Sacó la botella de whisky del armario donde la había guardado, la inclinó y removió el alcohol para ver cuánto quedaba, se sentó a la mesa, se puso un vaso delante y empujó otro hacia Sarah. Le sonrió con tristeza cuando ella se sentó y le sirvió un buen par de dedos en el vaso.
—Estamos más seguros en la caravana que dando vueltas por fuera. Aquí dentro no pueden darnos si disparan al azar. La verdad es que no sé cómo habrán reaccionado después de que te escaparas. Probablemente te he metido en un lío. Me disculparía, pero no te gusta y lo comprendo; no puedo decir constantemente que lo siento.
Ella cogió el vaso que le ofrecía.
—Gracias otra vez por salvarme la vida. Estaba convencido de que iba a morir. Parecía cosa del destino… atrapado de ese modo. Pero volviste. Forzaste a tu caballo por mí, y te forzaste a ti misma. Era sincero cuando dije que nunca lo olvidaré. Puedo conseguir un terreno para Tansy. No nos dimos la mano, pero lo mantengo.
Le quedaba polvo de la cabaña en la garganta y tosió. Tosió más fuerte. Dejó el vaso de whisky y se escurrió en la silla, se levantó para acercarse a la pila y bebió de una botella de agua, que luego sostuvo pegada al pecho.
—Te creo —dijo ella.
Él tomó otro sorbo de agua. Ella le tendió su vaso de whisky. Él volvió a toser, lo rechazó con un gesto y bebió más agua. Sarah cogió su propio vaso. El alcohol se deslizó por su garganta. Un tónico. Nada podría haberle devuelto el ánimo más rápido. Inspiró y se lamió el whisky de los labios.
Brody se quitó del cuello la linterna de cabeza y la dejó en el banco.
—Mientras estaba atrapado, pensé en nosotros y en las cosas de las que habíamos hablado.
—Yo pensé en nosotros mientras cabalgaba.
Sarah se sirvió otro trago. Llenó hasta arriba el vaso que él no había tocado y volvió a tendérselo. Él negó con la cabeza. Ella apuró la segunda copa. Como las ventanas de la caravana eran tintadas, habían dejado la puerta entreabierta como fuente de iluminación. Entraba una franja de cálida y radiante luz vespertina. El vendaval barría los restos de aquellas condiciones meteorológicas impropias de la estación. Brody llevaba el reloj de Sarah. Consultó la hora.
—¿Puedo quedármelo?
—Claro. ¿Qué hora es?
—Las cinco.
—¿Tanto he tardado en volver?
—A mí me pareció el doble.
Sarah se dio la vuelta en la silla para mirarle. Se le contrajeron los músculos de ambos lados de la columna vertebral, el dolor la pilló por sorpresa y contuvo bruscamente la respiración. Se puso en una postura más cómoda, de lado, y se acercó la botella. Se sirvió una tercera copa. Él se desabrochó los pantalones de camuflaje y se los bajó junto con los calzoncillos.
—Debería aprovechar la oportunidad para cambiarme y lavarme —explicó.
Se sentó en el extremo de la cama y se puso unas bermudas y una camisa limpias. No se la abotonó, se sujetó a los tiradores de los armarios para levantarse y se apoyó en el banco para ir hacia la pila. Cualquier peso en la pierna le provocaba dolor, un verdadero sufrimiento. Sarah vio que tenía la rodilla izquierda tan hinchada que era el doble que la otra, y el tobillo izquierdo inflamado también, por culpa de la viga.
—Heatherton. Creo que conozco a tu padre y a tu madre.
—Ya lo pensé. —Brody se echó en las manos agua de la botella, se la tiró en la cara y se frotó para limpiarse. Cuando se dio la vuelta, tenía un gesto de ternura y dolor—. Me parece que Jamie y Kirsty llevaron a su hija a una de tus rutas ecuestres.
—Mia, sí, he visto su nombre escrito en un regalo en tu coche. Pensé entonces que me acordaba de ellos. Una niña muy dulce. —Sarah se terminó la tercera copa. Fue a coger otra vez el whisky y advirtió que la mano se le quedaba un momento en el aire antes de cerrarse alrededor del cuello de la botella.
Brody se sentó frente a ella.
—Seguramente te afecta más porque llevas un par de días sin probar el alcohol.
—Sí —reconoció ella al cabo de un momento.
—Lo has hecho muy bien, con mono y todo.
—Gracias. —Sarah se ruborizó.
A fin de dejar que ella superara su incomodidad, Brody bajó la mirada y, mientras se abrochaba la camisa, preguntó:
—¿Cuánto llegaste a beber?
—Una botella por la noche. Media durante el día.
—Ahora me siento culpable por volver a ponértelo delante.
—Circunstancias atenuantes. Estoy segura de que incluso en una reunión de Alcohólicos Anónimos se disculpa una recaída de este tipo. Supongo que… que me pareció conmovedor que me lo escondieras. Fue bonito que te preocuparas por mí.
Él asintió.
Sarah se movió en la silla para quedar de nuevo frente a él. La espalda le molestaba un poco menos, quizá por el alcohol. Parecía que el dolor disminuía.
—Deberías beber, te dolería menos la rodilla.
—Voy a vendármela. —Volvió a consultar el reloj.
