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Centro de Mando Planetario de los Jaguares de Humo
Warrenton, Hyner
Zona de ocupación de los Jaguares de Humo
4 de mayo de 3058
Cuando el oficial de comunicaciones despertó al coronel estelar Moon a las cuatro de la madrugada, su primera reacción fue de ira. Cuando supo que debía responder a un mensaje enviado por GHP por la comandante galáctica, su oficial jefe, reaccionó con vigor y decisión. Se vistió deprisa y corrió hacia la gran sala de recepción de mensajes GHP. Ahora se encontraba allí con el oficial de comunicaciones al otro lado del cristal a prueba de sonidos, que le dio la señal de la llegada del mensaje.
El sistema de proyección holográfica estaba montado en el suelo, cerca del centro de la habitación. Cuando se encendió, apareció la imagen de la robusta comandante galáctica Hang Mehta. Paul Moon sabía que era un mensaje importante. Una proyección holográfica directa entre planetas era una transmisión cara y, por lo que había averiguado, una especie de pesadilla técnica en lo relativo a su coordinación y mantenimiento. Solía estar reservada para las transmisiones más importantes. Moon se puso firmes apresuradamente al encontrarse frente a frente con su oficial jefe.
—Supongo que está solo y que esta habitación es segura, ¿quiaf? —preguntó Mehta, devolviéndole el saludo.
Paul Moon activó un pequeño conmutador que cerraba una sección de la pared para que ni siquiera los técnicos pudieran ver lo que sucedía.
—Ahora lo es, comandante galáctica.
Ella se frotó la frente en actitud reflexiva, miró a Moon y dijo:
—Ha aparecido una posible emergencia en relación con uno de sus oficiales, el capitán estelar Trent de la Trinaría Beta. Debe ser detenido de inmediato y recluido en una instalación de seguridad… sin que pueda mantener contacto con nadie.
Por unos instantes, Moon sintió que enrojecía.
—El capitán estelar Trent y su Trinaría están en camino a la Nave de Salto para atacar Maldonado, comandante galáctica.
—Establezca contacto con la Nave de Descenso y cancele la misión —ordenó Mehta.
Moon titubeó durante una milésima de segundo antes de responder.
—No puedo llevar a cabo su orden, comandante galáctica. Nuestros protocolos de misiones indican de manera específica que las Naves de Salto y Descenso implicadas en un ataque deben hacer caso omiso de todas las transmisiones una vez que están en ruta.
Al parecer, Hang Mehta había olvidado el protocolo, aunque era ella quien lo había definido. Se sabía que la red de espías del Condominio y otros elementos transmitían mensajes con órdenes contradictorias y otros trucos deshonrosos a las Naves de Descenso. El protocolo de misiones se había establecido para asegurar que nadie alterase las órdenes de un ataque de los Jaguares. Ahora, de pronto, aquello se había vuelto en su contra.
—¡Librenacido! —maldijo Mehta.
—Si me permite la pregunta, comandante galáctica —dijo Moon con cautela—, ¿a qué se deben sus recelos sobre el capitán estelar Trent?
—Se ha descubierto que el comandante galáctico Benjamin Howell de la Galaxia Zeta realiza acciones de contra-bando en Huntress —contestó con expresión agria—. Durante el narcointerrogatorio, reveló que el capitán estelar Trent es uno de sus cómplices.
La mente de Moon iba a toda velocidad. ¿Trent… ha traicionado a nuestra casta? Estaba tentado de decirle a la comandante galáctica que había tendido una trampa a Trent y que sus posibilidades de regresar con vida de Maldonado eran nulas. Pero ya había visto antes su ira y no quería volver a incurrir en ella. Y, lo que era peor aun, Trent tenía una habilidad especial para sobrevivir.
—El contrabando es un acto digno sólo de mercaderes y bandidos. Está muy lejos del código de un guerrero —comentó.
