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Beaver Falls Hyner

Zona de ocupación de los Jaguares de Humo

7 de diciembre de 3054

Cuando amanecía en Hyner, la escarcha del alba se convirtió al instante en vapor que, como una bruma, se elevaba de los edificios de la pequeña ciudad de Beaver Falls. La Estrella Atacante Beta de Trent entró en una arboleda situada al norte de la ciudad. Entre ellos y la ciudad sólo estaba Ketchum Park. El riachuelo que caía por las rocas de la cascada formaba una escena pastoral, en total contraste con el motivo que había llevado hasta allí a los Jaguares.

Trent apoyó la espalda con gesto rígido en el respaldo de la silla de mando de su Timber Wolf y exploró la ciudad mientras los miembros de la Estrella se colocaban en sus posiciones a su lado. Esperaba que el rumor hubiera llegado de algún modo a oídos de Matagatos Cinco y que salieran de la ciudad con sus BattleMechs para combatir. Tal vez fuesen escoria, pero era mejor luchar contra guerreros inferiores que matar civiles.

Pero no sucedería tal cosa. Los sensores no captaban señales de motores alimentados por fusión. No había BattleMechs, ni tanques, nada que ofreciera a un auténtico guerrero el calor y la excitación de la batalla. Trent recitó para sus adentros muchas líneas de El Recuerdo, con la esperanza de encontrar en aquel solemne poema alguna guía para lo que estaba a punto de hacer. Pero tampoco encontró nada. El Recuerdo celebraba el honor y la gloria de los Clanes, tal como se expresaba en las hazañas de sus guerreros. Y un guerrero sólo podía encontrar esa gloria en combate contra un enemigo honorable: otro guerrero. Pero los nativos de Hyner no eran guerreros. ¿Qué honor podía haber en destruirlos? Sólo eran individuos que habían sido conquistados por los Jaguares de Humo en su feroz ofensiva para ser el clan que conquistara la Tierra. Al recitar en voz alta sus pasajes favoritos de El Recuerdo, que expresaban todo lo mejor y más elevado de los Clanes, Trent sólo se convencía cada vez más de que el ataque contra Beaver Falls era un error. ¿Qué le está pasando a los Jaguares de Humo, a la manera de ser de los Clanes? Miró más allá de la extensión de hierba, hacia la ciudad, y meneó la cabeza. Aquélla villa, pequeña y pacífica, tenía varios siglos de existencia, por lo que había llegado a averiguar. Ahora iba a ser borrada del mapa como si jamás hubiese existido. Peor aún, él iba a ser responsable de ese acto. Todavía hay una oportunidad. Trent conectó su sistema de comunicación en la modalidad de transmisión segura de banda corta y lanzó la señal hacia el Warhawk de Jez, que se encontraba al otro lado de la ciudad. Cuando la línea se estableció, oyó un débil crujido y un silbido, y la voz de Jez no tardó en resonar en sus oídos.

—Estado, Trent.

—Estamos en posición, capitán estelar —contestó—. También estamos en un canal seguro.

—¿Tiene eso alguna relevancia especial?

Trent inspiró hondo y recitó:

—«Y Nicholas acudió a la primera reunión de Khanes para establecer los principios del guerrero. Las guerras habían matado a menudo a inocentes y arruinado sociedades enteras. No debía ser así entre los Clanes. Las guerras debían ser libradas por guerreros, y los inocentes no debían sufrir a manos de los biennacidos».

Se produjo un silencio.

El Recuerdo, pasaje diez, versículo cinco —dijo Jez.

Trent no se sorprendió. Todos los guerreros de los Clanes aprendían El Recuerdo de memoria como parte de su entrenamiento militar y moral. Lo que le impresionó fue que Jez no parecía preocupada de que aquellas palabras sagradas contradijeran las acciones que iban a realizar.

—Te ruego que canceles esta misión. Matar inocentes no es digno de un guerrero.

—Puede que tengas razón, Trent, pero escucha mis palabras: vamos a ejecutar las órdenes del coronel estelar Moon.

La voz de Jez sonó firme, pero a Trent le costó reconocer el tono de su antigua enemiga. Mi cita de El Recuerdo la ha afectado.

