Brody ya no cojeaba. Tenía una trama de cicatrices en la rodilla de todas las operaciones que había necesitado para conseguirlo. Sonrió al cerrar la puerta del apartamento y sacar de detrás de la espalda un pequeño cuenco cubierto con film transparente.

—Tal como prometí.

La cara le brillaba por la fina capa de sudor que la cubría. Llevaba pantalones cortos, una camisa y zapatillas de lona.

—No estaba segura de que fueras a traérmelo. ¿No era con la condición de que lograras bajar de la montaña «sin escándalo»?

—Supuse que podías discutir la definición de «escándalo».

Ella estaba sentada en el borde de la cama. Llevaba un vestido rojo de algodón y sandalias negras. Se había arreglado el pelo, maquillado y pintado las uñas de los pies. Había sido un día de Navidad caluroso, como los de antes, los que recordaba de la infancia. Lauriston debía de estar en alerta máxima. Los helicópteros del servicio contra incendios estarían sobrevolando la sierra.

Además del pudin de ciruelas, él tenía un obsequio para ella. Lo dejó sobre la mesa junto con el cuenco.

—Vaya, ¿está bien esto? —dijo mirando alrededor.

Una serie de toques finales habían transformado por completo la habitación. Sarah había cogido flores y las había puesto en un jarrón sobre la mesilla de noche, se había tragado el orgullo y le había suplicado a su padre que le llevara sábanas y toallas nuevas. Julia le había dado una alfombra de colores y varias plantas. Otro de los pacientes independientes le había entregado como regalo de bienvenida un juego de paños de cocina amarillos y verdes y un gran cuenco amarillo de vidrio. Brody echó un vistazo a todos los rincones del techo.

—¿No hay nada aquí? ¿Te están vigilando?

—No.

Él metió la cabeza en el cuarto de baño.

—¿Te volviste loca el primer día y estuviste dando vueltas desnuda?

—Volverse loca y dar vueltas desnuda está mal visto aquí.

—Ya. —Él se echó a reír—. ¿Qué hiciste?

—Vi la televisión.

—Yo sé lo que hubiera hecho. —Brody arqueó las cejas. Fue hacia la ventana abierta y tocó el alambre—. Esto se parece más a donde creí que estarías. Pensé que no te dejarían salir nunca del pabellón. Jamás entenderé cómo alguien consigue mejorar allí.

Se acercó y se sentó a su lado. Ella percibió el olor a crema solar, mezclada con sudor y la suciedad de la autopista. Brody tenía la ropa arrugada por el viaje en coche. Como hacía demasiado calor para el contacto directo, optó por acariciarle el muslo a través del vestido y pasó el dorso de los dedos por la tela; una pista de lo que le gustaría hacerle a la piel desnuda de Sarah si no estuvieran a cuarenta grados.

—Perdona que haya llegado tarde. Dios, estás muy guapa. —Volvió a mirar si había cámaras de seguridad—. ¿Estás segura de que no nos observan?

—Si nos filman o nos graban tienen que decirlo.

Él sonrió y se inclinó hacia ella.

No fue nada parecido a los besos de hola y adiós que habían compartido en el pabellón. No tenía sentido fingir que no habían esperado y deseado eso. Además, Sarah no tenía relaciones sexuales desde la última vez que se habían besado de esa manera. La libido nunca le había planteado ningún problema en el pasado. Excepto los primeros meses que recibió medicación en el hospital, la abstinencia había figurado entre las Cinco Principales Desventajas de Vivir Encerrada a Cal y Canto (una lista que había elaborado en privado, no una de las muchas que Ronald le había aconsejado que escribiera).

—Quizá debería darme una ducha rápida —murmuró Brody al apartarse.

—Sí, quizá.

—Primero abre mi regalo. Te gustará.

