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Valle del río Shenandoah

Maldonado

Condominio Draconis

25 de mayo de 3058

Judith vio los fogonazos más adelante, que le indicaron que se aproximaba a una batalla. El vehículo de reparaciones era lento y hacía mucho ruido, pero había recorrido mucho terreno desde que las Naves de Descenso se habían alejado. Aminoró la marcha un poco e intentó utilizar su limitado equipo de comunicaciones, con la esperanza de captar las conversaciones de los combatientes que se encontraban en las colinas. Sin embargo, hasta entonces no había tenido suerte. ¿Contra quién luchan? ¿Los Regulares de Dieron? Viró al éste, hacia las estribaciones, con la esperanza de llegar a la cumbre de alguna de aquellas colinas para tener una mejor vista del campo de batalla. No obstante, aquel punto se hallaba a dos kilómetros, y la niebla que se iba elevando a medida que el sol de Maldonado evaporaba el rocío y la escarcha dificultaba la visión. Siguió en dirección norte-nordeste, ajustando constantemente el equipo de comunicaciones para intentar captar alguna conversación.

De pronto, vio frente a ella un comando de soldados que salían de una pequeña trinchera. La mayoría de ellos llevaban afustes portátiles de misiles sobre los hombros y, por su actitud, parecían deseosos de hacer saltar su vehículo en pedazos. Pese a ello, los soldados no dispararon, sino que se mantuvieron vigilantes. Las máscaras reflectantes que llevaban bajo el casco les ocultaban el rostro, pero los uniformes de color verde claro que vestían, con insignias verdes y negras, hicieron sonreír a Judith. También distinguió en el pecho de un soldado un símbolo circular con dos puntas de estrella que se extendían hacia abajo, un emblema que le resultaba muy familiar.

—¡Alto! —ordenó uno de los soldados a través de un altavoz incorporado a su máscara facial.

Judith frenó en seco y apagó despacio el motor. A continuación, levantó las manos para que los soldados pudiesen ver que no hacía ningún movimiento disimulado.

Los hombres rodearon el vehículo; algunos sostenían todavía los lanzamisiles, mientras que otros optaron por empuñar sus rifles láser. Todas las armas apuntaban hacia ella. El oficial jefe avanzó, despacio y con cautela, hacia la ventanilla semiabierta del vehículo, dispuesto a disparar su rifle a la menor provocación. Judith tenía la seguridad de que eran amigos, pero ellos aún no lo sabían.

—Señor, hay un cadáver en la parte trasera —dijo uno de los hombres. El oficial, que la miraba de forma despiadada, pareció ponerse tenso por unos momentos.

—Mantenga las manos donde pueda verlas —le ordenó. Ella asintió. El oficial abrió la puerta con una mano, manteniendo el rifle apuntando hacia ella con la otra.

—¿Su nombre?

—Arcángel —respondió Judith, utilizando la palabra en clave que había enviado en su mensaje secreto.

—¿Contraseña?

—Redención —dijo en tono rotundo.

El oficial bajó el rifle e hizo una seña a los demás miembros del comando. Todos bajaron las armas y se dispersaron para dar cobertura al oficial y a Judith. El oficial sacó entonces un pequeño comunicador del cinto y lo activó.

—Garra de Oso, aquí Estoque. El Arcángel está a buen recaudo. Pueden pasar a la segunda fase.

—Recibido, Estoque —contestó una voz a través del aparato.

Judith miró a lo lejos y vio que, de pronto, algo sucedía en la ladera de la colina. Más de dos docenas de BattleMechs, que hasta entonces habían estado ocultos y camuflados con redes preparadas para confundir sensores, parecieron surgir de la ladera y cobrar vida. Ella sonrió. La unidad de Trent había pasado junto a ellos en la estribación, sin saber que las fuerzas de rescate estaban tan cerca.

De pronto, se oyó un estruendo junto al río y vio una Nave de Descenso gris de los Jaguares de Humo que se dirigía hacia las colinas. Comprendió que aquello no iba a ser nada fácil…

* * *

Con su brillante y casi pulido blindaje gris, los Elementales que se hallaban al mando de Paul Moon descendieron de la Nave de Descenso de la clase Broadswordy se desplegaron en el extremo sur de las estribaciones, donde Trent y su unidad habían estado sólo unos minutos antes. Los Elementales eran habitualmente unas figuras impresionantes, pero su peligro parecía reducirse de forma espectacular si se veían desde la carlinga de un ’Mech. Trent, sin embargo, no se dejó engañar por aquella ilusión: sabía lo mortíferos que eran los Elementales cuando envolvían un ’Mech como una masa de hormigas. Y sabía que Paul Moon no se detendría ante nada con tal de destruirlo.

