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Campamento de operaciones de la Trinaría Beta

Ciento ochenta kilómetros al oeste de Warrenton, Hyner

Zona de ocupación de los Jaguares de Humo

14 de enero de 3055

La cúpula de mando transportable era en realidad una tienda con las paredes reforzadas. Tenía varas de apoyo de filamentos de carbono y una cubierta exterior de fibra prensada, y estaba diseñada para que se pudiera levantar y plegar con rapidez. Así era el estilo de combate de los Jaguares de Humo.

La capitán estelar Jez Howell se encontraba de pie bajo la lámpara del centro de la cúpula. Frente a ella, cerca del centro de la tienda, se hallaba el comunicador de campo portátil. Trent y Russou entraron y se plantaron frente a ella, separados por aquel dispositivo del tamaño de una maleta.

—Observad —dijo Jez sin más preámbulos, y activó el aparato con un mando a distancia.

La pantalla gris del comunicador mostró la vivida imagen de lo que había sido un edificio. Todo lo que quedaba era la burda silueta de su estructura y un enorme montón de escombros que escupían humo al cielo. Entre los escombros se paseaban obreros y miembros de la casta de científicos con exploradores de mano, palas y otros utensilios.

—Lo que veis son los restos de la Estrella Asalto Alfa de la Binaria Charlie. Estaban durmiendo en su cuartel cuando un camión cargado de explosivos estalló junto a la entrada del complejo. Un mensaje transmitido al puesto de mando planetario por los medios de comunicación locales decía que Matagatos Cinco reivindicaban el atentado.

Russou miró fijamente la imagen y comentó:

—Hemos visto un montón de pintadas de una G tachada con un cinco en numeración romana en toda mi área de patrulla. El apoyo a estas guerrillas parece estar creciendo en lugar de menguar, capitán estelar.

Jez asintió con expresión hosca.

—El coronel estelar Moon ordenó ayer la destrucción de la ciudad de Kimota. Ésta acción ayudará a acabar con el apoyo a esos Matagatos Cinco.

Trent se limitó a menear la cabeza. Más muertes absurdas. Ha llegado el momento de poner fin a este juego… Un juego en el que es obvio que estamos empezando a perder.

Jez se fijó en su gesto y dijo:

—Tienes algo que decir, capitán estelar Trent, ¿quiaf?

Af, capitán estelar —respondió—. Una acción así sólo dará nuevas fuerzas a la resistencia creada por lo que hicimos en Beaver Falls.

—Quizá tienes otra sugerencia, ¿quiaf? Tal vez puedes presentar una alternativa que no sea una falta de respeto a tus superiores.

—Fui educado para luchar contra guerreros, capitán estelar Jez —dijo Trent. Y tú también, aunque pareces haberlo olvidado—. Los líderes de esta guerrilla son militares, aunque nosotros los consideremos simples bandidos. Están llevando a cabo esta campaña de resistencia con precisión y, hasta ahora, la campaña de venganza sólo ha fortalecido su causa. Sin embargo, incluso esta operación de resistencia tiene que atender la realidad militar.

Trent introdujo un pequeño disco óptico en el comunicador. La imagen del edificio destruido desapareció y fue sustituida por un mapa de la región que mostraba todas las características del terreno con un color y detalles idénticos a la realidad. Incluía la ciudad de Warrenton, donde se hallaba el puesto de mando planetario de los Jaguares, así como sus alrededores en un radio de trescientos kilómetros en todas direcciones. Las carreteras eran largas líneas grises, y las ciudades y pueblos aparecían como puntos de un rojo apagado.

—Hemos estado intentando resolver el problema con la fuerza bruta, pero creo que la clave está en localizar sus BattleMechs. Ésos bandidos son MechWarriors. Encuentra sus ’Mechs, y los encontrarás a ellos. Aun mejor: prívalos de sus BattleMechs y los dejarás paralizados para siempre. Sin sus máquinas de guerra, sólo son un puñado de hombres y mujeres contra el más grande de todos los Clanes.

—Trent, hablas como un cadete. Ya hemos pensado en ese plan. Hemos investigado todos los emplazamientos posibles donde los bandidos podrían haber ocultado sus BattleMechs, pero sin ningún éxito.

