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Nave de Descenso Dhava
Punto de salto cénit, planeta no identificado
Ruta del Exodo
27 de mayo de 3056
Trent sintió un leve mareo cuando la Nave de Salto Almirante Andrews apareció en el punto de salto de aquel planeta no identificado. El viaje de regreso a la Esfera Interior le estaba pareciendo aun más lento y tedioso que el anterior, sobre todo desde que la nave había tenido que esperar en dos estaciones de recarga porque tenían prioridad otras naves que se dirigían a la Esfera Interior. El comandante estelar Alien no había hablado mucho, aparte de que aquellas naves se dirigían a un planeta llamado Wayside V y estaban asignadas a la recién formada Galaxia Tau. A Trent no le importaba, porque tenía sus propias preocupaciones. No podían esperar, pero no tenía otra alternativa.
La Trinaría que habían puesto bajo su mando mientras la unidad viajaba a su nuevo destino en la Esfera Interior había demostrado ser un auténtico reto. No porque les faltara capacidad. Al contrario; por lo que Trent había visto en sus resultados en los simuladores y en los ejercicios, eran guerreros bien preparados. Era su actitud lo que le molestaba. Entre ellos se comportaban como correspondía a unos guerreros, pero a él lo despreciaban casi hasta el extremo de caer en la insubordinación. Comparados con los guerreros solahma que había conducido a Huntress, estos biennacidos novatos eran arrogantes.
Trent estaba vistiéndose en su camarote, preparándose para ir al encuentro de aquellos novatos. Se miró en el espejo y se tocó la piel sintética en el lado derecho de la cara. Pocas veces pensaba en las cicatrices y cambios que había sufrido en su rostro, pero, al ver ahora su reflejo, recordó el aspecto que tenía antes del baño de sangre de Tukayyid, su rostro antes de que el fuego lo modificase para siempre. Había sido la cara de un guerrero más joven… como los que están bajo mi mando.
Al examinar su cara destrozada, creyó entender lo que iba mal y lo que veían sus hombres cuando lo miraban. Sus mentes habían sido corrompidas por quienes los habían adiestrado. Les habían contado mentiras sobre lo sucedido en Tukayyid.
No era nada nuevo. Lo había visto antes. Sólo había una manera de resolver el asunto, una manera que esos jóvenes guerreros no dejarían de entender.
Judith se dirigía al hangar de ’Mechs para realizar el mantenimiento de rutina de los OmniMechs de reemplazo que transportaban a la Esfera Interior cuando se encontró con Trent, que al parecer iba en la misma dirección. Después de haber pasado tanto tiempo juntos, había aprendido a interpretar las expresiones de su mutilado rostro.
—¿Va algo mal, capitán estelar?
—Sí —contestó éste—. Es una cuestión que se ha estado incubando durante algún tiempo.
Judith asintió con la cabeza. Ella también estaba preocupada por los novatos.
—¿Se refiere a su nueva unidad?
—Eres muy perspicaz, Judith.
Ella sonrió.
—Todavía no hemos jugado al ajedrez durante este viaje, y ha añadido casi dos horas a su programa de ejercicios. Algo le molesta, y no son los datos de Huntress. He visto cómo se comportan los novatos con usted y he oído sus comentarios en el hangar de ’Mechs cuando usted se va.
—Ellos me odian —dijo Trent.
—No lo conocen.
—Exacto. Pero pretendo corregir eso en los próximos minutos.
Habían llegado a la entrada del hangar de ’Mechs. Trent accionó el control para abrir la puerta.
Al entrar, Trent vio que sus jóvenes subordinados estaban alrededor de un holovisor portátil en el área de simuladores. Estaban revisando una mapa táctico y discutían las diversas maneras de encarar ese escenario, una práctica habitual antes de una simulación. Algunos guerreros miraron con indiferencia a Trent, que se aproximaba a ellos, pero ninguno dio muestras de reconocer su presencia. No. Ésta vez, no, pensó Trent. Oprimió el control que había en un lado de la mesa que apagaba el holoproyector. El mapa tridimensional se esfumó en el aire.
—¿Hay algún problema, capitán estelar? —preguntó Kenneth, uno de los guerreros.
—Af —respondió Trent—. El problema se refiere a usted. —Señaló a Kenneth, y luego a otros dos—. Y a usted, y a usted. En realidad, el problema los afecta a todos.
—Sí, hay un problema —terció una mujer baja y musculosa llamada Alexandra—. Ha interrumpido nuestra simulación sin ningún motivo.
—Soy su superior. No necesito motivos.
—Ha derrochado recursos al borrar esa simulación, y el derroche no debe tolerarse.
