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Nave de Salto Almirante Andrews

Punto de salto cénit

Richmond

Zona de ocupación de los Jaguares de Humo

2 de junio de 3055

Trent recorría el pasillo de la Nave de Salto con sus zapatos de cubierta. Era un tipo de calzado que tenía unas placas magnéticas ligeras que permitían mantener el contacto con la cubierta y caminar con cierta normalidad bajo gravedad cero. Aquéllos zapatos no eran habituales en la mayoría de los trayectos cortos, pero en un viaje que tenía que durar casi todo un año, el personal de la nave los usaba para mantener su vigor físico. Los músculos tendían a debilitarse durante los viajes espaciales largos, y el ejercicio de caminar era importante para conservar la salud.

Se detuvo junto a la esclusa de mantenimiento y miró a ambos lados del pasillo. Pulsó el código de acceso que tenían todos los oficiales a bordo de la nave. La puerta interior se abrió con un zumbido. Trent entró en la esclusa y buscó el sensor de neutrinos que llevaba oculto en la mano y lo metió en el cinturón. Estaba haciendo un ensayo, uno de los varios que Judith y él habían realizado durante el viaje por la zona de ocupación. Al salir de la esclusa, Trent oprimió el pulsador que la cerraba.

Más tarde, Judith analizaría el dispositivo para asegurarse de que seguía funcionando bien. Lo más probable era que nunca volviesen a tener la ocasión de viajar al espacio de los Clanes y, si el dispositivo no estaba bien calibrado, toda la operación habría sido inútil.

Mientras recorría el pasadizo paralelo al núcleo de la unidad de salto, que se extendía a lo largo de casi toda la nave, Trent pensó en lo lejos que habían ido ya. La brillante estrella anaranjada de Richmond resplandecía más abajo como un faro que marcaba los límites exteriores de la Esfera Interior. Más allá de Richmond estaba la Periferia Profunda y las primeras estrellas de la Ruta del Éxodo.

Se detuvo al final del pasillo y comprobó sus cosas. Se había puesto su uniforme de gala gris, con todos sus ornamentos, para celebrar el encuentro con sus nuevos oficiales. La cuarta y última Nave de Descenso se había acoplado a la Almirante Andrews en la última estación de recarga en Idlewind. Transportaba los últimos guerreros que estaban a su cargo. Les había comunicado la orden de reunirse en una de las pequeñas salas de la nave para que él pudiera examinarlos y explicarles lo que esperaba de ellos.

Trent abrió la puerta y entró. La mitad de los guerreros se pusieron firmes, procurando mantener la posición con un solo pie para no elevarse sobre la cubierta a causa de su súbito movimiento. Los otros siguieron sentados y algunos tenían un aspecto amargado y desafiante. Trent caminó hasta una mesa situada en un extremo de la sala y se volvió hacia sus hombres.

—Descanso —dijo, y ocupó la silla de la cabecera—. Soy el capitán estelar Trent, su oficial jefe durante este viaje.

Uno de los hombres que no se había levantado se apoyó en la mesa con los codos y dijo:

—En otras palabras, usted es nuestro guardián. Nos lleva de regreso a Huntress para que sirvamos el resto de nuestras vidas como prisioneros.

—Negativo —contestó Trent—. Sé que han sido declarados solahma o incluso dezgra, pero eso no significa nada para mí. Ante mis ojos, siguen siendo guerreros Jaguares y se comportarán en consonancia con ello.

Trent se levantó, y el guerrero que había hablado levantó los codos de la mesa y se puso más erguido.

—Son palabras osadas para un oficial tan viejo que lo más probable es que no regrese de esta misión —comentó una comandante estelar, a la que Trent identificó fácilmente como Krista—. ¿Qué sentido tiene esta reunión, capitán estelar?

Trent comprendió tanto su bravuconería como los comentarios sobre su situación.