Sarah notó que la contemplaba cuando se levantó y se acercó a la mesa; él observaba la caída de su cabello, sus hombros, su vestido, bajaba la mirada hasta los pies y volvía a subir. Siguió observándola mientras ella abría la nevera y ponía el pudin de ciruelas al lado de las natillas y la nata líquida. Los estantes del frigorífico estaban abarrotados de los alimentos habituales del día de Navidad: jamón empaquetado, lonchas de pavo asado, ingredientes de ensalada.

—¿Quieres algo de beber? ¿Zumo de manzana?

—Sí, gracias… Oye, esto es raro, ¿verdad?

En el breve período transcurrido desde que él había llegado, el sol había descendido y por la ventana abierta había empezado a entrar un viento del oeste más bien frío que refrescó la habitación; diversas tonalidades de naranja brillaban en la mesita cuadrada y en la sencilla cocina. Las estrecheces y el aislamiento al otro lado de la ventana resultaban familiares.

—¿Recuerda un poco a la montaña?

—Es verdad.

Sarah dejó la bebida y cogió su regalo.

—No lo rasgues sin más —dijo él poniéndose de pie. Se acercó, se lo quitó de las manos y le indicó que se sentara. Se colocó delante y dobló una rodilla. Por un momento ella creyó que iba a pedirle matrimonio. Pero él dijo—: Feliz Navidad, Sarah. —Y le entregó el regalo.

Por el tamaño y el tacto, ella supuso que era un CD de Nina Simone y, una vez desenvuelto, vio que no se había equivocado.

—Ábrelo.

Pero el obsequio era más que música. Brody había escondido fotografías dentro de la caja del CD.

—No estaba seguro de que me dejaran traerte fotos de ella, así que pensé que era mejor ocultarlas.

Las palabras «de ella» bastaron para que a Sarah se le cayera el corazón a los pies y luego le saliera disparado hacia arriba. Apenas se atrevía a mirar las fotos por si lo había entendido mal y no eran lo que creía.

Sí eran lo que pensaba.

La cabeza le daba vueltas. Por un momento, perdió la noción del tiempo y del espacio. Cuando pestañeó, Brody se había acercado más y estaba sentado a su lado, poniendo en fila las fotografías con una sonrisa radiante; luego agachó la cabeza para mirarla a la cara. Ella seguía mareada y emocionada.

—No pasa nada, Sarah, puedes mirar… es ella, está viva.

Sobre la mesa había una serie de ocho fotografías tomadas con la cámara de vigilancia, imágenes de Tansy. Sarah meneó la cabeza. Sentía el corazón débil y alterado, una sensación muy parecida a la que experimentaba dos segundos antes de vomitar. Estaba helada y tenía la piel de gallina.

—La he encontrado —dijo Brody.

En la primera foto solo asomaba el hocico de Tansy; en las siguientes se la veía cada vez más, hasta que en dos aparecía de cuerpo entero, y luego volvía a desaparecer. La última solo mostraba las ancas y la cola. Sarah respiró con la boca abierta.

Cogió la mejor foto, con todo el cuerpo de Tansy bien encuadrado. No quería arriesgarse a besarla y mancharla, así que se la puso junto al pecho, pegada a la tela del vestido, y la apretó contra su corazón.

—Me han asaltado imágenes terribles de Tansy… sufriendo en el monte. Me han corroído. Eso me dolía más que creerla muerta: que sufriera y estuviera asustada. Y ya no tengo que pensar eso nunca más. —Por un momento se dejó llevar por el sentimentalismo.

Brody la abrazó. Le besó la coronilla.

—Por el aspecto que tiene, no está débil. —Brody, emocionado también, se apartó y bebió un sorbo de zumo de manzana—. Tiene el pelaje un poco enmarañado y está delgada. Esta es en la que se ve mejor la pata. —Señaló la foto que tenía Sarah—. A mí me parece que está curada.

—¿Dónde se hicieron las fotos?