—Alexandra —replicó con una sonrisa helada—, su tono es insultante para mí, como superior y como guerrero. La desafío a un Juicio de Agravio.
—¿Por unas simples palabras?
—Neg, por conducta impropia con un oficial de los Jaguares. Usted luchará en nombre de los restantes cachorros de su sibko —dijo, utilizando el tono despectivo que los Maestros de Cachorros solían emplear durante el adiestramiento de los sibkos—. Si se atreve, claro.
Los otros guerreros formaron un burdo círculo alrededor de Trent y Alexandra. Trent sabía que ella era de los mejores del grupo y que estaba destinada a conducir a otros guerreros.
Alexandra apretó los puños y adoptó una postura baja. Trent no lo hizo. Siguió con una actitud despreocupada, aparentando la misma indiferencia que ella había mostrado hacia él. Miró a los otros guerreros. Estaban observándolos de forma apasionada, como si estuvieran saboreando ya la paliza que ella iba a darle. Trent sabía que corría riesgos, pero había sobrevivido a muchas más luchas que ella. La ventaja de la mujer era su velocidad, pero incluso eso podía derrotarlo con la destreza que sólo daba la experiencia.
Cuando fue a adoptar la posición correcta, vio fugazmente a Judith; la mujer estaba subida sobre un macizo Cauldron-Born, en una de las áreas de estacionamiento cercanas, y levantó el pulgar en señal de victoria. Trent también distinguió al comandante estelar Alien junto a la entrada, con los brazos cruzados. De algún modo, le había llegado la noticia de que ocurría algo en el hangar de Mechs.
—Usted me odia, cachorro —dijo Trent, bajando su postura—. ¿Por qué?
La expresión de Alexandra pareció endurecerse al tiempo que tensaba los músculos de la cara y del cuello.
—Usted estuvo allí —contestó—. Tuvo la oportunidad de conducirnos a la victoria y fracasó. A causa de gente como usted, ahora no viajamos hacia la nueva Liga Estelar, sino a una «zona de ocupación».
Alexandra escupió las últimas palabras como si tuvieran mal sabor en su boca.
—¿Usted cree que soy débil, Alexandra?
—Afirmativo. Débil y patético para ser un guerrero. Nuestros Maestros de Cachorros nos han contado cómo su generación de guerreros falló a nuestro clan. Cómo fracasados como usted nos llevaron a las derrotas de Luthien y Tukayyid.
Trent vio que otros asentían. Tanto mejor…, pensó.
—Acabemos con su tormento, cachorro —dijo en voz baja, y lanzó su puño reforzado artificialmente hacia Alexandra con la velocidad de un relámpago. Ella se movió tan deprisa que estuvo a punto de esquivar el golpe, pero no del todo. Trent acertó en un lado de su cara y le desgarró la oreja. Ella giró y le dio un fuerte golpe en el costado. Las costillas parecieron gemir por el golpe.
Trent se apartó mientras ella intentaba darle otro puñetazo. Ésta vez lo paró con el brazo izquierdo. Era suficiente para frenarla, al menos lo bastante para poner en marcha de nuevo su poderoso brazo derecho, que la golpeó con una fuerza brutal en el estómago. El impacto la arrojó hacia atrás y la derribó al suelo. Sin embarco, ella resbaló hasta detenerse e intentó recuperar el aliento.
Trent se acercó al tiempo que ella se ponía en cuclillas y se abalanzaba sobre él con el rostro transformado en una máscara de furia. La mujer lo golpeó con toda la fuerza de su cuerpo y lo rodeó con sus brazos en un abrazo asfixiante. Trent tenía los suyos pegados a los costados, mientras Alexandra lo mantenía levemente levantado del suelo. Ni siquiera sus músculos reforzados con miómero podían romper aquel poderoso abrazo. Ella apretó más, como si quisiera ver cómo la vida se le escurría del cuerpo. Trent recurrió a las piernas y le dio una patada en la espinilla con todas sus fuerzas, pero Alexandra aguantó.
Lo sostenía frente a frente, con los dientes apretados, y el sudor le bañaba el rostro.
—Guerreros como usted nos deshonran a todos —dijo, apretándolo todavía más.
—Tienes mucho que aprender, cachorro —replicó él, que también estaba empapado de sudor. Se esforzó por dar a su voz un tono tranquilo para burlarse de los intentos de Alexandra de aplastarlo.
La mujer lo levantó en vilo y lo llevó hacia el borde del Círculo de Iguales. Buscaba la solución más fácil: arrojarlo fuera del Círculo para proclamarse vencedora. Pero no le iba a ser tan sencillo, ni siquiera con sus zapatos magnéticos para contrarrestar la escasa gravedad reinante en el hangar de ’Mechs. Trent inclinó un poco la cabeza hacia atrás y, lanzándola bruscamente hacia adelante, la golpeó en el cráneo con una fuerza increíble.
