La abogada defensora de Sarah estaba sentada en el sofá con ella. La procuradora acercó una silla. El equipo se preparaba antes del último asalto.

—Hemos de repasar los puntos en los que creemos que se centrará mañana la acusación y prepararnos para los métodos con los que Wilson intentará confundir a Brody. Brody tiene unos antecedentes impecables. Ahí no encontrarán nada. Ha quedado demostrado que su hermano está enfermo, es una historia triste, no la sacarán. Un aspecto que me preocupa es… —la abogada dio unos golpecitos con la uña en la rodilla de Sarah— la cuestión de la complicidad… Usted y Brody… —Levantó la mano y frotó dos dedos entre sí—. Desde que él entró en la sala del tribunal, percibo algo.

—Yo también —dijo la procuradora—. Si nosotras lo notamos, a la acusación no le habrá pasado por alto. Haya o no haya algo, tenemos que hablar de ello. —Hizo una pausa—. ¿Hay algo de eso?

—El problema es —continuó la abogada antes de que Sarah pudiera contestar— que podría trastocarlo todo más que ninguna otra cosa. Hemos evitado lo de la pareja de supervivientes por ese motivo. Es mejor que el jurado piense en ustedes dos por separado. Usted le salvó la vida y puede que él se sienta en deuda y presente los hechos de forma favorable para usted. De momento no da esa impresión, lo cual es positivo. Necesitamos que él siga siendo creíble.

—En ese sentido, que sea tan guapo nos perjudica —señaló la procuradora—. La mitad de la gente de la sala piensa: «Siete días aislada con él… mmm».

—Cuando sube una persona atractiva al estrado, el sexo aflora siempre. Todo el mundo lo tiene en la cabeza. No habría ningún problema si él fuera feo. Ustedes son dos personas atractivas y empieza a resultar difícil negar lo obvio.

—Nosotras no sacamos el tema —dijo la procuradora—, pero Wilson lo hará. Cuando presione a Brody, y le presionará, ¿hay alguna posibilidad de que él conteste sí a la pregunta sobre el sexo?

—Yo no sé qué contestará él.

—¿Hubo algo de eso entre ustedes?

Sarah negó con la cabeza.

Las dos mujeres recurrieron a su sistema de comunicación silenciosa.

—Sarah… tenemos que saberlo. Hemos de estar preparadas. ¿Hubo sexo?

—Puede… que lo hubiera.

—¿Más de una vez?

—Quizá.

—¿Usted no habló con él del tiroteo en ningún momento?

—No.

—¿Le dijo él que la cámara de seguridad la había filmado llevándose a Tansy?

—Ya se lo he dicho: yo no tenía ni idea de la filmación hasta que bajé. Él no me dijo nada. No hablamos de eso.

—Pero de algo hablarían.

—No hablamos del tiroteo ni de la posibilidad de que hubiera un juicio. Ni de nada parecido. Nosotros solo… él solo… hablamos de otras cosas.

—¿Dijo él algo que diera a entender un conocimiento más profundo de la situación, o lo hizo usted?

Fueron los besos lo que acudió a la mente de Sarah, la forma en que él se movía, su energía, cómo la atraía hacia sí y la expresión de sus ojos cuando se besaban: «Lo sé». ¿Cómo podía Sarah explicar eso? La verdad estaba allí siempre que se tocaban.

—¿Sarah?

—No hablamos de eso.

La mujer mayor la miró fijamente a los ojos. No disimuló que la estaba escudriñando.

—¿Había algo tácito? ¿Una sensación de complicidad?

—No planeamos nada.

—No está enamorada de él, ¿verdad?

—No. —Sarah se apartó y se frotó la frente—. De todos modos, esas palabras no significan nada.

—¿Qué quiere decir?

—«Te quiero»: no significa nada. El hecho de que él lo dijera no lo convierte en verdadero.

Se estremeció en cuanto las palabras salieron de su boca.

