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Centro de Mando Planetario de los Jaguares de Humo

Warrenton, Hyner

Zona de ocupación de los Jaguares de Humo

30 de agosto de 3057

El aerocoche pilotado por Judith salió de Warrenton. Ni ella ni Trent pronunciaron palabra durante el trayecto. Ambos parecían disfrutar del sol de media mañana, que tanto anhelaban tras más de un año de viaje a Huntress en la Nave de Salto, por no hablar del pésimo clima de aquel planeta. Judith sentía cómo el calor del sol penetraba a través de su chaqueta ligera y calentaba la camisa gris que llevaba debajo. Recordó la primera vez que habían hecho ese mismo viaje casi dos años atrás, la primera vez que había llevado a Trent a aquel lugar especial, el único de Hyner que podían llamar suyo.

Trent había estado muy pensativo desde su victoria en el Juicio de Posición. Estaba callado, sumido en sus propios pensamientos. La competición había terminado con la victoria de Trent. Le había costado bastante, pero ya estaba al mando de la Trinaría Beta, el antiguo puesto de Jez. Russou, pese a haber perdido ante Trent, se había comportado como un auténtico guerrero y no le tenía rencor.

Pero Judith sabía que todo iría bien cuando llegaran al Castillo Brian. En aquel lugar, ella era más que un tech y él era más que un guerrero. En aquellas ruinas estaban entre objetos que permanecían inalterados desde hacía siglos, y respiraban el mismo aire que los hombres y mujeres de una época más gloriosa de la historia de la humanidad. Allí Trent y ella parecían absorber nuevas fuerzas y poder.

Era su primer viaje desde su regreso a Hyner, pues ambos habían estado muy ocupados con sus obligaciones. Trent estaba reorganizando su nueva Trinaría de guerreros, que incluía a Russou y su Estrella, y obligaba a los miembros de su unidad a ejercitarse de forma constante con sus nuevos ’Mechs, lo que, a su vez, mantenía ocupados a Judith y a los otros techs.

Cuando ella viró hacia Braddock Pike en dirección al norte, notó la intranquilidad de Trent. Conocía la razón. Volvían a pasar junto a las ruinas de Chinn, y sabía que él nunca había dejado de culparse por su destrucción. Judith tenía asuntos más urgentes de los que hablar aquella tarde y esperaba que la ayudasen a ahuyentar los fantasmas de Chinn.

—He tenido algunos problemas para comunicarme con mis contactos —dijo.

Trent se movió un poco, como si no quisiera romper el silencio en el aerocoche.

—¿Algún problema?

—Mi contacto estaba en el planeta cuando regresamos —respondió Judith, sin apartar la mirada de la carretera—; pero, cuando intenté reanudar el contacto con ella, había desaparecido.

—¿Crees que la han descubierto?

Neg. Conozco a varios techs del centro médico del puesto de mando. Si estuvieran interrogando a alguien, habría podido averiguarlo. Creo que mi contacto desapareció por alguna razón.

—Entonces, no hay forma de pasar la información que hemos obtenido —concluyó Trent.

Judith meneó la cabeza, pero no apartó la mirada de la carretera.

—En estos momentos, no —repuso.

Trent golpeó la guantera con el puño. Judith se asustó por aquella inusual expresión de ira.

—Esto es increíble, Judith. Hemos viajado a la Región estelar Kerensky y hemos vuelto. Hemos conseguido calcular la posición de todos los puntos de salto entre Huntress y la Esfera Interior. Tenemos información por la que cualquier Señor de las Grandes Casas sería capaz de matar, y sin embargo no podemos sacarla de aquí.

—Tengo una idea. Si mi contacto de ComStar está escondida o detenida, quizá sea posible utilizar el generador de hiperpulsación de Hyner para transmitir un mensaje codificado.

—¿Crees que tus antiguos compañeros ComGuardias vendrían a Hyner para intentar rescatarnos?

—Supongo que quiere una respuesta sincera.

—Sí.

—La respuesta es no —declaró—. No creo que vinieran a rescatarnos. El riesgo de cruzar la frontera de la Zona de Ocupación es demasiado alto. Hacerlo podría ser interpretado como una violación de la Tregua de Tukayyid. Además, todo nuestro Núcleo estelar se encuentra aquí. Los Jinetes de las Tormentas son una amenaza en potencia, una unidad de primera línea del frente. Tendrían que venir casi con un regimiento.

