18

18

Centro de Mando Planetario de los Jaguares de Humo

Warrenton, Hyner

Zona de ocupación de los Jaguares de Humo

9 de abril de 3055

Judith utilizó los guantes antiestáticos especialmente diseñados para poner el segmento de fibra de miómero en la espinilla del Timber Wolf de Trent. El miómero actuaba como un músculo superpoderoso en la pierna, y los segmentos que estaba colocando reemplazaban los filamentos quemados tras la última batalla de su amo. Hizo un esfuerzo para colocar el conjunto de fibras en su lugar y sacó lentamente la cabeza del interior de la gigantesca pata del OmniMech. Al volverse, vio que el maestro técnico Phillip estaba a pocos pasos de ella, observándola.

Phillip la había detestado desde el día en que había llegado a los Jaguares y todavía la odiaba. Ella lo sabía. Con el paso del tiempo había limitado sus agresiones físicas, pero todavía le gustaba humillarla de palabra y siempre menospreciaba la calidad de su trabajo. Ella lo odiaba a su vez, pero le complacía aparentar que estaba aterrorizada por él. Siempre supo que algún día podría aprovecharse de ello, pues él jamás sospecharía que ella no era dócil y sumisa bajo su látigo. Y ya había llegado el día esperado.

—Maestro técnico —dijo en tono servil, quitándose los guantes y metiéndolos en su cinturón de trabajo—, ¿en qué puedo servirle?

Phillip clavó en ella una mirada dura y cruel y contestó:

—He venido a informarte que el coronel estelar me ha pedido que racione las piezas de recambio de tu unidad.

Judith se fijó en que había usado la palabra «pedido» en lugar de «ordenado», con lo que indicaba que estaba al mismo nivel que el coronel estelar Moon.

—En estos momentos, reconstruir esta Trinaría es la prioridad más baja del Núcleo estelar —agregó Phillip.

Judith había ensayado mentalmente sus frases una y otra vez, de acuerdo con el plan diseñado por Trent.

—Al capitán estelar Trent no le agradará esta noticia. Me ordenó que preparase su ’Mech para que estuviese listo cuando se anunciara oficialmente el Juicio por el Nombre de Sangre de la capitán estelar Jez Howell.

El rechoncho maestro técnico arqueó una ceja.

—Entonces, tu amo cree que ganará su Nombre de Sangre, ¿quiaf?

Af —contestó Judith, casi con orgullo—. Y, como ya tiene el rango necesario, está seguro de que también conseguirá el mando de la Trinaría.

—Desde luego —dijo Phillip—. Aunque debes de haber oído cuánto desprecia el coronel estelar a Trent, ¿quiaf? Muchos oficiales dicen que es débil e indigno del clan.

Neg, señor. Lo he visto en combate. Tal vez ellos no. —Hizo una pausa, como si estuviera pensando con orgullo en los éxitos de Trent; luego dejó que su rostro se entristeciera un poco—. Es tan valiente que sólo teme a una cosa.

Phillip, movido por la curiosidad, se acercó más.

—¿Y qué es eso? —inquirió.

Judith miró a su alrededor.

—Me lo ha dicho confidencialmente —respondió, casi en susurros—. ¿Puedo confiar en que me guardará el secreto?

—Yo he hecho de ti la tech que eres hoy. Somos de la misma casta. Confía en mí, Judith: mi palabra es sagrada.

Judith hizo una pausa antes de contestar, como si reflexionara con cuidado.

—Me dijo que el legado genético de un guerrero con Nombre de Sangre debe ser devuelto al planeta natal de Huntress, donde pasará a formar parte del depósito genético. Teme que el coronel estelar lo envíe como guardia de honor cuando se devuelva la muestra de genes de Jez. A su edad, mi amo sabe que jamás volvería de los planetas natales, sino que sería transferido a una unidad solahma. Pero las probabilidades de que ocurra algo así son remotas, ¿verdad, maestro Phillip?

Phillip apenas fue capaz de reprimir una sonrisa taimada.

—Sí —susurró—. Seguro que el coronel estelar no ha pensado en ello; de lo contrario, ya habría dado esa orden.

Judith soltó un largo suspiro de aparente alivio.

—Me alegro de saberlo. Si enviaran a mi capitán estelar a Huntress, casi seguro que me enviarían allí con él. Y, aunque tengo curiosidad por ver los planetas natales de los Jaguares de Humo, no sé qué será de mí si lo envían a otro destino.

—Por supuesto —repuso Phillip, recuperando su tono de voz normal.

Por la expresión de su rostro, Judith adivinó que la semilla que había plantado ya estaba echando raíces en su mente.

—No te preocupes, Judith —dijo Phillip—. Tu secreto está a salvo conmigo.