La abogada se inclinó hacia atrás y suspiró. La procuradora dejó la taza de café. Las dos mujeres no se miraron. Nada confidencial y perspicaz pasó de una a la otra. Miraban en direcciones opuestas.

Al día siguiente Brody llevaba vaqueros ajustados y la rodillera por fuera, una camiseta debajo de una chaqueta beige y botas vaqueras. Subió al estrado. Entró la juez. Todo el mundo tuvo que ponerse en pie.

Bajo la peluca y la toga, Wilson, el fiscal, llevaba un traje viejo y unos zapatos gastados. Cuando la juez se sentó, él tomó asiento, puso una pierna encima de la otra y se reclinó en la silla. Era teatro. La mayor parte de lo que ocurría en la sala lo era. Se levantó de un salto y se acercó en dos zancadas a Brody, sentado en el estrado.

—Hola.

—Hola —contestó Brody.

—¿Quién cocinaba?

—¿Cómo?

—Cuando estaban atrapados en la montaña, ¿quién cocinaba?

—Sarah.

—¿Quién fregaba?

—Yo.

—¿Comían ante la estufa de leña?

—Sí.

—¿Quién encendía el fuego?

—¿Señoría? —La abogada de Sarah levantó la palma de la mano hacia el cielo.

—Lo siento, señoría, pero intento determinar la relación que tenían el testigo y la acusada. Por lo que hemos oído hasta ahora, se diría que los dos supervivientes estaban en la cima de montañas distintas y se hacían señales de humo.

La juez hizo un gesto circular con la mano.

—Continúe.

—Gracias, señoría. —El fiscal sonrió a Brody y esperó a que respondiera a la última pregunta—. El fuego —le recordó.

—Lo manteníamos encendido la mayor parte del tiempo.

—¿Se aseguraban juntos de que no se apagara? ¿O se encargaba usted solo?

—Ambos lo vigilábamos.

—¿Dónde dormía usted?

—En la caravana.

—¿Dónde dormía la acusada?

—En la caravana.

—¿En una cama de matrimonio?

—Sí.

—O sea, tenían comida, tenían fuego, tenían una caravana, habían pasado un verdadero suplicio hasta llegar allí. —El fiscal se frotó la cara y reflexionó un momento—. ¿Hacía frío? —dijo, como si se le hubiera ocurrido la pregunta sobre la marcha.

—¿Señoría? Creo que ya ha quedado claro que estaban en la cima de la misma montaña.

—Yo también lo creo.

—Sí, señoría. Señor Heatherton, ¿en qué consiste exactamente su trabajo?

—Controlo la población de ciervos del monte.

—Les dispara.

—Sí.

—¿Les acecha solo y les mata?

—Sí.

—¿Le gustan las criaturas indómitas?

—¿Los animales salvajes? Sí.

—¿Tiene pareja, señor Heatherton?

Brody miró a la juez, como si confiara en que la pregunta fuera improcedente.

Tardó en contestar.

—No.

—¿Tenía pareja en aquel momento?

—No.

—¿Cómo describiría su relación con la acusada?

Fue una pregunta inesperada. Sarah advirtió que Brody tardaba un momento en digerirla.

—Estábamos atrapados juntos.

—Una y otra vez, señor Heatherton, ha afirmado usted que la acusada le salvó la vida. Debe de estarle muy agradecido.

Brody asintió con un movimiento seco y brusco.

—Estoy buscando su caballo.

A continuación dirigió la vista hacia Sarah e intentó comunicarle algo. Su mirada fue intensa durante un par de segundos.

—¿Es su forma de darle las gracias? —preguntó el fiscal.

—Sí.

—El caballo recibió un disparo. ¿Quiere usted decir que está buscando en la sierra un caballo muerto?

—Un animal del tamaño de Tansy puede sobrevivir con una bala del calibre veintidós alojada en una zona muscular si la herida no se infecta. Yo creo que existe una posibilidad de que esté viva.

Estas palabras iban destinadas a Sarah, dirigidas a ella; en especial las dos últimas, pronunciadas con voz más suave, íntima.

