, que se encontraba en su camino.

Cattibrie tensó el arco y disparó una flecha que, dejando tras de sí una estela de chispas plateadas, fue a clavarse en la pared, justo al lado de la cabeza de la criatura. El doppleganger se volvió rápidamente hacia la joven con un fuerte siseo, y un instante después caía bajo los trescientos kilos de la pantera, que se había abalanzado sobre él. Esta vez Guenhwyvar conocía la fuerza de su oponente, y para cuando los dos dejaron de rodar tras la voltereta, el gran felino estaba sobre la espalda del doppleganger, con las fauces prietamente cerradas en la nuca del ser. Drizzt se plantó a su lado en un instante, seguido de cerca por Catti-brie, Waillan Micanty y el resto de la tripulación, así como unos cuantos espectadores curiosos, entre ellos el propietario de Los Brazos de la Sirena, que quería echar un vistazo a los desperfectos causados por la flecha encantada.

—¿Quién o qué eres? —demandó Drizzt mientras agarraba al impostor por el cabello y le volvía la cabeza para mirarlo a la cara. El drow frotó con la otra mano la mejilla del ser, buscando maquillaje, pero no había nada. Apenas tuvo tiempo de apartar los dedos antes de que el doppleganger les lanzara una dentellada.

Guenhwyvar gruñó y apretó más las mandíbulas, haciendo que la cabeza de la criatura golpeara con fuerza en el suelo.

—¡Ve e inspecciona la calle de los Muelles! —indicó Drizzt a Waillan—. ¡Cerca de donde viste al capitán por última vez!

—Pero… —protestó el muchacho, señalando a la criatura tendida en el suelo.

—Éste no es el capitán Deudermont —le aseguró el drow—. ¡Ni siquiera es humano!

Waillan llamó por señas a varios tripulantes del Duende del mar y salieron juntos a la calle, seguidos por muchos otros marineros que se consideraban amigos del desaparecido capitán.

—¡Y llamad a la guardia! —les gritó Drizzt, refiriéndose a las famosas patrullas de Aguas Profundas—. Ten preparado tu arco —instruyó a Catti-brie, que asintió con un cabeceo y colocó otra flecha en la cuerda del arma.

Con la ayuda de Guenhwyvar el drow consiguió someter completamente al doppleganger y lo puso de pie contra la pared. El cantinero trajo una gruesa cuerda con la que ataron las manos de la criatura a la espalda.

—Te lo preguntaré otra vez. ¿Quién eres? —empezó Drizzt con actitud amenazadora. Por toda contestación, el doppleganger le escupió en la cara y se echó a reír, un sonido verdaderamente diabólico.

El drow no respondió a la provocación con violencia, sino que se limitó a mirar fijamente al impostor. Para entonces, el ánimo de Drizzt era sombrío, pues el modo en que el impostor lo miraba y se reía de él, sólo de él, hizo que un escalofrío le recorriera la espina dorsal. No temía por su propia seguridad, ni mucho menos; lo que lo asustaba era que su pasado le hubiera salido al paso otra vez, que los malignos poderes de Menzoberranzan hubieran dado con él aquí, en Aguas Profundas, y que el buen capitán Deudermont hubiera sufrido un percance por su culpa.

De ser así, Drizzt Do’Urden no podría soportarlo.

—Te ofrezco salvar la vida a cambio de la del capitán Deudermont —dijo el drow.

—No te corresponde a ti negociar con el… lo que quiera que sea este ser —señaló un marinero al que Drizzt no conocía. El drow frunció el ceño en un gesto fiero y se volvió a mirar al hombre, que enmudeció y retrocedió un paso, no queriendo atraer sobre sí la ira de un elfo oscuro, sobre todo de uno con la reputación de Drizzt como guerrero.

—Tu vida por la de Deudermont —repitió el drow al doppleganger, y de nuevo la respuesta de la criatura fue reírse y escupirle a la cara.

Drizzt lo abofeteó varias veces en una rápida sucesión. El último golpe dobló la nariz de la cosa, pero el apéndice nasal se recompuso ante la mirada de Drizzt hasta recuperar la forma exacta de la nariz intacta del capitán Deudermont.

La escena, combinada con la incesante risa de la criatura, encendió la cólera del drow, que aporreó al impostor con toda su fuerza.