Trent se permitió esbozar una sonrisa y respondió:

—Ya he leído esos informes, capitán estelar. Pero también he estado leyendo mucho sobre Hyner. Nuestros propios registros indican la posible existencia en este planeta de una antigua base de la Liga Estelar, aunque nunca ha sido encontrada.

Le quitó el mando a distancia de las manos a Jez y apuntó al comunicador. La imagen del mapa cambió ligeramente. Además de las luces rojas que mostraban la ubicación de pueblos y ciudades, apareció una luz amarilla entre la posición actual de su campamento y Warrenton. Parpadeaba como si fuese una señal de aviso.

—Lo que dices parece un acertijo, Trent —dijo Jez—. Ahí es donde crees que se ocultan los Matagatos, ¿quiaf?

—Afirmativo. Creo que hay grandes posibilidades —contestó Trent.

Jez abrió mucho los ojos. Casi le arrancó el mando de las manos a Trent y amplió la escala de la imagen.

—Eso no es más que una ciénaga. ¿Cómo podrían estar ahí sin ser detectados? Habríamos visto sus ’Mechs con nuestros exploradores volantes.

Trent señaló un punto del mapa en la pantalla del comunicador.

—En este lugar había una planta de procesamiento de metano en la época de la Liga Estelar. Suministraba un tercio de la energía utilizada en Hyner antes de que la destruyeran durante las Guerras de Sucesión que siguieron al derrumbamiento de la Liga.

—Entonces estamos hablando de unas ruinas antiguas, ¿quiaf? —Por así decir. A juzgar por lo que he leído en las bases de datos, estas instalaciones tenían enormes sistemas de tubos, muchos de los cuales eran lo bastante grandes para ocultar numerosos BattleMechs. Dado su aislamiento y su proximidad a los sitios donde han sido vistos los ’Mechs de los Matagatos, podría ser un escondite lógico. Si hay alguna zona de ese complejo que se encuentre en estado aceptable, es la única área de la región lo bastante grande para ocultarlos.

Jez escrutó el mapa.

—Y nuestras fuerzas no han buscado en esta área, ¿quiaf? —No lo han hecho. Por lo que he podido averiguar en la base de datos de misiones, no estaba en la lista de búsquedas porque se pudo explorar desde el aire.

—Entonces, los atacaremos para vengarnos de lo que han hecho a nuestros guerreros —declaró Jez con una voz que vibraba de ansias de combatir.

Neg, Jez. Si queremos vencerlos, debemos acecharlos como el Jaguar —dijo Trent—. Mira ese terreno. Sería una lucha feroz; y, aunque sólo cazamos bandidos, morirán guerreros buenos en nuestro intento de destruirlos. Ésos pantanos son un cenegal, y es probable que los Matagatos hayan infestado sus aguas de trampas y artimañas para hacer emboscadas.

—Les pondremos una trampa a ellos, ¿quiaf?

Af. Los tentaremos con algo que no podrán resistir. Un blanco tan rico y tan a su alcance que la tentación de atacar será demasiado grande. Y, como sabemos de dónde vendrán, nuestro ataque será demoledor y definitivo.

Jez miró a Trent con cara inexpresiva.

—Pero dime, ¿qué es eso que resultará tan tentador?

—Para empezar estableceremos pequeños depósitos de armas y municiones. Un convoy que se dirija a uno de ellos puede ser desviado a la carretera que se extiende cerca del pantano. Ésos guerrilleros están condenados a sufrir de carencia de consumibles, por lo que no podrán resistir la tentación de apoderarse de unos suministros que pasarán tan cerca de ellos. Para asegurarnos, haremos correr la voz acerca del contenido del convoy entre las castas inferiores. Si extendemos el rumor en las ciudades más cercanas, como Chinn y Nueva Bethesda, donde ya hemos visto pintadas en apoyo de la guerrilla, seguro que la noticia llegará a sus oídos.

—Todo el tiempo que has pasado con tu sirviente te ha enseñado a pensar como esa escoria de la Esfera Interior —comentó Jez en tono sarcástico—. Pero tal vez tengas razón. Pasaré tu información a mis superiores. Quizá consigas redimirte a los ojos de nuestro comandante en jefe.