—No sea tan estúpido —dijo Mehta, irritada—. No se trata de una simple violación del código de la casta, surat. No se ha dado cuenta de la amenaza, ¿quineg? Trent ha viajado a Huntress y ha vuelto. Ha recorrido la Ruta del Éxodo. Nuestros agentes de La Guardia aseguran que un hombre así, alguien capaz de volverse contra su propia casta, también podría hacerlo contra el propio clan. Trent es un traidor en potencia. Y, si lo es, podría estar en posesión de nuestro mayor secreto: el emplazamiento de los planetas natales.
—¿Un traidor? —repitió Moon.
La idea de que un guerrero de los Clanes traicionase a su pueblo, aunque fuese Trent, era inconcebible. Tal vez esos idiotas recopiladores de información de La Guardia tenían pesadillas y veían fantasmas donde no había nada. Un guerrero nunca se volvería contra sus propios…
—No sea ciego a la amenaza, coronel estelar Moon. Me tomé la libertad de ordenar a mis agentes de La Guardia en Hyner que examinaran los acceso de Trent y su mujer librenacida al sistema informático de su guarnición.
—¿Examinó mi red sin informarme?
—Af, imbécil, porque hay más cosas en juego que su pequeño ego y su sentido de la territorialidad. Trent y esa tal Judith pasaron un total de cuatro horas copiando toda la disposición y despliegue táctico y estratégico de nuestro clan en la zona de ocupación. Ésta información la obtuvieron por fases, y, como ambos accedían a través del sistema de mantenimiento y de la conexión de Trent como jefe de una Trinaría, no se dispararon las alarmas de seguridad. Ella hizo un seguimiento de nuestro flujo logístico y localizó determinadas unidades, mientras que él comprobó las Tablas de Organización y Equipos de otros planetas. Con los datos que han recopilado y tienen ahora en su poder, poseen una información completa sobre nuestro despliegue de tropas en la Esfera Interior.
Moon quedó estupefacto por la noticia.
—No tiene ninguna razón de hacerlo, a menos que piense volverse contra nosotros —arguyó.
—Sé que ha intentado librarse del capitán estelar Trent como guerrero solahma —dijo Hang Mehta, con un tono de voz cada vez más grave y amenazador—. Es posible que usted haya forjado el instrumento de nuestra destrucción.
—No lo entiendo. Usted aprobó esas órdenes. El Khan Osis en persona dijo que los guerreros que lucharon en Tukayyid eran inferiores y culpables de nuestra derrota.
—¡Basta de cháchara! —ladró Mehta—. No le quepa la menor duda, capitán estelar, de que sólo usted será responsable si Trent es un traidor. Entretanto, tiene que hacer muchos preparativos.
—No comprendo.
—Tiene Naves de Descenso y de Salto a su disposición, ¿quiaf? Es comandante en jefe de un Núcleo estelar, ¿no? Organice una fuerza lo antes posible y vaya a Maldonado. Debe emprender todas las acciones necesarias para asegurarse de que el capitán estelar Trent es capturado. Si no puede hacerlo, mátelo. En cualquier caso, si es un traidor, no pasará información sobre los Jaguares de Humo a nuestros enemigos.
Moon sintió cómo se le tensaba todo el cuerpo al oír aquellas órdenes. No iba a ser fácil. La fuerza incursora debía de haber llegado ya al punto de salto y a la nave que los estaba esperando. En cuanto llegasen, se marcharían inmediatamente del sistema Hyner. Podía movilizar un par de Estrellas y una Nave de Descenso Broadsword. Si utilizaba una de las Naves de Salto con baterías de litio y realizaba un salto dentro del mismo sistema a un punto pirata, podría enlazar con la otra nave en unos cuatro o cinco días. Luego sólo quedaba un salto hasta el sistema Maldonado.
—No le fallaré, comandante galáctica —afirmó, haciendo un rápido saludo que ella no le devolvió. De pronto, Moon se sintió en parte feliz. Si fallaba su primer plan, él estaría en Maldonado para matarlo en persona. Fuera como fuere, Paul Moon se aseguraría de la muerte de Trent.
—No, Paul Moon, no fallará —replicó ella en tono gélido mientras se desvanecía la imagen holográfica y volvían a encenderse las luces. Moon sabía que el precio del fracaso sería el fin de todo aquello que le había costado tanto construir.
