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Nave de Descenso Dhava

Punto de salto nadir, sistema estelar no identificado

Ruta del Exodo

15 de noviembre de 3055

Trent se hallaba detrás del simulador de Lucas, donde estaban las pantallas de sensores, indicadores de daños y táctica. Tenía una buena imagen de Lucas avanzando para rematar a su adversario.

Sólo había un puñado de BattleMechs operativos en las Naves de Descenso acopladas al Almirante Andrews. La mayoría habían sufrido algunos daños, pues habían sido capturados durante una batalla o después. Judith había podido poner en funcionamiento cinco de ellos.

Trent, con doce guerreros bajo su mando y sólo cinco BattleMechs, había decidido que la tradición de los Clanes determinara quién pilotaría un ’Mech si surgía la necesidad. Se debía luchar un Juicio de Posición por cada ’Mech. Él mismo había pasado la prueba y se había ganado el derecho de pilotar un Marauder II isorla, una máquina que le recordaba su Timber Wolf. Los otros guerreros peleaban por los ’Mechs restantes. Hasta entonces, Lucas había demostrado tener un gran potencial. Aunque Trent no había dicho nada, estaba complacido porque Marcus había caído en la primera ronda frente a una mujer alta llamada Tamara.

En las multipantallas, Trent podía supervisar el estado de Lucas mientras se acercaba al guerrero llamado Stanley. Ambos pilotaban el mismo modelo de ’Mech por el que competían, lo que mostraba su capacidad de manejo de la máquina en combate. Lucas era un guerrero resuelto, que llevaba hasta el límite de velocidad y resistencia a su simulación de Hatamotochi. Pese a haber perdido más de la mitad del blindaje, Lucas había lanzado un feroz ataque que obligó a Stanley a buscar refugio para su ’Mech simulado en un bosquecillo del campo de batalla holográfico en el que combatían.

Lucas no intentó sacar de su escondite a su enemigo disparando hacia el bosque, una táctica que habrían intentado muchos guerreros. En cambio, fue en pos del Hatamoto-Chi de Stanley sin disparar y liberando todo el calor posible. Aquélla carga pilló desprevenido a Stanley, que intentó volverse y disparar. Lucas siguió sin activar sus armas, sino que se abalanzó sobre su enemigo a toda velocidad. El choque destrozó los restos del blindaje de ambos ’Mechs y sendas volutas de humo simuladas por ordenador los envolvieron mientras el ’Mech de Stanley se tambaleaba. Lucas, que no había finalizado su ataque, lanzó una serie de puñetazos tan violentos que su simulador oscilaba al máximo con cada golpe que asestaba.

Todo terminó en cuestión de segundos. Las luces y las pantallas externas del simulador de Stanley se apagaron al tiempo que se averiaba el motor del ’Mech simulado. La puerta de la máquina de Lucas se abrió y éste salió casi de un salto. Estaba empapado de sudor y su intenso olor asaltó el olfato de Trent. Había definido la temperatura interior de los simuladores en una intensidad similar a la que se habría producido en la vida real. Los ’Mechs isorla eran modelos de la Esfera Interior que padecían niveles de recalentamiento muy superiores a los ’Mechs de los Jaguares de Humo.

—Usted es el vencedor, Lucas.

—Ahora sólo necesitamos un enemigo —dijo Lucas.

Trent esperaba que Lucas y los demás encontrasen lo que estaban buscando. Él ya había encontrado a su enemigo, el mayor al que se había enfrentado jamás: su propio clan.

—Tal vez el tiempo haga realidad su deseo —replicó.

Mientras recorría la Nave de Salto, Trent se detuvo junto a la esclusa de mantenimiento donde había colocado el escáner de neutrinos. La nave había realizado un salto sólo treinta minutos antes y estaba desplegando su vela solar. El enorme panel de captación de energía absorbía las partículas cargadas que flotaban en el espacio de aquel sistema estelar no identificado y las acumulaba en el núcleo de la unidad de la Nave de Salto. Cuando estuviera cargada del todo, al cabo de cuatro o cinco días, la nave podría efectuar otro salto.

Entretanto, Trent tenía que recoger el aparato, almacenar sus lecturas y volver a colocarlo antes del salto siguiente. Ser el jefe del contingente de guerreros que viajaban a bordo de las Naves de Descenso había demostrado ser muy útil para Trent. Le resultó muy sencillo convencer al comandante estelar Alien de que le dijera por adelantado el programa de saltos para que los saltos no interrumpiesen su régimen de ejercicios. Era una petición legítima, aunque, por supuesto, nadie conocía su verdadero propósito.

