El último día el fiscal se había abrillantado los zapatos. Bajo la parte inferior de la toga, el dobladillo de los pantalones caía a la altura perfecta. No llevaba la peluca manoseada que había lucido con garbo durante el juicio, sino una nueva y limpia. Su forma de hablar era más severa.
—Sarah Barnard asesinó a su ex marido a sangre fría. Lo sabemos porque contamos con la prueba. —Tenía en la mano imágenes fijas del tiroteo, que mostró de una en una al jurado—. La cámara de seguridad se colocó dos días antes de que se realizara esta filmación, el sistema de vigilancia se instaló a petición de la víctima, Dean Barnard. —Tenía una foto de Dean. La sostuvo en alto—. Hemos oído declarar que Dean temía que su ex esposa robara el caballo. La acusada ignoraba que se había instalado la cámara de seguridad. Sí sabía que su marido se alojaba en la finca de Alice Joyce, que dormía en la residencia, un edificio junto al cual la acusada tenía que pasar para ir a los establos. Llegó a las tres horas y cuarenta y siete minutos de la madrugada del día de Navidad. Ese día el personal del establo no trabajaba. La acusada salió de su casa con un arma no registrada, sin licencia, cruzó a pie el pueblo al abrigo de la oscuridad, un recorrido de dos kilómetros, pasó oportunamente junto a la ventana del dormitorio de la víctima, anduvo quinientos metros más hasta los establos y, una vez allí, después de haber despertado a Dean al pasar y de que él hubiera salido corriendo para detenerla, le asesinó y luego le robó el caballo. —Bajó la fotografía—. Dean Barnard, muerto a las cuatro horas y cinco minutos de la madrugada del día de Navidad.
»La acusada había descubierto, hacía pocos meses, las infidelidades de la víctima, había culpado a la víctima de la insolvencia de su negocio de rutas ecuestres, consideraba que su ex marido no tenía derecho a llevarse los caballos, y mucho menos la yegua negra. La acusada quería recuperar ese caballo. Tras asesinar a su marido y llevarse la yegua, Sarah Barnard la condujo a su casa, por las carreteras, sin dejar ningún rastro. Una vez en casa, intentó meterla en el remolque, pero el caballo no entró. Las huellas de neumáticos indican que Sarah trató de llevárselo en el remolque. Nosotros creemos que fue entonces, no en un momento anterior no especificado, cuando Sarah Barnard recibió los golpes en la cara. Sostenemos que en las imágenes de la cámara de seguridad, bajo la gorra, la acusada no presenta contusiones en la parte inferior de la cara; cuando se toca la mandíbula, no se encoge de dolor; se limpia la boca y la mandíbula con un gesto firme. Sangre —prosiguió el fiscal—, en la camisa de la acusada no se ve sangre en las imágenes de la cámara de seguridad. La sangre que se descubrió más tarde en la camisa es de una herida sufrida después del asesinato, y no antes. Y las contusiones se convierten en un problema para Sarah Barnard. Sacar discretamente de la ciudad al caballo en el remolque, volver antes de que salga el sol, comportarse durante el día de Navidad como si nada hubiera ocurrido, de repente todo eso es imposible. Siempre será la principal sospechosa; una cara hinchada, amoratada, basta para dar la puntilla. Cambio de planes: se irá al monte con el arma y el caballo. Le entra el pánico. El sol está saliendo. Pronto encontrarán el cuerpo de la víctima. Sarah se ducha y se cambia de ropa. Mete las prendas sucias y ensangrentadas en la lavadora, incluso la gorra. Pero eso no elimina todos los restos de sangre de la víctima, ni la suya. Disponemos de esa prueba.
El fiscal se acercó al banquillo donde estaba sentada Sarah.
