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Centro de Mando Planetario de los Jaguares de Humo
Warrenton, Hyner
Zona de ocupación de los Jaguares de Humo
11 de noviembre de 3054
Jez se encontraba de pie junto al escritorio del coronel estelar Paul Moon en la rígida postura de firmes, mientras el otro hombre entraba en el pequeño despacho. Incluso sentado ante su escritorio, el enorme Elemental que estaba al frente de los Jinetes de las Tormentas tenía casi la misma altura que Jez. Ella le lanzó una rápida mirada y vio que su expresión no era sólo fría, sino amenazadora, como si estuviera amenazando con la muerte a aquel hombre simplemente si decía una palabra fuera de lugar.
El hombre tenía cabellos negros y cortos y rasgos orientales. Llevaba la ropa de un simple obrero, una camisa amplia de color marrón y unos pantalones de trabajo verdes, típicos de los trabajadores de las fábricas de Warrenton. En el ambiente flotaba un fuerte olor, no el sudor típico de un guerrero, sino el hedor a suciedad, a sudor y a basura de callejón. El hombre observó la única silla de la habitación, probablemente preguntándose si era adecuado sentarse ante el coronel estelar o era mejor seguir de pie. Optó por quedarse de pie.
—Usted es el obrero Joseph, ¿quiaf? —preguntó la capitán estelar Jez.
El hombre asintió con gesto nervioso.
—Sí, eh… af, señor.
—El oficial de guardia me ha comunicado que dispone de información útil para nosotros, en relación con el grupo terrorista conocido como Matagatos Cinco —resonó la profunda voz de Paul Moon, como un trueno.
—Sé dónde están operando, al menos en los últimos días —dijo el hombre.
—¿Y cómo puedes saberlo? —intervino Jez—. Tal vez porque colaboras con ellos, ¿quiaf?
—No, no, eso no es verdad —protestó el hombre, agitando las manos como si quisiera ahuyentar sus sospechas—. No. Conozco a uno de ellos. Nos conocimos cuando el Segundo de Arkab estaba estacionado aquí. Es un hombre malvado. Mató a un amigo mío en una pelea de bar justo antes de la llegada de ustedes. Lo vi e hice algunas averiguaciones. Es uno de ellos, que de algún modo consiguió huir de ustedes cuando el resto de su unidad se marchó del sistema. Hice algunas preguntas a la gente adecuada, que me dijeron el lugar que usan él y su grupo como base.
—¿Y dónde puede estar ese lugar? —quiso saber Jez.
—Al norte de la cañada donde ustedes ya los vencieron antes. Hay un cañón en la región de las montañas, a unos setenta y cinco kilómetros al norte. El y sus amigos están allí. Están usando una mina abandonada para esconder sus ’Mechs. Los guardan en los túneles, donde no podéis verlos.
—¿Cuál es su número? —preguntó Paul Moon.
—Dos lanzas, eh… ocho ’Mechs, señor —contestó el hombre, que todavía estaba visiblemente nervioso—. Por lo que me han dicho, será difícil llegar hasta ellos. Ésas minas se adentran bastante en la montaña.
—Puede señalar el lugar en un mapa, ¿quiaf? —preguntó Jez.
—Sí, señor… quiero decir, señora.
Paul Moon miró a Jez, quien esbozó una sonrisa satisfecha. Moon se levantó de la silla cuan alto era y dominó el pequeño despacho con su corpulencia. Su cuerpo tapó incluso la luz del sol que entraba por la ventana, y proyectó su sombra sobre el obrero Joseph.
—¿Por qué ha venido voluntariamente a darnos esta información?
—No me gusta ese tipo que está con ellos. Como le he dicho, mató a un amigo mío.
—De modo que lo hace por venganza, ¿quiaf? —preguntó Moon, bajando la mirada e inclinando la cabeza hacia adelante.
—Sí, eh… afirmativo. Además, pensé que podían dar una especie de recompensa por la información.
—¿Recompensa? —repitió Jez—. Todavía no nos ha entendido, pese a que ya hace algún tiempo que controlamos su planeta. No damos premios a quienes tienen una obligación hacia el Clan.
—Pero yo… —empezó a decir Joseph; Paul Moon lo interrumpió.
—La capitán estelar Jez investigará lo que usted ha explicado. Entretanto, permanecerá aquí.
—No, eh… no lo entiendo, coronel estelar. ¿Por qué debo quedarme aquí?
