17

17

Centro de Mando Planetario de los Jaguares de Humo

Warrenton, Hyner

Zona de ocupación de los Jaguares de Humo

7 de abril de 3055

Judith introdujo el ROM de combate en el pequeño módulo y lo conectó al sistema de comunicaciones montado en el escritorio del coronel estelar Paul Moon. La gigantesca figura de Moon parecía cernirse sobre ella mientras pulsaba el control que activaba el módulo. Cuando el sistema se puso en marcha, una imagen empezó a parpadear en la pantalla. Trent, que se mantenía en posición de firmes detrás de ella, también observaba.

Lo que se vio fue la imagen del Guillotine contra el que Trent y Jez habían estado combatiendo. Se produjo un fogonazo cuando el Warhawk de Jez disparó con sus armas restantes, y el BattleMech enemigo devolvió el fuego. Entonces se produjeron los disparos de Trent, que dieron en el blanco y destruyeron el Guillotine y lo arrojaron a las aguas del pantano.

La imagen giró y mostró la carlinga quemada del Warhawk, aparentemente destruida por la última ráfaga disparada por el Guillotine antes de que Trent lo derribase. Salía humo del ’Mech. Paul Moon utilizó el mando a distancia para girar la imagen, como si pudiese examinar los daños causados. Luego apagó en silencio la pantalla, que volvió a ocultarse en el interior de la mesa. Miró a Judith con frialdad y preguntó:

—El ROM de batalla de la capitán estelar Jez Howell era irrecuperable, ¿quiaf?

—Afirmativo, coronel estelar —contestó Judith.

Moon la miró a los ojos como si sopesara sus palabras, como si no se fiara de ella.

—Y estaba muerta cuando tú llegaste, ¿quiaf?

—Af.

Paul Moon hizo una pausa antes de volver a hablar.

—Muy bien, técnico, puedes irte.

Judith sacó el ROM de combate y el módulo. Lanzó una mirada fugaz a su amo y salió de la habitación, cerrando la puerta.

—La capitán estelar Jez Howell ha muerto —dijo Moon, como si recitase una línea de El Recuerdo—. Murió como una heroína en combate frente a un enemigo que atacaba al Jaguar de Humo. Así es como será recordada.

Trent asintió en silencio. Su mente bullía de animación, pero evitaba que esto se mostrase en su rostro. Moon lo miró fijamente.

—¿No está de acuerdo, capitán estelar?

—Sí, coronel estelar Moon.

—Ésos mercenarios han huido del planeta y su operación ha sido abortada gracias a las acciones de Jez Howell. Ella sola fue la causante de su destrucción, y así quedará indicado en su registro.

Trent se retorció interiormente de dolor, pero volvió a ocultar su reacción. Las mentiras que dice perpetúan otras mentiras.

—Coronel estelar, su puesto está vacante ahora y yo ya he probado suficientemente mi valía como capitán estelar. Puedo suponer que me pondrá al mando de la Trinaría Beta, ¿quiaf? —Por la expresión de asombro de Paul Moon, era evidente que no se esperaba que Trent hiciera esa petición.

—Usted es capitán estelar, pero su unidad está diezmada y ha sufrido graves daños. Sólo han quedado dos supervivientes en la Estrella de Russou y la suya tiene tres —dijo.

Mientras hablaba, resultaba obvio que Moon estaba tratando de ganar tiempo.

—Hasta que lleguen refuerzos y OmniMechs sustitutos, retiraré del servicio activo la Trinaría Beta —añadió Moon—. Cuando vuelva a estar operativa, hablaremos sobre su lugar en ella. Entendido, ¿quiaf?

Af —contestó Trent. Entendía demasiado bien lo que había dicho el coronel estelar Moon.

* * *

Trent entró en el viejo cuartel donde se había alojado Judith a su llegada a los Jaguares de Humo. No podía evitar recordar la última vez que había estado allí, un año y medio atrás. Notó que el aire olía a moho mientras cerraba la puerta a sus espaldas.

Judith salió de detrás de una montaña de cajas y se acercó. Antes de que Trent fuera a presentar su informe, habían decidido reunirse en aquel cuartel, conscientes de que era el único lugar del puesto de mando que les ofrecía al menos la esperanza de poder hablar en privado. No era probable que inspeccionasen aquel lugar.

—Supongo que todo ha ido según lo planeado, capitán estelar —dijo ella.

—Afirmativo —contestó Trent, paseando la mirada por la habitación como si quisiera cerciorarse de que estaban solos—. Tu montaje de mi ROM de combate es perfecto. Ahora todos piensan que Jez murió a manos de los mercenarios que atacaron Hyner.

Trent no había tenido más opción que asesinar a Jez en el pantano, pero nadie debía saber que había matado a otro guerrero fuera de un juicio oficial. Jugaba a su favor que aquella posibilidad jamás pasaría por la cabeza de ningún miembro de los Clanes. Nadie sospechaba que él estuviese involucrado en la muerte de otro guerrero en combate.

—¿Ha reflexionado sobre lo que hablamos hace unas semanas? —le preguntó Judith—. ¿Es por esta razón que me ha pedido que nos reunamos aquí?

