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Aposentos para invitados del Capiscol Marcial
Conferencia de Whitting
Ciudad Tharkad, Tharkad
Alianza Lirana
14 de noviembre de 3058
Trent esperaba en posición de descanso entre sus dos escoltas de los ComGuardias, como si una orden no dictada lo mantuviera en estado de alerta. Su mono gris de guerrero estaba limpio, pero todavía tenía un aspecto desgastado. Era la misma ropa que había llevado durante la mayor parte del viaje de Maldonado a Tharkad. Judith se encontraba a su lado, callada, aunque él podía captar su nerviosismo. Había estado separada de él durante varios días seguidos, obviamente para que pudieran interrogarla y oír su informe.
Aunque él había permanecido inconsciente en la fase final de la batalla del río Shenandoah, conocía su resultado. La explosión de su Cauldron-Born había sido repentina y rápida. El pulso electromagnético de bajo nivel de la explosión causó una saturación de los sensores de muchos ’Mechs de las cercanías. Russou y un puñado de Omnis consiguieron huir, pero lo que vieron fue la muerte honorable de Trent.
El Capiscol Marcial Anastasius Focht, tristemente famoso entre los Clanes por ser el comandante en jefe de los ComGuardias, entró en la sala por la puerta más alejada. Trent lo escrutó con curiosidad. Su aspecto era sorprendente, con cabellos intensamente blancos y un parche negro sobre uno de los ojos. Su rostro arrugado y recio no sólo traicionaba su edad, sino sus años de estar expuesto al viento y otros fenómenos atmosféricos. Focht se dirigió a su escritorio e indicó a Trent que tomase asiento.
Trent se dirigió a la silla y se sentó despacio. El cuero de la silla crujió al apoyarse en él. Anastasius Focht, el hombre que había planificado la mayor derrota conocida por los Clanes, se sentó frente a él.
La habitación tenía un aspecto espartano, con una sola ventana a prueba de balas, muebles sencillos de madera y una alfombra de color azul oscuro. Era tan humilde que Trent olvidó por unos momentos que se encontraba en una sala del planeta capital de la Alianza Lirana. Por lo que había oído, los líderes de la Esfera Interior se habían reunido en este planeta para celebrar una especie de gran consejo. Por eso estaba Focht allí.
—Soy Anastasius Focht —dijo el hombre en tono grave, e hizo un gesto a un ayudante que estaba de pie a su lado—. Le presento al capiscol Klaus Hettig, otro veterano de Tukayyid.
Trent saludó con un movimiento de cabeza a ambos.
—Yo soy el capitán estelar Trent —se presentó—, anteriormente del clan de los Jaguares de Humo.
Focht lanzó una rápida mirada a Judith y luego miró de nuevo a Trent.
—Mis ayudantes me han dicho que usted tiene información que ofrecer a ComStar. Una información que podría interesarnos…
Trent sacó despacio el disco óptico en el que había volcado los datos almacenados en su ordenador de muñeca. Al ver su gesto, los escoltas se inclinaron hacia adelante con las manos en las empuñaduras de sus armas. Tal vez temían que hubiese logrado introducir un arma en la habitación. Focht recogió el disco, lo introdujo en la pequeña unidad de holovídeo montada en el escritorio y pulsó un botón. El holovisor se encendió con un parpadeo y proyectó la imagen de un planeta flotando en el espacio entre ambos hombres. El planeta giraba despacio; sus ciudades principales eran puntos de luz roja en la superficie.
—Los guardaespaldas no son necesarios —dijo Trent—. Por mi honor, no represento una amenaza para usted ni para quienes lo rodean.
Focht no dijo nada; sólo hizo un gesto a sus guardias, que salieron de la habitación, aunque todos los presentes sabían que se habían quedado al otro lado de la puerta. Trent esperó hasta que hubieron salido y prosiguió:
—Capiscol Marcial Focht, le presento Huntress, planeta natal del clan de los Jaguares de Humo. En este archivo de datos encontrará todo lo que pude obtener respecto a la defensa del planeta.
—Huntress… —dijo Focht, contemplando la holoimagen—. Impresionante. Pero es un simple punto de luz en una región del cielo. No sabemos cuál de todos esos puntos es.
—Ésa es la razón de nuestra reunión y por qué es tan importante. También traigo el camino que conduce a este planeta: la Ruta del Éxodo, la ruta tomada por Aleksandr Kerensky y la Flota del Éxodo cuando abandonaron la Esfera Interior para siempre.
El único ojo de Focht siguió clavado en Trent, como si le resultara difícil creer sus palabras.