—¿Por qué, Jez?

—Somos Jaguares de Humo —replicó—. Y los guerreros deben respetar la cadena de mando. Cuando nos dan órdenes, obedecemos. El coronel estelar Moon me explicó que las órdenes procedían de lo más alto, del propio Khan Lincoln Osis. Nosotros no desafiamos las órdenes. Somos guerreros, y tenemos una obligación de sangre de servir al Jaguar. Esto no me gusta más que a ti, pero somos distintos. Yo entiendo mi lugar en el clan, mientras que tú lo pones en tela de juicio. Tú te consideras como algo más de lo que eres.

Su tono tranquilo y razonado pilló desprevenido a Trent, pues esperaba sus habituales improperios. Tenía razón: él ponía en cuestión la autoridad del clan. Pero no podía evitarlo. Algo en su interior le decía que aquello no era lo correcto.

—No creo que un guerrero sólo exista para obedecer órdenes. Ni creo tampoco que los grandes Kerensky aprobaran una matanza de inocentes. Ésta acción nos convierte en robots sin mente propia. Sabes que está mal tanto como yo.

Neg. Mi misión es servir. La palabra de mi jefe es la palabra del clan, del propio Jaguar. Nuestros líderes sólo piensan en el bien del clan. Tú luchas contra el estilo de vida de nuestro pueblo, mientras que yo trabajo según los preceptos de nuestras ideas y tradiciones. Por eso tengo un Nombre de Sangre. Pero tú permanecerás sin nombre, como alguien que no será recordado, alguien cuyo legado genético nunca formará parte del depósito genético sagrado para crear nuevos y mejores guerreros.

Trent soportó sus palabras, a pesar de que le herían el alma.

—La sangre de los inocentes caerá sobre tu cabeza, Jez —le advirtió.

—Así sea, Trent. Si te niegas a obedecer, ordenaré a las otras Estrellas que están bajo mi mando que abran fuego contra ti. Tienes tus órdenes y debes cumplirlas.

Antes de que Trent pudiese replicar, ella conmutó a un canal de banda ancha que transmitía sus órdenes a todos los BattleMechs de la Trinaría.

—Guerreros de los Jaguares de Humo, los residentes de esta población han prestado ayuda y medios a los bandidos que atacaron a nuestro clan y mataron a nuestros guerreros. Ya es bastante desgracia que sean escoria, pero además son cobardes. Se niegan a salir a campo abierto y enfrentarse a nosotros cara a cara.

»Por orden del coronel estelar Paul Moon, este pueblo debe ser arrasado. No debe haber supervivientes. Todos los edificios deben ser destruidos. No dejéis a nadie con vida que permita recordar que existió este lugar. Unas holoimágenes de este ataque serán emitidas a todo el planeta, para que todos los habitantes de Hyner sepan el precio de alzarse contra los Jaguares de Humo. ¡Al ataque!

Trent miró su pantalla secundaria. Sus hombres debían esperar su orden de confirmación antes de abrir fuego. Al otro extremo de Beaver Falls, la Estrella de Jez empezó a disparar. El retumbar de los misiles y las ráfagas de cañón automático alteraron la quietud de la mañana. Un brillante fogonazo iluminó la ciudad, delineando la silueta de los edificios que eran los blancos de Trent. La Estrella de Russou también abrió fuego, atacando la ciudad al sur de la posición de Trent.

Trent quiso atacar a los otros Jaguares de Humo en lugar de disparar a los inocentes habitantes de Beaver Falls, pero sabía que sus tropas no podían hacerlo, aunque compartiesen el conflicto que le desgarraba el espíritu. Trent, en definitiva, sabía que ningún grupo de guerreros podía alzarse frente al clan desde su interior. No, sólo un guerrero solitario podía hacerlo. Pero éste no era el momento.

—Estrella Atacante Beta, obedeced la orden —transmitió a través del micrófono de su neurocasco.

