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Centro de Mando Planetario de los Jaguares de Humo
Warrenton, Hyner
Zona de ocupación de los Jaguares de Humo
1 de diciembre de 3054
Todo el cuerpo de Joseph se arqueó sobre la mesa del laboratorio cuando el interrogador aumentó la neuroalimentación desde la unidad que estaba junto a la pared. Sus gritos no llegaron a ningún sitio, absorbidos por el diseño especial de los muros. Las mortecinas luces, que también formaban parte del proceso interrogatorio, estaban controladas por la unidad de neuroestimulación que cubría toda una pared. Otro muro estaba cubierto en sus cinco metros de longitud por un espejo de imagen borrosa. El miembro de la casta científica contempló de forma igualmente desapasionada al sujeto de experimentación y las numerosas pantallas, que le indicaban con exactitud el tipo de dolor que le inflingía y si las angustiosas respuestas del hombre eran sinceras y completas.
Desde detrás del espejo, el coronel estelar Paul Moon observaba con Jez Howell y Trent los estertores de agonía que sufría Joseph con cada oleada de estimulación nerviosa. Trent nunca había visto antes un interrogatorio neuroquímico, pero sabía que era eficaz. Jez, cuyo rostro todavía mostraba los morados hematomas de su lucha con Trent, parecía animarse con la tortura del delator. Paul Moon también parecía disfrutar con su agonía.
Trent apartó la mirada de la escena y preguntó:
—¿Qué han averiguado de este hombre, coronel estelar?
Paul Moon siguió mirando a Joseph, cuyo cuerpo volvió a intentar liberarse de las correas que lo sujetaban a la blanca camilla, pero respondió:
—Éste Joseph estuvo colaborando todo el tiempo con la guerrilla. La información que nos dio tenía que ser un anzuelo que nos atrajera a la trampa de los Matagatos. Todo esto ya lo sabía, pensó Trent.
—¿Han podido averiguar algo más?
El coronel estelar observó cómo el técnico administraba otra oleada de dolor. Los ahogados gritos de Joseph, aunque no se oían en absoluto al otro lado del cristal, parecían llegar hasta Trent.
—Éste librenacido sólo ha podido identificar a los que estaban en su célula. Los están buscando, pero hasta ahora han logrado evitar nuestros intentos de localizarlos.
—Pudimos capturar a un piloto tras su lamentable intentona de tendernos una emboscada —añadió Jez—. Cuando Russou lo encontró, estaba a punto de morir. Ése bandido, que tuvo la audacia de pilotar un BattleMech contra los Jaguares de Humo, reveló información mucho más útil antes de morir: dijo el nombre de una de las ciudades que los llamados Matagatos Cinco utilizan como base. El seguimiento que hicimos de los dos Matagatos supervivientes confirmó esta información.
Paul Moon se acercó al cristal y activó su comunicador de muñeca. El dispositivo estaba conectado al sistema de comunicaciones interno y le permitía transmitir órdenes a casi cualquier persona que estaba bajo su mando.
—Técnico Rubin, ¿hay algún indicio de que este Joseph todavía esté ocultando información?
La tech se dirigió a la hilera de pantallas que cubrían uno de los muros de la habitación contigua. Sus dedos bailaron sobre los tres teclados, y los monitores empezaron a mostrar datos y gráficos en medio de una cascada de colores y luces parpadeantes. Tras ajustarse dos veces sus gruesas gafas para leer la información visualizada en las pantallas.
—Negativo, coronel estelar Moon. No hay señales de que quede nada más. Existe un noventa y ocho por ciento de probabilidades de que hayamos obtenido de él todos los datos posibles.
Moon sonrió y sólo miró fugazmente a Trent antes de decir en voz baja:
—Muy bien. Elimínelo, tech Rubin. ¡Ah, Rubin…!
—¿Sí, coronel estelar?
—Hágalo poco a poco.
