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Centro de Mando Planetario de los Jaguares de Humo

Wan’enton, Hyner

Zona de ocupación de los Jaguares de Humo

2 de abril de 3055

El coronel estelar Paul Moon se hallaba en el corazón del búnquer de mando de Hyner. Activó el sistema de imágenes holográficas para que sus subordinados pudiesen ver lo que él ya sabía. La sala circular, con el suelo cubierto de terminales de ordenador y pantallas tácticas, se parecía más a un anfiteatro que a un puesto de mando. Cuando se encendió la pantalla holográfica, los oficiales allí reunidos levantaron sus miradas mientras los técnicos seguían mirando los datos que aparecían en sus monitores.

En la reunión estaban presentes todos los miembros de la estructura de mando del Tercero de Caballeros de la Galaxia Delta de los Jaguares de Humo: todos los jefes de Binarias y Trinarias y sus comandantes estelares. Era el Núcleo estelar conocido como los Jinetes de las Tormentas; y todos los presentes, incluido Trent, iban ataviados con sus impecables uniformes grises.

Al mirar a su alrededor, le sorprendió lo jóvenes que eran los demás. Sabían que se aproximaba a la edad de madurez de un guerrero, pero no se había dado cuenta hasta este momento. Y, sin embargo, tenía algo de lo que ellos carecían.

Pensó en el Castillo Brian, su lugar secreto de reunión con Judith. Éstos jóvenes guerreros sueñan con el retorno de la Liga Estelar, pero yo he visto, olido y tocado un pedazo de ella.

También tenía sus cicatrices, una prueba espantosa de su vida de guerrero. Algunas de esas cicatrices eran más profundas de lo que podían ver los ojos. Cicatrices como las que había dejado su duelo de honor con Paul Moon varios meses atrás. Las heridas se habían curado, pero sólo de manera superficial.

La imagen que apareció era una visualización táctica que mostraba el planeta Hyner con sus tres continentes girando en el aire sobre ellos. Cuatro puntos de luz se movían hacia el planeta, aunque apenas eran visibles.

—Lo que están viendo —empezó Paul Moon en su tono de mando más grave— son elementos de una fuerza incursora del Condominio Draconis que acaba de aparecer en un punto de salto pirata y se dirige hacia Hyner. Éstos incursores viajan en Naves de Descenso de clase Union, lo que nos indica que la fuerza se compone, como mínimo, de un batallón de la Esfera Interior.

—Esto difícilmente puede llamarnos la atención, coronel estelar —dijo Oleg Nevversan, el capitán estelar de cabellos rojizos de la Trinaria de Asalto—. Envían contra nosotros una fuerza ridicula. Y, además, ya no entramos en desafallas con unidades de la Esfera Interior.

Se produjo un murmullo de asentimiento y muchos movían la cabeza en sentido afirmativo. Trent sabía que era cierto. Las fuerzas de la Esfera Interior habían demostrado ser tan engañosas que los Jaguares los consideraban indignos de un desafío de batalla, o desafalla. Trent observó los puntos rojos de luz sin poder apartar la mirada.

—Por lo que hemos podido averiguar, no es una unidad regular de la Casa de Kurita, sino sólo una banda de repugnantes mercenarios —añadió Moon.

—Aun menos impresionante —dijo Tamera Osis, de la Primera Trinaría de Batalla; su interfaz nerviosa de color gris y púrpura parecía relucir sobre su rostro bajo la luz reflejada desde la holoimagen—. Hablamos como si la situación fuera digna de un envite.

—¿Dónde está la zona de aterrizaje prevista, coronel estelar? —preguntó Jez Howell. Se encontraba junto a Trent, pero había dejado entre ellos la distancia suficiente para demostrar que no estaba relacionada con él de ninguna manera.

Paul Moon ajustó unos controles, y una imagen verde apareció alrededor de la ciudad de Warrenton, donde ellos se encontraban.

—La proyección indica que pretenden aterrizar en nuestro continente —respondió.

—¿Cuál es su objetivo? Supongo que no creen tener las fuerzas suficientes para conquistar nuestra guarnición planetaria, ¿quineg? —inquirió un oficial Elemental que estaba a cargo de una de las Estrellas de la Trinaría de Asalto.

Neg —dijo Moon—. No creo que arriesguen un número tan importante de tropas en un ataque que sería suicida. No sé cuál es su objetivo. Deberán tener este dato en cuenta en sus envites.

Trent contempló el continente donde se hallaba Warrenton, y vio un área verde brillante que señalaba la posible área de aterrizaje de los incursores. Paseó la mirada por la sala y observó que varios de ellos meneaban la cabeza, perplejos.