—En un barranco, entre la cresta Pelada y el camino de los Guardabosques. No son de ninguna de mis cámaras. Todo el mundo la ha estado buscando. No te he dicho cuántas veces la han avistado porque no quería darte esperanzas. Prefería aguardar a que hubiera una prueba y… —le dio un golpecito con el hombro— aquí está. ¿A que es increíble?

—Sí, la verdad es que sí.

En la parte inferior de las fotografías figuraba la fecha. Se habían tomado hacía pocas semanas.

—Me pareció que hoy era el día adecuado para dártelas.

Sarah levantó la vista de las fotos. Se enjugó las lágrimas.

—Gracias, Brody, ya sabes lo que esto significa para mí.

Él se terminó el zumo con avidez y se secó la boca.

—Dios, es una auténtica luchadora, ¿verdad? Cuando el tipo dijo que había conseguido unas imágenes de Tansy, no pude esperar; subí al coche y fui a verle esa misma noche, pensando que no podía ser ella, consciente de que me quedaría destrozado si no lo era.

—¿Qué pasará ahora?

—Reuniré un grupo y le seguiremos el rastro. Tengo un amigo veterinario que dice que nos acompañará y le disparará un dardo anestésico si se resiste demasiado a que la capturemos. Luego esperaremos a que despierte y nos la llevaremos caminando. Ya sé que no quieres que la transporten por el aire. Ya se lo he dicho a unos cuantos tipos que conozco. Están dispuestos a ayudar. Como estamos en Navidad, puede que tarde…

—No puedes formar un grupo, no debe saberlo un montón de gente.

—No te preocupes, son buenos chicos.

—Tienes que encargarte tú solo.

—La tratarán con cuidado. No apareceremos de pronto y la rodearemos a las bravas, ni mucho menos. Me aseguraré de que sea algo silencioso, tranquilo y organizado. Ella no dejará que me acerque y le eche el lazo al cuello después de haber pasado un año por ahí sola. Tendremos que cercarla con cautela.

Sarah apoyó los dedos en la mesa y los pasó por la fila de fotografías.

—No debe participar nadie más. No puede ser que todo el mundo sepa que está viva.

—Creo que no te das cuenta de la cantidad de cazadores y tramperos que te apoyan, Sarah. Están de tu parte. A la montaña ya han empezado a llamarla la montaña de la Yegua Negra.

—Pero la familia de Dean la reclamará.

Brody abrió las manos con un gesto tranquilizador.

—Debería habértelo dicho: si lo hacen, yo se la compraré. Legalmente. No tienes que preocuparte por eso.

—No te la venderán.

—Les haré una oferta que no podrán rechazar.

Sarah le dio la vuelta a la silla para mirarlo.

—Ninguna oferta será suficiente. Me desprecian, Brody. No me permitirán tenerla. Si esto acaba en un pleito, se la quedarán ellos. No hay forma de demostrar que es mía. Por eso Dean pudo llevársela. Será mi palabra contra la de ellos, y nadie me tomará en serio ahora. Si los Barnard no la reclaman, quizá lo haga el criadero. Pueden, porque tienen los papeles del pedigrí. Yo no tengo documentos que digan que ellos me la dieron.

Él tenía la mirada perdida, como si estuviera reflexionando. Fue a dejar el vaso en el fregadero.

—Hay un par de tíos de quienes me fío. Lo haremos discretamente. Nadie se enterará de que la hemos capturado. No pienso encontrarla para volver a perderla. No te preocupes, Sarah. —Se sentó en el borde del banco de la cocina—. Si le ponen su nombre a la montaña, es muy probable que todo el mundo crea que sigue corriendo por ahí. —Sonrió—. Veremos si después de que la atrapemos los avistamientos aumentan o disminuyen.

—¿No podríais hacerlo Jamie y tú solos?

Brody bajó la cabeza y la miró.

—Pedirle a Jamie que vaya a la sierra de Mortimer conmigo sería… pasarse un poco.

—¿Se lo has contado?

