Siempre que podía, la acusación mostraba la filmación de Sarah disparando a su marido. La pasaron otra vez antes de concluir su argumentación. Era una película en blanco y negro, grabada en los establos donde Dean había instalado a Tansy. Se veía el patio de hormigón ante la entrada principal de Establos Alice Joyce, con el nombre estarcido a ambos lados de las puertas de estilo rústico. Una luz de seguridad iluminaba la escena; lucía débilmente sobre las puertas. Se encendía un sensor luminoso y un resplandor brillante inundaba el espacio. Sarah aparecía en escena. Llevaba una gorra, que impedía verle la cara, y el rifle. Caminaba hacia la puerta y la abría. Vestía la misma ropa que la mañana del día de Navidad a primera hora. Llevaba el pelo recogido en una cola de caballo. Desaparecía en el establo. Unos faros bañaban de blanco la escena durante un momento. Aparecía el morro de un coche. El de Dean, un todoterreno Nissan Patrol. Se acercaba a las puertas. Sarah reaparecía en escena. La portezuela del conductor se abría. Los faros se apagaban. Dean salía. Llevaba una camisa de cuadros, vaqueros y botas. Tenía el pelo y la barba oscuros. Se parecía extraordinariamente a Brody cuando este estaba en la montaña: barba corta, cuerpo esbelto y musculoso. Se quedaba junto al vehículo y daba una palmada al capó. La filmación no tenía sonido. Dean gritaba. Sarah se acercaba con el arma en la mano, apuntando al suelo. Bajo la gorra, se veía que empezaba a gritar también. Dean no parecía asustado. Se inclinaba hacia ella y le chillaba en la cara. Discutían un momento. Él la empujaba. Sarah se tambaleaba hacia atrás. Recuperaba el equilibrio y le apuntaba con el arma. Él daba media vuelta alzando la vista al cielo y meneaba la cabeza en un gesto de incredulidad mientras sacaba el móvil del bolsillo.
La secuencia no mostraba el disparo ni dejaba claro dónde le había disparado (en la nuca); solo se veía a Sarah preparándose para el retroceso del arma, a él dejando caer el móvil y derrumbándose como una marioneta a la que hubieran cortado los hilos. Se plegaba sobre sí mismo fuera de cámara, detrás del vehículo. Sarah bajaba el rifle. Se quedaba inmóvil y luego se limpiaba algo de la parte inferior de la cara. Se daba la vuelta y entraba en el establo.
Un minuto después, salía con Tansy. La yegua estaba asustada e inquieta. Sarah llevaba el arma, con el cañón hacia abajo junto a la pierna. Conducía a Tansy por delante de la puerta abierta del coche y por encima del cadáver de Dean, y la llevaba hacia la oscuridad.
Durante el juicio Sarah llegó a conocer la cantidad y variedad de miradas que intercambiaban su defensora y su procuradora. Eran capaces de conversar entre sí sin pronunciar una sola palabra. No necesitaban pasarse notas. Sarah estaba en el banquillo detrás de ellas. Advirtió que a la funcionaria de prisiones sentada a su lado también le resultaban fascinantes las miradas del equipo legal. Al entrar Brody en la sala, la defensora y la procuradora se lanzaron las miradas más ufanas que se habían dirigido hasta el momento. Sus sonrisitas de suficiencia se transformaron en gestos remilgados y ambas levantaron la cabeza a la vez fingiendo que observaban a Brody con frialdad, aunque por dentro se relamían de satisfacción. Adoptaron un aire de indiferencia que resultó más convincente.
Brody se dirigió hacia el estrado de los testigos. Todavía cojeaba, muy poco, apenas nada. En los vaqueros estrechos se apreciaba el bulto de una rodillera, que no conseguía empañar su aspecto general: camisa blanca por fuera de los vaqueros y botas marrones de piel, tez morena, pelo corto y muy oscuro, afeitado impecable. La juez le miró por encima de las gafas. Dos jóvenes del jurado, un chico gay y una chica, se miraron con gesto de aprobación. También contribuyó el hecho de que los medios de comunicación que estaban en la sala cobraran vida; se elevó un ronroneo entre ellos, se abrieron libretas, se oyó el clic de los bolígrafos. Hasta ese momento habían tenido que conformarse con Jamie Heatherton, como aperitivo y gancho, un atisbo del elusivo Brody. Cuando la sesión se había vuelto aburrida —un exceso de «señoría» había provocado el sueño en la tribuna—, la melé de periodistas había escrutado a Jamie, el guapo hermano del guapo superviviente, había tomado notas sobre él y dibujado su retrato.
Jamie ocupaba el mismo asiento todos los días, en la última fila de la tribuna, la más cercana al jurado, un sitio donde Sarah podía verle sin tener que moverse en el banquillo. Normalmente acudía solo. Ese día tenía al lado a su mujer, Kirsty, rubia y de ojos azules, vestida como si hubiera llegado directamente del gimnasio o acabara de salir de aquellas fotos de la cámara de vigilancia. Estaba cogida del brazo de Jaime con fuerza. Miró a Brody cuando este entró en la sala.