* * *

La imagen del coronel estelar Paul Moon se cruzó de brazos con aire desafiante y pensativo a la vez, cuando Jez le explicó el plan a través del comunicador.

—Como puede ver, coronel estelar —dijo—, creo haber localizado a esos bandidos, y el plan que propongo es el mejor anzuelo para atraerlos a campo abierto.

No mencionó que la idea era de Trent, ni tenía la menor intención de hacerlo. Para Jez, las acciones de Trent eran suyas. Al fin y al cabo, se las había presentado a ella…

—En efecto. Pero hay algunos riesgos. Puede utilizar sólo un número mínimo de ’Mechs en esa operación. Si usara una fuerza mayor correría el riesgo de revelar nuestra presencia allí.

—Entendido, coronel estelar. Pienso dirigir la Estrella Alfa en persona.

Neg, capitán estelar. Ésta misión carece de honor. Los guerreros no se rebajan a preparar trucos ni a utilizar cobardes tácticas de emboscada. Puede acompañarlos si lo desea, pero la unidad debe ser dirigida por el capitán estelar Trent.

—¿Trent?

La imagen de Paul Moon sonrió con expresión taimada.

Af. Tal vez esos bandidos me libren de él de una vez por todas. Y, si no lo envían a casa con los Kerensky, por lo menos no mancharemos el honor de buenos guerreros con esta misión.

—Como ordene, coronel estelar —repuso Jez, inclinando un poco la cabeza con respeto.

—Debo felicitarla por esto, Jez. Gracias a usted, puede que los Jaguares nos libremos de los llamados Matagatos.

* * *

Judith estaba a punto de entrar en su tienda cuando vio que Trent se acercaba. Había sido un día muy largo y, aun que ansiaba disfrutar de una noche de sueño, sabía que siempre debía estar al servicio de su amo.

—¿No se va a dormir, capitán estelar? —preguntó.

Trent sonrió casi con timidez.

—Mi búsqueda del depósito de armas de la Liga Estelar ha sido infructuoso, pero mi descubrimiento de la fábrica de metano ha valido la pena. —Judith y él habían hablado en varias ocasiones de sus esfuerzos por localizar la antigua base de la Liga Estelar llamada Castillo Brian—. Ahora tengo la información necesaria para acabar con esos Matagatos.

—¿Será otra expedición punitiva como las de Beaver Falls o Kimota? —inquirió Judith, sin poder ocultar su amargura.

—Ahora que eres una sirviente y miembro del clan de los Jaguares de Flumo, sabes que un guerrero debe cumplir órdenes, Judith. Cualquier orden, todas las órdenes, sean cuales sean. Yo estuve en Beaver Falls. Hice todas las protestas posibles. Pero tuve que cumplir con mi deber.

—¿Qué hay del honor?

—Ten cuidado con tu tono, sirviente —le avisó Trent—. No puedes saber lo que hay en mi corazón sobre estas cuestiones. Yo estuve allí, Judith. Vi morir a inocentes. Fui testigo de lo absurdo de sus muertes. Pero esta vez será diferente. Ésta vez nos enfrentaremos a los propios Matagatos, guerreros contra guerreros. Y, cuando hayamos terminado, ellos habrán sido destruidos y los castigos terminarán.

—No me fío de la capitán estelar Jez —dijo Judith.

—La confianza es algo irrelevante —replicó Trent—. Lo que importa ahora es mi propio honor. El combate que he planeado contra esos bandidos les concede más de lo que se merecen: una oportunidad de luchar y morir como guerreros.

—Oigo sus palabras, pero también sé lo que he oído decir a otros técnicos. Ésa Jez carece de sentimientos y parece sentir un odio eterno hacia usted. He oído hablar de su Juicio de Agravio contra ella en Baker Canyon.

—Fue necesario.

—Sin embargo, eso me dice que ella no se detendrá ante nada para destruirlo.

—Tienes razón, pero hay ocasiones, sirviente, en que debes fiarte de mi intuición e instinto de guerrero. Y ésta es una de esas ocasiones…