Prólogo

Prólogo

Centro de entrenamiento «Lince de las Brumas»

Montañas Sierra Gris

Londerholm, Región estelar Kerensky

Espacio de los Clanes

3 de octubre de 3037

El comandante estelar Porcini estaba plantado sobre una roca que se alzaba sobre la docena de cadetes que estaban a su cargo. Unas oscuras nubes, de color gris y púrpura, flotaban sobre el campo de entrenamiento de los Jaguares de Humo, en las montañas Sierra Gris. El terreno era abrupto y duro, pero desde aquel lugar se tenía una vista impresionante de las traicioneras selvas que se extendían a casi setenta kilómetros de las laderas. Era su Maestro de Cachorros, como se denominaban los oficiales de entrenamiento de los Jaguares, y le gustaba llevar allí a sus alumnos cuando el tiempo lo permitía. Ése día, como parte de su programa matutino, los había hecho subir corriendo la escarpada pendiente.

Porcini llevaba un mono de color gris claro, que parecía haber soportado muchos años de acción en lugares muy alejados de Londerholm. Contempló la compañía de jóvenes que estaban a su cargo con una expresión tan rígida como la roca sobre la que se hallaba. No se sentía orgulloso de ellos, sino que lo embargaba una especie de amargo desprecio. Tal vez no le complacía su rendimiento de ese día, o de la semana, o de todo el mes; pero era más probable, como Trent recordaría en los años venideros, que odiase a los cadetes porque se preparaban para ser guerreros, la cima de la sociedad de los Clanes, mientras que él ya no podía aspirar a aquella gloria. Entre los Clanes, y sobre todo entre los Jaguares de Humo, un guerrero de la edad de Porcini estaba considerado como obsoleto para el servicio activo.

Sin embargo, para los miembros del sibko Lince de las Brumas, él era toda su vida, su fuente de conocimiento, su ventana al universo. Para ellos no había un mundo exterior, ni otros planetas, ni la Región estelar Kerensky, ni la galaxia. Aquél era su hogar, que no habían abandonado en toda su vida ni en todos sus años de adiestramiento. Los campamentos, el estudio, los ejercicios, las prácticas, las constantes pruebas eran todo su universo, todo cuanto conocían. Al menos, hasta que desaparecieran a causa de su fracaso o hasta que superasen el Juicio de Posición, que los elevaría a la categoría de guerreros de pleno derecho del Clan.

Era un día como tantos otros, pero Trent lo recordaría toda su vida, por lo que le enseñó sobre sí mismo y sobre la cultura de su Clan. Aquél día adoptó una actitud, un ideal que lo alejaría muchos años y años luz de aquel tiempo y de aquel lugar. Aquélla brumosa mañana, que se grabaría en su memoria como la marca de un hierro candente, Trent iba a labrarse un hueco en la historia de los Clanes, mayor que si se hubiese ganado una mención en El Recuerdo, el largo poema épico que todos los guerreros reverenciaban y conocían de memoria.

—Todos habéis recibido instrucción sobre nuestra historia, pero hoy quiero enseñaros algo que va más allá de la historia, algo que habla de nuestra identidad como pueblo. Tú, cadete Sobna, dime: ¿quiénes somos?

Era evidente que la pregunta de Porcini, como muchas otras que formulaba, era una trampa.

—Sí, comandante estelar —dijo Sobna, tomándose unos breves instantes para organizar sus ideas—. ¡Somos los Jaguares de Humo, los auténticos herederos del legado de la Liga Estelar! Somos los cazadores de nuestros enemigos, los que siembran el caos, los que acechan en la noche. A nada tememos en el combate. ¡Somos la verdadera encarnación del código del guerrero!

Aquélla muchacha de cabellos oscuros había hablado con firmeza, y con una convicción que había sido grabada en su mente casi desde el mismo día en que salió de la matriz de hierro, el tanque genético en cuyo interior se había gestado.