Cattibrie rodeó con los brazos al elfo oscuro y lo apartó, aunque Drizzt sólo necesitó ver a la joven para recobrar la calma y avergonzarse por su acción violenta y descontrolada.

—¿Dónde está? —demandó Drizzt, y, como la criatura siguió mofándose y zahiriéndolo, Guenhwyvar se alzó sobre sus cuartos traseros, plantó las zarpas delanteras en los hombros del doppleganger y, enseñando los dientes, acercó su cara a un par de centímetros del rostro del impostor. Aquello hizo que la criatura se callara, pues sabía que Guenhwyvar conocía su verdadera esencia y que la feroz pantera podía destruirlo.

—Traed a un hechicero —opinó de pronto un marinero.

—¡Robillard! —exclamó otro, el último incorporado a la tripulación del Duende del mar, aparte de Drizzt y Catti-brie—. Él sabrá cómo sacarle información a esta cosa.

—Sí, ve —se mostró de acuerdo Catti-brie, y el hombre salió corriendo de la taberna.

—Un clérigo —opinó otro de los presentes—. Se las entenderá mejor con… —El hombre hizo una pausa, sin saber cómo referirse al impostor.

Durante todo el episodio, el doppleganger se mantuvo pasivo, sosteniendo la mirada de Guenhwyvar pero sin hacer ningún movimiento amenazador.

El tripulante apenas había salido de la taberna cuando se cruzó con otro miembro del Duende del mar que regresaba con la noticia de que Deudermont había sido encontrado.

El grupo salió del local, con Drizzt dando empujones a la criatura para que caminara, Guenhwyvar a un lado y Cattibrie detrás con el arco preparado para disparar, la punta de la flecha casi rozando la parte posterior de la cabeza de la criatura. Entraron al callejón en el momento en que la tapa de la alcantarilla era retirada y un marinero se metía, presuroso, en el apestoso agujero para ayudar a salir a su capitán.

Deudermont miró al doppleganger, su doble perfecto, sin disimular el desprecio.

—Puedes asumir tu propia apariencia —le dijo a la cosa. Se incorporó sentado, se sacudió un poco la porquería, y recuperó su actitud digna de inmediato—. Saben quién soy, y lo que tú eres.

El doppleganger no hizo nada. Drizzt sostuvo el filo de Centella pegado al cuello de la cosa, Guenhwyvar se mantuvo alerta al otro lado, y Cattibrie se acercó corriendo a donde estaba Deudermont para ayudarlo a ponerse de pie.

—¿Puedo apoyarme en tu arco? —preguntó a la joven. Sin pensarlo dos veces, ésta se lo tendió—. Tiene que ser un hechicero —le dijo el capitán a Drizzt, aunque sospechaba otra cosa. Tomó el arco que se le ofrecía y se apoyó pesadamente en él—. Si pronuncia una sola sílaba sin que se le haya pedido que hable, degüéllalo —instruyó al elfo oscuro.

Drizzt asintió con la cabeza y apretó un poco más el filo de Centella. Cattibrie se acercó para coger a Deudermont por el brazo, pero el capitán rechazó su ayuda, le indicó con un gesto que fuera delante y él la siguió.

Muy lejos, en un humeante estrato del Abismo, Errtu contemplaba la escena con gran deleite. La trampa estaba puesta, no como el gran tanar’ri lo había planeado cuando había enviado al doppleganger a Aguas Profundas, pero, al fin y al cabo, estaba tendida y, tal vez, de un modo más satisfactorio, más inesperado, más caótico.

Errtu conocía a Drizzt Do’Urden lo bastante como para saber que la mención de Caerwich era el único señuelo que hacía falta. Aquella noche les había ocurrido algo tremendo y no lo pasarían por alto sin más, de manera que irían de forma voluntaria a la isla mencionada para descubrir el origen de lo ocurrido.

El poderoso demonio se estaba divirtiendo como hacía años que no se divertía. Errtu podría haber enviado el mensaje a Drizzt por un conducto más sencillo, pero esta intriga —el doppleganger, la bruja ciega que esperaba en Caerwich— tenía mucha gracia.