—También traigo conmigo el emplazamiento actual de las unidades de los Jaguares de Humo apostadas en la Esfera Interior —agregó Trent—. En resumen, le presento todo el clan de los Jaguares de Humo; todo lo necesario para ponerlos de rodillas.
Focht asintió despacio; cuando habló, su tono fue reflexivo, casi como si hablara consigo mismo.
—Huntress. Todo empezó allí, ¿verdad? Empezó cuando nuestra nave del Cuerpo de Exploradores encontró el planeta hace muchos años. Cuando explorábamos las estrellas, estábamos poniendo la semilla de la invasión que podría habernos destruido.
Trent no estaba muy seguro de lo que Focht quería decir, pero eso no le preocupaba ahora.
—Ésta información está cifrada, Capiscol Marcial, y yo tengo la única clave. Todo intento de extraer los datos alma-cenados en ese disco causaría el borrado irrevocable de toda la información.
—Supongo que esta información tiene un precio. Sé que usted no quiere nuestro dinero. Ningún hombre de los Clanes valora el dinero. ¿Qué es lo que quiere entonces, capitán estelar Trent?
Trent se arrellanó en la silla e hizo una pausa para dar mayor contundencia a lo que iba a decir.
—A cambio de todo lo que sé de los Jaguares de Humo, pido un mando que pueda llamar mío.
—¿Un mando?
—Soy un guerrero —continuó Trent, cuyo tono se tornó apasionado— y mi propio pueblo me considera envejecido y sin valor. Pero sé que no es así. —Lanzó una fugaz mirada a Judith, que seguía de pie no muy lejos de ellos—. Soy uno de los que engendraron genéticamente para la guerra. Fui formado para conducir a otros a la batalla. Todo lo que soy es un guerrero, y es todo lo que seré. Quiero saber que algún día volveré a guiar a otros a la batalla.
Focht guardó silencio durante unos instantes y se volvió al capiscol Hettig. Éste susurró algo a Focht que Trent no pudo oír. Focht reflexionó sobre lo que le había dicho su ayudante y se dirigió de nuevo a Trent.
—Debe perdonarme, capitán estelar, pero usted viene aquí, tras haber sido rescatado por nuestros propios ComGuardias, y me promete lo inimaginable. Me ofrece el corazón palpitante del más brutal de los Clanes. Me trae esta información en el momento en que puedo utilizarla mejor. Pero francamente, capitán estelar, debo desconfiar de su oferta. ¿Por qué debería creerle?
Aquéllas palabras pillaron desprevenido a Trent, que enrojeció.
—Tengo más de treinta años. Como puede atestiguar mi sirviente, su antigua guerrera, mi pueblo me habría descartado. Ahora estoy sentado frente a usted, pero ellos creen que estoy muerto. Fui un utensilio, forjado por los líderes de los Jaguares para obedecer y servir ciegamente. La independencia que no pudieron arrancar de mi espíritu, intentaron destruirla mediante el ridículo y el ostracismo. Y sin embargo, Capiscol, no sucumbí, sino que he sobrevivido.
El capiscol Hettig lo interrumpió con un gruñido de menosprecio.
—No obstante, ha venido aquí dispuesto a volverse contra su pueblo. ¿Un guerrero de los Clanes, dispuesto a ser un traidor? Resulta difícil de creer.
—Neg —replicó Trent—. Fue mi propio clan el que me traicionó hace años, cuando empezaron a renegar de la visión de Nicholas Kerensky. Cada día se burlaban de su espíritu y desafiaban lo que él vio como su verdadero destino. Los líderes juegan a la política entre ellos y favorecen a quienes aprenden las reglas. No libran combates honorables, sino que matan vidas inocentes con impunidad. Es mi única oportunidad de arreglar las cosas. Es mi única oportunidad de limpiarme las manos de sangre inocente, pensó.
Focht también se arrellanó en la silla y suspiró.
—La política siempre es el enemigo de los auténticos guerreros —dijo—. Es una idea que compartimos, capitán estelar.
Trent esperó. Estaba seguro de que el Capiscol Marcial iba a seguir hablando.
—Mi temor es que usted sea un anzuelo, enviado para tendernos alguna clase de trampa. Una acción condenada al fracaso desde el principio.
Trent meneó la cabeza en sentido negativo.
—Me someteré a sus interrogatorios si duda de mi integridad.
El capiscol Flettig se inclinó hacia adelante.
—Tal vez podamos sonsacarle la clave de la que ha hablado para no tener que negociar con usted —dijo.