Sarah frunció el ceño. Brody no le daría esperanzas de ese modo si no estuviera seguro, ¿verdad?

—La yegua pertenecía a la víctima —decía el fiscal—, usted mismo lo ha afirmado… oyó en la radio de la policía que la acusada la había robado. Si la encuentra, ¿la entregará a la familia de la víctima? Están en la sala, señor Heatherton. No me cabe la menor duda de que para ellos significaría mucho recuperar el caballo que le robaron a su ser querido.

Brody examinó la sala. Sarah vio que no sabía dónde buscar a los familiares de su difunto esposo, ni quiénes eran.

Al cabo de un momento él dijo:

—Para mí, Tansy es el caballo de Sarah.

—Señor Heatherton, ¿acaso prometió a la acusada que se ocuparía del caballo y está cumpliendo su palabra?

—No —mintió él.

En la pantalla aparecía Sarah junto al río de las Truchas, en la grabación del informativo de televisión. A diferencia del vídeo de YouTube, la imagen era nítida y se oía su voz. Habían eliminado los aullidos del viento y el rugido del agua. Sarah señalaba la cima de la montaña y gritaba que Brody estaba atrapado en la cabaña. La piel de Tansy brillaba de sudor. La yegua tenía pequeños arañazos y cortes en el cuerpo. Esos eran los momentos en que Sarah se desmoronaba por completo: al ver a su yegua. Se clavó las uñas en las manos. Parpadeó para reprimir las lágrimas.

El vídeo las mostraba a continuación subiendo al galope por el camino, mientras un agente gritaba: «¡Él no está localizado! ¡No disparen!».

La cámara rodeaba cautelosamente la excavadora y filmaba a la policía apuntando las armas hacia el otro lado del río.

El fiscal indicó que detuvieran la cinta en ese punto. Se volvió hacia Brody.

—Si la acusada era tan poco comunicativa y las ocasiones en que hablaba se expresaba de forma inconexa y difícil de entender, ¿puede explicarnos por qué arriesgó la vida, y la de su caballo, por usted?

Brody seguía mirando la imagen congelada en la pantalla.

—No, no puedo.

El fiscal se acercó al jurado.

—Irracional, psicótica, trastornada, paranoica, temerosa de que alguien la atacara en el monte, invasiones de insectos, bandidos, caballos inmortales, discursos sobre que el calentamiento global ha destruido la civilización… Sin embargo, cuando se enfrenta a un grupo de hombres armados que la están apuntando y todos sus miedos parecen haber resultado ciertos, no se comporta como una persona perturbada. Nos dice, con total lucidez, me parece a mí, que usted —se volvió hacia Brody otra vez— está atrapado y que hay que informar al helicóptero. Usted es su única preocupación. Y el caballo que ella robó y por el que asesinó…

—Protesto, señoría.

El fiscal rectificó por iniciativa propia.

—El mismo caballo que ella robó, y cuyo robo le costó la vida a su marido, de repente parece secundario comparado con usted, señor Heatherton. ¿Puede explicar eso?

—No, no puedo. —Él seguía mirando la pantalla. Bajó la vista hacia el fiscal—. Sin embargo, yo no diría que huir de la policía cuando te apuntan con sus armas sea comportarse de manera muy equilibrada.

La defensora y la procuradora de Sarah intercambiaron miradas de satisfacción.

—Usted mostró un asombroso grado de confianza en ella —replicó el fiscal— al enviarla abajo, para empezar. Debió de pensar que era más que probable que volviera. Si no, no le habría pedido que se marchara y le dejara a usted atrapado y solo, ¿verdad? Ella habría podido ayudarle a cortar la viga. Habría podido cavar y sacarle si el desprendimiento de tierra llegaba a cubrirle. Podría haber hecho señas al helicóptero para que bajara y haberles llevado directamente hasta usted. Si ella se hubiera quedado, señor Heatherton, el helicóptero habría ido directamente hasta usted. En cambio, se destinaron todos los recursos a la bifurcación del camino para interceptar a la señorita Barnard. Le habrían sacado a usted en unas dos horas y media si ella se hubiera quedado.

