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Centro de Mando Planetario de los Jaguares de Humo

Warrenton, Hyner

Zona de ocupación de los Jaguares de Humo

10 de febrero de 3055

—Capitán estelar —dijo Judith cuando Trent levantó la mirada de un informe impreso que estaba examinando en su despacho provisional en el Centro de Mando Planetario.

Como cabía esperar, el coronel estelar Paul Moon le había asignado uno que estaba metido en las profundidades de la base. Era un cuarto pequeño y estrecho, sin ventanas y casi sin ventilación; era un área de trabajo nada deseable, aun para los estándares de los Clanes.

—He venido a pedirle un favor.

Trent miró a su sirviente y asintió. La hinchazón de los músculos de su rostro había disminuido, pero no había desaparecido del todo. Tenía todavía la mano vendada a causa de los nudillos fracturados tras su lucha con Paul Moon. Pero eran lesiones leves teniendo en cuenta lo que había sucedido en Chinn, que había sido borrada del mapa a causa de su fracaso.

—¿De qué se trata? —preguntó.

—Le pido que me acompañe a un corto viaje.

—¿Un corto viaje adonde?

—Es una sorpresa, capitán estelar.

Sus palabras y actos ya eran una gran sorpresa para Trent. En todo el tiempo que Judith llevaba como sirviente suya, nunca le había pedido nada. Conocía su lugar, y normalmente no sobrepasaba sus límites. El que lo hiciese ahora parecía muy significativo.

—Muy bien, Judith. Sólo espero que sea una sorpresa agradable.

Trent, sin duda, necesitaba disfrutar de algo agradable en estos días.

—Estoy segura de que le encantará, señor —dijo ella, asintiendo con la cabeza.

* * *

Trent y Judith no hablaron mucho durante las dos horas de viaje en aerocoche a lo largo de Braddock Pike. Judith conducía, mientras Trent miraba el paisaje por la ventanilla, aprovechando las últimas vistas de aquella tarde de verano. No dijeron nada ni siquiera cuando pasaron por la antigua desviación que llevaba al pueblo de Chinn. Trent notó que Judith lo miraba mientras pasaban por allí, pero él no volvió la cabeza. Ya no había señales que señalasen el desvío a los conductores que circulaban por Pike, pero Trent sabía adonde llevaba: a unas ruinas y, entre ellas, la muerte.

Judith salió de la carretera por una pista tan poco usada que estaba cubierta de matojos. Los flecos del aerocoche golpeteaban contra la vegetación mientras Judith seguía conduciendo. No utilizaba ningún mapa, o al menos no estaba a la vista de Trent, lo que le indicó que ya había estado antes en aquel lugar.

El terreno se elevaba formando altas colinas y bajas estribaciones, todas cubiertas de hierba y matorrales, de color verde sobre el brillante cielo azul del atardecer de Hyner. Judith salió de la pista y condujo casi un kilómetro a campo traviesa antes de detener el aerocoche frente a un largo y serpenteante montón de escombros, tapado por siglos de vegetación. Apagó el motor y abrió su puerta. Trent la siguió en silencio mientras ella se dirigía hacia el largo montón y se detenía frente a él. Él se puso a su lado, observándola con curiosidad.

—Hoy es mi cumpleaños —anunció Judith.

Trent arqueó la ceja izquierda, la única que tenía.

—¿Cumpleaños?

—Usted es un biennacido, capitán estelar, pero yo no lo soy. Soy librenacida y me crie en la Tierra. Según la tradición, los librenacidos celebramos la fecha de nuestro nacimiento.

Trent no acababa de entender la razón de semejante celebración, pero aceptó su declaración lo mejor que pudo.

—Ahora eres de los Clanes, Judith —dijo—. Aunque nosotros no nos fijamos en estas ocasiones, puedo comprender que fuiste educada en otra manera de vivir y otras tradiciones. Si es un día especial para ti, te deseo un feliz cumpleaños.

—Gracias —repuso Judith, sonriendo—. Pero no somos tan diferentes, capitán estelar. Aunque nació en los Clanes y fue criado en ellos, a veces me pregunto si realmente encaja en esa sociedad.

En otra época de su vida, Trent se habría ofendido por semejante comentario de un sirviente, por no hablar de una librenacida. Pero Judith había llegado a representar uno de los pocos apoyos que tenía a su alrededor. Contaba con su habilidad y había aprendido a confiar en ella.

—Eres perspicaz —reconoció, frotándose la mandíbula, que todavía estaba dolorida y cubierta de hematomas—. Pero eso no se interpone en mis deberes y obligaciones, Judith. Es el estilo de los Clanes.

—Los otros techs me han contado… lo que hizo —dijo ella en tono titubeante, como si no estuviese segura de si estaba yendo demasiado lejos—. Me dijeron que luchó para protestar por la destrucción de Chinn. Usted creía que era un error.

—Matar inocentes no es una acción que dé fuerza a los Jaguares de Humo. Al contrario, creo que nos debilita. Nicholas Kerensky nunca pretendió que fuésemos asesinos implacables ni conquistadores despiadados, sino los forjadores de una nueva Liga Estelar. Pero perdí, y eso zanja la cuestión.