El rollo de film transparente estaba en el extremo de la mesa, debajo de los croquis enrollados. Él lo cogió e inició el ritual de buscar el final de la lámina de plástico. Ya le había costado mucho abrocharse la camisa; con los dedos lastimados, era incapaz de despegarla.
—Dame, déjame.
Sarah se lo quitó, pero ella también se peleó con el film transparente. Tenía los dedos bastante doloridos. Su capacidad de concentración estaba disminuyendo. Veía borroso. Hizo una mueca para centrar la vista y consiguió despegar el plástico. Se lo dio.
—Sé por qué viene la policía, Brody. No hace falta que me lo sigas ocultando.
Él dejó el film transparente en la mesa y apartó los dos vasos. Se inclinó hacia delante y le tomó las manos.
—¿Te dijeron algo?
—No. No hizo falta. —Sarah retiró una mano. Se tocó la frente—. Lo he tenido aquí.
—Todo irá bien.
—Lo dudo.
—Serás capaz de afrontarlo.
Sarah se tocó la nuca y luego apartó la mano.
—La policía viene a por mí. Disparé a mi marido.
—Les diré que estabas llena de golpes.
—Iré a la cárcel.
Él le apretó la mano.
—No eres una mala persona, Sarah; se darán cuenta.
—Tú lo supiste la primera noche, ¿verdad? En cuanto viste a Tansy lo supiste. ¿Cómo? ¿Cómo lo saben ellos?
—Eso no importa. Yo te ayudaré.
—Me acusarán de asesinato.
—Quizá no.
—Tú no les has visto. No me trataron como a alguien que había actuado en defensa propia. Me trataron como si fuera una asesina.
—Estaban aterrados porque lo único que llegué a decirles fue que habías encontrado el arma y que me preocupaba tener que retenerte. Entonces la cabaña se derrumbó y perdí la conexión. Quién sabe lo que creen que ha pasado.
—¿Has estado en contacto con ellos durante todo este tiempo?
—Solo al principio y al final. Yo no quería mentir, Sarah. Pero me pareció que era lo único que podía hacer. Les dije que no te acuerdas.
—Pero me acuerdo.
—Chisss.
—No entiendo cómo pudiste saberlo. ¿Cómo lo supiste tan rápido?
—Sarah —él se acercó más—, no hemos hablado de eso y no vamos a hacerlo ahora. Una de las primeras cosas que les dije fue que no te acordabas.
—¿Qué pasará cuando lleguen? ¿Qué le pasará a Tansy? ¿Qué harán con ella?
—Yo me ocuparé de Tansy. Escúchame, por favor. —La miró a los ojos—. No acordarte puede ser lo mejor para ti.
—No sabía hasta dónde podía contarte, no sabía qué sabías, ni cómo lo sabías. Al final me di cuenta de que sí, pero…
—Lo que intento decirte es: ¿no crees que está bien la forma como lo hicimos?
—Se llevarán a Tansy.
—Prometí que me ocuparía de ella y lo haré.
Sarah volvió a acercar la otra mano a la de Brody para que él la tomara y la apretara. Le rodaban lágrimas por las mejillas.
—Sé que hubo momentos en que me tuviste miedo.
—La verdad es que no.
—No querías decirme quién eras.
—Me entró el pánico, nada más.
—Creías que no podías decirme tu nombre siquiera.
—No, Sarah, estaba nervioso por la situación, no por ti.
—Estoy asustada.
—Todo irá bien.
—Le disparé.
—Chisss, esto es importante: no te acuerdas. Es lo único que has de decir. Limítate a decir eso.
—No quería pensar en ello —gritó ella.
—Nadie querrá meterte en la cárcel.
—Intenté no mentir.
—Lo sé.
—Solo dije una mentira.
—Creo que, con todas las que yo he dicho, puedes permitirte unas cuantas.
—No tenía diecisiete años. Tenía catorce. Duró tres años.
Brody se quedó atónito. Instintivamente, quizá, apartó las manos, pero enseguida reprimió el acto reflejo y volvió a coger las de Sarah.
—Oh, Sarah…
Ella necesitaba una copa. Sacó una mano de debajo de las de Brody para coger la botella. La mano le falló. Sentía un hormigueo en los labios y los notaba hinchados. Tenía un sabor amargo en la parte posterior de la lengua. Miró la copa intacta de Brody.
Él volvió a cogerle las manos y se las acercó al cuerpo.
—Lo siento muchísimo. No sabía qué otra cosa hacer.
Junto a la puerta, en el suelo, estaban los blísteres vacíos, donde ella los había tirado. Pero Brody no se había deshecho de las pastillas; las había escondido y conservado, igual que la cuerda bajo la cama, como medida de seguridad.
—Lo sé —murmuró Sarah para sí. En su cerebro caía la blanda nieve que tan bien conocía, copos adormecedores que se esparcían sobre sus pensamientos, un dulce polvo de Nordoxin que eliminaba por completo el dolor.
Brody estaba hablando. El silencio de la nieve impedía a Sarah oírle. La capa blanca era una manta demasiado gruesa; demasiadas pastillas disueltas en un cuarto de botella…
Rápidamente, mientras aún podía, Sarah soltó la mano de un tirón y se metió los dedos en la garganta. Vomitó en el suelo de la caravana.