—Lamento haber perturbado su agenda, Krista. Creía que había venido a hablar a unos guerreros dignos de ser llamados Jaguares de Humo. Al parecer, usted no es tal cosa, sino una estúpida librenacida sin nociones de lo que es el mando o el deber. Tal vez debería informar a Seguridad que la casta de los bandidos se ha infiltrado en esta nave y pueden acorralarlos en esta sala, ¿quiaf? —El rostro de Krista y el de varias personas más enrojecieron de ira.

—Soy una guerrera —replicó Krista—. Sólo se me ha negado la oportunidad de demostrarlo.

Otras personas de la sala se sintieron identificadas con sus sentimientos. Trent no sonrió, pero se sintió complacido: había tocado una fibra sensible.

—Bien, Krista y el resto —dijo—. Me da nuevos ánimos saber que la sangre del Jaguar sigue corriendo por sus venas. Entiendo sus sentimientos, pero no es el momento de hablar de esa cuestión. Es hora de demostrar a quienes nos enviaron aquí que se equivocaron, que no somos la escoria inútil del clan, sino auténticos guerreros, ahora y siempre.

—Sus palabras no tienen ningún contenido —manifestó un oficial con cierto exceso de peso que se hallaba al otro extremo de la mesa. Trent lo reconoció: era Marcus, el guerrero declarado dezgra. Su violación de las costumbres del clan le había costado su mando y ser destinado a una brigada de castigo durante varios meses—. ¿Por qué no nos deja tranquilos, capitán estelar? No tiene nada que ganar tomándose su papel tan en serio.

—Negativo, Marcus —replicó Trent en tono cortante—. Tengo mucho que ganar, por lo que respecta a mi autoestima como oficial y miembro del clan. No es necesario que usted participe, si cree que servir bajo mi mando como guerrero es inútil o una pérdida de tiempo. Sepa, sin embargo, que como su superior trataré su insubordinación como motín ahora que estamos a punto de abandonar la zona de autoridad oficial de los Jaguares de Humo.

—¿Motín?

Trent sabía que aquella palabra hacía mucho daño. ¿Acaso había alguien entre los Clanes que no conociera el motín del Prinz Eugen, una de las naves que acompañaban al general Kerensky en su gran Exodo, cuando atravesaban la Periferia Profunda? Una vez que fueron capturados, el general Kerensky ordenó que todos los oficiales de la nave fuesen ejecutados. El motín era la traición más grave entre los Clanes.

Af —dijo Trent, consciente una vez más de que su pulla había dado en el blanco—. Quienes no obedezcan mis órdenes serán tratados como amotinados. El castigo será rápido y adecuado a la falta. Ordenaré a los navales que los metan en una esclusa y los arrojen al espacio.

Trent hablaba muy en serio y no quería dejar la menor duda al respecto.

Se produjo una larga pausa mientras la docena de oficiales sentados a la mesa parecían reflexionar sobre lo que habían escuchado. Trent escrutó sus rostros y se sintió satisfecho al ver que le habían entendido.

—¿Alguna otra pregunta? —inquirió.

Nadie dijo nada.

—¿Alguien desea declarar ahora que mi programa no le interesa?

Neg —contestaron los guerreros al unísono.

Trent aprovechó la oportunidad para sonreír.

—Excelente. Hay cuatro simuladores a bordo del Dhava. También tenemos varios BattleMechs isorla de la Esfera Interior en los hangares. Ordenaré a mi técnico que empiece las reparaciones necesarias en caso de que necesitemos que los ’Mechs estén operativos. Entretanto he establecido sesiones de simulación e instrucción regular para todos ustedes. Nos reuniremos cada día para hacer gimnasia y estudiar modelos tácticos y escenarios que les enviaré diariamente.

—Capitán estelar —dijo un guerrero barbudo. Trent sabía que se llamaba Stanley—. Solicito indulgencia, ¿quiaf?

Af —repuso Trent, dándole permiso para formular una pregunta.

—Nosotros hemos estado charlando antes de la reunión, y entendemos por qué estamos aquí. ¿Por qué es usted nuestro oficial jefe?