Moon inclinó la cabeza y miró al otro hombre desde su descomunal altura.
—Si es una trampa, Joseph —explicó—, descubrirá que el Jaguar de Humo exige un precio muy alto por la traición.
* * *
Trent se hallaba junto a la plataforma móvil de reparaciones en el campamento donde él y su Estrella tenía su base provisional. El lugar hervía de actividad, en su mayor parte guerreros que preparaban medidas de seguridad, sensores de movimiento y de seísmos, y que ajustaban sus tiendas de campaña para pasar la noche. Judith miró a su amo y vio que, bajo la débil luz del crepúsculo, su ojo reforzado mecánicamente emitía un tenue resplandor rojizo desde los controles de circuitos que estaban en la parte posterior de la cuenca. Durante todo el tiempo que conocía a Trent, sólo una vez se había fijado en aquel brillo. Ahora era una imagen fantasmagórica, casi amenazadora.
—Acabo de regresar del Mando Planetario —dijo Trent—. Un miembro de la casta de obreros se ha presentado voluntario para indicar la localización de la base rebelde. Está a cierta distancia de aquí, oculta en una antigua mina abierta en un cañón. La capitán estelar Jez Howell nos ha ordenado a Russou y a mí controlar el área y destruir a las fuerzas enemigas.
—Esto va deprisa —comentó Judith mientras se limpiaba el lubricante de las manos—. Tal vez demasiado deprisa, ¿quiaf? Trent asintió lentamente.
—Estaba pensando lo mismo. La guerra de guerrillas es ajena a la mentalidad de los Clanes, pero creo que he llegado a entender cómo la entiende la gente de la Esfera Interior. Hace poco que el clan de los Jaguares de Humo controla este planeta. Es raro que un nativo de Hyner ofrezca voluntariamente esta información a los jefes de la fuerza invasora.
Judith sonrió, pero no respondió. Trent inclinó la cabeza y la miró como si intentase descifrar su expresión.
—Me estás sonriendo, Judith. ¿Por qué?
—No deseo traspasar los límites de mi estado, capitán estelar, pero debo hablar. En su lugar, no me fiaría de esa información. Un cañón, minas… Todo huele a una trampa.
—Sí, así es —asintió Trent—. El ataque contra Russou y contra mí fue planificado y coordinado.
—Una acción así no debería realizarse a la ligera —agregó Judith—. No es probable que quienes prepararon con tanto cuidado una trampa para matar a dos oficiales tengan un elemento tan débil en su grupo… que se presenta voluntario para delatarlos.
Trent tuvo la impresión de que había expresado sus propias ideas al respecto. Aquél era el problema con Jez e incluso con el coronel estelar Moon: no sabían pensar como sus enemigos. Todo lo enfocaban desde la perspectiva de los Clanes. Él también había sido así, pero Tukayyid lo había cambiado. Desde Tukayyid, he sido tratado como un paria. A nadie le importa lo que realmente sucedió allí entre Jez y yo. Tal vez ahora pueda demostrar mi verdadera valía al clan… otra vez.
—No pienses que, porque somos los Clanes, somos demasiado rígidos. Veo los indicios de una trampa aunque mis superiores no los vean. He luchado el tiempo suficiente contra los ejércitos de la Esfera Interior para ver cómo hacen la guerra. Dada nuestra limitación de recursos, es la clase de batalla que lucharía si fuese uno de esos guerrilleros. Una batalla en mis propios términos, en el terreno que yo he elegido.
—Tendré su OmniMech listo para el combate, señor.
Trent se sentó en su tienda, bajo la débil luz del farol, y conectó el videófono portátil a un generador. El videófono era pequeño y compacto, pero le permitía enviar un mensaje personal a su jefe.
Ajustó los controles del disco y activó el interruptor que estaba en un lado del proyector, que transmitiría su señal a la dirección que ya había introducido: el despacho de la capitán estelar Jez en el Mando Planetario. La pantalla se encendió y vio la figura de Jez sentada tras su escritorio.
—Capitán estelar Trent —dijo, casi con coquetería—. ¿A qué debo el placer de esta comunicación?
—He preparado mi Estrella para enlazar mañana con la Estrella de Asalto Charlie —dijo Trent. Sabía que a Jez no le gustaría hablar de una posible emboscada, teniendo en cuenta su pasado.
—Bien. Me reuniré con vosotros en el cañón para supervisar las operaciones.