—Repites las palabras de los libros que has leído y las lecciones que has recibido. Son palabras ridiculas en labios de niños indignos. Todavía no sabes lo que significa ser un Jaguar de Humo —replicó Porcini con desprecio—. Sólo combates con simuladores y con tus compañeros de lecho.

Su mueca de asco era tan acentuada que Sobna inclinó la cabeza, avergonzada. Los miembros de un sibko eran concebidos genéticamente a partir de los mismos donantes al mismo tiempo, y eran criados y entrenados juntos desde su más tierna infancia. La vida en un sibko consistía en un constante adiestramiento militar y una intensa competencia. Temían cualquier fallo, por pequeño que fuese.

Porcini desvió su fría mirada a Russou, que tenía los cabellos oscuros como su compañera, pero parecía estar ansioso de responder a la pregunta.

—Cadete Russou, ¿quiénes somos?

Russou lo miró fijamente, sin temor, y respondió:

—Somos los elegidos, los destinados a reconstruir la Liga Estelar. De todos los Clanes, únicamente los Jaguares de Humo cazan sólo por el placer de la cacería. Cuando acechamos la presa, somos pacientes, rápidos y brutales. Cuando se dispersen las brumas de la guerra, sólo nosotros enarbolaremos el estandarte del único Clan, el ilClan, y la bandera de la nueva Liga Estelar.

La faz del joven Russou se iluminó al expresar el sueño de todos los Clanes: que algún día regresarían a la Esfera Interior y restaurarían la gloriosa Liga Estelar bajo su ley. Y, como todos los demás Clanes, los Jaguares creían que serían ellos quienes obtendrían el poder sobre los otros.

El comandante estelar Porcini se apartó un poco; de improviso, se revolvió y golpeó a Russou en la cara con su guante de cuero, con tanta fuerza que el joven cadete trastabilló hacia atrás. Russou, tan avergonzado como Sobna, se llevó una mano a la marca rojiza y dolorosa que ahora le cruzaba el rostro. Resistir era inútil y estúpido.

—Tú también sabes las palabras —dijo Porcini—, y lo que has dicho es la verdad, pero no dices quiénes somos. Además, viniendo de un cadete que jamás ha entrado en combate en nombre de su Clan, esas palabras son casi una burla hacia todos los verdaderos guerreros.

Porcini desvió su mirada hacia Trent. En los años venideros, Trent recordaría siempre aquel momento, sucedido en el duodécimo año de su vida como cadete, y recordaría el inmenso desprecio, casi rozando el odio, que expresaba el rostro del Maestro de Cachorros.

—Tú, Trent —le dijo, mirándolo fijamente a los ojos—, crees que la sangre del Jaguar corre por tus venas, ¿quiaf? Muy bien. Dime, ¿quiénes somos?

Trent escrutó al oficial de entrenamiento por unos momentos. El corazón le palpitaba con fuerza y le temblaban las manos mientras buscaba la respuesta adecuada.

—No hay palabras, comandante estelar —dijo por fin—. Las palabras, por sí solas, no hacen al guerrero ni muestran la verdadera naturaleza del Jaguar de Humo. Sólo la batalla puede proporcionarlo. Lo reto a combatir en un Círculo de Iguales para darle la respuesta que solicita.

El comandante estelar Porcini sonrió; era una sonrisa sombría, casi obscena. Asintió secamente con la cabeza.

—Bien dicho, cadete, y tu deseo será cumplido. Pero sería una idiotez por mi parte rebajarme a luchar contigo. Soy un guerrero, mientras que tú sólo eres un cachorro. Pero te concederé la oportunidad de demostrar tu valía. Jez será mi sustituta —y señaló a la muchacha que estaba al lado de Trent.