La tech quedó muda por unos segundos, contemplando el espejo de la pared que tenía enfrente, y luego dio media vuelta. Giró dos botones, y el cuerpo de Joseph volvió a retorcerse mientras intentaba de nuevo resistir las oleadas de neuroenergía que eran enviadas a su cerebro. El cuerpo saltó, en un intento de luchar físicamente contra ellas. Tenía la boca abierta para gritar, pero ningún sonido llegó a oídos de Trent. Una mancha húmeda apareció en las ingles de Joseph al perder el control de la orina. Su cuerpo empezó a temblar de forma más rápida. Trent vio su cara cuando el hombre se volvió hacia el espejo: todos los músculos de su rostro estaban tensos y parecían a punto de saltar de su cráneo. Joseph, aquel aspirante a luchador por la libertad, vomitó al intentar en vano escapar por última vez. Giró la cabeza y escupió al aire. Entonces acabó todo, Joseph había muerto entre la sobredosis nerviosa y la asfixia producida por sus propios vómitos.
Paul Moon se apartó de la pared de cristal y se volvió hacia Trent.
—Matagatos Cinco, esa maldita plaga, parece estar oculta en un lugar próximo a su campamento, capitán estelar Trent. Según la información obtenida, utilizan Beaver Falls como su base y esconden los Mechs en las ruinas de la ciudad de Quantico.
Trent conocía bien aquellas ruinas. Las había explorado mientras establecía su mando. En la era de la Liga Estelar, Quantico había sido una populosa metrópolis, la segunda ciudad más grande de Hyner. Había leído en los informes que fue destruida durante la Primera Guerra de Sucesión, víctima de un ataque de la Mancomunidad de Lira. Ahora sólo quedaban ruinas y montañas de escombros de lo que habían sido rascacielos y otros edificios. Era un lugar donde resultaba razonable esconder unos BattleMechs.
—Entonces, prepararemos un ataque a esas ruinas —dijo Trent, lleno de confianza—. Conozco el terreno. Déme unas horas y podré preparar un plan de batalla digno del Jaguar.
—Neg —replicó Moon, cruzando sus gruesos y musculosos brazos—. Es obvio que esas guerrillas no habrían podido actuar durante tanto tiempo sin el apoyo de la población local. Esto me tiene consternado. Hemos venido a liberar a esos bárbaros y, en cambio, ellos levantan con ira los puños contra nosotros. El Jaguar ofrece paz y protección a las poblaciones locales.
»No habrá ningún ataque a Quantico —añadió—. Aún no. En lugar de ello, acabaremos con el apoyo a los rebeldes. Sin el soporte de la población nativa, su actividad irá menguando poco a poco. Por consiguiente, capitán estelar Howell, lleve su Trinaría a Beaver Falls y arrase la población. No quiero que deje ni un edificio intacto. Aplástelos bajo los pies de sus ’Mechs. Mate a todos y cada uno de sus habitantes.
Trent sintió que el corazón le saltaba en el pecho. Los Jaguares de Humo eran famosos por su rapidez a la hora de aplastar levantamientos locales, pero no se había realizado ninguna operación tan radical desde el ataque a la ciudad de Edo, en Turtle Bay. Hohiro Kurita había conseguido huir de la prisión que había allí, y la población local organizó una pequeña rebelión. Los Jaguares de Humo resolvieron el problema adhiriéndose de manera estricta a la mentalidad del partido de los Cruzados. Siguiendo una cita de El Recuerdo, ordenaron que la nave insignia, la Sabré Cat, destruyese la ciudad. El bombardeo planetario mató a más de un millón de personas e hizo literalmente que hirvieran las aguas del río Sawagashii. Los que consiguieron sobrevivir murieron bajo los láseres y las bombas de las fuerzas terrestres.
La masacre tuvo dos consecuencias: la primera fue que la rebelión de Edo cesó; el otro resultado, sin embargo, fue que algunos de los otros Clanes sancionaron a los Jaguares en el Gran Consejo. La práctica de arrasar poblaciones y matar a civiles había terminado. Trent oyó rumores de que aquello estaba ocurriendo en otros lugares, pero ésta era la primera vez que oía directamente estas órdenes.