—Todas las Estrellas, continuad con el ataque —ordenó Trent—. Seguid haciendo huir a las fuerzas del Condominio.

—¡Negativo! —lo contradijo Moon—. Trinaría Beta, habla el comandante del Núcleo estelar Paul Moon. El capitán estelar Trent está implicado en una violación de nuestro código de honor.

Al otro lado de la sierra seguía librándose la batalla; las Estrellas Atacante Beta y Barrido Charlie estaban avasallando a los restos del Duodécimo de Regulares de Dieron. Había explosiones y dispersos fogonazos de luz láser y rayos de CPP.

—Les ordeno que interrumpan la ofensiva contra esos librenacidos del Condominio y capturen de inmediato al capitán estelar Trent —añadió.

Trent examinó los datos de los sensores tácticos que mostraban el área en el monitor secundario. Él se encontraba en lo alto de la estribación. La unidad de Russou estaba haciendo retroceder a las fuerzas del Condominio, mientras que la Estrella Atacante Beta, o lo que quedaba de ella, seguía avanzando. Esto deja sólo mi Estrella y al coronel como amenaza. Su sistema de comunicaciones estaba preparado para una transmisión de banda ancha. Lo activó y dijo:

—Aquí el capitán estelar Trent. No hagáis caso de la orden del coronel estelar Moon. Sus acusaciones son infundadas e indignas del guerrero que dice ser. Mantened la ofensiva contra las fuerzas del Condominio.

Al comprobar los sensores de largo alcance, vio que la Estrella de Elementales del coronel, compuesta de veinticinco soldados blindados, formaban un amplio semicírculo alrededor de su posición. La batalla se libraba más abajo, y Trent comprendió que se vería arrastrado a un enfrentamiento en el que estaba en franca inferioridad numérica. Su Estrella Alfa parecía paralizada, como si no estuviera segura de cómo debía responder.

—Capitán estelar Trent, ríndase o morirá —rugió otra vez la grave voz de Moon.

Trent decidió aprovechar la confusión generada por la llegada de Moon.

—Trinaría Beta —dijo—, ya me conocéis. Os entrené y os enseñé a ser guerreros de los Jaguares de Humo. Las acusaciones de Paul Moon son ilícitas e infundadas.

—Señor, mi obligación es seguir las órdenes de mis superiores —comentó Teej desde su Mad Dog.

Trent sabía que se le acababa el tiempo.

—Muy bien, coronel estelar Moon. Esto es el fin —anunció, y cargó el cañón automático, los afustes de misiles de corto alcance y el láser medio del Cauldron-Born. Frente a los Elementales, su potente rifle Gauss era casi inútil, pues no podía apuntar a blancos de tamaño humano.

—¡Al ataque! —gritó Moon.

De pronto, más de dos docenas de Elementales encendieron sus propulsores de salto, se elevaron en el aire y se dirigieron hacia Trent. Éste, en lugar de bajar a la carga por la ladera hacia la fuerza de asalto, optó por retroceder y descender por la otra vertiente hacia el combate que se libraba más abajo. Disparó las armas contra los Elementales antes de desaparecer al otro lado de la colina. Su rayo láser cortó el aire en sentido horizontal como un cuchillo y dio en uno de los Elementales, que estaba en pleno salto, y le cercenó un brazo. Las ráfagas del cañón automático fallaron, pero la metralla y los escombros alcanzaron a dos Elementales más. Los dos misiles de corto alcance explotaron cerca del Elemental más avanzado. Uno falló, pero el otro le voló la mitad de una pierna al soldado blindado.

Oyó un grito de dolor a través del canal de comunicaciones y reconoció la voz de Paul Moon. Trent no lo había visto caer, pero, por su ángulo de descenso, comprendió que le había arrancado la pierna por lo menos a la altura de la rodilla.

Sonrió de oreja a oreja.

