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Salón del Cazador, Puesto de Mando de la Galaxia Zeta

Huntress

Región estelar Kerensky, espacio de los Clanes

19 de febrero de 3056

El viaje de Trent a la base del monte Szabo estuvo acompañada por una llovizna semejante a una bruma que sólo parecía favorecer su depresión. El aerocoche avanzaba en silencio por las amplias avenidas, conducido por un soldado de infantería que, sin duda, era un viejo guerrero solahma. El hombre no hizo ningún intento de hablar con Trent, cosa que éste le agradeció.

Le impresionó el relativo esplendor del barrio de los guerreros de Lootera. La avenida principal era ancha y con grandes columnas de piedra gris a ambos lados. Al final había una fuente circular con una estatua del general Aleksandr Kerensky, el gran hombre que había dirigido el Éxodo varios siglos atrás.

Más allá de la fuente, casi en la falda del monte Szabo, había una estructura piramidal rodeada por un extenso campo de desfiles. Alrededor de su perímetro se extendía una hilera de estatuas de BattleMechs mirando al exterior. En la base de cada uno de ellos había una inscripción. Trent no podía leerlas desde el coche, pero supuso que las inscripciones conmemoraban a determinados guerreros y alguna hazaña que habían realizado como defensores del clan y de su sagrado depósito genético. Los ’Mechs de piedra estaban allí como eternos guardianes del futuro del clan.

El aerocoche pasó junto a las estatuas y rodeó el perímetro del edificio hasta llegar a la base de la montaña. Trent supo la función de aquella estructura antes de ver el rayo láser que ascendía hacia el cielo desde su base: el depósito genético. Dio unas palmadas a una bolsa que llevaba en un costado, en cuyo interior estaba el legado genético de Jez.

El vehículo se detuvo, y Trent bajó y levantó de nuevo la mirada hacia la imagen del Jaguar de Humo que se alzaba sobre él. Había llegado al Salón del Cazador, el centro de Mando Planetario de los Jaguares de Humo, hundido en las entrañas del monte Szabo. Se detuvo ante el puesto de seguridad, donde leyeron y verificaron su códex. El guardia también examinó su retina con un escáner manual, tras lo cual el guerrero que lo había conducido hasta allí le indicó que lo siguiera.

Tardó casi veinte minutos y un largo viaje en ascensor hasta llegar a la oficina del comandante galáctico Benjamin Howell. Trent fue escoltado hasta la puerta y lo dejaron solo. Por unos momentos, contempló la puerta y se preguntó si no era mejor marcharse de allí. Luego cambió de idea. En el pasado, Howell y él habían sido grandes amigos. Tal vez permaneciese todavía un fragmento de aquella amistad, un resto digno de ser salvado. Quizás, algo que Trent podía utilizar para regresar a la Esfera Interior… Llamó tres veces y oyó una voz apagada que dijo: «Adelante». Y así hizo.

A diferencia del despacho del coronel estelar Moon en Hyner, la oficina del comandante galáctico Benjamin Howell era mucho más grande. Aunque carecía de ventanas, su atmósfera no resultaba tan amenazadora, tal vez debido a que la iluminación de las lámparas del escritorio era más suave que las luces del techo, tan comunes en el resto del complejo. Sentado detrás del escritorio de piedra negra se hallaba Benjamin Howell, que indicó a Trent que tomase asiento. De forma lenta y silenciosa, Trent obedeció.

—Ha pasado mucho tiempo, Trent.

—Tal vez no el suficiente —replicó Trent.

—¿Desea tomar algo? —le preguntó Howell, sacando una botella de un cajón—. Es isorla de nuestras conquistas en la Esfera Interior. La he guardado todo este tiempo con la esperanza de saborearla algún día con un amigo.

Trent le lanzó una mirada feroz y unas luces rojas parpadearon en los circuitos que rodeaban su ojo reforzado artificialmente.

—Todavía no bebo, comandante galáctico. Y no estoy seguro de que sigamos siendo amigos.

Benjamin Howell sacó un vaso y se sirvió.

—He leído los informes de batalla de su encuentro con el Cuerpo de Exploradores en Pivot Prime. Un enfrentamiento muy interesante. Como siempre, siento admiración por su habilidad táctica. Atacar las instalaciones y obligarlos a concentrar sus fuerzas en un flanco, para luego dejar caer los Elementales sobre ellos… fue una exhibición impresionante.

—Uno debe trabajar con lo que tiene a su disposición —contestó Trent, arrellanándose en la silla.

—Una victoria impresionante en cualquier caso. Siempre me ha demostrado que la fe que puse en usted estaba justificada, Trent. Y estaba trabajando con una enorme inferioridad a causa de mis ’Mechs.

—¿«Sus» ’Mechs? De acuerdo con las declaraciones, estaban destinados a los científicos de aquí con fines de investigación.