—Se enteró mientras nosotros estábamos allí arriba.

—¿Se enteró? ¿Sabía lo de la aventura?

—No todos los mensajes y llamadas perdidas que recibí en el móvil antes de que se derrumbara la cabaña rebosaban amor y preocupación por mí.

—¿Cómo se enteró?

—Lo dedujo. Kirsty era la única que sabía adónde había ido yo. Al ver que no podía ponerse en contacto conmigo, pensó lo peor. Tuvo que decirles que yo estaba allí arriba. Toda la familia se enteró, creo. Jamie siguió hostigándola incluso después de que los policías les llamaran y les dijeran que estaba vivo y atrapado.

—No me habías contado nada de todo eso.

—No he tenido ocasión. En el pabellón siempre había alguien vigilándome. Te interrogan sobre lo que dices y lo que no dices. Que mi hermano sabía lo de la aventura y quería matarme no me pareció una conversación «de hospital» apropiada.

—¿Se lo tomó muy mal?

—Mucho mejor de lo que podría habérselo tomado, eso seguro. Está enfadado, y eso es mejor que estar triste. Mamá dice que también contribuyó el hecho de que yo estuviera atrapado; de ese modo resultó un poco menos doloroso. Fue una temporada bastante tensa para ellos. Los medios de comunicación estaban acampados delante de la granja. Cada día que pasaba sin que nos rescataran, más interés tenía la historia. Mi hermano es asombroso, Sarah. Mantuvo la cordura en el momento en que realmente habría podido perderla. Tú le viste en el juicio. Asistió por mí, sabiendo lo que yo había hecho. Estaba allí, ¿sabes? Creo que una vez te dije que no es fuerte; pues bien, desde luego que lo es. Creo que dije que no es como un hermano. —Brody movió la cabeza de lado a lado—. ¿Dónde has visto un comportamiento más fraternal que ese? Yo le hice daño, no puede perdonarme, le gustaría romperme la crisma de un puñetazo, pero me quiere.

—Tienes suerte de tenerle.

Brody se acercó y volvió a sentarse a la mesa. Colocó la silla de cara a la habitación, como la de ella.

—Yo me decía que entendía su enfermedad… que se trataba de una enfermedad, que no era culpa suya. Pero creo que en parte siempre me pregunté si no se dejaba caer él mismo, si no lo hacía para llamar la atención. Ahora ya no tengo ninguna duda. Es una persona mejor y más fuerte de lo que yo seré nunca. No sé si podré vivir con la conciencia tranquila si Kirsty y él no lo superan.

Los últimos rayos oblicuos de sol se desvanecían. La habitación se sumía en la oscuridad. Los aspersores habían cobrado vida en el recinto del hospital. Sonaban villancicos cerca.

—Me siento como quizá te sientes tú —prosiguió Brody—. Hice algo, cometí ese error terrible, y de algún modo tengo una segunda oportunidad.

Ella se inclinó hacia delante y apoyó los codos en las rodillas.

—No estoy segura de que lo que yo hice sea comparable.

—Jamie te ayudó a ti también —susurró Brody. Volvió a echar un vistazo alrededor en busca de cámaras—. Me dijo cómo expresar las cosas.

Sarah suspiró.

—¿Qué piensa de mí tu familia?

—Les he contado todo lo que hiciste, Sarah. Y, de no ser por ti, la aventura con Kirsty habría explotado como una bomba. O habría continuado en secreto y habría sido un cáncer para nuestra familia. Mamá dice eso, que tú nos has salvado. A mí me salvaste, eso está claro.

—Brody, no tienes que hacer esto. Has cumplido tus promesas. No lo prolongues por mí. No tienes que dejarme ir poco a poco, o algo así. Sé que nosotros no podemos tener nada real.

—¿No podemos?

—Fui a los establos con un arma.

—Ya lo sé.