El golpe fue aun más duro a causa de los circuitos de control óptico que le rodeaban el ojo. El círculo de circuitos de ferrotitanio, unido quirúrgicamente a su cráneo, se hundió en la frente de Alexandra como unas garras metálicas. Ella lo soltó y trastabilló, aturdida.
Trent vio su oportunidad. Lanzó el puño derecho con furia mientras ella se tambaleaba junto al borde del círculo. El puñetazo la levantó en el aire y la derribó sobre la cubierta sin conocimiento. Trent notó que le dolían los pulmones cuando se agachó para agarrarla por el cuello del uniforme. Gracias a sus músculos reforzados, la levantó en vilo y la sostuvo en el aire con una sola mano. Manaba un poco de sangre de la brecha abierta en la ceja de Alexandra, y las gotas quedaban flotando en el aire. Trent la sostenía como un animal muerto para que todos la vieran.
—Miradla —dijo Trent con frialdad—. Y que sea una lección para vuestra arrogancia.
Giró su cuerpo inerte aprovechando la escasa gravedad, para que todos los componentes del Círculo de Iguales pudieran verla en su derrota.
—Una vez, yo fui como vosotros —continuó, respirando con dificultad; el costado le dolía por el golpe que le había asestado Alexandra—. Creía que yo y los míos éramos superiores. Pero luché en muchas batallas y aprendí lo que quiere decir ser guerrero. Lo arriesgué todo y perdí mucho.
Miró los extraños músculos del brazo con el que sostenía a Alexandra e hizo una mueca de dolor al recordar todo lo que había perdido al servicio del Jaguar.
—Sí, yo combatí en Tukayyid —añadió, sosteniendo todavía el cuerpo de Alexandra como una muñeca—. Maté a muchos enemigos dignos. Era un orgulloso guerrero de los Jaguares de Humo entonces, y lo sigo siendo ahora.
Arrojó a Alexandra contra dos jóvenes guerreros, que se apartaron para dejar que su cuerpo cayese fuera del círculo.
—Ella era la mejor de todos vosotros; sin embargo yo, a quien despreciáis, la he vencido. Yo, Trent, capitán estelar del Jaguar, he vuelto a vencer.
Miró directamente a los ojos de Kenneth y luego a los de Rupert.
—Hoy, vuestro adiestramiento empieza de nuevo. Hoy os enseñaré lo que sé a fin de que, algún día, vosotros también seáis capaces de sobrevivir… para que podáis explicar lo que habéis visto y aprendido.
Trent advirtió que ahora lo temían, pero vio también otra cosa. Al derrotar a Alexandra, había quebrantado su seguridad. Habían desaparecido la soberbia y la arrogancia. Lo que ahora veía en sus ojos era solamente respeto. Trent sabía que, durante el resto del viaje, podría dirigirlos y ellos lo seguirían.
* * *
Judith avanzó la torre a una posición agresiva sobre el teclado portátil. Levantó la mano con gesto vacilante y observó a Trent, que estaba al otro lado de la mesita. El guerrero examinaba el teclado con intensa concentración. Pasaron un par de minutos y, de pronto, levantó la mirada.
—¿Va algo mal, Judith? ¿Por qué me miras de esa manera?
—Nada va mal, capitán estelar —contestó Judith—. Sólo estaba pensando en lo que sucedió antes. No creí que se interesaría tanto por esos jóvenes guerreros que estamos conduciendo a la Esfera Interior. Sin embargo, se ha enfrentado a ellos para ganarse su respeto. No era necesario que lo hiciera.
—Has leído El Recuerdo. En uno de sus pasajes más famosos, Nicholas Kerensky dice: «La mayor llamada a la que puede responder el guerrero es el honor… incluso más allá de la obediencia a su clan».
—Entonces usted está respondiendo a una llamada mayor, ¿quiaf? Trent sonrió y capturó el alfil de Judith con su único caballo.
—Af. Creo que muchos Jaguares de Humo han olvidado lo que es el verdadero honor, tal como lo enseñó Nicholas Kerensky. Pero yo no debo hacerlo. No importa lo que haya hecho o vaya a hacer algún día: sigo siendo un guerrero de los Clanes. Tengo que cumplir con mi deber y llevarlo a cabo lo mejor que pueda. Es algo que mis superiores no conseguirán arrancarme.
Alargó el brazo sobre el tablero para señalar al rey de Judith.
—Jaque mate, ¿quiaf?