—Eso es lo que dicen los registros digitales e impresos —repuso Benjamin, tomando un sorbo—. Debe saber la verdad, Trent. Es a este puesto de mando, encargado de la defensa de Huntress, adonde envían a guerreros como yo. Soy viejo; hace tiempo que pasó mi mejor edad. Tenemos dos Galaxias en el planeta: la Guardia de Hierro y los Vigilantes. Pasé la prueba para ocupar este cargo poco después de mi llegada. Como oficial de más edad, técnicamente estoy a cargo de ambas unidades. Pero hay más hombres que máquinas. Todos los equipos nuevos se envían con refuerzos hacia la zona de ocupación, con la intención de utilizarlos cuando se reanude la invasión de la Esfera Interior. Aquí no conseguimos que nos den nada.

Trent empezó a entender.

—Así pues, ha llegado a un acuerdo con la casta de los científicos. Ellos solicitan los BattleMechs con fines de investigación y luego se los queda usted para su propio uso.

—Muy bien, Trent. Siempre entendió bien las tácticas. Es agradable ver que la estrategia también forma parte de sus habilidades.

—¿Por qué?

Benjamin sonrió y tomó otro sorbo de su bebida.

—Las fuerzas de solahma y sibko que están bajo mi mando no tienen las armas necesarias para la defensa. Hago lo que hago para proteger el planeta natal de los Jaguares y a nuestro clan. Al tomar prestados esos ’Mechs, puedo mejorar los viejos equipos SLDF que nos envían. Los científicos también me han dado varios prototipos que, en otro caso, habrían sido descartados. Mi trabajo durante el último año y medio ha convertido estas dos Galaxias de hombres armados con rifles en una fuerza de ’Mechs de un tamaño respetable.

Trent comprendió la situación. Huntress no era una fortaleza muy armada, sino que estaba defendida por unidades solahma y cadetes que se hallaban en proceso de entrenamiento en sus sibkos. Según la lógica de Benjamin Howell, estaba actuando al servicio de los más altos intereses del clan.

—Ha estado abasteciendo sus fuerzas de manera encubierta. ¿Por qué no les pidió directamente a los Khanes lo que necesitaba?

Benjamin Howell se rio por lo bajo.

—Siempre ha sido muy ingenuo en política, Trent. El Khan Lincoln Osis me envió aquí, exiliado. Me pidió que nombrara a Jez, una Cruzada fanática de la casa de Howell, en lugar de a usted para el Nombre de Sangre. De inmediato, como el consumado político que es, me ordenó venir aquí para tomar el mando. Un mando que sólo existía sobre el papel. Ningún otro clan ha celebrado un Juicio sobre Huntress en más de una década. El único clan que tiene una pequeña base, que está en las montañas, es el de los Halcones de Jade, pero ellos no se relacionan con el resto de la gente. ¿Los Halcones de Jade, en Huntress? ¡Neg!, pensó Trent.

—¿Por qué están los Halcones aquí? —preguntó.

—Fue un regalo del ilKhan Leo Showers antes del inicio de la Cruzada. Tienen una pequeña base en las montañas lla-mado Nido del Halcón. Yo lo llamo simplemente «desolación». Mientras que aquí llueve casi cada día, allí no saben lo que es ver el sol en el cielo.

—¿Por qué no los desafían a un Juicio y los expulsan de aquí?

—Huntress es un planeta grande, y ellos no se mezclan con los demás. Sólo los vemos de vez en cuando. Perseguirlos sería un derroche de recursos.

Ésta vez fue Trent quien se rio entre dientes.

—Escuche sus palabras, comandante galáctico. Hubo un tiempo en que la mera mención de los Halcones de Jade o de cualquier otro clan habría encendido las ansias de batalla en su sangre, pero ahora casi parece satisfecho.

Neg —se defendió Benjamin—. Sólo tengo una visión más amplia que cuando invadimos juntos la Esfera Interior. Reconozco que, en el campo de batalla de la política, no puedo compararme con quienes son nuestros líderes. También sé que mi misión principal es defender Huntress.

—¿Defenderla contra quién?

—Algún día —dijo Howell, entornando los ojos— los jefes de la Esfera Interior averiguarán nuestro emplazamiento. Puede que tarden por lo menos otros diez años, pero es inevitable. Cuando lo hagan, yo estaré aquí, esperándolos. Y bajo mi mando habrá guerreros jóvenes y veteranos, guerreros adiestrados y dispuestos a obedecer mis órdenes para disponer de su última oportunidad de morir gloriosamente en combate. Todo lo que debo hacer es seguir vivo y, al final, la guerra vendrá a mí. Por eso mis acciones son tan necesarias.

Trent miró la bolsa que tenía entre los pies y dijo:

—Si ha leído los informes, ya sabe por qué he venido.