Los Jaguares eran un clan de Cruzados. Se contaban entre quienes habían presionado para emprender la invasión de la Esfera Interior y restaurar la antigua Liga Estelar. Trent siempre se había considerado un Cruzado antes que un Guardián. Mientras que los Cruzados apoyaban la invasión, los Guardianes creían que el papel de los Clanes era el de proteger la Esfera Interior. Ambos tenían «pruebas» en favor de sus posiciones en citas de El Recuerdo y en los escritos de Nicholas Kerensky, el fundador de los Clanes varios siglos atrás.
Por primera vez en su vida, Trent puso en tela de juicio la posición de los Cruzados.
Jez, en cambio, no parecía en absoluto sorprendida por la orden.
—Se hará según sus instrucciones, coronel estelar —repuso.
—¿Me permite hablar, coronel estelar? —preguntó Trent, todavía aturdido por la orden que había recibido.
—Adelante —dijo Paul Moon, mirándolo con frialdad.
—Señor, esta acción parece extrema. Las acciones de la guerrilla en este planeta han sido, en el peor de los casos, pequeños contratiempos. Apenas han conseguido causarnos algunos daños. Tal vez deberíamos concentrarnos en atacar directamente a los Matagatos, en vez de a los civiles.
—Si no les rompemos el pescuezo ahora —respondió Paul Moon, meneando la cabeza—, corremos el riesgo de que esta rebelión se extienda por todo Hyner como un virus.
—Que yo sepa —replicó Trent—, sólo una vez hemos tomado esta clase de medidas. Sí, funcionó en Edo. Pero es fácil que salga el tiro por la culata. Hágalo, y puede avivar la llama de la rebelión creando mártires de la causa de los Matagatos.
—Mantengo mi orden —contestó Moon—. Preparen sus fuerzas y ejecuten la orden al pie de la letra. Nada ni nadie debe escapar con vida de Beaver Falls.
Por su tono de voz, Trent comprendió que no iba a escuchar ningún argumento más. Había tomado su decisión; probablemente ya lo había hecho incluso antes de que Trent llegara a la reunión. Miró a Jez y vio su sonrisa sarcástica. Presintió que ella estaba saboreando la situación, del mismo modo que había disfrutado viendo cómo torturaban a Joseph. Esto sólo confirmó su creencia de que la mente de Jez era retorcida, enferma.
* * *
El enorme hangar de ’Mechs del Centro de Mando Planetario bullía de actividad cuando entró Trent. Pasó junto a media docena de BattleMechs antes de llegar al lugar donde estaba estacionado su Timber Wolf. Judith y el maestro técnico Phillip se hallaban delante del ’Mech.
Cuando se aproximó, Judith lo saludó con un movimiento de cabeza, pero era evidente que Phillip estaba incómodo con él.
—Capitán estelar, ¿puedo ayudarlo en algo?
—He venido a hablar con mi sirviente.
—Estamos configurando su ’Mech por orden de su oficial superior —replicó Phillip, casi en tono desafiante—. Me temo que Judith va a estar muy atareada.
Trent no estaba de humor para discutir con aquel hombre. Había oído lo suficiente de labios de Judith para saber que la estaba agrediendo verbal y físicamente de manera constante.
—Soy un guerrero biennacido, tech —dijo, subrayando la última palabra—. Lo que tenga en mente puede esperar hasta que yo haya acabado de hablar con ella.
Había un matiz agresivo en su tono de voz. Nunca podría olvidar que era muy probable que Phillip fuese el único responsable de su fracaso en la Gran Contienda.
—Como desee, capitán estelar —repuso Phillip, enrojeciendo por la reprensión, y se alejó.
—Capitán estelar… —dijo Judith, inclinando la cabeza.
Trent la tomó de un brazo y la acercó a las enormes patas del Timber Wolf donde nadie del hangar pudiese oírlos.
—Hay que enseñar a este Phillip cuál es su lugar —dijo.
—Hoy, usted se ha ganado sus iras —comentó Judith, esbozando una sonrisa.
—Algún día, puede que le cause algo más, pero por ahora, me conformo con su cólera.