Trent la miró fijamente unos momentos antes de contestar.

—Mi pueblo se ha apartado del verdadero camino de los Clanes. Deseo conducir a mi unidad al combate, pero esto también se me denegará. Antes de que la matase, Jez me dijo que los comportamientos corruptos que había visto alcanzaban al propio Khan del clan. Ya no quiero permanecer entre los Jaguares de Humo. Yo no he cambiado, pero el clan sí. No entiendo en qué se ha convertido.

—¿Entonces?

Trent soltó un hondo suspiro, pero se mantuvo erguido y orgulloso.

—Deseo abandonar a los Jaguares de Humo. Si puedes utilizar tus contactos para prepararlo todo, quiero hacerlo lo antes posible. A cambio de lo que sé de mi clan, sólo pido tener mando sobre mi propia unidad y conducir a otros guerreros a la gloria de la batalla.

Judith lo escuchó sin interrumpirlo. Luego contestó de forma lenta y cautelosa:

—No va a ser tan fácil, capitán estelar. Es cierto que sabe muchos datos confidenciales sobre los Jaguares de Humo, pero mis contactos fuera de la zona de ocupación buscan algo más. Si tiene ese dato, puedo garantizarle una salida segura del clan y el mando que anhela.

—Ése dato… —dijo Trent con prevención—. ¿Cuál es?

—La Ruta del Éxodo —contestó Judith con firmeza—. Mientras estamos hablando, el Cuerpo de Exploradores está buscando la ubicación de los planetas natales de los Clanes, pero hasta ahora no han tenido éxito. Estoy segura de que, si usted pudiera proporcionar este dato, también podría fijar su precio y obtener un mando en la Esfera Interior.

—Lo que me pides es casi imposible —manifestó Trent, sintiendo que enrojecía—. El emplazamiento de los planetas natales es uno de nuestros mayores secretos.

—Es su billete de salida —replicó Judith—. La única manera de que pueda seguir albergando esperanzas de volver a vivir como un guerrero.

Trent meneó la cabeza, desolado.

—La ruta a los planetas natales no existe en un solo lugar. Las Naves de Salto que siguen la Ruta del Éxodo sólo llevan una parte del mapa. Las rutas cambian constantemente y las naves descargan un segmento del mapa de navegación como parte del proceso de obtener el siguiente. Incluso nuestro tráfico de GHP está segmentado a fin de que nadie pueda utilizar la red de comunicaciones para trazar la ruta hasta nuestros planetas natales.

—Sí, pero debe de haber una manera de averiguarla, ¿quiaf? —Trent volvió a menear la cabeza mientras pensaba a toda velocidad.

—Los mundos natales están más o menos a un año de viaje de la Esfera Interior. La única manera que se me ocurre de obtener los datos es realizar ese viaje: recorrer la Ruta del Éxodo. Entonces, de alguna manera, podremos averiguar la forma de regresar.

—Sí, y creo que tengo una idea —dijo Judith—. Podría utilizar ciertos dispositivos durante ese viaje, capaces de medir las distancias de nuestros saltos. Si a esto sumamos las lecturas de espectros de varias estrellas a lo largo de la ruta, deberíamos ser capaces de reproducir el mapa de la ruta.

—Es un año de viaje, y otro más para volver, en el mejor de los casos, Judith —le recordó Trent. Su mutilado rostro tenía una expresión bastante desesperanzada—. Debes saber que los guerreros de mi edad y rango no vuelven de los planetas natales, una vez que se los envía allí, a menos que sean Khanes o tengan Nombre de Sangre. No está permitido. Aunque espero competir por el Nombre de Sangre Howell que ha quedado vacante con la muerte de Jez, dudo que nadie me presente como candidato. El coronel estelar ha cometido un eficaz asesinato de mi imagen. Sin un Nombre de Sangre, a los guerreros como yo que empiezan a ser demasiado viejos para entrar en combate los envían de vuelta a casa, pero ya no regresan.

Judith pareció alegrarse por sus palabras, pese a lo que acababa de decir.

—Usted es un guerrero excelente. Esto es sólo otra batalla táctica. Seguro que hay maneras de conseguir que lo destinen a los planetas natales, sobre todo teniendo en cuenta que al coronel estelar Moon le encantaría perderlo de vista.

Trent se cruzó de brazos y reflexionó. Su única ceja se arrugaba de forma irregular entre la piel natural y la sintética mientras meditaba intensamente sobre el problema. Como Judith había dicho, podía verlo desde un punto de vista táctico, como una batalla que debía ganar. Tras mirar la cuestión desde diferentes ángulos, comprendió de pronto que había una solución, pero que el precio que pagaría sería muy caro para su orgullo.

—Tienes razón, Judith. Se me ha ocurrido una manera de ir a los planetas natales. Regresar será difícil, pero debe de haber una forma de conseguirlo.

—Excelente, pero ¿cómo?

—El plan nos exige que usemos trampas y engaños contra otros para nuestro propio beneficio. Básicamente, debemos conseguir que el coronel estelar Moon insista en enviarnos allí…