* * *
El estrecho comedor de la Nave de Descenso, transformado en sala de reuniones, tenía una débil iluminación y el intenso olor que suele asociarse a unos vestuarios. Trent miró la pantalla que mostraba el valle del río Shenandoah, donde el Duodécimo de Regulares de Dieron tenía su base en Maldonado. Con su destreza en el análisis táctico, Trent veía varios problemas en el plan, el menor de los cuales era que dividía sus fuerzas de forma deliberada.
Los Regulares estaban atrincherados en un complejo, semejante a una fortaleza, situado en la ladera oriental del valle, donde aterrizarían Trent y su Trinaría. Sería difícil sacarlos de aquella fortaleza. Tal como Trent entendía el plan, su unidad iba a ser el anzuelo, una fuerza lo bastante pequeña para atraer a los Regulares. Luego, los Jaguares del otro lado del río lo cruzarían, utilizando el cañón como pantalla de sensores, y atacarían también a los Regulares.
—Podemos conseguir el mismo objetivo aterrizando todos en la misma ribera del río —dijo Trent al capitán estelar Oleg Nevversan—. Si mantienes tu fuerza lo bastante alejada, puedo conseguir igualmente atraerlos a campo abierto.
—Negativo, capitán estelar —respondió Nevversan—. No caben modificaciones a este plan. Lo ha diseñado el propio coronel estelar Moon.
Aquélla afirmación no tranquilizó en absoluto a Trent.
—Los guerreros siempre tienen el derecho de alterar los despliegues de tropas mientras alcancen los objetivos de la misión.
—En este caso, no —dijo Nevversan con firmeza—. Nos desplegaremos según las órdenes, capitán estelar.
Su tono de voz era casi engreído. Trent lanzó una mirada al comandante estelar Russou y a Alexandra, que había superado la prueba para ocupar su antiguo puesto en la Estrella Atacante Beta. Russou arqueó la ceja derecha, indicando que el plan parecía dudoso. Alexandra se limitó a mirar el mapa.
Nevversan apagó la pantalla.
—Nos acoplaremos y saltaremos dentro de tres días. Tengan sus unidades listas para la acción a nuestra llegada.
Con estas palabras, la reunión llegó a su fin. Trent se limitó a dar órdenes a Alexandra y a Russou para que revisaran los planes de batalla. Luego salió al pasillo y fue a su pequeño camarote. Cerró la puerta y vio a Judith flotando junto al lecho plegado.
—¿Algún problema? —preguntó ella, mirándole.
—Tal vez. Hemos tenido poco tiempo para hablar desde la partida. Tengo curiosidad sobre cómo nos rescatarán cuando lleguemos a Maldonado.
—Lo desconozco —respondió Judith, encogiéndose levemente de hombros—. He manipulado el transpondedor IFF de tu OmniMech. En las bandas normales, la señal sólo identifica el Cauldron-Born como amigo o enemigo, que es la manera como se supone que trabaja el IFF. Sin embargo, si se realiza una exploración en el extremo alto de las bandas de frecuencia, te identifica como un blanco en color azul en cualquier sistema TYT que examine esas bandas.
—¿Entonces, no hay modo de averiguar si tus compañeros de ComStar han recibido tu mensaje?
—Así es —dijo ella.
—¿Y qué me dices de ti, Judith? No podrás estar conmigo en el Mech cuando aterricemos en Maldonado. ¿Cómo conseguirás escapar?
Su tono de preocupación era sincero, y expresaba más de lo que se permitiría normalmente el amo de un sirviente. Pero, para Trent, Judith era algo más que una sirviente.
—No he llegado tan lejos para quedar atrás ahora —afirmó ella, esbozando una sonrisa—. No te preocupes, Trent. Me escaparé de los otros techs. Si ComStar está allí y te rescatan, estaré a tu lado: de eso puedes estar seguro.
—Pero, si las fuerzas de ComStar no aparecen, ¿qué pasará?
—Entonces, estaré a tu lado hasta el final. Empezamos esto juntos y, si es necesario, moriremos juntos.