Entró en la esclusa y miró por el pequeño ojo de buey antes de sacar el escáner de su escondrijo. A menos de un kilómetro de distancia se veía otra nave. No era una simple Nave de Salto, sino una Nave de Guerra. Bajo las luces exteriores de su casco brillaba la insignia de un Jaguar gris lanzándose al ataque. Un destructor, pensó Trent. Por su aspecto, de la clase Whirlwind. Su instinto de guerrero despertó de inmediato mientras las características de la nave bailaban en su mente. Así como las Naves de Salto solían mantenerse apartadas de las batallas, las Naves de Guerra estaban diseñadas para arrojarse al combate.

Las Naves de Guerra no se veían con frecuencia lejos de la Esfera Interior en aquellos tiempos. Las pocas que no estaban activas en la zona de ocupación, se encontraban situadas a intervalos de saltos regulares de forma rotatoria a lo largo de la Ruta del Éxodo. Estaban allí para protegerla y para transmitir a otros vehículos en tránsito un fragmento del siempre cambiante mapa de navegación del camino de vuelta al espacio de los Clanes.

Las Naves de Guerra eran poderosas e impresionantes, pero despertaban escaso interés en un guerrero. A bordo de aquellas naves, un guerrero era un simple pasajero. Sólo desde la carlinga de un ’Mech podía vivir realmente al servicio de su clan. O eso creía Trent.

Cuando guardó el escáner en el bolsillo y dio media vuelta para salir, descubrió que no estaba solo. Detrás de él, en el estrecho umbral de la esclusa, había un joven de desordenados cabellos trigueños vestido con el uniforme de un tech naval. A Trent se le paró el corazón por una fracción de segundo, pero actuó con su reacción más natural: pasó al ataque.

—¿Hay algún problema, tech? —inquirió.

Trent miró el identificador del hombre y vio su nombre: Miles. Trent no sabía si aquel Miles lo había visto con el escáner o acababa de llegar a la puerta.

—Negativo, señor. Acabo de darme cuenta de que la esclusa estaba abierta —respondió. Había un matiz de nerviosismo en su voz, pero Trent sabía que podía ser sólo el miedo que sentían las castas inferiores ante un miembro enojado de la casta de los guerreros.

—Estaba observando el destructor —dijo Trent, señalando el ojo de buey—. Una nave impresionante, ¿verdad?

Miles se puso de puntillas para mirar a través de la ventanilla circular por encima del hombro de Trent.

Af, es impresionante, capitán estelar.

—Debo atender a mis obligaciones —añadió Trent, señalando el pasillo—. Asegúrese de cerrar la esclusa, ¿quiaf?

Af —dijo Miles, mirando todavía la aterradora imagen de la Nave de Guerra a través del ojo de buey.

* * *

Judith estaba reparando el Marauder II en el hangar, cuando vio a Trent. Mientras éste se agarraba a una protuberancia de la enorme pata del ’Mech para no flotar por el hangar, se acercó a él y le susurró:

—¿No está seguro si vio el escáner?

Neg —murmuró Trent, mirando a su alrededor con recelo—. No parecía muy inteligente, pero tal vez intentase ocultar sus sospechas.

—Miles es un riesgo, no sólo para esta misión, sino para nuestras vidas —dijo Judith.

—Eso es una apreciación optimista —replicó Trent—. Debo encargarme de él.

—Negativo —se opuso ella—. Yo me encargaré de Miles.

Neg, Judith. Yo soy el guerrero. Es mi misión.

—Nunca podrá llegar hasta Miles. Es un tech. Yo he hecho amistad con varios techs de la nave. Puedo llegar a zonas de la Nave de Salto y de las de Descenso a las que usted no podría acceder jamás, ni siquiera como guerrero. Me aseguraré de que no cuente a nadie lo que pueda haber visto.

—Tus palabras exceden tu rango de sirviente, Judith —le advirtió Trent.

—He excedido mi rango desde que usted aceptó mi propuesta en Hyner. Todo lo que le pido, es que me permita realizar una de las tareas para las que fui adiestrada en la época anterior de mi vida. Es cierto que ya no soy una guerrera, pero éste no es un acto honorable. Y, hasta ahora, usted ha cargado con todos los riesgos de esta operación. A esto puedo contribuir yo. Déjeme volver a ser lo que fui en el pasado.

Judith había hablado con el corazón. Trent no tenía enfrente a una tech, sino a otro guerrero.

—De acuerdo, Judith. Haz lo que debas hacer.

* * *

El núcleo de la unidad de la Nave de Salto Almirante Andrews era su mecanismo más delicado. El núcleo Kearny-Fuchida de aleación de titanio y germanio se extendía a lo largo de los setecientos cuarenta metros de longitud de la nave. Era un gigantesco capacitador superconductor que se cargaba mediante la vela solar y estaba suspendido en perfecto equilibrio en un envoltorio de helio. El tubo de suspensión se hallaba rodeado a su vez por otro cilindro de mantenimiento tan largo como la misma nave.