—Usted dice que todo ha terminado, pero en su corazón sabe que no es así —dijo Judith—. Lo entiendo. En la Esfera Interior, semejantes atrocidades no habrían sido permitidas ni toleradas.

—Ten cuidado, Judith. Estás bordeando la traición —le advirtió Trent, pero le mostró tina triste sonrisa que indicó a Judith que no estaba enfadado.

—Nací y me crie en la Tierra —siguió ella con la mirada perdida—. Mi familia ha pertenecido a ComStar a lo largo de cuatro generaciones. Cuando era niña, cada año en este día, mi familia organizaba una fiesta para celebrar otro año de vida. Y la tradición era dar regalos en este día.

Trent sintió una leve punzada de culpa.

—No tengo nada para regalarte, Judith. Nada, salvo mi respeto.

—Lo he estado observando, capitán estelar. Usted y yo podemos tener más cosas en común de lo que parece. Lo he visto jugar al ajedrez con el comandante estelar Russou. Es uno de mis juegos favoritos. Además, ambos amamos la historia. Por eso lo he traído a este lugar.

Apartó las ramas que cubrían una sección de la escarpada ladera. Debajo había algo, que parecía metálico. Trent se quedó asombrado al ver que era una puerta, como una escotilla, engastada en la ladera. Parecía antigua, quizá de varios siglos atrás. Trent se adelantó y se inclinó para verla mejor. Estaba marcada con una insignia, desgastada pero todavía lo bastante visible para poder reconocerla. Era una estrella con una punta que se alargaba hacia la derecha: la Estrella de Cameron, el símbolo de la gloriosa Liga Estelar.

—En mi cumpleaños, para honrar sus esfuerzos en favor de Chinn, le ofrezco a usted un regalo, capitán estelar —dijo Judith, tirando de la puerta y abriéndola.

Los goznes gimieron, pero Judith era fuerte. Trent vio que había una especie de sala entre las sombras, una vasta cámara, casi como una tumba. Cruzó el umbral despacio, con reverencia. Judith lo siguió de cerca.

—Éste lugar… —empezó a decir Trent.

—Es un Castillo Brian. El que ha estado buscando en las bases de datos. Los nativos sabían de su existencia, sobre todo por rumores. Me los explicaron porque no me consideran un auténtico miembro del clan.

Durante el apogeo de la Liga Estelar, se habían erigido fortificaciones semejantes en distintos lugares. Eran bases ocultas donde las Fuerzas de Defensa de la Liga Estelar, en los tiempos de Aleksandr Kerensky, habían defendido los planetas de la perdida edad de oro de la humanidad. Para los Clanes, que habían venido a la Esfera Interior para restablecer la Liga Estelar, cualquier cosa relacionada con aquella época era prácticamente sagrada.

—Esto es un lugar venerable —murmuró Trent al entrar en la sala sumida en la penumbra. El suelo estaba cubierto de una capa de polvo, pero en un rincón vio unos depósitos, claramente antiguos, todavía amontonados donde debían de haberlos abandonado siglos atrás, con la madera podrida y resquebrajada. Las paredes, cubiertas de humedad y grietas, todavía mostraban débiles rastros de las señales de orientación a las otras cámaras.

—Es nuestro secreto, señor —dijo ella.

—¿Secreto?

Af, capitán estelar. Se lo ofrezco como un lugar donde podemos venir a hablar y a pensar. Por ahora, le pido que no hable al respecto con otras personas.

—Tú debes saber cuánto significa para mí —repuso Trent, señalando la sala con un gesto—. La restauración de la Liga Estelar es la única razón de que abandonáramos nuestros planetas natales y viniésemos aquí para invadir la Esfera Interior.

—No deseo que este lugar sea profanado por quienes empañan el honor de nuestro clan —replicó Judith.

Habló con voz suave, pero eran palabras osadas. Trent estuvo a punto de amonestarla, pero entendía sus sentimientos. Por su mente pasaron diversos pensamientos sobre Jez Howell y Paul Moon. Cuántas veces había pensado que su comportamiento, su manera de pensar, sus manipulaciones, sus trampas, eran una mancha en la gloria de los Jaguares de Humo.

—Sí, Judith. Por ahora, este lugar será sólo para nosotros.

—Gracias, capitán estelar. Eso me complace.

—Es un regalo honorable —afirmó Trent—. En otro tiempo y lugar, habríamos sido libres para ser amigos. Pero, por ahora, las costumbres del clan nos separan.

Bajó la mirada, repentinamente azorado. Por primera vez en su vida, deseó que los tabúes entre castas no fuesen tan rígidos.

—Es cierto, y sin embargo usted me ha convertido en una Jaguar de Humo. He aprendido a ocupar mi lugar entre un pueblo que valora sobremanera el honor. Pero, si el honor es tan valorado por la casta de los guerreros, la mejor y más elevada entre los Clanes, ¿cómo se explica lo que está ocurriendo en Hyner?