—Pueden intentarlo —respondió Trent, esbozando una sonrisa—. Pero, si les doy el código incorrecto, perderán todo lo que hay en ese disco —les advirtió, con un tono de voz confiado y firme.
—Eso no será necesario —le aseguró Anastasius Focht a su ayudante—. Viene de los Clanes, y yo he pasado mucho tiempo con ellos. Su palabra es sagrada. Intentar destruir lo que nos ofrece no nos aporta nada; pero comprobaremos la validez de los datos, con su consentimiento… en caso de que yo acepte su oferta.
Por primera vez desde que había entrado en aquella sala, Trent se relajó. Estaba hablando con un verdadero guerrero, el hombre que había conducido a sus fuerzas a la victoria sobre los Clanes. De súbito, Trent supo que podía confiar en Focht.
—Dígame, capitán estelar —continuó Focht—, ¿está seguro de que los Jaguares de Humo desconocen que está vivo y que posee esta información?
—Af —respondió Trent.
—¿Cómo puede estar tan seguro? —inquirió Hettig en tono cortante.
—Porque, si supieran que estoy vivo, no se detendrían ante nada para matarme y destruir esta información. Hay una debilidad fatal en nuestra casta de guerreros. Es impenetrable a un ataque del exterior; pero, desde el interior, un solo guerrero puede romper la columna vertebral de todo un clan. Si sospecharan que estoy vivo, sus Galaxias cruzarían en masa la línea fronteriza de la tregua para capturarme.
Otro largo silencio siguió a sus palabras.
—Lo entiendo —dijo Focht por fin—. Por eso pusimos agentes ROM en las filas de los Clanes. Casi todos fueron eliminados. Pero bastó un solo agente —miró a Judith, que inclinó la cabeza con respeto— para traernos a un guerrero con la información adecuada. Sabíamos que podíamos vencer a los Clanes. Hemos tardado años, pero usted y Judith nos han traído lo que cientos de miembros del Cuerpo de Exploradores fueron incapaces de conseguir.
—Me complace que considere útiles estos datos —contestó Trent—. Pero ¿qué me dice de mi petición de un mando?
Focht sonrió lo suficiente para enseñar sus dientes.
—Yo, Anastasius Focht, Capiscol Marcial de ComStar, presento la oferta del mando sobre tropas en una cantidad equivalente a una Binaria. Servirá en los ComGuardias bajo mi mando personal. Nos aconsejará a mí y a mis aliados acerca de su antiguo clan. Participará en batallas, pero sólo cuando yo así lo decida.
—Bien dicho, Capiscol Marcial —aprobó Trent, complacido por sus palabras—. Pero una Binaria no es el precio del corazón mismo del Jaguar. Creo que un Núcleo estelar sería más acorde al valor de la información que le traigo.
—Tal vez, capitán estelar. Pero todavía tiene que demostrarme su valía como oficial jefe. Cuando llegue ese momento, me encargaré de que se lo tenga en cuenta para ocupar ese puesto. Puedo concederle el mando de una Trinaría de guerreros cuando entre en combate. Sin duda, es suficiente para que un guerrero como usted demuestre su valor a los ComGuardias, ¿no cree?
Trent contempló la imagen holográfica de Huntress, que giraba sobre la mesa frente a él. Estaba entusiasmado por la perspectiva de volver a conducir guerreros al combate. Sin embargo, entonces otro pensamiento cruzó su mente. Convertirse en traidor de tu pueblo no debería ser nunca tan sencillo, pero así es.
—Bien negociado y hecho, Capiscol Marcial —repuso.
Alargó la mano hacia los controles del escritorio y tecleó la clave de ocho cifras. Sobre ellos, la imagen de Huntress se redujo a un punto luminoso y se elevó hacia el cielo. Aparecieron docenas de otros puntos holográficos, sistemas estelares, que llenaron el espacio entre Huntress y la superficie de la mesa. El mapa tridimensional se encogió y se formó otro. Al cabo de unos momentos, la vasta extensión de la Esfera Interior apareció sobre la mesa, y una fina línea roja parpadeó entre las estrellas, desde la Esfera Interior, atravesando la Periferia Profunda, hasta Huntress, que ahora se encontraba ya en el techo.
—Le doy la Ruta del Exodo —dijo Trent mientras los otros dos hombres examinaban las brillantes estrellas rojas, incapaces de disimular su fascinación y su sobrecogimiento—. Ojalá la sigamos con el espíritu de los grandes Kerensky. Y que algún día nos lleve a la victoria sobre quienes desafiaron las normas del honor.