Los OmniMechs de su unidad abrieron fuego y empezaron a avanzar hacia Beaver Falls. Styx y Lior se hallaban al frente, sembrando la destrucción con sus misiles de corto alcance. Los dos edificios a los que acertaron se derrumbaron, y grandes llamaradas se alzaron al cielo. Trent avanzó, cruzó el río y entró en el parque, mientras que el Mad Dog de Ansel lo seguía. Los dos afustes de misiles del Dog lanzaron una mortífera andanada que acertó en un almacén lejano.

Trent se dio cuenta de que era el único que no estaba disparando y sintió la tentación de mantenerse así; sin embargo, sabía que con ello provocaba una pérdida de honor aun mayor que la que se había arriesgado a sufrir al tratar de convencer a Jez de que no lanzara el ataque. Pero una parte tozuda de su ser se negaba a permitirle participar por completo en aquella destrucción absurda. De forma deliberada, centró el punto de mira en un edificio ya destruido que escupía llamas al cielo de la mañana tras haber sido bombardeado por el Hellbringer de Laurel.

Trent disparó sus armas… Todas ellas.

Sus misiles y ráfagas de cañón automático sólo avivaron el fuego en el edificio destruido. Sintió un leve aumento de calor en la carlinga y oyó el sonido de la carga de munición adicional. No esperó, sino que disparó de nuevo, esta vez imaginándose que las imágenes de Jez y el coronel estelar Moon estaban en su punto de mira. Una vez más, se produjo una tremenda explosión de muerte y destrucción en la desvencijada estructura, que afectó a otro edificio cercano y lo hizo arder. En aquel momento supo que, una vez que la tormenta de muerte se había iniciado, no había forma de controlarla. Incluso sus esfuerzos de no causar más daños, en realidad, la habían extendido. Así es la guerra…

De pronto, vio una imagen borrosa en medio del infierno que los Jaguares de Humo habían desencadenado en Beaver Falls. Era una imagen que puso enfermo a Trent. Un grupo de personas, probablemente una familia, salió de entre las llamas y las explosiones y corrió hacia el parque donde se encontraban Trent y su Estrella.

Trent sabía pocas cosas de las familias. Los biennacidos ignoraban aquellas cosas, aunque sabía que formaban parte de la realidad social de los librenacidos. Tal vez pudiese entender el concepto, pero su significado estaba más allá de su imaginación. No obstante, algo se conmovió en su corazón al ver a aquel hombre, aquella mujer y tres niños. Debían de pensar que se habían salvado del fuego y las explosiones, pero entonces se detuvieron. Lo que los amenazaba ahora eran cinco de las gigantescas máquinas de guerra que eran responsables de la destrucción de sus hogares y de la muerte de sus amigos.

Hicieron el gesto de huir, pero no tuvieron ninguna oportunidad. Lior puso en cuclillas su Cauldron-Born y se preparó para disparar. Trent abrió la boca para darle la orden de no hacerlo, pero era demasiado tarde. Lior disparó con todas sus armas. Las ráfagas del cañón antipersonas desgarraron el verde terreno del parque, y los misiles volaron hacia la familia. Se produjo un brillante fogonazo, seguido de una gruesa columna de humo blanco que se elevó al cielo azul. Todo lo que quedó fue un cráter humeante, y el recuerdo de cinco personas se esfumó en un instante. La imagen quedó grabada en la mente de Trent durante toda su vida.

Lior era miembro de su Estrella, uno de sus guerreros. Según la normativa del clan, era como si el propio Trent hubiese activado el sistema de puntería y disparado el gatillo. Lior no iba a sentir remordimientos por ello; apuntó a otro edificio, uno bastante alto, probablemente un silo, y volvió a disparar.

Trent no disparó por unos momentos y redujo la marcha del Timber Wolf a un andar lento mientras contemplaba cómo moría la ciudad de Beaver Falls ante sus ojos. Edificio a edificio, vida a vida, todo lo que componía la pequeña población estaba desapareciendo de la superficie del planeta. En unas pocas décadas, no quedaría ningún recuerdo de este lugar; las instancias de mando de los Jaguares de Humo se encargarían de ello. Éstas vidas están sobre mis hombros. Su sangre es la mía. Unos inocentes desarmados… Una acción tan inútil removería a Nicholas Kerensky en su tumba. Ésta no es la clase de guerra para la que me criaron. No es la clase de guerra para la que nací.