Lo único que le resultaría más placentero sería despedazar a Drizzt Do’Urden, pedacito a pedacito, y devorar su carne ante sus propios ojos.

El balor aulló al pensarlo, imaginando que tal cosa no tardaría mucho en ocurrir.

Deudermont se irguió tanto como le era posible y siguió rechazando cualquier ayuda que le ofrecían. El capitán compuso el semblante y fue tras Cattibrie, que caminaba despacio hacia la salida del callejón, al lugar donde se encontraban Drizzt, Guenhwyvar y el doppleganger capturado.

Deudermont observó al extraño ser con gran desconfianza. Conocía bien su maldad, pues la había sufrido muy de cerca. Odiaba a la criatura por la paliza que le había propinado, pero al asumir su apariencia había violado su intimidad de un modo que no podía tolerar. Al mirarlo ahora, la réplica exacta del capitán del Duende del mar, Deudermont apenas pudo contener su cólera. Se mantuvo cerca de Cattibrie, en guardia, a la expectativa.

Cerca de la calle de los Muelles, Drizzt permanecía en silencio junto al maniatado impostor. La atención del drow y de muchos tripulantes que se encontraban cerca estaba enfocada en el capitán herido, y ninguno de ellos se fijó en que la criatura empezaba a cambiar otra vez su forma maleable, variando la estructura de los brazos de manera que pudo retorcerlos y sacarlos de las ataduras.

De improviso, la criatura apartó a Drizzt de un empellón, y el elfo oscuro desenvainó al instante la otra cimitarra. El doppleganger se lanzó hacia la salida del callejón, seguido de cerca por Guenhwyvar. De la espalda de la criatura brotaron unas alas, y el ser saltó al aire con intención de remontar el vuelo en medio de la noche.

Guenhwyvar dio un brinco poderoso, lanzándose en su persecución, en tanto que el capitán cogía una flecha de la aljaba que Cattibrie llevaba a la cadera. La mujer, al sentir el hurto, giró hacia el capitán en el momento en que el arco se alzaba. Gritó, se apartó a un lado, y Deudermont disparó.

El doppleganger estaba a más de seis metros del suelo cuando Guenhwyvar inició el salto, pero la gran pantera alcanzó al monstruo volador y sus mandíbulas se cerraron firmemente en torno a uno de sus tobillos. La extremidad del ser cambió de forma y se remodeló de inmediato, haciendo que el agarre de la pantera perdiera firmeza. Entonces llegó la flecha plateada y se hincó en su espalda, exactamente entre las alas.

Guenhwyvar cayó al suelo y aterrizó ágilmente sobre sus almohadilladas zarpas; también se precipitó el doppleganger, muerto antes incluso de llegar a tierra.

Drizzt llegó allí en un momento, con los demás corriendo tras él para alcanzarlo.

La criatura empezó a transformarse otra vez. Su última apariencia se desdibujó y fue reemplazada por otra humanoide que ninguno de los reunidos había visto nunca. Su piel era perfectamente tersa, y en los dedos de sus esbeltas manos no había estrías visibles en las articulaciones. No tenía un solo pelo en el cuerpo, y todo en ella resultaba ambiguo. Era un pedazo de materia con forma humanoide y nada más.

—Un doppleganger —comentó Deudermont—. Parece que a Dankar no le ha gustado nuestra última hazaña.

Drizzt asintió con la cabeza, permitiéndose aceptar el razonamiento del capitán. Este incidente no tenía nada que ver con él ni con lo que era ni con su procedencia.

Tenía que creer que era así.

Errtu disfrutó del espectáculo de principio a fin, y se alegró de no tener que pagar la recompensa al maestro del disfraz contratado. Al demonio le molestó un instante haber perdido a su guía para la travesía del Duende del mar a la isla que no aparecía en casi ninguna carta de navegación, pero el balor no perdió la esperanza. Las semillas estaban sembradas; el doppleganger había insinuado a Deudermont su punto de destino, y Drizzt había oído el nombre exacto de la isla y se lo comunicaría al capitán. El balor sabía que ninguno de los dos eran cobardes, y sí ingeniosos y curiosos.

Errtu sabía que Drizzt y Deudermont encontrarían la forma de llegar a Caerwich y a la vidente ciega, depositaría del mensaje del demonio. Pronto, muy pronto.