Entonces, Trent creyó entenderlo todo. Desde un punto de vista puramente militar, una incursión en Hyner no tenía sentido, pero el modo de vida de la Esfera Interior era muy distinto del de los Clanes. Trent estaba seguro de que esta fuerza venía a reforzar y traer nuevos suministros a la resistencia de Hyner. No podían saber que era demasiado tarde y que Matagatos Cinco habían sido destruidos. Toda esperanza de rebelión se había desvanecido de Hyner para siempre.

—Si me permite, coronel estelar, creo saber cuál es su objetivo —dijo.

Paul Moon arqueó las cejas en un gesto de sorpresa y burla, y soltó una breve risa despreciativa.

—Estoy seguro de hablar en nombre de todos los presentes al decir que nadie tiene el menor interés en conocer su opinión, capitán estelar Trent.

Los movimientos de cabeza y gruñidos de aprobación entristecieron a Trent, al igual que las miradas de burla de las caras que lo rodeaban. Éste es mi clan, mi sangre y mi vida. Ahora me tratan como un extraño, más indigno de su atención que un vulgar bandido. Se sintió avergonzado, no por sí mismo, sino por sus compañeros. Apretó la mandíbula cuando se inclinó para hablar con Jez Howell. Era, al fin y al cabo, su superior directa.

—Tal vez me odies —le susurró—, pero puedo ayudarte en este envite. Sé dónde aterrizarán.

—Estás seguro, ¿quiaf?

—Af.

—Muy bien —contestó—. Envidaré según tus indicaciones. Pero quiero que sepas una cosa, Trent: si te equivocas, responderás de tu error ante mí.

* * *

Habían pasado tres días y, cuando Trent ajustó su posición en el asiento de la carlinga por enésima vez, observó el cielo entre la espesura de los árboles de la ciénaga. Matagatos Cinco operaban desde este lugar, la olvidada refinería de metano. Era aquí donde aterrizarían las fuerzas mercenarias. Estaba seguro no sólo por sus estudios de historia de la Esfera Interior, sino por una especie de intuición que sentía en las entrañas, un instinto táctico en el que había aprendido a confiar a lo largo de su vida como guerrero.

Su Estrella y elementos de otras dos Binarias estaban situadas en el pantano, semihundidas en el fango, con las máquinas a baja potencia para que sus reactores fueran difíciles de captar hasta que el enemigo estuviera sobre ellos. Al borde de la ciénaga, los técnicos de campo, con Judith entre ellos, debían permanecer escondidos hasta que fueran necesarios. Le tranquilizaba que su sirviente estuviera cerca del combate que se le había negado durante tanto tiempo.

A Trent le sorprendió que Jez se molestara en incluirlo en el envite, pero entonces comprendió que eso también la favorecía si resultaba que él estaba equivocado. No admiraba su estilo de mando, pero había llegado a entenderlo muy bien. No era el estilo de los Clanes, pero tal vez los tiempos estaban cambiando y él se estaba quedando rezagado.

De pronto, en el cielo del anochecer aparecieron cuatro estrellas más, unos cometas o meteoros que se movían muy deprisa hacia el pantano desde el oeste. Naves de Descenso. Llegaban de noche, sabiendo que el calor de los motores de fusión sería visible en las ciudades y los pueblos. Correría la voz de que el Condominio había regresado a Hyner, aunque fuese sólo por poco tiempo. Trent lo entendía y le complació ver que las naves volaban hacia su posición. Bajó la mano hacia el mando del reactor de fusión de su Timber Wolf. Todavía no. El plan era dejar que las naves descargaran su mercancía; entonces atacarían los Jaguares.

Las brillantes luces de las naves estaban justo sobre sus cabezas. Trent vio numerosas luces más pequeñas que parpadeaban en los bordes de la nave. BattleMechs. Los ’Mechs mercenarios, provistos de equipos de salto, descendían desde la Nave de Descenso y aterrizarían en el pantano a menos de un kilómetro de la posición de Trent. Cuando una de las Naves de Descenso pasó sobre su cabeza, trazando un arco en un curso que la alejaba de la ciénaga, Trent se relamió el labio en el interior de su neurocasco. Mucho mejor. En este momento, a nuestra presa no le resultará fácil ni rápido escapar.

La voz de Jez resonó en sus altavoces:

—Calculaste bien el lugar del aterrizaje. Si la batalla transcurre como preveo, tal vez lo mencione al coronel estelar. Por ahora, te toca demostrar que eres digno del Jaguar. ¡Ataca!

Trent envió la señal a su Estrella de encender los motores e iniciar el ataque. Con fría precisión, aumentó la aceleración del Timber Wolf sintiendo cómo una ola de energía recorría el OmniMech desde el reactor de fusión que estaba bajo la carlinga. Las luces de los radiadores de calor parpadearon un segundo tras la activación del motor, proyectando extraños colores en la penumbra de la cabina. Trent tenía unas sensaciones como si el ’Mech fuese una extensión de su propio cuerpo.

Alargó la mano hacia los controles de mando y empezó a moverse. A los lados, el resto de la Estrella se puso en marcha también.