Trent sopesó la pregunta durante varios segundos. Una parte de él sintió la tentación de responder con sinceridad. Estoy aquí a causa de las querellas políticas internas, a causa de las distorsiones de la visión de Nicbolas Kerensky, por procedimientos fallidos, y porque creo que los guerreros son algo más que asesinos de civiles desarmados. Sin embargo, resistió la tentación.

—Estoy aquí como guardia de honor de una guerrera caída. Se me ha encomendado la tarea de escoltar su legado genético a Huntress y asegurarme de que sea internado allí de la manera adecuada. Ella y yo éramos compañeros de sibko y me consideraron la persona más apropiada para encargarme de que tenga el destino que se merece.

Mientras pronunciaba aquellas palabras, Trent sabía que era el único que apreciaba su ironía.

—Durante los próximos meses llegaremos a conocernos bien. Y, cuando lleguemos a Huntress, ustedes serán los mejores guerreros salidos de sus sibkos —concluyó.

* * *

Judith estaba apoyada con la espalda contra la puerta de su camarote. Miraba el escáner de neutrinos e introducía los datos en su ordenador digital portátil.

—Todo parece ir según lo que planeamos, capitán estelar —dijo—. He usado unos sencillos binoculares de mano para obtener las lecturas de espectros que se correlacionarán con sus datos.

Trent se detuvo a su lado, con la muñeca en alto.

—Debe cargar la información en mi ordenador de pulsera para guardarla.

Judith empezó a moverse, pero vaciló.

—Señor, sería mejor tener la información guardada en dos lugares distintos. ¿Su ordenador de muñeca es el almacenamiento principal o el de reserva?

—Ninguno de los dos; es el único lugar donde se guardarán los datos.

—No le entiendo.

—Confío en ti de forma implícita, Judith. Has demos-trado ser una guerrera digna y una persona a la que puedo considerar como mi amiga. Creo que eres honorable, o ya no estarías con vida —dijo, recordando el sabotaje de su Timber Wolf en la Gran Contienda—. Sin embargo, esas personas con las que tratas, tus «contactos» en Hyner… son extraños para mí. No sé nada de ellos, por lo que conservaré los datos en mi poder hasta que esté seguro de su honorabilidad.

—Capitán estelar —repuso ella, midiendo sus palabras con cuidado—, ellos son de ComStar, al igual que yo.

—¿Los conoces personalmente y puedes atestiguar su integridad?

—Negativo.

—Tras el día de hoy me he dado cuenta de una cosa, Judith. Esto que estamos haciendo no es ninguna trivialidad. La información que estamos reuniendo sólo puede utilizarse con un fin: llevar la lucha al mismo corazón del clan de los Jaguares de Humo. Estoy preparado para revelar esta información, pero no correré el riesgo a la ligera.

»Lo que daré a tus «contactos» —añadió— es el medio de aplastar a un enemigo mortal, un animal rabioso que ya no es capaz de controlarse ni quiere hacerlo. Al hacerlo, estoy poniendo en peligro las vidas de ambos. Si nos capturan, seremos torturados hasta la muerte, en el mejor de los casos.

—Ambos compartimos los riesgos por igual, capitán estelar —dijo ella con firmeza.

Neg, Judith. Todavía soy tu amo. Tu vida y tus acciones son sólo responsabilidad mía. Si fallamos, yo seré quien pague el precio.

Ella asintió con la cabeza y empezó a transmitir la información desde su ordenador al dispositivo de pulsera de Trent. Éste observó en la expresión de Judith que había entendido que, pasara lo que pasara, todavía era un auténtico guerrero de los Clanes. No un Jaguar de Humo, corrompido por una política y un liderazgo equivocados. Neg. Era un guerrero en la verdadera tradición de Nicholas Kerensky, fundador de los Clanes. No importaba lo que hiciese: debía hacerlo con honor. Llevaba con orgullo el manto de guerrero, pero su peso parecía mayor con cada día que pasaba.