—No habrían llegado hasta mí, el helipuerto estaba inservible; no podían aterrizar.

—No tenían que aterrizar, iban a lanzar a un grupo de agentes cuando les desviaron.

—Yo no lo sabía. Me dijeron que la fuerza del viento imposibilitaría el rescate.

—¿Y esa información le hizo pensar que el mejor plan era enviar abajo a una mujer supuestamente trastornada, ni siquiera en busca de ayuda, sino para que hurgara en su coche cargado de armas, esquivara a la policía y luego volviera a subir a caballo?

—Sí. Me di cuenta de que Sarah tenía muchas ganas de ayudar.

—¿Hasta qué punto querían ustedes dos ayudarse el uno al otro, señor Heatherton?

—Yo habría hecho lo mismo si ella hubiera estado atrapada, si se refiere a eso.

—¿Cómo construyó usted el corral teniendo la rodilla lesionada?

—Con dificultad.

—¿Cómo cavó los agujeros para los postes?

—No lo hice yo.

—¿Fue Sarah? ¿Le dio usted instrucciones?

—Señalé dónde debía cavar.

—Sobrevivir juntos les llevó a no separarse ni a sol ni a sombra, ¿y aun así afirma que no intimaron?

—Su enfermedad nos impidió intimar.

—¿Tuvieron usted y la acusada algún tipo de actividad sexual?

Brody parecía preparado para la pregunta.

—No.

—¿No hubo intimidad entre ustedes? ¿Caricias? ¿Abrazos?

—No.

—Señor Heatherton, supongo que es consciente del estado de la acusada.

En cuanto el fiscal dijo eso, Sarah supo qué se proponía. Funcionó. Brody la miró y, antes de que ella tuviera ocasión de decirle que no con un gesto, dirigió los ojos al vientre de Sarah.

Todos los presentes en la sala lo vieron, vieron la expresión de Brody: pánico.

La abogada y la procuradora de Sarah se miraron de reojo. «Allá vamos».

—Ejem… perdone… ¿señor Heatherton? —dijo el fiscal—. Me refería a las migrañas que sufre la acusada. ¿A qué estado creía que me refería?

Brody palideció. La sala estaba en silencio.

—¿Señor Heatherton?

Él se limitó a mover la cabeza. Sarah advirtió que todavía estaba reponiéndose de la idea de que estuviera embarazada. Comprendió que a Brody le habría gustado que todo se detuviera un segundo, que la juez señalara una pausa, que le permitiera acercarse a ella y hacerle la pregunta él mismo, a solas y respetuosamente, dejar clara la cuestión.

Sarah le sonrió con dulzura y le dijo, en voz muy baja: «No». Fue además una forma de compartir la carga. Ahora ambos la habían fastidiado. Se empezaron a oír susurros detrás de ella, personas que preguntaban qué había dicho.

—Se lo preguntaré otra vez, y le recuerdo que está bajo juramento… Señor Heatherton, ¿tuvieron usted y la acusada algún tipo de actividad sexual?

—Señoría, tengo más preguntas para el testigo.

—Sí, lo suponía —replicó la juez.

La abogada de Sarah se acercó al estrado. Brody tenía la mirada perdida y los brazos cruzados por debajo del pecho.

—Señor Heatherton, ha sido un día muy largo; seré breve.

Él permaneció en silencio.

—Ha declarado que usted y mi cliente practicaron diversas actividades sexuales en el transcurso de tres días. Comprendo que este tipo de interrogatorio es difícil. Tengo unas cuantas preguntas sobre la naturaleza del sexo. ¿Quién tomaba la iniciativa, señor Heatherton?

—Los dos —contestó él con voz monótona.

—¿Presionó usted a mi cliente para que mantuviera relaciones sexuales?