—Si pienso en eso, empiezo a hacerme preguntas sobre mí misma. Hay noches en que me quedo despierta pensando: ¿cuántos insectos había? ¿Cuántas veces te llamé Sid? ¿Fue justo el veredicto?

—Confía en alguien que sabe: Jamie. Él dice que sabe que piensa con coherencia en los momentos en que se interroga a sí mismo. Tú te interrogas constantemente; lo hacías en la montaña, lo haces ahora.

—Pero ¿y las cosas que hice? Durante un tiempo fui incapaz de recordarlo. No pensaba de forma coherente. Me llevé un rifle y pastillas junto con comida para hacer un picnic… En parte lo sabía y en parte no.

—Estabas conmocionada. Te habían agredido.

—Sí. Tansy me golpeó.

—No, Sarah, te agredió él. No hacía más que agredirte. Quería que te hundieras por completo para que no pudieras remontar. Se llevó a Tansy para rematarte.

Bajo la luz crepuscular, Sarah volvió a mirar las fotografías. Las acarició una por una, las juntó y dejó la mejor en lo alto de la pila.

—Él sabía que yo iría a buscarla. Las cámaras de seguridad no eran para impedírmelo; eran para cazarme. Iba vestido porque me estaba esperando. Sabía que el día de Navidad no habría nadie. Y sabía que yo no esperaría. Tansy no podía estar en un establo. Le daba miedo. Él se la llevó la víspera de Navidad porque sabía que yo iría a buscarla inmediatamente. En esa filmación, él estaba diciendo… que yo la había perdido para siempre, que iba a llamar a la policía y que yo no la recuperaría nunca.

—No tienes que explicarlo.

—¿No?

—A mí no.

—Incluso mis padres se resistirán a aceptarme.

—Porque no son buenos padres.

—Eso nunca desaparecerá. Piensa en la primera impresión que te causé. Lo vi en tu mirada. Te di miedo. No fue un buen comienzo. —Señaló la habitación con un gesto amplio—. Esto no es un buen comienzo.

—Mi primera impresión de ti fue cuando salí del lodazal. Donde fuiste esa salvadora empapada, sombría y sexy. Nunca has dejado de serlo.

—Pensaste que estaba loca.

—Pensé que estabas desesperada. Pensé que eras alguien sin nada que perder. A medida que pasaba el tiempo, eso fue cambiando. —Se inclinó hacia un lado y apoyó el codo sobre la mesa. Tenía la cara envuelta en sombras bajo la luz tenue—. Te diste cuenta de que tenías algo que perder.

—Yo no puedo encajar en tu vida, con tus amigos. No lo has pensado a fondo.

—Lo he pensado a fondo. De hecho… lo teníamos todo organizado sin saberlo siquiera, ¿te acuerdas, en la cabaña? —Brody sonrió—. Nuestro plan de llevar a Tansy a un lugar secreto, hacerte llegar una nota, e incluso que te pasaría a recoger en un coche oscuro.

—Sí —contestó ella con dulzura—, lástima que no tuviéramos razón también en lo de los cinco millones en billetes sin marcar.

—Pero es que aún no te he hablado de las ofertas que me han hecho para que cuente mi historia.

No encendieron la luz. Se sentaron a la mesa a oscuras y se comieron el pudin de ciruelas de la madre de Brody. Los ruidos nocturnos de los jardines eran alegres y delicados a la vez. La temperatura había descendido. Cada uno estaba sentado en su lado de la mesa.

Él se levantó y recogió los cuencos del postre. Devolvió las natillas y la nata líquida a la nevera. La luz del frigorífico le iluminó. Sarah le miró. Cuando él había dicho que Jamie era más guapo, debía de ser solo porque su hermano era mayor, más experimentado y, por lo tanto, más varonil y más sabio. En el año transcurrido, Brody se había vuelto más experimentado y varonil, más sabio. Había atrapado a su hermano.

Bajo el resplandor de la luz de la nevera, él se irguió de repente.