—Ha venido a internar a Jez Howell. Y, sabiendo cómo se llevaba con ella, estoy seguro de que desea acabar su misión lo antes posible. Debo admitir que me sorprendió un poco que usted, entre todo el mundo, fuese nombrado su guardián de honor.

Af —contestó Trent en tono relajado—. Mi jefe del Núcleo estelar me detesta. Me considera un fracasado, al igual que a todos los que combatieron en Tukayyid. Me envió aquí, en definitiva, para que fuera destinado… a usted. Así no tendría que volver a enfrentarse a mí. Enviarme a Huntress como guardia de honor fue una manera de librarse de mí, al tiempo que me hacía un último insulto. Se me ha encargado la misión de proteger el legado genético de mi mayor enemiga. Y, luego, ya no volverá a verme nunca más.

—He leído los informes. Conozco bien al coronel estelar Paul Moon. En un tiempo creí que yo podía dominar los océanos de la política de los Jaguares, pero acabé aquí. Algún día, quizás él venga a ocupar mi puesto, ¿quiaf?

Af —asintió, Trent en voz baja, aunque en secreto esperaba que Paul Moon encontrase su destino entre sus propias manos, en combate—. Debo irme —dijo, agarrando la bolsa con fuerza—. Tengo una misión que debo realizar, como ya le he comentado.

—Por supuesto, Trent —repuso Benjamin Howell, poniéndose también en pie—. Su tono ha cambiado desde que llegó. ¿Ha decidido si… todavía somos amigos, usted y yo?

—Sí.

—¡Excelente! —aprobó Howell—. En tal caso, podemos cenar juntos como en los viejos tiempos. Y tal vez juguemos una partida de ajedrez.

Trent asintió con un gesto, pero en su mente sólo tenía cabida la misión que debía llevar a cabo.

* * *

El interior del depósito genético era un gigantesca cámara labrada en piedra. Sus suelos de mármol negro, gris y blanco estaban tachonados con figuras de jaguares a la carrera. Las paredes, oscuras y lóbregas, mostraban docenas de sellos. Cada uno tenía un nombre y un código digital y cada uno era el recipiente de su legado genético respectivo. También se guardaban copias de todas las muestras genéticas en Strana Mechty, pero aquí estaban los originales, el material que había forjado la casta de guerreros del clan Jaguares de Humo.

En el centro de la sala, bajo unas tenues luces, se hallaba un científico con una túnica blanca rodeado de unos guerreros Elementales vestidos de gris oscuro. Los incensarios de las paredes emitían humo de aroma intenso, lo que realzaba la solemnidad del momento.

Trent avanzó y se detuvo a diez metros del científico. Era el hombre más viejo que había visto nunca Trent. Llevaba unas gafas gruesas y su voz era ronca.

—Soy el Preservador del Jaguar, guardián de la sangre de nuestros guerreros. ¿Quién ha venido a alterar el más sagrado de los lugares?

La voz resonó desde todos los ángulos de la sala y pareció conmover a Trent hasta los huesos. Estaba seguro de que aquella cripta había sido diseñada a tal efecto para despertar un sentimiento de reverencia y temor en quienes entrasen allí.

Trent inspiró hondo y dijo:

—Yo, Trent, de la Casa Howell, vengo como guardia de honor de aquella que sirvió con honor.

Había ensayado muchas veces aquella frase durante el viaje, y la pronunció con el tono más ceremonial que le fue posible.

—¿Una guerrera con Nombre de Sangre ha entrado en la nada?

Neg. La guerrera ha muerto, pero ella sigue viviendo —respondió Trent, levantando el contenedor de plata que guardaba el legado genético de Jez—. Traigo a la capitán estelar Jez Howell de la Galaxia Delta. Murió con honor.

Era una mentira, pero pronunció aquellas palabras con tanta facilidad como si fuesen ciertas.

Uno de los Elementales tomó el contenedor y se lo entregó al científico, que sostuvo un pequeño escáner contra el códex grabado en la tapa del cilindro. Una luz verde parpadeante brilló en el escáner y Trent comprendió que todo había ido bien.

—Ante todos los reunidos, declaro que una nueva generación de guerreros llevará a Jez Howell en su sangre. Su sustancia vivirá cuando todos hayamos desaparecido.

Seyla —dijeron Trent y el Elemental en tono bajo y solemne.

—Guardia de honor, ha cumplido con su deber. Sepa que esta guerrera ha llegado a su hogar. Usted ha vencido a las tinieblas del espacio estelar para internarla aquí, como exige nuestra tradición. Ha servido al Jaguar con honor —dijo el viejo científico, inclinando la cabeza.

Trent le devolvió el saludo. Ya no servía al Jaguar, sino a aquello que Nicholas Kerensky pretendía que ellos y el resto de los Clanes representaran. Todo lo que quedaba era regresar a la Esfera Interior, donde Trent buscaría la oportunidad de alcanzar su propio honor.