Justo detrás de Sarah estaban sus padres. Ella no les veía, a menos que volviera la cabeza. Se los representaba en la mente. Su madre había adelgazado. Tenía el doble de arrugas que antes. Su rostro había adquirido un permanente tono ceniciento. O bien la vergüenza la obligaba a encorvarse y mantener la mirada baja, o bien el padre de Sarah minaba su energía.
Brody se sentó en el estrado y miró a su hermano. Sarah advirtió que reprimía el impulso de mirarla a ella. La sala era grande. No quedaban demasiados asientos libres ese día, ya que testificaba Brody. Era una estancia moderna, sencilla, luminosa y diáfana. Él era el centro de atención. El alguacil le tomó juramento. Brody estaba nervioso, tenía la voz más aguda de lo normal. La abogada defensora se levantó.
Sarah desvió la vista. Brody no sería capaz de aguantar mucho más sin mirarla, y aún no estaba preparada para enfrentarse a él. Debía de haber visto la filmación donde aparecía ella en los establos. Debía de haberse formado su propia opinión. Debía de haberla juzgado. Sarah enderezó el dobladillo de la falda por encima de las rodillas, retiró de la tela una hebra inexistente y pasó las manos sobre la prenda. Quizá tenían que hacerlo de esa manera, mirarse por turnos. Como en sus relaciones sexuales, el control siempre en manos de uno.
La mirada de Brody se posó en ella —Sarah lo notó—, en su pelo, descendió hacia los hombros, se entretuvo en las facciones, realzadas con un cuidadoso maquillaje, ni demasiado subido ni demasiado natural, nada de labios rojos ni tonos llamativos; ojos, labios y pómulos resaltados sutilmente, cejas bien delineadas, nada que el jurado pudiera criticar. Sarah advirtió que él apartaba la vista para no parecer demasiado absorto, pero que no podía reprimir el impulso de volver a mirarla.
Desde que había bajado de la montaña del Diablo, había examinado todas y cada una de las fotografías de Brody en los periódicos, se había inclinado sobre la pantalla del ordenador de la procuradora para ver vídeos en los que esquivaba a los reporteros. Lo único que él debía de haber visto de ella eran imágenes anteriores a su estancia en la montaña, la foto de boda de ella y Dean, que a los medios les encantaba publicar, y las imágenes granulosas desde el río de las Truchas (el vídeo de YouTube de Sarah gritando desde la orilla, con casi seiscientas mil visitas la última vez que lo había consultado; el conductor de la grúa debía de estar contento). Pero ahora, en el juzgado, era la primera vez que se veían en persona.
A Sarah se le había desbocado el corazón. Brody seguía provocándole esa reacción. Parecía que una parte de ella pudiera salir del cuerpo y estar con él en el estrado. Era consciente de la piel de él, de su cabello, de sus labios, del contorno de su cara, del peso de su cuerpo, del sonido de su respiración, le olía, percibía su sabor.
—Señor Heatherton, durante el juicio hemos conocido los hechos relacionados con su rescate y que usted estuvo atrapado en la montaña con mi cliente; sabemos que mi cliente le salvó la vida. Lo que yo…
El fiscal la interrumpió.
—Señoría, no es un hecho que la acusada salvara la vida del señor Heatherton. Hemos oído testimonios en sentido contrario. La acusada puso en peligro la vida del señor Heatherton al desviar el helicóptero y retrasar la misión de rescate.
—Por favor, absténgase de decir que la acusada salvó la vida del señor Heatherton.
—En mi opinión, señoría, si se me permite continuar, el relato personal del señor Heatherton sobre el tiempo que pasó atrapado en la montaña aclarará si mi cliente le ayudó o no en este sentido. Sin duda es quien mejor puede explicar qué sucedió.
Sarah echó un vistazo a Brody. Él también la miró. Ella mantuvo sereno el semblante. La procuradora le había advertido de que mostrara en todo momento una expresión afable. Sarah había tenido que ensayar delante del espejo. No debía sonreír, fruncir el ceño, bostezar ni llorar; debía procurar no estornudar ni toser, ni sorber por la nariz, ni rascarse la cara, ni frotarse los labios, ni arreglarse el pelo ni retorcerse las manos. Brody apartó la vista. Sarah se frotó los labios. Tragó saliva, sorbió por la nariz, se la tocó. Se quedó quieta un momento, con la mente llena de pensamientos atropellados, y luego se alisó el pelo.
Tras reponerse de la fugaz pérdida de control fijando los ojos en el regazo, alzó la vista. Brody tenía la cabeza gacha y las manos entrelazadas en el regazo, como ella. Levantó la mirada. Desviaron la vista.
—Corté la cadena porque tenía las llaves en la oficina del guardabosque, que estaba cerrada durante las vacaciones de Navidad —dijo Brody.