* * *
El capiscol IV Karl Karter se acarició su pelirroja barba mientras observaba una vez más la copia impresa de la transmisión. La luna más grande de Pesht brillaba a través de la ventana, proyectando su luz amarillenta sobre aquel planeta clave del Condominio. En la seguridad de la base de ComStar, en las faldas de las montañas Kincha, la luna parecía estar muy lejos.
Sus guerreros entraron en la sala. Sus grises uniformes de los ComGuardias mostraban la insignia de la 308.ª División, Divinidad Alada. La mayor parte de sus fuerzas estaban en Tukayyid, pero en este flanco de la zona de ocupación de los Clanes tenía una unidad de intervención rápida, lista para desplegarse en cualquier momento y abortar cualquier intrusión importante de los Clanes.
Los oficiales entraron en la sala, y Karter esperó a que cerraran la puerta antes de hablar. Eran hombres y mujeres buenos. Casi todos habían entrado en combate contra los Osos Fantasmales en Tukayyid y se habían templado en las llamas de la mayor batalla de la historia de la humanidad. Los integrantes del Primer Ejército de ComGuardias eran, en su mayoría, veteranos del ataque a los Osos Fantasmales; por eso habían recibido el apodo de «Cazadores de Osos». Desde su gloriosa y costosa victoria de Tukayyid no habían tenido mucha acción. El mensaje que acababa de recibir iba a cambiar todo eso.
—Muy bien, escuchen todos con atención —empezó cuando el último oficial tomó asiento—. Los chicos de allá arriba nos han enviado esto y no tenemos más remedio que hacerles caso.
Sostuvo en alto la hoja impresa y continuó:
—Por orden directa del Capiscol Marcial y de la capiscolesa Katrina Troth del Alto Mando del Primer Ejército, tenemos órdenes de llevar todas las fuerzas disponibles al planeta Maldonado el día veinticuatro de mayo o antes.
—¿Cuál es la misión, señor? —intervino el semicapiscol Frakes.
—Una deserción con rescate. Al parecer, uno de nuestros agentes ROM ha convencido a un guerrero de los Jaguares de Humo para que deserte. Nuestro trabajo consiste en sacarlos de allí a cualquier precio.
—Los Jaguares de Humo no están en Maldonado —señaló el semicapiscol Loxley.
—Pero lo estarán el veinticuatro de mayo —replicó el capiscol Karter, sonriendo—. Nuestro agente ROM ha informado que tienen la intención de realizar una incursión en ese planeta. Y, por órdenes directas del Capiscol Marcial, debemos utilizar «todas las fuerzas y medios necesarios para asegurar que el desertor sea rescatado con vida».
Karter escrutó la hoja una vez más, en busca de una línea determinada.
—De hecho, queridos oficiales, aquí dice que «las fuerzas de la 308.ª División deberán considerarse como prescindibles para conseguir el éxito de la misión».
Se hizo el silencio en la sala.
—¿Qué hay del mando local? —preguntó Frakes—. Creo que en Maldonado está el Duodécimo de Regulares de Dieron.
—Según una copia de una orden que he recibido, Theodore Kurita en persona ha enviado un mensaje a los Regulares. Deben proporcionar su total y completa cooperación en esta misión.
—Ése guerrero debe de ser muy importante —comentó otro oficial.
—Eso no nos corresponde saberlo. Sólo tenemos preparado un batallón, pero debemos irnos de inmediato. Nuestra Nave de Salto está en un punto pirata a pocos días de viaje. Tenemos que subir, llegar a Maldonado y descender a tiempo.
—Hemos combatido antes contra los Clanes y hemos vencido —señaló el semicapiscol Frakes—. Estoy impaciente por volver a hacerlo.
Unos murmullos secundaron su bravuconada.
—Estoy de acuerdo contigo, semicapiscol, pero no vamos a derrotar a los Jaguares. Vamos a sacar de allí a nuestro agente y a ese guerrero. —Karter inclinó un poco la cabeza, entornó los ojos y añadió—: Pero, si tenemos la ocasión de enviar a unos cuantos más de los Clanes al más allá, por la sangre de Blake que maldecirán el día en que se enfrentaron a Divinidad Alada.