—¡Matadlo! —aulló Moon. Los Elementales ocuparon la cumbre de la estribación y abrieron fuego con los afustes de misiles de los hombros. Las cabezas explosivas, capaces de destrozar un blindaje, volaron hacia Trent desde el frente y los flancos, mientras él aminoraba la marcha y viraba al norte. Creía que podía llegar al puesto de mando del Duodécimo de Regulares si conseguía atravesar la base. Al menos quince misiles impactaron en el Cauldron-Born y destruyeron placas de blindaje de los brazos, las patas y el torso. El Mad Dog de Teej subió al risco y disparó contra él con sus láseres; el aire se llenó de brillantes puntos de color carmesí, y más áreas de su torso se resquebrajaron.

Trent volvió a abrir fuego con el cañón automático cuando vio la señal de que se había cargado otra cinta de balas en la cámara. Ésta vez, las ráfagas de LB-X asaetearon la cumbre de la estribación antes de que los Elementales pudieran emprender el vuelo. Uno de los atacantes desapareció en medio de una nube de humo gris y negro, y otros corrieron a ponerse a cubierto. Casi a medio kilómetro de distancia, las Estrellas Charlie y Beta habían puesto en fuga a los Mechs del Condominio y estaban virando al sur para enfrentarse a él.

Vio que uno de los Elementales subía a la cumbre de la colina, y dedujo que era el coronel estelar Moon; su traje blindado había sellado la pierna amputada y sin duda estaban suministrándole sedantes en el muñón para aliviarle el dolor. Un hombre normal habría perdido el conocimiento a causa del dolor, pero los trajes de los Elementales estaban diseñados para permitirles luchar hasta la muerte.

—No te escaparás, Trent. Ésta vez, no —dijo.

De pronto, desde todos los lados del tullido Elemental, una fila de BattleMechs apareció en lo alto de la estribación y abrieron fuego contra la Estrella de Elementales desde su retaguardia y casi a quemarropa, sin prestar atención a Moon ni a la herida que ya había sufrido. Dos se abalanzaron sobre Teej y cayeron hacia atrás por la vertiente opuesta, donde Trent no podía verlos. ¿Son refuerzos?, pensó. Entonces vio los detalles de los ’Mechs en la pantalla táctica. Thug, Raijin, Nexus, Black Knight, King Crab… y el color… ¡gris y blanco! Ya había visto una vez algunos de aquellos ’Mechs con sus emblemas, durante dos días, en un planeta llamado Tukayyid.

Una nueva voz resonó a través de los altavoces.

—Jaguares de Humo, aquí el capiscol Karl Karter de la 308.ª División de los ComGuardias, los que aplastaron a los Osos Fantasmales en Tukayyid, los que siembran el terror entre los Clanes. Ya os hemos vencido antes. Ahora, preparaos para volver a ser derrotados. Retiraos, rendios, o morid. ¡La elección es vuestra!

Los Elementales no cejaron en su ataque contra Trent. Avanzaron a toda velocidad, pero no eran rivales para las fuerzas de los ComGuardias. Trent recibió cuatro impactos más de misiles mientras los Elementales intentaban llegar hasta él. Por fin se convencieron de que no lograrían alcanzarlo y organizaron un contraataque contra los ComGuardias. Se elevaron en el aire con sus propulsores y dispararon sus láseres y ametralladoras, mientras los Guardias respondían con láseres y misiles.

Los restos de la Estrella Atacante Beta atacaron en la cumbre de la colina por su flanco; pronto, toda la ladera se había convertido en un caos de destrucción y muerte. El terreno tembló bajo los pies del Cauldron-Born cuando uno de sus misiles de corto alcance dio en uno de los Elementales que todavía intentaban abalanzarse sobre él. El proyectil partió en dos al guerrero mientras las balas de ametralladora rebotaban contra la escotilla de visión de Trent, aunque estuvieron a punto de perforarla.

Trent se volvió y vio que los tres ’Mechs restantes de la Estrella Barrido Charlie avanzaban poco a poco hacia él.

Reconoció el primero al instante: era el Mad Dog de Russou. Estaba cubierto de negros impactos de misil y de las humeantes cicatrices abiertas por los rayos láser en su blindaje. El paso del ’Mech de su primer oficial casi parecía cansino mientras se iba aproximando. Trent sabía que le era imposible evitar aquel enfrentamiento. Accedió al terminal de su ordenador de combate a través del pequeño teclado de la consola y pulsó los controles de la secuencia de autodestrucción.