—Esta mujer sabía lo que hacía. Esta mujer se acuerda de todo. No tiene antecedentes de esquizofrenia ni de ninguna otra enfermedad mental tal como las entiende el tribunal. Sufrió una depresión cuando era adolescente. Empezó a beber en exceso tras la ruptura de su matrimonio. Sin embargo, ni la depresión ni la toxicomanía impiden que las personas conozcan la naturaleza de lo que hacen. —Se volvió hacia el jurado—. La acusada se ve atrapada por el mayor diluvio que se recuerda en la sierra de Mortimer. Sobrevive, busca refugio, enciende un fuego, fuerza una caravana, entra en calor, come, hierve agua y ayuda a un cazador curtido a ponerse a salvo. ¿Débil? ¿Perturbada? ¿Una mente trastornada? Se espera que solo con el testimonio de su compañero superviviente creamos que sufre un episodio psicótico. No se nos proporciona ninguna otra prueba que lo apoye. El testimonio de una sola persona. Todas las secuencias de vídeo que nos han enseñado, todas las pruebas que hemos visto, muestran a la acusada en pleno control de sus facultades. Y en cuanto al señor Brody Heatherton, compañero superviviente de Sarah Barnard, bueno… —El fiscal arqueó las cejas—. Seguro que lo que hicieron en la montaña tenía algo que ver con la supervivencia. ¿El joven que hemos visto en el estrado había perdido la fortaleza y la integridad moral hasta el punto de aprovecharse de una mujer que sufría un episodio de esquizofrenia? Su hermano padece esa misma enfermedad; cabría pensar que por lo tanto sabía que la acusada no estaba en el estado mental adecuado para iniciar una relación apasionada y basada en el sexo. ¿O acaso el conocimiento y la experiencia de la enfermedad de su hermano introdujeron un elemento interesante para esta pareja aislada y confinada? ¿La tristeza de la acusada tocó una fibra sensible? ¿El relato de las infidelidades de su marido provocó comprensión, que aumentó cuando la acusada salvó la vida del joven? ¿Era el sexo un signo de algo que todos en la sala podemos comprender: atracción, deseo y amor? ¿Por qué nos ocultaron el sexo, si era un ejemplo tan claro de comportamiento psicótico? Hemos de regirnos por los hechos que conocemos. Ignoramos qué pasó entre Sarah Barnard y Brody Heatherton en la montaña del Diablo desde el veinticinco de diciembre al primero de enero; solo ellos lo saben. Ignoramos el efecto que sobrevivir a una experiencia tan dura como esa tiene sobre dos personas, hasta qué punto les une. No podemos entenderlo. Y dudo que podamos analizar ese vínculo. Hemos de dejarlo a un lado. Hemos de juzgar por lo que sabemos, por lo que tenemos delante. —Levantó la mano hacia la pantalla, donde aparecía congelada la imagen de Sarah disparando a Dean—. Esto es lo que tenemos delante. Sarah Barnard apretando el gatillo cuando su marido está de espaldas.
—Al fiscal le gusta que las cosas sean fáciles. Pero la enfermedad mental no es fácil. —La abogada de Sarah salió por detrás del banquillo y se acercó al jurado—. Despertar de una pesadilla e intentar recordar los detalles… esas son las palabras que mi cliente dijo a su psicoterapeuta. Y, al oír la declaración de diversos testigos, en efecto parece una pesadilla.
»La última persona que vio a Sarah antes de la mañana del día de Navidad, el mozo de cuadra, nos habló de la obsesión de Sarah por Tansy, la yegua negra. Un animal que ella creía inmortal: un caballo que no podía morir, uno de los pocos del mundo con un pelaje completamente negro, sin marcas identificativas, y que por lo tanto era la misma yegua negra a lo largo de los tiempos. Sarah se refería a sí misma como la “guardiana” de esa criatura mística y trascendente. La reacción de Sarah a la ruptura de su matrimonio, el descubrimiento de que la persona a la que amaba y en quien confiaba la había engañado, un hombre que, en un momento dado de su matrimonio, había llegado a acostarse con cinco mujeres distintas, que había desviado dinero para pagar habitaciones de hotel y estancias de toda una noche en burdeles, y que mentía sobre la situación económica de ambos; ante todo eso, la reacción de Sarah fue obsesionarse con ese caballo inmortal, preocuparse de forma desmedida por él. Cuando se lo arrebataron, no le arrebataron un caballo cualquiera, sino un animal que no estaba sujeto a las limitaciones terrenales y al que no se podía aplicar norma terrenal alguna. La enajenación mental de Sarah se había convertido en psicosis paranoica grave, que destruyó su capacidad de comprender lo que hacía.