Jez. Hasta aquel día, Trent había conseguido mantenerse alejado de ella, a pesar de lo angosto de su habitáculo. Los sibkos solían ser grupos cerrados y muy unidos, pero Trent jamás pudo sentir ningún tipo de simpatía por Jez. No importaba que la hubiese visto todos los días de su vida, ni que compartiesen los mismos y valiosos donantes de código genético, ni que los compañeros de sibko comieran, bebieran, estudiaran, se entrenaran, durmieran y alcanzaran el éxito o el fracaso juntos. Trent nunca sintió que tuviera nada en común con Jez. Ella era siempre la favorita del comandante estelar, pero no por ningún hecho meritorio. Más bien, ella siempre parecía estar en primera línea pasando por encima de los otros. Ahora también se adelantó, mientras los demás formaban un círculo alrededor de ella y de Trent.

Muchos años después, tras muchas batallas y viajes, tras la muerte de muchos camaradas, tras traiciones y humillaciones, victorias sobre sus enemigos y la pérdida de todo cuanto había conocido, Trent recordaría aquel día en que se enfrentó a Jez en el Círculo de Iguales.

La muchacha llevaba sus negros y largos cabellos recogidos en una trenza que le caía por la espalda, y su piel, de un tono oscuro natural, estaba aun más bronceada. Era delgada y fuerte como Trent, pero él no tenía los leves rasgos orientales en los ojos que Jez compartía con varios compañeros de sibko. La joven se lamió los labios, como si saborease el luchar contra él; al menos, eso era lo que él recordó después. Tal vez la memoria ocultaba la verdad, pero siempre le pareció que ella no sólo se preparaba para combatir con él, sino para matarlo si tenía la ocasión de hacerlo.

Trent se puso en cuclillas para bajar su centro de gravedad y extendió las manos hacia adelante. Había visto luchar antes a Jez y sabía lo que podía esperar. Ella atacaba siempre; era su táctica característica. Golpeaba con rapidez y furia, esperando derribar a su enemigo en los primeros segundos del combate. Años después, Trent recordaría esto muy bien y lo utilizaría contra ella de la misma manera. Intentará saltar sobre mí, llegar hasta mi espalda. Se lo he visto hacer antes. Trent, como otros miembros de su sibko, estaba adiestrado en las artes marciales y su mente buscaba a toda velocidad los diversos movimientos de defensa que existían. El comandante estelar Porcini levantó las manos mientras decía desde el Círculo de Iguales que rodeaba a ambos cadetes:

—Como en los tiempos de los fundadores, estas pruebas se resuelven ante los pares de los combatientes. Que nadie rompa el Círculo, salvo el débil y el inferior. Que la victoria dicte justicia y ley —proclamó, y dio tres palmadas.

¡Seyla! —entonaron los miembros del sibko al unísono.

Jez saltó en cuanto hubieron pronunciado aquella palabra solemne. Sus ojos parecían arder de odio. Trent, por su parte, estaba preparado. La sujetó al tiempo que se dejaba caer al suelo rodando. Levantó y giró sobre su cabeza a la joven, que intentaba llegar al cuerpo a cuerpo. Trent terminó el giro colocándose encima de Jez, que intentó tumbarlo de nuevo. La mujer lo agarró de los cabellos y tiró hacia un lado, pero Trent la golpeó en la tráquea con la palma de la mano.

El golpe hizo efecto. Los ojos de Jez parecieron duplicar su tamaño mientras jadeaba para inspirar una bocanada de aire que no entraba. Trent no esperó a que se recuperase. Cuando ella le soltó los cabellos, la agarró del cuello, giró a un lado y la arrojó hacia el borde del Círculo de Iguales. Los demás cadetes se apartaron para abrirle paso. Una vez que él hubo conseguido sacarla del Círculo, había ganado.

Jez quedó tumbada, boqueando para tomar aire. Trent se incorporó y se volvió hacia el comandante estelar Porcini.

—Ésta es mi respuesta, bien dicha y hecha. Esto es un Jaguar de Humo.

—Bien dicho y hecho —fue todo lo que comentó, como si no hubiese ocurrido nada. Luego añadió—: Has demostrado que entiendes lo que quiere decir ser un cadete de los Jaguares. Ahora debes aprender lo que quiere decir ser un guerrero.