—No.

—¿Tendría la bondad de darnos un ejemplo en el que mi cliente tomara la iniciativa?

Él inspiró, mantuvo los brazos cruzados.

—Yo estaba tumbado en la cama, me acababa de despertar, ella me acariciaba.

—¿Le acariciaba… para consolarle, buscando consuelo?

—Me acariciaba.

—Ella participaba voluntariamente.

—Sí.

—Usted ha declarado que llegaron al coito una vez y que practicaron una combinación de sexo oral, penetración digital y masturbación mutua en varias ocasiones más. ¿Puede decirme cuántas veces realizaron actividades sexuales juntos?

—No me acuerdo.

—Ha declarado que dichas actividades tuvieron lugar solo durante tres días, señor Heatherton. ¿Lo hacían… una vez al día?

—No lo sé.

—¿Dos veces al día?

—No lo sé.

—Responda a la pregunta, señor Heatherton —advirtió la juez.

—Unas tres o cuatro veces.

—¿En total?

Brody apretó más los brazos. Aspiró entre los dientes.

—Al día —murmuró.

—Lo siento, más alto, para que lo oiga la sala…

—Teníamos relaciones sexuales tres o cuatro veces al día —dijo Brody alzando la voz.

Un zumbido de satisfacción surgió de la multitud de periodistas.

Sarah solo oyó un crujido detrás, donde estaban sentados sus padres. No le habría sorprendido que se hubieran marchado. No se dio la vuelta para averiguarlo por miedo a que siguieran allí, a ver en los ojos de su madre aquella mirada de fría reprobación.

—Y esos interludios ¿cuánto duraban?

—No los cronometré.

Brody miró a Sarah. Ella comprendió que él no solo temía haber arruinado la defensa, sino que además le preocupaba lo que su declaración significaba para su familia: los Heatherton habían protegido su privacidad durante los meses previos al juicio, habían mantenido su dignidad; eso les despojaba de ella. Los periodistas no eran capaces de anotar las respuestas de Brody tan rápido como querían.

—Estoy pensando —dijo la abogada de Sarah—que se les terminaba la comida, tenían hambre, el entorno era estresante, incómodo, llevaban días sin darse una ducha caliente… desde la perspectiva de una mujer, me cuesta imaginar algo menos propicio para el sexo. Aun así, mi cliente participaba voluntariamente en esa actividad sexual exagerada. Señor Heatherton, ¿al recordarlo le extrañan el sexo que compartieron y la cantidad? ¿Le parece raro?

Brody relajó la postura. Captó lo que pretendía la abogada.

—Sí —contestó—. Era raro.

—Señoría, no tengo más preguntas. Y desearía que volviera a subir al estrado un testigo anterior: la doctora Haynes.

La doctora Haynes había sido informada el día anterior de que quizá la citarían de nuevo. Había estado esperando a que la llamaran. El alguacil volvió a tomarle juramento.

—Muchas gracias por comparecer otra vez, doctora Haynes.

—De nada.

—Le aseguro que no le robaremos mucho tiempo. Para recordárselo a la sala, ¿es usted especialista en los efectos, síntomas y tratamiento de la esquizofrenia?

—En efecto.

—Le pido pues su dictamen como experta: cuando una persona sufre un episodio psicótico grave, ¿cómo afecta eso a la libido?

—Puede afectar de distintas formas.

—¿Puede reducirla?

—Puede.

—¿Y aumentarla?

—Sí. Es más común que la aumente.

—¿En qué sentido?

—El afectado puede incurrir de repente en un comportamiento sexual desinhibido, agresivo u obsesivo. El sexo puede formar parte de un episodio psicótico igual que la alucinación o la paranoia.

La abogada de Sarah se volvió hacia el jurado.

—¿De manera que alguien que sufre un episodio de enfermedad mental grave puede buscar el sexo activamente y practicarlo de forma excesiva?

—Sí, y en muchos casos así ocurre.

—Gracias, doctora Haynes.