—Un guerrero debe servir, Judith. No sé qué más puedo decirte —contestó Trent con una evasiva, temeroso de hablar demasiado. Ella era un sirviente y una librenacida. Como miembro de la casta de los guerreros, estaba obligado a mantener su dignidad y su posición.

—En la Esfera Interior, usted habría sido admirado por el coraje de sus protestas. Sin embargo, aquí sus compañeros se burlan de usted por sus convicciones. También he oído decir que está llegando a una edad que es muy elevada para un guerrero; en cambio, en el lugar del que procedo, un guerrero experto es honrado y respetado. No entiendo estas cosas.

—Es el estilo de vida de los Jaguares de Humo —respondió Trent. ¿Cómo podía admitir que él lo entendía aún menos?

—Estamos hablando con franqueza, capitán estelar, como hemos hecho un par de veces en el pasado. Ahora que ha conocido otro estilo, el de la Esfera Interior, ¿no se pregunta cómo sería su vida si no fuera miembro de los Clanes?

Trent suspiró, sin importarle el polvo del lugar.

—A menudo me pregunto cómo habría sido servir bajo el gran general Kerensky, ser uno de los que lo siguieron hacia lo desconocido, los que dieron la espalda a la mezquindad y la codicia que reinaban en la Esfera Interior.

Judith lo había seguido al interior de la cámara oscura, iluminando el lugar con una linterna eléctrica que llevaba en la mochila.

—¿Alguna vez se ha preguntado cómo es la Tierra? He oído hablar mucho de que los Clanes anhelan llegar como vencedores al planeta natal de la humanidad, pero usted nunca me ha preguntado por ella. Sabe que nací y me crie allí.

—Sí, Judith. Pero ahora es un buen momento: háblame de la Tierra.

—Es como cualquier otro sitio donde he estado, pero también es diferente. Es mi hogar y, no obstante, también es el hogar de todos los demás seres que pueblan la Esfera Interior.

Trent asintió con la cabeza.

—Eso es lo que los Clanes son para mí, Judith. Son el hogar de todo lo que soy y espero llegar a ser. Sin embargo, de pronto me siento como un extraño, como alguien que nunca podrá volver a su casa. Tal vez sentiste algo parecido cuando la facción de la Palabra de Blake se separó del resto de tu ComStar.

Judith guardó silencio largo rato. Cuando empezó a hablar lo hizo con una voz lejana, casi como en un sueño.

—Empecé mi adiestramiento para formar parte del brazo de inteligencia de ComStar; pero, cuando demostré tener otras habilidades, otros potenciales, mis superiores decidieron entrenarme como guerrero de los ComGuardias. Estaba imbuida del misticismo de la Orden de ComStar, pero mi entrenamiento también incluía el pragmatismo del guerrero.

—El hogar que dejaste ya no existe.

—Mientras yo viva, existe —contestó Judith, tocándose un lado de la cabeza con un dedo.

Trent asintió, tocándose también justo encima del nudo carnoso que había sido su oreja derecha.

—Yo también llevo mi hogar conmigo.

—Capitán estelar Trent, debe saber esto sobre mí, y debe saberlo ahora. Primero fui oficial de inteligencia y miembro de ROM. Incluso desde este planeta, me es posible activar y utilizar mis conexiones con ComStar si lo considero necesario. No lo he hecho. Pero esto se debe a que soy más leal a usted que a los Jaguares de Humo. Espero poder encontrar un lugar en el clan, pero sólo descubro que quiero más.

Judith observó el rostro deTrent durante unos momentos antes de continuar.

—Podríamos irnos de aquí, si lo desea. No faltan unidades en la Esfera Interior con vínculos con la Liga Estelar. No sólo los ComGuardias, sino también la Caballería Ligera de Eridani y los Montañeses de Northwind. Todos afirman tener alguna relación con un pasado honorable. Cuando se presente el momento, sólo tiene que decirlo y podrá preparar nuestra marcha de los Jaguares.

Al oírle hablar, Trent se sintió dominado por un terror interno que no había sentido jamás.

—Has cruzado el límite, Judith. Lo que dices es traición.

Af, pero un guerrero, un verdadero guerrero, debe sopesar siempre todas las opciones estratégicas y tácticas. Yo, como usted, recuerdo bien mi entrenamiento. Todo lo que estoy haciendo es informarle que existen esas opciones.

Trent notó la fuerza de seducción de sus palabras, pero apartó de su mente los pensamientos de exiliarse, de volverse contra su clan. Todavía albergaba esperanzas, todavía había una posibilidad de demostrar que el corazón del Jaguar no estaba podrido.

—No hablaremos más de esto —dijo él, paseando su mirada por la sala—. En lugares donde una vez estuvieron y respiraron unos hombres honorables, es mejor no hablar de traición.

—La traición la determina el vencedor. Quien para uno es un traidor, para otro es un patriota.

Trent asintió. Abrumado por haber descubierto este lugar y haber escuchado esta charla, apenas sabía lo que decía.

—Sí, Judith, sí.