Levantó la pierna y arrojó al suelo a Trent, quien no esperaba en absoluto aquel ataque relampagueante que lo dejó tumbado en el suelo de piedra.

Trent nunca comprendió por qué el Maestro de Cachorros se había comportado de aquel modo. Él había vencido a Jez en un duelo justo, y como recompensa había sido humillado. Le parecía injusto que un guerrero mucho más hábil que él lo derribase, sobre todo cuando Trent lo había superado en su propio terreno.

Aquél día fue el inicio de muchas cosas en la vida de Trent: su rivalidad con Jez, su desprecio por la política y las intrigas de los Clanes, todo parecía devolverlo a aquellos momentos en las montañas Sierra Gris de Londerholm. Un día insignificante en la vida de un aspirante a guerrero, un día como cualquier otro; y, sin embargo, como la caída de un guijarro en un estanque, las repercusiones serían amplias y prolongadas. Era un inicio, pero también el principio del fin. Tal vez incluso el final del mismo pueblo que lo había engendrado.

—Algún día —dijo Porcini, retomando su discurso como si no hubiese pasado nada—, algún día vosotros o vuestros descendientes conduciréis a nuestro pueblo por la Ruta del Éxodo. Mi tarea consiste en garantizar que estaréis preparados para realizar ese viaje. Cuando empiece la gran cruzada para liberar la Esfera Interior, debéis estar listos como auténticos guerreros de los Jaguares.

Todos conocían aquella historia: que los antecesores de los Clanes habían abandonado la Esfera Interior para escapar de la mediocridad, la codicia y las terribles guerras que destruyeron la gloriosa Liga Estelar, el máximo logro de la humanidad. En los siglos siguientes surgieron los Clanes, que permanecieron ocultos en el espacio desconocido, lejos de la Esfera Interior. Allí se desarrollaron por su propia cuenta, utilizando la ingeniería genética para crear y mantener su casta de guerreros. Todos los Jaguares de Humo sabían que el objetivo más importante del clan era regresar algún día y reclamar su legado.

—¿Qué es la «Ruta del Éxodo», comandante estelar? —preguntó Russou dócilmente.

—Es el camino que recorrieron el general Kerensky y la flota del Éxodo, desde la Esfera Interior hasta los planetas que ahora son nuestro hogar. La Liga Estelar, la gloria de la humanidad, había caído. Aleksandr Kerensky salvó a nuestro pueblo al llevar a sus seguidores lejos del caos que iba a desencadenarse.

»Durante casi dos años —prosiguió— viajaron por los confines desconocidos del espacio, hasta que llegaron a cinco planetas que se convirtieron en su refugio del caos de la Esfera Interior. El camino fue largo y difícil. El gran Kerensky nos rescató de la era de guerras y destrucción que consumió la Esfera Interior en los siglos posteriores. Tras su muerte, su hijo Nicholas completó su labor al crearnos como Clanes de guerreros, haciendo así realidad la gran visión de su padre.

»La Ruta del Éxodo nos sigue esperando. Del mismo modo que trajo a nuestro pueblo hasta esta región del espacio, la Región estelar Kerensky, será también la senda de regreso cuando llegue el momento de que los Clanes vuelvan a la Esfera Interior. La Ruta del Éxodo es nuestro secreto y nuestra defensa más importante. En la Esfera Interior nadie sospecha de la existencia de esta ruta, ni de la nuestra. Por eso no debemos temer nunca que vengan a corrompernos, como vician todo lo que tocan. La Ruta del Exodo. En los años venideros, cada vez que Trent oyó estas palabras, recordó aquel día, su combate con Jez y el injusto tratamiento al que lo sometió su Maestro de Cachorros. Trent recorrió aquella ruta tres veces al servicio del Jaguar, y dos veces más a su propio servicio.

Pero todo aquello estaba en el porvenir. Mucho más sucedió antes de que su futuro comenzara a tomar forma, pero el joven Trent no podía soñar ni imaginar su dimensión.