—El Timber Wolf está, listo, salvo el intercambio de afustes de armas —dijo Judith—. Las reparaciones de los otros ’Mechs de la Estrella casi han terminado. He observado que usted ha solicitado el cambio a una mayoría de armas de corto alcance. Supongo que nos preparamos para una campaña corta.
Trent asintió con la cabeza y contempló la máquina de guerra de diez metros de altura, cuyo volumen empequeñecía a ambos. Entonces recordó las órdenes que había recibido.
—Sí —dijo en tono abstraído, con la mirada ausente—. Nuestra misión será breve.
Judith lo escrutó con curiosidad.
—¿Pasa algo, capitán estelar? ¿Hay alguna otra manera en que pueda ayudarlo, quiaf?
Trent la observó durante unos instantes antes de hablar.
—Por nuestras charlas, sé que compartes mi interés por la historia. En los próximos días vamos a tomar parte en ella. Pero no estoy seguro de que sea una hazaña que desee grabarme en la muñeca —dijo, girando el brazalete con su códex mientras hablaba.
—Fui guerrera —repuso Judith—. Hay ocasiones en que resulta difícil obedecer órdenes.
—Sí —contestó Trent, explorando el hangar para asegurarse de que nadie podía escucharlos—. Tal vez algunas órdenes no deberían darse nunca. Estoy seguro de que has oído hablar de la acción de los Jaguares de Humo en Turtle Bay.
Judith asintió con gesto compungido.
—Incluso según las normas de los Clanes, fue una acción extrema —dijo la mujer—. Fue un acto que conmovió la Esfera Interior y, desde luego, tuvo el efecto de desanimar otras rebeliones en los planetas ocupados por los Clanes. —Su rostro se fue tensando mientras hablaba; entonces Trent vio que había comprendido lo que le estaba insinuando—. ¿Vamos a hacer lo mismo aquí?
Trent no tuvo que contestar. Ella pareció leer la respuesta en su cara.
—Capitán estelar, con su permiso —dijo Judith—, en lugar de aplastar a Matagatos Cinco, semejante acción tiene el riesgo de aumentar el apoyo a la guerrilla.
—Af. Pero nuestros líderes creen que es la única manera de destruir ese apoyo.
—¿Y usted va a tomar parte en eso?
—Me han dado órdenes —contestó Trent, pero se sentía… culpable. Sí, ésa es la palabra. Era una emoción nueva y extraña.
—Hace unos días, se negó a obedecer a Jez —comentó Judith. A Trent le sorprendió que una sirviente estuviera al corriente de su combate en el Círculo de Iguales con Jez—. ¿No puede exigir un Juicio de Rechazo semejante, quineg?
—No. Algo así supondría mi fin como Jaguar de Humo. Sería etiquetado como Guardián, una oveja en medio de una manada de lobos. Y, aunque venciera, la orden sería ejecutada por otro guerrero que sí obedecería.
—Entonces, ¿no hay nada que hacer? —preguntó Judith.
—Al menos, por ahora. El estilo de los Clanes es que cada persona cumpla con su cometido por el bien de todos. Mi papel es el de guerrero. Fui engendrado y creado para hacer una sola cosa. Y un buen guerrero obedece órdenes.
Judith alargó una mano y vaciló por un momento antes de apoyarla en el hombro de Trent, en un gesto de camaradería.
—Hace más de dos años que estoy entre los Jaguares de Humo —dijo—. Sé que el estilo de los Jaguares y de los Clanes es distinto de la sociedad en la que yo nací. También sé que usted es más que un buen guerrero, no importa el criterio que se le aplique. Y lo respeto por no seguir ciegamente las órdenes. Por lo que he oído, la batalla de Baker Canyon lo demuestra. Es lo que hace que sea quien usted es. Es lo que lo convierte en algo más que mi amo. Si me lo permite, me sentiría orgullosa de llamarlo amigo. Sea cual sea el camino que siga, iré con usted. Más que un guerrero… Trent no pudo olvidar estas palabras. Unas palabras que parecieron arder en su cerebro toda la noche mientras yacía en su catre sin poder dormir.