—Tiene que haber una manera de salir de Hyner llevándonos la información —se impacientó Trent—. He oído informes de que los Lobos realizan incursiones contra objetivos de los Jaguares, pero no veo la manera de aprovecharnos de eso. Aunque enviaran a los Jinetes de las Tormentas a esa lucha, no nos mandarían a ningún lugar próximo a ComStar.

Judith entendía sus prisas de pasar los datos de la Ruta del Éxodo. Trent le había contado todo sobre el comandante galáctico Benjamin Howell. Habían pasado muchas horas discutiendo la operación de contrabando durante las partidas de ajedrez que jugaron a bordo de la Dhava en el largo viaje de vuelta de Huntress. Algunos compinches de castas inferiores de Benjamin habían intentado ponerse en contacto con Trent, pero él había conseguido evitarlos. En realidad, nunca había albergado la intención de involucrarse en esa operación.

El problema de ese tipo de operaciones, como ella le había señalado a Trent, era que tarde o temprano eran descubiertas. Y, cuando eso sucedía, todas las partes relacionadas con la trama quedaban al descubierto. En este caso, esto incluiría a Trent. Y, cuando él cayera, también caerían los datos de la Ruta del Éxodo que tenía almacenados en el ordenador de muñeca.

No era el momento de dejarse dominar por el pánico, sino el de realizar planes cuidadosos. Después de todo lo que habían pasado, un error estúpido causado por las prisas podía echarlo todo a perder.

—Sugiero que permanezcamos alerta, pero que ejercitemos la paciencia —aconsejó Judith—. Tarde o temprano, algo aparecerá y encontraremos la manera de salir de Hyner. Cuando esto pase, lo aprovecharemos y partiremos. También es posible que mi contacto vuelva a aparecer en cualquier momento. En tal caso, al menos podremos recibir instrucciones de ComStar sobre la mejor manera de proceder.

—Afirmativo —contestó Trent—. No hay nada que podamos hacer, salvo esperar. El problema es que la paciencia no es una virtud que nos enseñen en los sibkos. El Jaguar de Humo siempre es el primero en arrojarse a la batalla. Entiendo la necesidad táctica de esperar el momento oportuno para atacar, pero no está en mi naturaleza.

—Yo tenía el mismo problema —confesó Judith.

—¿Qué te hizo cambiar?

Ella lo escrutó. El hombre sentado a su lado tenía el rostro horriblemente deformado, y, a pesar de la piel sintética que le cubría la mitad de la cara, lo más probable era que un extraño lo viese como un monstruo, quemado y desfigurado. Ella veía otra cosa, algo que estaba más allá de las cicatrices, algo profundo que había en su interior. Era un hombre con honor e integridad, y ella lo respetaba por eso.

Ha llegado el momento de decirlo en voz alta, de contárselo, pensó.

—Mi lección de paciencia fue con usted.

—¿Conmigo?

Af. Ya le dije que fui miembro de ROM, que es la sección de inteligencia de ComStar —respondió, observando la carretera con atención—. Lo que no le dije es que nunca dejé de pertenecer a ROM. Me adiestraron para misiones especiales, operaciones encubiertas y planes secretos. Cuando los Clanes invadieron la Esfera Interior, fui destinada a los ComGuardias, no como soldado, sino como una infiltrada… en caso de que se presentara la oportunidad.

»Mis superiores estaban convencidos de que, algún día, los ComGuardias se enfrentarían en combate a los Clanes. Si lo hacían, yo debía utilizar todos los medios a mi alcance para introducirme en los Clanes y aprender cuanto pudiera. Si me era posible, debía buscar indicios sobre la Ruta del Éxodo. Mis órdenes me dejaban mucho margen para improvisar. Mis superiores de los ComGuardias no sabían que seguía trabajando para ROM. Sólo el Capiscol Marcial en persona estaba al corriente.

»En Tukayyid, luché contra usted para sobrevivir. Fue pura suerte que me tomara como sirviente. Han pasado años, pero ahora estamos a punto de alcanzar lo que me había propuesto.