»Creemos que Sarah se encontró con la víctima junto a la residencia de Alice Joyce antes de llegar a los establos la mañana del día de Navidad. Durante ese enfrentamiento se produjeron las heridas de Sarah. En la grabación de la cámara de seguridad, Dean Barnard no se sorprende al ver el arma. Es obvio que no se ha despertado de repente. Va completamente vestido. Se diría que ambos han discutido apenas unos minutos antes. Si Sarah se hallaba en plena posesión de sus facultades mentales, ¿por qué no mató a su marido cuando él la pegó? ¿Por qué marcharse? En las secuencias vemos que su esposo la empuja. Se encontró sangre de Sarah en la camisa que ella llevaba esa mañana. Es una esposa maltratada. Sin embargo, no alega defensa propia. Por el contrario, reconoce que no se acuerda. El propio círculo de Dean ha aportado pruebas del verdadero carácter de ese hombre. Dean Barnard alardeaba ante sus amigos de que engañaba a su mujer desde hacía tiempo. Presumía de haberse salido siempre con la suya durante su matrimonio. Testigos oculares han explicado la cantidad de veces que le vieron amedrentarla, responderle a gritos si ella le preguntaba dónde había estado. Hemos oído a un testigo ocular contar que, al menos en una ocasión, la empujó con tanta violencia como en la grabación. El marido de Sarah la ridiculizaba, la amenazaba, la manipulaba, la maltrataba, y aun así ella solo piensa en el caballo.
La abogada fue hacia la tribuna. Sarah echó un vistazo por encima del hombro y vio que su padre seguía allí. El asiento contiguo estaba vacío. La letrada señaló al padre de Sarah y mantuvo el brazo en alto mientras hablaba.
—Dos horas después del tiroteo, el señor Lehman conversó con su hija durante diez minutos. Dos horas después del tiroteo, durante diez minutos… ¿les parece propio de una persona que tiene prisa por encubrir algo? —Bajó el brazo y se volvió hacia el jurado—. El señor Lehman declara que su hija hablaba, según sus propias palabras, «de forma incoherente». Al parecer no tenía claro qué día era. «Feliz Año Nuevo», le dijo Sarah. Lejos de maquinar y elegir un día adecuado para cometer un crimen, Sarah ni siquiera sabe que es el día de Navidad. No oculta sus huellas. Actúa ante una cámara de seguridad. Se comporta como una persona que no es consciente de lo que hace, que no es consciente de la magnitud de sus actos.
En la pantalla apareció una imagen de la cabaña derruida, seguida de una fotografía del baño anexo, otra de las duchas; había fotos del cobertizo, de la mesa y las sillas, de la estufa de leña, del interior de la caravana y, finalmente, de la cama. Eran imágenes sobreexpuestas, clara y deliberadamente desagradables.
—¿Un nido de amor? —dijo la abogada de Sarah al jurado—. El fiscal tiene razón al afirmar que es incapaz de imaginar lo que supone sobrevivir en una montaña. Yo miro esas fotos y lo imagino exactamente así. Hostil, duro, frío, sucio. El fiscal quiere que creamos que en este entorno Sarah y el señor Heatherton estaban tan perdidamente enamorados, tan embriagados de romanticismo, que se pasaban el día revolcándose, unidos en abrazos apasionados, susurrándose palabras tiernas y declarándose amor imperecedero. ¿Acaso él cree que antes tenían que retirar las chocolatinas de la almohada y apagar las velas perfumadas? Me parece que quizá el fiscal necesite una ducha fría. Lo que resulta chocante de estas imágenes no es que sean lúgubres, sino que Sarah buscara sexo en ese entorno. No un contacto tranquilizador, sino sexo carnal, excesivo, y no una, sino numerosas veces al día durante tres días. Los otros cuatro días los pasó preocupada por la invasión de insectos, los forajidos del monte, la posibilidad de que el mar llegara a rodear la montaña, el mundo bajo el agua y el caballo inmortal. Si esos detalles nos desconciertan, ¿no constituyen una prueba más de su desequilibrio mental?
La defensora de Sarah levantó las manos como si fueran los platillos de una balanza, una al lado de la otra, abiertas y con las palmas hacia arriba. Volvió a juntarlas.
—Un veredicto de no culpabilidad no significa que Sarah Barnard quede libre, sino bajo vigilancia a criterio del Tribunal de Salud Mental. Un veredicto de no culpabilidad no elimina el dolor ni el miedo ni la devastación de una mente tan débil y perturbada que la llevó a quitarle la vida a otra persona. Un veredicto de no culpabilidad asegura que Sarah Barnard seguirá el tratamiento especializado que le permita ser la joven capaz que ven hoy en la sala.