PRÓLOGO

(De la Edición Imprenta de Gaspar y Roig, editores. Madrid, 1859).

AL EXCMO. SR. D. ANTONIO ROS DE OLANO, CONDE DE LA ALMINA,

General Comandante en Jefe del tercer cuerpo del Ejercito de Africa.

Mejico, Gibraltar, la chusma impía

que afrentando la sombra de Cisneros

con júbilo cruel nos desafía,

será que siempre nos aguarden fieros,

sin que salten ¡oh Dios!, a la venganza

Trémulos de la vaina los aceros?

1858

Muchos años hace, mi respetable y querido general, que el deseo de recorrer el imperio de Marruecos agitó por primera vez mi corazón.—Nacido yo en Sierra-Nevada, desde cuyas cimas se alcanzan á ver las playas donde la morisma duerme su muerte histórica; hijo de una ciudad que conserva las huellas de la dominación árabe, como que fue una de sus últimas trincheras en el siglo XV, y mas tarde el foco de la rebelión de los moriscos; amamantado con las tradiciones, con las crónicas y con las leyendas de aquella raza que, como las aguas del diluvio, anegó á España y la abandonó luego, pero dejando en montes y llanuras indelebles señales del catolicismo; habiendo pasado mi niñez en las ruinas de mezquitas y alcazabas, y acariciado los sueños de mi adolescencia al son de los cantos de los moros, á la luz de su poesía, quizás bajo los techos que cobijaron sus últimos placeres, natural era que al abandonar mi hogar paterno y tender por el mundo una mirada ávida de poéticas impresiones, me sintiese solicitado por la proximidad del África y anhelase cruzar el Mediterráneo para tocar, por decirlo asi, en aquel maravilloso continente, la viva realidad de lo pasado.

Mas tarde, cuando los movimientos de mi corazón se convirtieron en ideas; cuando mi amor á lo ideal encarnó, como preferente y adorado término, en las entrañas de mi madre patria, tomando ser de su ser y concretándose en un ardiente amor de su gloria; cuando empecé á sentir que mi vida se afectaba de los dolores y de las alegrías de la infortunada España mucho mas que de sus propias agitaciones; cuando el estudio de la historia y el exámen y la experiencia de nuestro presente estado tocaron mis inclinaciones individuales en aspiraciones colectivas y abarqué, finalmente el horizonte político, ya no fue el deseo de cumplir una peregrinación poética lo que llevó de nuevo mis miradas hacia el cercano Algarbe; fue el convencimiento de que allí estaba el tesoro de grandeza, que perdimos los españoles hace cerca de tres siglos y que vanamente hemos buscado en otra parte; fue el pensar que el imperio de los Reyes Católicos, de Carlos V y de Felipe II empezó á decaer el día que Felipe III espulsó de España á los moriscos y á los judíos, de quienes pudiera decirse que se llevaron el talismán de nuestra fortuna; fue el ver tan claro como la luz del sol, que España debía ir á África á recobrar ese talismán, ó lo que es lo mismo; que España debía comprender que la función mas natural de su existencia es una constante espansion hacia el Mediodía, pues que de resistirse á ella y de encerrarse en sí, aislada como se halla por los mares y el Pirineo, ó logrará las efímeras conquistas que le dieron una gloria estéril en el Norte de Europa ó llegará á aquel miserable estado de inanición y de raquitis que nos puso en manos de la Francia, á la muerte de la dinastía de Carlos V.

Asi es que, mientras todas las fuerzas de la nación se quebrantaban hace pocos años en funestas luchas interiores, y toda nuestra actividad se empleaba contra nosotros mismos, y parecía llegada la hora en que, como los Atridas, se esterminaran unos á otros los que Dios criara hijos de una misma madre, yo, en mi pequeñez, y algunos otros, hablábamos de África pública y particularmente, clamando porque el renaciente ímpetu español se volviese de aquel lado y buscase allí el cimiento de la futura Iberia. Olvidados, pero escritos, están los que entonces pudieron aparecer como delirios de mí imaginación. Sin embargo, aun entonces mi delirio iba mas lejos, y no fue una, sino dos veces, las que intenté, y obstáculos materiales ó ruegos atendibles me lo estorbaron, pasar al imperio de Marruecos, recorrerlo y escribir un libro, cuyo sentido oculto fuese, si mis fuerzas alcanzaban á tanto, familiarizar á quien lo leyera con la idea que constituía mi aficion mas dominante.

