Berkthgar tenía razón.
Tenía razón al llevar de vuelta a su pueblo al valle del Viento Helado, y más aún al reinstaurar las antiguas tradiciones de sus antepasados. La vida habría sido más fácil en Piedra Alzada para los bárbaros, y sus bienes materiales, mucho mayores. En Piedra Alzada tenían más comida y mejor refugio, y la seguridad de sus aliados todo en derredor. Pero aquí fuera, en la tundra abierta, desplazándose con la manada de renos, estaba su dios. Aquí fuera, en la tundra, en la tierra que guardaba los huesos de sus antepasados, estaba su espíritu. En Piedra Alzada los bárbaros habían sido más prósperos en términos materiales. Aquí fuera eran inmortales y, por ende, infinitamente más ricos.
Así que Berkthgar tenía razón al regresar al valle del Viento Helado y a las viejas costumbres. Y, sin embargo, Wulfgar estuvo acertado al unir a las tribus y al forjar alianzas con los habitantes de Diez Ciudades, sobre todo con los enanos. Y Wulfgar, al conducir involuntariamente a su pueblo fuera del valle, había estado acertado intentando mejorar la suerte de los suyos, aunque, quizá, los bárbaros se habían alejado demasiado de sus tradiciones, del espíritu de su pueblo.
Los jefes bárbaros alcanzan el poder en un desafío, «por derecho de sangre o por méritos propios», y así es también como gobiernan. Por derecho de sangre, por la sabiduría de siglos, por el parentesco invocado al seguir el curso de la mejor intención. O por méritos propios, por la pura y simple fuerza bruta. Tanto Wulfgar como Berkthgar alcanzaron el liderazgo por méritos propios; Wulfgar por haber acabado con el dragón Muerte de Hielo, y Berkthgar por asumir la jefatura de Piedra Alzada tras la muerte de Wulfgar. Sin embargo, ahí terminaba toda semejanza entre ellos, pues, mientras que Wulfgar había gobernado posteriormente por derecho de sangre, Berkthgar seguía haciéndolo por méritos propios, Wulfgar buscó siempre lo que era mejor para los suyos, poniendo su confianza en ellos para que siguieran sus directrices o para que las desaprobaran, demostrándole que estaba cometiendo un disparate.
Berkthgar no tiene esa confianza, ni en su pueblo ni en sí mismo. Gobierna sólo por la fuerza y la intimidación. Estuvo acertado regresando al valle, y los suyos lo habrían reconocido y habrían aprobado su curso de acción, pero nunca les dio la oportunidad de hacerlo.
Ahí es donde Berkthgar se equivoca; no cuenta con el consejo de su pueblo que le advierta de su disparatada trayectoria. La vuelta a las tradiciones no tiene por qué ser total, no es preciso abandonar lo que hay de bueno en las costumbres nuevas. Como suele ser el caso, lo justo está en un punto intermedio. Revjak lo sabe, como lo saben muchos otros, en especial los más viejos de la tribu. Pero estos disidentes no pueden hacer nada si Berkthgar gobierna por la fuerza, y en esa fuerza falta seguridad y, por ende, confianza.
Muchos otros de la tribu, los jóvenes y los hombres fuertes en su mayoría, están impresionados por el poderoso Berkthgar y sus modos tajantes; su sangre se enciende, sus espíritus se elevan.
Y caerán por el precipicio, me temo.
Lo mejor, dentro del contexto de las viejas tradiciones, es mantener con firmeza las alianzas establecidas por Wulfgar. Ésa es la manera de gobernar por derecho propio, con sabiduría.
Berkthgar lidera por la fuerza, y conducirá a su pueblo a las viejas costumbres, pero también a las viejas hostilidades.
El suyo es un camino de sufrimiento y desdicha.
DRIZZT DO'URDEN