Nave de Salto Almirante Andrews Punto de salto cénit
Planeta no identificado, Ruta del Exodo
Periferia Profunda
15 de noviembre de 3058
Russou Howell miró la nueva insignia de su chaqueta gris, que colgaba de un gancho en la pared. Coronel estelar. Prácticamente le habían ordenado que participara en el Juicio de Posición, aunque no sabía cuál era el mando que estaba en juego. El coronel estelar Paul Moon lo había impulsado a hacerlo, y él había obedecido. Eso era lo que hacía un guerrero: obedecer órdenes. Sabía que debería haberse sentido más orgulloso, más ilusionado. En cambio, el logro del nuevo rango lo había dejado vacío, como si el juicio hubiese estado amañado de algún modo, como si hubiese comprado aquel puesto con la sangre de Trent.
Cuando hubo vencido a los otros dos aspirantes en sendos Juicios de Combate, le informaron de su nuevo destino: el planeta Huntress. Me alejan por mi edad, me envían de regreso al espacio de los Clanes para que no vuelva a participar en combate. Russou intentó apartar aquellos pensamientos de su mente, pero estaba seguro de que nunca volvería a participar en un combate. Al menos, no como los que había conocido hasta entonces.
En la gravedad nula de la habitación, flotaba sobre la mesa una caja de madera oscura. Era todo lo que quedaba de Trent. La abrió y vio las piezas de ajedrez que tanto apreciaba su amigo. Como era el guerrero que había matado a Trent, le habían concedido su única propiedad como isorla. Él había pensado en rechazarlo, pero no lo hizo por respeto a su viejo camarada. Jugueteó con un caballo negro y un alfil blanco; ambas piezas estaban desgastadas por el tiempo.
Alguien llamó con suavidad a la puerta.
—Entre —dijo despacio, sumido en los recuerdos del amigo al que había matado. Entró un Elemental; su cabeza casi rozaba el techo.
—No ha bajado a cenar, coronel estelar Russou. Estaba preocupado. ¿Va todo bien?
Russou miró al musculoso oficial y respondió:
—Sí, estoy bien. Sólo pasaba el rato honrando la memoria de un viejo amigo. Perdone por haberle inquietado, Alien.
El hombrón sonrió y cerró la puerta.
—No es necesario que se disculpe, coronel estelar. Si desea que me vaya, lo haré.
—Neg —replicó Russou, y le señaló la silla que estaba a su lado—. Siéntese, por favor. Desde el incidente de Maldonado, no he hablado con nadie de lo que ocurrió allí. Desde la muerte de Trent…
—¿Ha dicho Trent? ¿El capitán estelar Trent, de la Galaxia Delta?
Russou asintió con la cabeza.
—¿Lo conocía?
—Sí —repuso Alien con una amplia sonrisa—. Hicimos el viaje de ida y vuelta a Huntress a bordo de esta nave. ¿Ha muerto?
—Af —contestó Russou—. Dijeron que podía ser un traidor, que podía haberse vuelto contra nuestra casta. Y ahora lo he matado, con mis manos, pensó.
—Eso es imposible —afirmó Alien—. Luché a su lado en Pivot Prime. Arriesgó la vida para salvar el clan. Un hombre así no se volvería jamás contra nuestro pueblo.
Russou se frotó la frente, donde hacía años que habían crecido las entradas. Con este gesto esperaba aliviar la presión que sentía, pero fue inútil.
—Pienso igual que usted. Pero otros, los que están atrapados en la red de la política, piensan distinto. Los implicaron en una operación de contrabando y creían que podía ser una amenaza importante para la seguridad del clan.
—Ésos «otros»… ¿ordenaron su muerte?
—Sí. El coronel estelar Moon me ordenó que lo matara. Y, como buen guerrero, obedecí.
—¿Trent murió con honor?
Russou se limitó a asentir con la cabeza.
Alien bajó la cabeza y dijo:
—Entonces, hablemos sobre el Trent que ambos conocimos, el guerrero que recordamos…
* * *
Trent observó su nuevo uniforme blanco con capa azul, y le gustó su talle y su aspecto. Sólo habían pasado veinticuatro horas desde su primer encuentro con el Capiscol Marcial, y en ese tiempo había asistido a una serie interminable de reuniones y presentaciones de informes. Los diversos expertos habían examinado concienzudamente sus datos de la Ruta del Éxodo y el mapa de Huntress, y le habían hecho preguntas minuciosas sobre todos y cada uno de los detalles.
Ahora era la primera vez que estaba solo, si podía describirlo así. Al otro lado de la puerta había un par de guardias, apostados no para impedir su huida, sino para protegerlo. Lo habían trasladado a un área segura, elegante según las normas de los Clanes. Si faltaba algo en la habitación, era una ventana, pero el capiscol Hettig había explicado que Trent necesitaba la protección de los guardias porque era una «amenaza» para los Clanes. No me siento como una amenaza. Ni como un traidor.
Lo que sentía era una especie de liberación, como si por fin se hubiese librado de una pesada carga que había sostenido durante demasiado tiempo. También sentía una punzada de pesar. Paul Moon no había muerto en Maldonado. O eso le había dicho el capiscol Karl Karter, quien dijo también que había oído a Moon lanzando imprecaciones y desafíos a los ComGuardias mientras se retiraba. La incursión había sido un fracaso para los Jaguares, pero Trent estaba seguro de que Moon encontraría la manera de deformar la verdad en beneficio propio. Y, si los Jaguares se habían visto obligados a retirarse de Maldonado, probablemente Moon encontraría consuelo en el hecho de que creía que el capitán estelar Trent había muerto allí.