Ahora podrá comprender V. E mi regocijo al ver, como veo hoy, que aquella idea dormía en todas las almas; que aquel deseo había germinado como un instinto en todos los pechos españoles. La morísma ha arrojado una vez mas su guante de hierro al pié de los muros de Ceuta, y España entera se ha apresurado á recogerlo.—¡Guerra al moro!, han dicho el gobierno y la representación nacional, y diez y siete millones de compatriotas nuestros han respondido á este grito, llenos de gozo, de generosidad, de largueza, de entusiasmo, como quien realiza un pensamiento propio. La ofensa, mí General, ha sido grave; pero no nueva de parte de los bárbaros marroquíes. Digo mas: tratándose de ellos, la gravedad de la ofensa se atenúa en razon directa de la inmoralidad nacional de quien la infiere; que en asuntos de honra, tanto como la herida, hay que considerar la mano que la causa, y pudiera haber injuriador de tal modo despreciable que relevase de satisfacción al injuriado. No voy yo tan lejos en mis apreciaciones; pero siempre me será dado deducir que hay desproporción entre la noble ira que hoy conmueve á toda España y el vejamen que pueda haber sufrido en Ceuta nuestro pabellón. Ahora bien: esto dice muy claramente que los moros al desafiarnos y el gobierno y las Cortes al aceptar el reto, han suscitado en el espíritu público una gran cuestión patriótica, europea, social y hasta religiosa, que la presente guerra podrá muy bien dejar sin resolución, pero que inflama indudablemente el corazón de nuestro pueblo.

Locura fuera tratar de desconocer esta verdad. Los periódicos estranjeros la han adivinado: los nuestros la han proclamado en alta voz: la opinión pública la confirma á todas horas: toda la historia contemporánea es una comprobación de ella. Yo creo en las protestas de nuestro gobierno cuando dice que su esfera de acción es un simple desagravio; pero yo no juzgo aquí la actitud del gobierno; juzgo la de mí país; doy cuenta de la mía.

La guerra de África, en principio, es una gran cuestión nacional para España, porque reúne en un interés comúm á sus mal avenidos hijos; porque da un empleo digno á su valor y á su fuerza; porque purifica, como las tempestades, una atmósfera malsana, y sobre todo porque revela á los demás y nos devuelve á nosotros mismos la conciencia que casi habíamos perdido de nuestro ser, de nuestra fuerza, de nuestra independencia. Es una gran cuestión europea, porque esa misma revelación de nuestra existencia propia, de nuestro poder y de nuestro peso, altera en cierto modo el mal llamado equilibrio de 1815, y presenta á la imaginación de los estadistas el importante problema de lo que seria el Mediterráneo vuelto del revés (permitaseme la frase); es decir, el Mediterráneo cerrado por el Estrecho de Gibraltar y abierto por el Istmo de Suez; ó lo que es lo mismo, lo que significaría para el comercio el ver convertido al Mediterráneo en un lago latino y á la Inglaterra en una potencia trasatlántica. Y por esto es también la guerra de África una gran cuestión social. Entre las dos razas espansivas por su naturaleza, entre los latinos y los eslavos, hay una muralla de individualistas que estorban hace algunos siglos la fusión de los Océanos de almas agitadas por una misma sed de asimilación, de asociacion, de fraternidad, de catolicismo, en el sentido etimológico de esta palabra. Son los dos imperios de toda la historia, que se buscan una vez mas en el siglo XIX. y acaso ya, no para combatirse, sino para reconciliarse y echar los cimientos de la unidad y de la paz de Europa. ¡Son las Iglesias Griega y Romana, que animadas de un mismo espíritu divino cumplirán en los tiempos su misión niveladora! —¡Y es siempre la misma protesta individual, racionalista, calculadora, la que sale al encuentro de esas dos propagandas generosas, y atiza sus odios y medra con sus disensiones y vive de la desventura del género humano! Por eso es también religiosa la trascendencia de la guerra de África. Lo es en cuanto la España, eterna vanguardia del cristianismo, vuelve de nuevo á la brecha contra los infieles; lo es, en cuanto el catolicismo columbra en el porvenir la desaparición del protestantismo del continente europeo; lo es, en cuanto revela los grados de abnegación y de caridad de que es capaz un pueblo escéptico que se llama cristiano y se cree civilizador; lo es, en fin, en cuanto acelera la muerte del islamismo en Europa, que solo podrá modificarse cuando España pueda contrabalancear la preponderancia que esto valdría á la reincidente Rusia.

El mero asomo de todas estas contingencias; la tradición y el legado de las hazañas semejantes que nos dejaron nuestros mayores: un instinto de conservación; un afan de gloria y de grandeza; nuestro espíritu aventurero, en fin; tales con las causas de ese entusiasmo superabunante, de esa ira escedente, de ese patriotismo que la diplomacia aparenta encontrar inmotivado.