Los BattleMechs funcionaban con reactores de fusión. Aunque era posible abrir fisuras en los reactores durante un combate, estaban equipados con una serie de dispositivos de seguridad contra fallos para impedir la explosión de los reactores salvo en las condiciones más extremas. No obstante, un guerrero podía destruir su ’Mech por decisión propia.

Los ’Mechs de los Jaguares tenían un código por defecto de diez segundos de demora. Una vez puesto en marcha, se desactivaba el escudo magnético que mantenía suspendido el reactor de fusión. Al quedar desalineado, el núcleo desencadenaba una explosión nuclear compacta en un área increíblemente reducida que destruía el ’Mech y todo lo que estaba a su lado. Trent alteró meticulosamente las instrucciones para cambiar ese plazo de tiempo de forma significativa…

Hubo una serie de explosiones a sus espaldas, pero Trent no les hizo caso, sino que echó a andar hacia el comandante estelar Russou Howell, uno de los pocos Jaguares de Humo a los que consideraba como amigo. En un canal privado, oyó la voz de Russou, casi vehemente:

—No lo entiendo.

—No tienes por qué entenderlo, Russou —repuso Trent con calma, comprobando que tenía bien tensos los cinturones de seguridad.

—¿Es verdad lo que ha dicho Moon?

—¡Aplástelo, Russou! —retumbó la voz de Paul Moon a través del canal de banda ancha, que pudieron oír ambos guerreros—. Es un traidor a usted y a su clan. ¡Mátelo!

Trent escrutó el Mad Dog mientras se aproximaba. Sus compañeros de Estrella se colocaron a ambos lados, esperando su reacción.

—Tendrás que destruirme, Russou. Ya lo sabes.

—No quiero hacerlo.

—No tienes elección. Así es como tiene que terminar esto —dijo Trent, cerrando la mano alrededor del conmutador del sistema de eyección. Oyó el estruendo de un cañón automático a sus espaldas. Eran los ComGuardias, que bajaban por la ladera hacia donde se encontraba él, y estaban luchando con la Estrella de la comandante estelar Alexandra.

Se produjo una pausa, durante la cual Trent se preguntó cómo reaccionaría Russou. Entonces vio que el Mad Dog levantaba sus armas; Russou había ordenado a su Estrella que atacaran a Trent, mientras los ComGuardias corrían hacia sus flancos. Los restos de su blindaje resistieron la andanada inicial, aunque el ’Mech se tambaleó a consecuencia de los tremendos impactos. Trent resistió la oleada de calor que invadió repentinamente la carlinga y luchó con los controles y el sistema de equilibrio del vacilante Cauldron-Born.

Levantó el rifle Gauss e inclinó levemente el ’Mech hacia atrás, en un ángulo orientado hacia la estribación. El fuego enemigo le arrancó el afuste a la altura del codo y lo arrojó hacia los últimos vestigios de sus patas, mientras los láseres y los misiles destruían los músculos de miómero y la estructura interna de ferrotitanio. El monitor secundario cambió de imagen para reflejar los daños sufridos. El ’Mech estaba agonizando.

Trent disparó el cañón automático del otro brazo de forma continua hacia el suelo, lo que levantó una cortina de polvo y hierba entre él y la unidad de Russou. El King Crab de ComStar se colocó a su lado, a unos ochenta metros de distancia, y disparó a Russou, pero falló. Los indicadores rojos de aviso del Cauldron-Born se encendieron mientras Trent se agarraba con fuerza a la silla. Aquí es cuando muero a los ojos de mi antiguo clan. Aquí es cuando me convierto en un traidor muerto. Activó la secuencia de autodestrucción y pulsó el control de eyección. Un chorro de fuego láser atravesó el corazón de su ’Mech, y el reactor alcanzó el punto crítico. Se levantó un fuerte vendaval del frío aire de Maldonado y luego vino la explosión, un fogonazo casi tan brillante como el sol que ascendía en el cielo. Trent cerró los ojos. Pareció como si atravesara un túnel y perdió el conocimiento, sumiéndose en una oscuridad cálida, húmeda y reconfortante.