Trent guardó silencio por unos momentos.

—¿Sólo soy una misión para ti?

Judith se mordió el labio.

Neg, Trent. Eres mucho más —respondió.

Muchísimo más. Judith sentía un afecto por él que a veces hacía vibrar todo su cuerpo por la frustración del deseo. Mientras conducía, notaba que el aire que los separaba estaba cargado de invisibles chispas de electricidad.

—He llegado a sentir un gran cariño por ti, Trent.

Trent bajó la cabeza.

—Entiendo tus sentimientos, Judith —dijo casi en un susurro.

—¿De veras?

Af. Pero, aquí y ahora, todavía somos Jaguares de Humo. Las relaciones íntimas entre personas de distintas castas constituyen un acto ilícito. Judith, tal vez, cuando nos hayamos ido de aquí… podremos ser… algo más.

Ella iba a intentar de nuevo expresar sus deseos y anhelos, pero vio algo en la carretera que atrajo de súbito toda su atención. Dos soldados de infantería armados con rifles láser estaban detrás de una barricada. Sus chalecos blindados, los cojinetes en los muslos y los cascos de vidrio oscurecido les daban un aspecto muy amenazador. Quitó el pie del acelerador y frenó la marcha del aerocoche.

Trent le lanzó una rápida mirada y sonrió.

—Mantén la calma, Judith. Yo hablaré con ellos.

Judith detuvo el vehículo, y los guardias se colocaron a ambos lados del coche y escrutaron a Trent y a Judith, que habían bajado las ventanillas. Los rostros de los soldados ocuparon todo el espacio de las ventanillas. Podía oírse el silbido del aire de los sistemas de filtros de sus cascos.

—Ésta área es de acceso restringido —dijo uno de ellos.

Trent levantó la muñeca para enseñar su códex, que el soldado exploró con un escáner manual.

—Solía venir aquí a pasear y relajarme. Soy el capitán estelar Trent, Tercera de Caballeros de los Jaguares.

—¿Y ella? —inquirió el soldado, apuntando a Judith con el cañón de su rifle.

—Mi sirviente. La tengo a mi servicio como chófer. Es un trabajo adecuado para su posición, ¿quiaf? Es una mentira, pero necesaria, pensó.

El soldado asintió y dijo con voz apagada:

—Afirmativo, capitán estelar. Usted debe de ser nuevo en Hyner.

Neg. Aunque hemos estado fuera durante algún tiempo.

—Esto es terreno sagrado, capitán estelar. La casta de científicos descubrió en estas colinas un Castillo Brian de la Liga Estelar —explicó el soldado, señalando el promontorio.

—No tenía ni idea, soldado —repuso Trent, fingiendo sorpresa—. Un lugar así, donde una vez estuvo la Liga Estelar… Me gustaría ver ese sitio.

—Negativo. Lo siento, capitán estelar, pero el coronel estelar Moon ha declarado que sólo los poseedores de Nombres de Sangre del clan pueden visitar el lugar.

—Pero yo soy un guerrero biennacido —alegó Trent.

Af, pero sin Nombre de Sangre, señor. Los poseedores de Nombre de otras unidades vienen aquí por invitación del coronel estelar, pero tenemos órdenes de no franquear el paso a nadie más.

Trent recibió aquellas palabras como un puñetazo. Bajó la cabeza y se enjugó el rostro con la mano.

—Muy bien, soldado —dijo—. Judith, volvamos a la base.

Ella asintió, convencida de que él sentía la misma ira contenida que ella. El Castillo Brian era su territorio. Ella lo había descubierto y lo había llevado allí. Era donde Trent se había convertido en algo más que un amo para ella. Ahora, los Jaguares de Humo se lo habían arrebatado. Lo que había sido un lugar de libertad, estaba restringido a la elite con Nombres de Sangre del clan. No le cabía duda de que era la manera de Paul Moon de utilizar el enclave para jugar al juego de los favores políticos con otras unidades.

Judith hizo virar el aerocoche y cerró las ventanillas. Ni ella ni Trent dijeron nada durante el viaje de regreso a Warrenton. No era necesario. Sus secretos los habían unido mucho más que cualquier cordón de servidumbre.