Y hé aquí también la razón del presente libro.—Desde el momento en que la voz de guerra sacó de su letargo al león de España, yo adivine la magnitud de la cuestión y las proezas que nuestras tropas habian de llevar á rabo en el continente vecino. Presentábaseme la ocasión de realizar el sueño de toda mi vida, —visitar el África—, y al mismo tiempo podia presenciar una de esas epopeyas de que está llena nuestra historia y que mas de una vez me habian hecho suspirar por haber nacido demasiado tarde.

Entonces surgió en mi imaginación la idea del libro que me prometo escribir; libro que será el diario de mis impresiones y pensamientos durante la guerra; la crónica de lo que vea y medite; la descripción de los lugares que recorra y de los acontecimientos á que asista. Careciendo de las dotes de historiador, me contentaré con ser narrador exacto; procuraré dar una idea á nuestros hermanos que quedan en España y á nuestras familias que nos siguen con el corazón, de lo que sea de nosotros, de lo que veamos, de lo que sintamos y pensemos. Confiado solamente en mi sensibilidad, me propongo hacer viajar conmigo al que me lea, identificarle con mi alma; obligarle á esperimeiitar mis sobresaltos y alegrías, mis trabajos y mis satisfacciones; comunicarle aquello que mas pueda importarle de la suerte de nuestras armas, si no con la pericia militar que no tengo, de una manera que todos me comprendan. La vida del campamento, sus ocios y peligros; las noches de soledad bajo la tienda; la tarde después de la batalla; el himno de triunfo, las agonías durante el combate; la oración fúnebre de los que sucumban; el aspecto y costumbres del estraño pueblo que tendremos en frente, lo que no dice la historia, ni refieren los partes, ni adivinan los periódicos; la historia privada profana, particular de la guerra, todo esto compondrá el libro vario, desaliñado, improvisado, heterogéneo que entreví desde que formé la resolución de acompañar á África á nuestros soldados.

V. E., tan bondadoso siempre conmigo, me ofreció entonces la hospitalidad de guerra que yo necesitaba en África para llevar á cabo mi pensamiento, y va ya un mes que me distingue con mil esquisitas atenciones, que acrecen cada dia la mucha gratitud y verdadero cariño con que siempre he correspondido á su amistosa benevolencia.

En fin, hace muy pocas tardes cuando ya tronaba el cañon español en el territorio marronquí, paseaba yo por los montes de Malaga á la hora de la puesta del sol. El astro fatigado, que quizás acababa de alumbrar un nuevo triunfo para nuestra bandera, se ocultaba tras un lecho de enrojecidas nubes, iluminando tan intensamente la lontananza del horizonte, que la costa africana, casi siempre velada por las nieblas, se destacó sobre el cielo tan clara, tan evidente, tan próxima al parecer, que distinguí toda la doble ondulación de las montañas en el cielo y de las playas en el mar. Ceuta, Sierra Bullones, La rada de Tetuan, el Riff y hasta la Argelia aparecian á mis ojos como evocadas por un mago. ¡Sierra Bullones!… ¡Quizás en aquel momento caían nuestros soldados entre sus malezas!… ¡Allí luchaban por mí patria, por mis hermanos, por mi, por cuantos tienen en las venas sangre española! ¡Yo no sé lo que esperimenté: era envidia y remordimiento, susto y entusiasmo! —Aquella mañana habían desembarcado en Málaga algunos heridos de las últimas acciones, y su ensangrentado y noble aspecto aun se reflejaba en el fondo de mi alma…— Y ¿había de contentarme yo con ser mero testigo donde tenía la obligación de ser actor? ¿Podría yo permanecer ocioso, indiferente, avaro de mi sangre, mientras que mis hermanos combatiesen ante mis ojos por nuestra madre la España? ¿Debía yo suscribir á la desventura de no partir sus peligros y sus glorias? ¿No era yo español? —Dios sin duda me inspiró el luminoso pensamiento, y al otro día senté plaza de soldado voluntario bajo la bandera de Ciudad-Rodrigo.

Es, pues, á un dignísimo jefe mío, á un gran poeta que siempre he admirado, á un huésped en la campaña, y á un amigo en los dias de paz, al que ya ganó en Áfríca el titulo de conde y ha de ganar en ella inmarcesibles laureles, á quien dedico mí humilde diario de soldado y de poeta, suplicándole que lo acoja como un débil testimonio de mí respeto y de mi cariño.

Málaga 2 de diciembre de 1859.

PEDRO ANTONIO DE ALARCÓN.

Incendio del vapor Génova es el puerto de Málaga (De fotografía).