—¿Por qué subió a la montaña el día de Navidad?
—Había estado trabajando allí arriba la víspera y me había dejado algunas herramientas. Oí que amenazaba tormenta y sabía que el río de las Truchas se desbordaría. Si no las recuperaba entonces, tardaría semanas en hacerlo.
—¿Herramientas de trabajo tan importantes como para cortar la cadena y enfrentarse a la tormenta el día de Navidad?
—Sí. Eran caras. Hacía poco que tenía el trabajo. Me preocupaba perderlo si no las recuperaba.
—¿En qué trabaja usted, señor Heatherton?
—Controlo la población de ciervos del bosque.
—Mitiga los efectos de las especies invasoras a fin de conservar la flora y fauna nativas —dijo la abogada defensora de Sarah.
—Sí.
—¿Qué pasó luego?
—Cuando subía, oí en la radio de la policía (la tenía puesta para conocer la evolución de la tormenta) que había habido un tiroteo en Lauriston. Informaban de que una mujer había disparado a un hombre, había robado un caballo e iba armada.
—Señor Heatherton, ¿estaba enterado del tiroteo antes de llegar a la cabaña y encontrar a mi cliente?
—Así es.
—Y cuando llegó al campamento, en aquellas condiciones meteorológicas extremas, después de que mi cliente le sacara de un barrizal, entró en el cobertizo y vio el caballo atado; ¿fue entonces cuando pensó que mi cliente podía ser la persona de la que hablaba la policía?
—Sí.
—¿Fue únicamente el caballo lo que provocó sus sospechas?
—Y ver que Sarah había recibido una paliza.
—Protesto. Señoría, el testigo no tiene forma de saber cómo se produjeron las contusiones de la acusada.
—Señor Heatherton —dijo la juez—, cíñase a los hechos, por favor, y evite hablarnos de esas cosas que imaginó que eran ciertas.
—Ella tenía muchos moratones. —Brody se tocó la barbilla y la boca—. Parecía que le habían pegado.
—¿Le alertó alguna otra cosa de la acusada?
—Su comportamiento. —Brody hizo una pausa antes de añadir—: Estaba alterada.
—¡Señoría!
—Señor Heatherton. —La juez se quitó las gafas. Las dejó sobre los documentos que tenía delante y se reclinó en la silla—. Usted no está aquí para darnos su opinión. —Dirigió una mirada de censura al estrado—. Deberían haberle explicado cuál es su papel como testigo.
—Pido perdón, señoría —dijo la defensora de Sarah—. Señor Heatherton, por favor, díganos concretamente qué hizo y cómo se comportó mi cliente esa noche.
—Estaba… —Brody se rascó la frente, miró a su hermano— dispersa, hacía preguntas raras, actuaba de forma extraña.
—¿Explicó usted a mi cliente cómo había acabado atrapado en la montaña?
—No —contestó él con voz más clara—. Al darme cuenta de quién era me asusté. No le conté casi nada. Solo pensaba en largarme en cuanto pudiera. Tenía intención de bajar al coche y esperar a que me rescataran.
—¿Por qué no se fue?
—Lo intenté. Cuando se quedó dormida llegué hasta el monte. Llamé a emergencias. Les dije que ella estaba allí y que creía que era la mujer implicada en el tiroteo. Me confirmaron que era ella al decirme su nombre de pila y darme una descripción suya y de Tansy, su yegua. Empezó a llover muchísimo otra vez. Me fallaba la rodilla. Se me terminó la batería del móvil. La única opción era quedarse.
—Cuando regresó al cobertizo y a la caravana, ¿habló a mi cliente de la llamada a la policía?
—No.
—¿Por qué?
—No me correspondía a mí decírselo. La policía no quería que volviera al campamento… me advirtieron de que posiblemente iba armada, me hablaron de la grabación de la cámara de seguridad. Pero yo no tenía otro sitio adonde ir.
—Señor Heatherton, ¿qué estaba haciendo ella cuando usted regresó al cobertizo?
—Cuando volví la encontré… dando vueltas; creía que el cobertizo estaba infestado de insectos.
—¿Y era así?
—Había unos cuantos. —Brody carraspeó—. Al parecer Sarah creía que estaban por todas partes.
—¿Qué quiere decir con «por todas partes»?
Brody miró al techo y agitó la mano ante sí.
—Por todas partes… suelo, paredes, por todas partes. Por lo visto pensaba que se trataba de una invasión.
—¿Una invasión de insectos?
—Sí.
—En realidad, ¿qué había… unos diez insectos que viera usted? ¿Cuántos?
—No los conté. No podría decirle la cantidad exacta.
—Pero no era una invasión de insectos.
—No.
—Señor Heatherton —dijo la abogada de Sarah—, ¿es cierto que una de las razones por las que no habló a mi cliente de la llamada es que no quería empeorar su estado mental, a todas luces perturbado?
—Así es.
De repente el alguacil dio un paso al frente y anunció el receso para el almuerzo.