Ése era, tal vez, el único lamento de Trent. Russou seguía vivo y se creía responsable de la muerte de su amigo más íntimo. Conociendo a Russou, sabía que el sentimiento de culpa ardía en su mente como carbones encendidos. Quería decir a Russou que seguía vivo, y que había preservado el espíritu del clan de los Jaguares de Humo: el honor, el deber, la obligación. Pero era imposible. Y, en definitiva, Russou acabaría siendo también víctima de la política. Un día, hombres como el coronel estelar Moon descartarían a Russou como viejo e inútil, y lo lanzarían al montón de basura de los solahma como habían intentado hacer con Trent.
Pero lo que Paul Moon había hecho o no ya no importaba. Trent lo había derrotado en su propio juego. Y con eso bastaba.
Llamaron a la puerta y Trent fue a abrirla. Allí estaba Judith. Entró con el permiso de los guardias y cerró la puerta. Al principio no dijo nada. Sólo miró a Trent, vestido con su nuevo uniforme de los ComGuardias, con orgullo y algo más…
—Me alegra verte, Judith… Faber —dijo él, esforzándose por mencionar su apellido.
—Ha pasado tanto tiempo desde que oí mi nombre completo por última vez, que apenas lo reconozco. Pero entre nosotros no es necesario.
Trent notó que había recuperado el acento característico de la Esfera Interior, pero no hizo ningún comentario al respecto.
—En efecto —repuso, apoyando las manos sobre sus hombros—. No te he visto en las reuniones. ¿Dónde estabas?
—Presentando informes, igual que tú. El Capiscol Marcial me ha dicho que me asignarán a un nuevo puesto en ROM, pero no conozco todavía los detalles. Es una «recompensa por un servicio más allá del cumplimiento del deber». Pero hice lo que hice porque era lo correcto. No sólo por ComStar, sino por todos.
Trent asintió con la cabeza.
—En definitiva, lo que importa no es el rango, la posición o el lugar que se ocupa. Lo importante es lo que hay aquí dentro —indicó, y se tocó el pecho dos veces y luego la sien.
—Afirmativo. Pero los nuevos lugares que ocuparemos en el universo significan que estaremos separados. En los últimos años he llegado a depender de ti, a necesitarte. Y, ahora que nos enviarán a nuevos destinos, estaremos separados algún tiempo.
Trent sonrió sin saber cómo responder.
—Hace tiempo que no ves a tu familia —dijo—. Recuerdo que me hablaste de ellos. Tal vez puedas ir a la Tierra a visitarlos, ¿quiaf?
—Neg —contestó ella—. Las noticias no llegaban a la zona de ocupación y no supimos lo que le había pasado a ComStar. Al parecer, la facción de la Palabra de Blake se apoderó de la Tierra a principios de este año. Está prohibido viajar allí a cualquier persona al servicio de ComStar.
Trent se mordisqueó el labio inferior. Lo sentía, no sólo por Judith, sino también por sí mismo. Esperaba poder visitar la Tierra y pisar el suelo del planeta madre de la humanidad. Ahora era imposible. De forma instintiva hizo que Judith estuviera más cerca de él y la abrazó, primero con timidez, luego con fuerza. Sintió el calor de su cuerpo contra su pecho y la respiración al mismo ritmo que la suya.
—Lo siento.
Ella se apartó.
—No tienes por qué sentirlo. Tenía una misión y la terminamos juntos. Lo que suceda a continuación está en manos de quienes tienen más poder del que cualquiera de nosotros desearía llegar a tener. Pero en definitiva, hicimos lo correcto.
—Afirmativo —dijo Trent, separándose un poco y acariciándole los oscuros cabellos—. Aquí me tienes, con el rango de semicapiscol. Pero, en mi corazón, soy el último de los Jaguares de Humo. Los otros están perdidos, han sido corrompidos por hombres como Paul Moon. Mientras viva, seguiré trabajando según la sabiduría de Nicholas Kerensky.
—Estás equivocado, Trent. No eres el último de los Jaguares de Humo. Más bien creo que eres el primero de una nueva especie.
Sus palabras le complacieron. Se inclinó hacia adelante y apretó los labios contra la cálida boca de Judith. Se besaron despacio y luego de forma apasionada, abrazándose estrechamente como si se aferrasen a la vida misma. Por fin ella se apartó, contempló su rostro y le acarició la piel sintética del lado derecho.
—He esperado mucho tiempo a poder hacerlo —dijo.
Trent miró el único cordón que quedaba en la muñeca de Judith y lo tocó.
—Esto ya no es necesario. Ya no eres mi sirviente, Judith Faber. Ahora somos iguales.
Ella tiró del cordón y lo volvió a soltar.
—Estaremos separados mucho tiempo, Trent. Lo conservaré como un recuerdo del precioso tiempo que he pasado contigo.
Le rodeó el cuello con las manos y se estrechó contra él. Estuvieron abrazados largo rato, sin saber cuándo ni cómo volverían a verse…