El mantenimiento del núcleo interno se realizaba a través de este cilindro, que estaba sellado durante los saltos hiperespaciales entre las estrellas, y por una buena razón. Durante un salto, el iniciador de campo del extremo posterior de la nave se alimentaba de la energía acumulada en el núcleo para doblar el espacio alrededor de la Nave de Salto y sus Naves de Descenso acopladas, sobre todo para poder desplazarse por el hiperespacio de forma instantánea. Durante la generación del campo, el núcleo llenaba el tubo de mantenimiento con una carga estática de increíble intensidad. Por la parte exterior, el tubo estaba protegido. Sin embargo, todo lo que estuviera en el interior del cilindro, que se encontraba junto al núcleo envuelto y suspendido en helio, quedaba reducido a cenizas en cuestión de milésimas de segundo a causa de la intensidad del calor y la carga eléctrica.

El tech Miles estaba haciendo una última comprobación del sistema de alineamiento delantero, y antes de salir del tubo de mantenimiento sellaría la placa de control. Era una inspección habitual, que realizaba pocos minutos antes de cada salto. No había ningún riesgo. La escotilla de mantenimiento estaba abierta a sólo veinte metros de distancia y él tenía la llave electrónica que la cerraba. Mientras la escotilla estuviese abierta, los sistemas de seguridad impedían que alguien pusiera en marcha la unidad de salto.

Mientras terminaba su trabajo, ni siquiera pensó en la escotilla. Al fin y al cabo, era un tech muy ocupado y al cabo de pocos minutos debía realizarse el salto. Estaba concentrado en terminar la tarea que tenía entre manos, y su mente disfrutaba al pensar en la partida de cartas que iba a jugar más tarde en el tercer hangar de mercancías. Oyó algo a su espalda, pero ni siquiera se molestó en darse la vuelta y mirar. Sólo podía ser su equipo de herramientas que estaba flotando. Nadie se acercaba a la unidad de salto. A causa del riesgo, era el último lugar en que los techs querían trabajar.

Vio una mancha borrosa con el rabillo del ojo. Era Judith, que le asestaba un golpe en la nuca con una llave inglesa. Luego, se sumió en la negror.

Notó el sabor metálico de la superficie de la cámara, mientras todavía le resonaban los oídos a causa del golpe. Se sentía aturdido y notaba que tenía las extremidades frías y adormecidas, como si no pudiese controlarlas. Una luces rojas parpadeantes hicieron que el corazón le empezase a palpitar a toda velocidad: estaba a punto de realizarse el salto. Miles se incorporó como si estuviese borracho y se dirigió hacia la escotilla a trompicones. Buscó la llave de acceso, pero había desaparecido. Aún mareado, buscó el intercomunicador y pulsó el botón de emergencia, pero no sucedió nada.

No sufrió. Un brillante fogonazo de luz llenó la cámara y envolvió su cuerpo en un abrazo mortal.

* * *

Judith caminó y flotó a medias hasta los aposentos de Trent y cerró la puerta. Todavía tenía el estómago revuelto a consecuencia del salto. Se puso frente a él con el rostro pálido. Trent la miró largo rato antes de hablar.

—Lo has hecho, ¿quiaf? —Afirmativo. Parecerá un accidente. Todavía existe el riesgo de que hablase a sus superiores sobre usted.

—Lo he pensado. Por eso consideraba que era mejor que yo lo llevara a cabo.

—Usted se basa en una interpretación errónea, capitán estelar —dijo Judith—. Cree que nunca había matado a nadie antes.

—Sé que fuiste guerrera, Judith.

Ella sacudió la cabeza con fuerza.

—Negativo. Era miembro de ROM antes de ingresar en los ComGuardias. A veces tuve que matar; no me gusta, pero lo he hecho.

Trent se peinó los escasos cabellos que tenía y asintió con la cabeza.

—Y lo que yo hice con Jez fue tan parecido a un asesinato que no sé definirlo de ninguna otra manera. Pero nuestros actos están justificados. Estamos haciendo lo necesario para poner fin a una corrupción: la de nuestro clan.

Trent habló con osadía, pero todavía recordaba sus sentimientos tras la muerte de Jez en Hyner: una mezcla de ira, frustración, culpa y amargura. Ahora Judith y él estaban vinculados de otra forma.

—¿Sabes jugar al ajedrez, Judith? —le preguntó.

Ella se sintió confusa por el súbito cambio de tema.

—Sí, aunque hace años que no juego.

Trent abrió el cajón que estaba encima de su cama y sacó la caja del juego de ajedrez.

—Yo jugaba a menudo antes de Tukayyid. El comandante estelar Russou jugaba conmigo a veces, pero carecía de la sutileza que a mí me gusta.

—¿No es esto una violación de la etiqueta, capitán estelar? Ha propuesto una partida a un miembro de una casta inferior.

—Cuando estemos solos, Judith, tú y yo somos iguales a partir de este momento —dijo Trent, que montó el tablero y colocó las piezas blancas en su lado. En la escasa gravedad de la Nave de Descenso, se mantenían a duras penas en sus respectivas casillas. Iba a ser una noche muy larga…