* * *

Trent llenó su bandeja de comida en el comedor de oficiales y fue a sentarse en un extremo de una de las largas mesas de la sala, pequeña e impoluta. Se sentó solo, en postura rígida, con una actitud propia casi de un cadete, y comió despacio, sin mirar a ninguno de los oficiales presentes. Nadie le habló ni lo llamó para que se uniera a su grupo, y por una vez Trent no sintió cólera por sentirse tratado como un paria en su propio clan. Se limitó a seguir comiendo, consciente de que aprovecharía el desprecio de sus compañeros para sus propios fines.

El capitán estelar Oleg Nevversan sorprendió a Trent al acercarse a él. No llevaba bandeja ni bebida, pero se sentó al lado de Trent. Oleg había resultado herido en el combate del pantano cuando los mercenarios rodearon su ’Mech. Había sufrido una conmoción cerebral, o eso había oído Trent. Hoy era evidente que preparaba algo y, por su expresión, no iba a ser agradable. Trent siguió comiendo sin hacerle caso.

—Capitán estelar Trent —dijo Nevversan despacio—. Jez siempre dijo que eras débil, y ahora se ha demostrado que tenía razón. Ella está muerta y tú sigues vivo e indemne.

Trent se volvió hacia el otro hombre. Sus rostros quedaron a escasos centímetros de distancia el uno del otro.

—¿Cuestionas mi habilidad como guerrero?

Nevversan sonrió con osadía, sin dejarse intimidar.

—Lo único que sé es que Jez Howell, una guerrera y oficial honorable, nos dijo que tú sabías dónde iba a aterrizar el enemigo. Nos animó a bajar los envites para el combate. Ahora está muerta, al igual que uno de mis guerreros. Tú, en cambio, estás vivo.

—¿Qué intentas decir, Oleg Nevversan? —preguntó Trent sin alterarse, tomando otro bocado con gestos lentos y metódicos.

—Hay quien dice que harías cualquier cosa por conseguir un mando. Dime, Trent, ¿qué sentiste al ver morir a una auténtica guerrera como Jez?

Trent miró a los ojos de Oleg y le enseñó una sonrisa desafiante.

—Tuvo la muerte que se merecía —contestó—. Y, en definitiva, su mando será mío.

—Habrá muchos que se opondrán a que un guerrero viejo y tullido como tú asuma el mando —objetó Nevversan.

—Tal vez. Pero ahora no hay nada que me detenga. Seré candidato a competir por el Nombre de Sangre Howell y por el puesto de Jez. —Trent sonrió, con una expresión tan satisfecha y pagada de sí misma como le permitió su deforme rostro—. Y ahora sólo falta que el legado genético de Jez sea enviado de regreso a Huntress lo antes posible.

Era obvio que había pillado desprevenido con su comentario a Nevversan, quien no pudo disimular su curiosidad.

—¿Por qué es eso tan importante?

Trent rio por primera vez desde que había matado a Jez.

—Eso no es asunto tuyo, capitán estelar —dijo, apartó la silla y se incorporó. No se molestó en vaciar la bandeja, y notó la mirada persistente de Nevversan mientras cruzaba el comedor hacia la salida.

* * *

El coronel estelar Paul Moon miró a Phillip, su tech personal y maestro técnico del Núcleo estelar, que se encontraba al otro lado de su escritorio. A través de los ventanales podían verse las estrellas nocturnas, que empezaban a brillar entre las nubes mientras caía la noche sobre Warrenton. El día prometía acabar de manera pacífica y tranquila.

—La información que acaba de proporcionarme parece coherente con la que me ha dado uno de mis oficiales —comentó Moon.

El gordezuelo Phillip inclinó la cabeza en señal de reconocimiento.

—Existo para servir a los Jaguares de Humo y a la casta de los guerreros, coronel estelar.

—Y lo hace usted muy bien —contestó Moon—. A partir de ahora me encargaré yo de este asunto, Phillip. No hable de esto con nadie más.

—A la orden, coronel estelar —repuso Phillip mientras retrocedía hacia la puerta.

Cuando el tech cerró la puerta, Moon sonrió satisfecho y se arrellanó en la silla mientras sopesaba su buena suerte. Por fin había encontrado la manera de tratar a ese stravagat Trent de una vez por todas. Ni él ni su puerconacida sirviente volverían a empañar el historial de su mando. Los enviaría al planeta natal de los Jaguares de Humo, no como héroes, sino destinados al cubo de la basura.

—Que duermas bien, Trent —dijo en voz baja—. Porque mañana tus peores temores se harán realidad.

El coronel estelar Paul Moon giró su silla hacia la ventana y se puso cómodo para contemplar las estrellas del cielo de Hyner.