—Oye, Sarah.

—Dime.

—¿Habías bebido aquella noche?

—Bebía todas las noches.

—¿Habías tomado también esos calmantes?

—Sé lo que estás pensando. Pero si estar borracha y hasta arriba de calmantes fuera una auténtica justificación, la ley lo tendría en cuenta, y no es así.

—De todas formas, te produjeron una reacción muy fuerte. ¿Recuerdas siquiera hasta qué punto te afectaron cuando en la montaña las mezclé con el whisky que bebiste? Estabas aturdida. Apenas sabías quién era yo. ¿Y aquella noche mezclaste las dos cosas? ¿Cuántos calmantes tomaste?

—Mi abogada dice que la toxicomanía no es una justificación.

—Pero ¿las tomaste con alcohol?

—Sí.

—¿Muchas?

—Más de las que aconseja la caja.

—Joder, Sarah. —Cerró la puerta de la nevera—. Bien, eso explica por qué cogiste el arma.

—Pero no es una excusa.

Él volvió a la mesa y permanecieron en silencio el uno frente al otro. En la montaña ¿todo habían sido puras conjeturas? ¿Qué pensaba realmente Brody de ella? ¿Qué sentía? ¿Cuál era la verdad? Durante un par de segundos Sarah incurrió en el comportamiento de la montaña, se guardó sus pensamientos, contuvo la lengua, se protegió a sí misma. Luego recordó que esa parte ya había terminado. No tenían nada que esconder. Era libre para abrirse.

—Le he contado a mi padre lo del abuso sexual —dijo—. Mi psiquiatra me pidió que escribiera dos cartas, una para mamá y otra para papá, contando lo que pasó, cómo me había sentido. Sin culpar a nadie, solo exponiéndolo por escrito.

—¿Qué dijo tu padre?

—Dijo que los «manicomios» alteran los recuerdos y meten cosas en la cabeza de los pacientes, cosas que nunca han ocurrido, para justificar el trabajo de todos esos psiquiatras con sueldos desorbitados.

—Vale. ¿Y tu madre?

—No hizo el menor comentario.

—Vaya. —Brody parpadeó y abrió los ojos como platos un par de veces—. Realmente te tocó la lotería con esos dos, ¿eh?

—Tienes razón, Brody: en la montaña yo sabía que no podía perderte.

—No me perderás.

—¿Me quieres?

—Como un demonio.

Tumbados uno al lado del otro en la cama, en completa oscuridad, Sarah dijo:

—Te contaré algo que no pensaba contar a nadie, nunca. Había un ciervo en el puente con Tansy y conmigo cuando se produjo la riada. Estaba justo a nuestro lado cuando el agua llegó, junto a nosotras cuando saltamos, aterrizó con nosotras. Yo me lo quedé mirando y él me miró a mí, y fue como si nos entendiéramos mutuamente. Cuando estás en las últimas, hay muy poco que entender, solo lo básico. Sobrevivir. Vi una fotografía del ciervo en una de tus cámaras de vigilancia. Hubo un momento en el puente, cuando el agua se acercaba, en que estuve a punto de caerme del lomo de Tansy. El ciervo me miró. De repente lo vi claro. La confusión desapareció, la tristeza cambió. Aquel venado me enseñó que no es un pecado hacer lo que sea para seguir adelante. El pecado es dejar que el agua te lleve sin luchar. El ciervo, Tansy y yo escapamos. Instintivamente supimos qué debíamos hacer. Bajo todo aquel ruido y aquella confusión había sinceridad, la verdad absoluta. Nunca perdimos el contacto con lo que era real. Yo creo que lo mismo nos ocurrió a ti y a mí. Por debajo de todo aquello, nosotros sabíamos lo que era importante; sabíamos lo que estábamos haciendo. Sobrevivir. Supongo que por eso nunca nos pareció mal. Y por eso nos parece tan bien seguir adelante.