Trent hizo una pausa, inspiró hondo y dijo:
—He revisado los mapas del área y la información suministrada por su contacto en Warrenton, capitán estelar Howell. También he hablado con mi sirviente, una persona con experiencia en las tácticas de la Esfera Interior. Como resultado de todo ello, creo que tal vez estamos llevando nuestras fuerzas a una emboscada.
Jez se cruzó de brazos y lo miró con expresión furiosa durante cinco segundos antes de hablar.
—¿Es todo? —preguntó por fin.
—Afirmativo, Jez. Teniendo en cuenta el terreno y tu fuente de información, me parece una trampa y vamos derechos hacia ella.
—¿Y das más credibilidad a una técnica que a mí, una guerrera biennacida y con Nombre de Sangre?
Su mención del Nombre de Sangre era una puñalada directa a Trent. Éste notó que enrojecía, una sensación irritante en la zona de su cara que tenía cubierta de piel sintética.
—He llegado a confiar en Judith, sea sirviente o no. Mira los mapas y piensa cómo has obtenido la información. Es una trampa.
—Entonces, tendrás que ir con cuidado, capitán estelar —replicó Jez, esbozando una sonrisa.
—No vas a abortar la misión, ¿quineg?
—Neg, no lo haré. Eres un guerrero de los Jaguares de Humo. Ellos son unos bandidos. Tus órdenes son aplastarlos o morir en el intento. En cualquier caso, Jez gana, pensó Trent.
—Podría desafiarte por esto, Jez —dijo en tono gélido—. Ya te he vencido antes en un Círculo de Iguales.
Ambos se habían enfrentado varias veces a lo largo de su vida, dentro y fuera del sibko, y Trent la había vencido siempre.
—Af, puedes desafiarme, pero esta orden procede directamente del coronel estelar Moon. Si te enfrentas a él en combate mano a mano, te aplastará simplemente para eliminarte como si fueses una mancha en su lista de guardias.
Trent asintió despacio. Había nacido y se había educado en el modo de vida de los Clanes, pero todo lo que lo había formado e impulsado en la vida parecía volverse contra él. ¿Cómo podía fallarle una forma de vivir que había aceptado sin cuestionarla, justo cuando más la necesitaba? Se sobrepuso a un sentimiento pasajero de traición.
—Muy bien, capitán estelar Howell —dijo—. Nos veremos pronto. Juntos comprobaremos si ordenas a un grupo de excelentes guerreros que vayan a morir.
Alargó la mano y apagó el control del videófono. Cuando desapareció la imagen de Jez, Trent siguió sentado en la penumbra, sumido en sus propios pensamientos. Miró el brazalete del códex que llevaba en la muñeca izquierda, que estaba hecho con su carne y su sangre.
El códex era la vida de un guerrero. La EPROM que había en su interior contenía un registro de la firma genética, del ADN del guerrero que lo llevaba, así como toda su hoja de servicios. En toda su vida, Trent sólo se había quitado aquel brazalete para que lo actualizaran. Al contemplarlo ahora, reflexionó sobre su vida.
Era un guerrero diestro y su hoja lo demostraba. Incluso en Tukayyid, cuando con toda seguridad debería haber muerto, Trent consiguió resistir. Por haber sobrevivido a un fracaso, ahora tenía una mancha en su historial. Una mancha no reflejada en su códex, pero que aparecía en los susurros y en las miradas de soslayo de sus compañeros.
Nicholas Kerensky, el fundador de los Clanes, había imaginado una sociedad en la que sólo los guerreros entraban en combate y las reglas de la guerra eran honradas por todos, donde la verdad y la justicia eran puestas a prueba en el campo de batalla. Lo correcto y lo erróneo estaba muy claro y era determinado por el poder demostrado en los juicios de combate. ¿Cómo podía conciliar esta visión con la manera en que su coronel estelar y su oficial jefe lo trataban? No importaba lo que demostrase: siempre lo consideraban un inútil. Parecían actuar según otro código de conducta que era desconocido para Trent. Ni siquiera podía imaginar qué código era, pero descubrió que los odiaba por cometer aquella aberración, aquella desviación de aquello que debían ser los Clanes. ¿Nos hemos apartado de la visión que guió a Nicholas Kerensky cuando forjó nuestro superior estilo de vida? Con aquella idea en la cabeza, alargó la mano y apagó la luz de la tienda. Ésta noche no pensaría más en ello. Era mejor dejar algunas preguntas sin respuesta…