7
Beaver Falls
Hyner
Zona de ocupación de los Jaguares de Humo
10 de noviembre de 3054
Beaver Falls era una pequeña y tranquila aldea a unos cincuenta kilómetros al sudoeste de Warrenton. Aunque era una población diminuta y aislada, era una especie de encrucijada, situada en la intersección de Leesburg Pike y una solitaria carretera conocida como Harper Creek, que iba de norte a sur y no llevaba a otro sitio más que a otras pequeñas poblaciones. Se componía de un total de unas tres docenas de edificios, tiendas y casas, y la cascada que había en la cercanía no era más que una corriente de agua que discurría por un área con rápidos de unos tres metros de longitud, que los lugareños denominaban Ketchum Park.
Las propias edificaciones parecían tener varios siglos de antigüedad y los ladrillos, cuyo color se había apagado hacía tiempo, delataban su edad. Algunas mostraban signos de renovación, mientras que otras conservaban las fachadas que habían resistido varias décadas. La población se componía sobre todo de las familias de tenderos y granjeros locales, cuyo estilo de vida se basaba en la paz y la tranquilidad.
Los vientos cálidos y húmedos de principios del verano de Hyner hacían que Trent, sentado en el interior del restaurante, maldijera su alergia a la flora local. Su unidad, la Estrella Atacante Beta, había permanecido estacionada en las proximidades durante casi cinco meses para realizar maniobras de campo y entrenamiento. En todo aquel tiempo, sólo había visitado Beaver Falls dos veces. En ambas ocasiones había estado con Russou, cuya unidad también estaba estacionada en el terreno vecino. Como era su costumbre, ambos jefes de Estrella se encontraban con regularidad para charlar de cuestiones militares y de otro tipo. Era una buena diversión, una de las pocas cosas que agradaban a Trent durante los casi dos años que llevaba en Elyner.
Jez había estacionado su Estrella aquí, en medio de ninguna parte, al parecer más por despecho que por ninguna buena razón. Jez, que había ganado el Nombre de Sangre Howell en un terrible combate un año y medio atrás, parecía más obsesiva y ambiciosa que nunca. Trent pensó que podía deberse en parte a los circuitos nerviosos que le habían implantado quirúrgicamente seis meses atrás. Sólo los guerreros más fanáticos se arriesgaban a pasar por la operación de implante. Los de Jez se veían a través de la piel de su cara como un tatuaje gris del legendario Jaguar de Humo.
Los implantes daban al guerrero una conexión nerviosa directa e inmejorable con su OmniMech. Éste enlace sin cables daba un control más rápido e inmediato, y eliminaba la necesidad de llevar un neurocasco. Corrían rumores de que algunos guerreros que habían elegido hacerse el implante habían acabado locos. Existían ciertas drogas que contrarrestaban este problema, pero Trent se preguntaba si Jez no estaría sufriendo trastornos mentales a causa de aquel dispositivo conectado con su cerebro.
Ésta vez había llevado consigo a Judith, aunque estaba claro que era impropio de una sirviente compartir la mesa con dos oficiales de los Clanes. Trent la iba a necesitar para unas inspecciones que debía hacer tras su reunión con Russou. Ella debía esperarlo en un parque al otro lado de la calle.
En la Casa del Pato Perezoso había seis u ocho mesas, que ese día estaban casi vacías. Trent miró a su alrededor y decidió sentarse en la parte de atrás del pequeño comedor. Su sentido olfativo estaba muy limitado a causa de la piel artificial que le rodeaba la nariz, pero los intensos aromas que emanaban de la cocina bastaban para penetrar incluso en sus obstruidas y deformadas fosas nasales.
Trent tomó asiento a la espera de la llegada de Russou y reflexionó sobre lo bien que le habían ido las cosas con su sirviente durante el último año y medio. Ella era ahora más delgada y musculosa, y tenía un aire confiado a pesar de su pérdida de rango. También se había cortado sus negros cabellos a la altura de los hombros. Había insistido en que era sólo para que no le cayeran sobre la cara mientras trabajaba, pero Trent sospechaba que se trataba también de seguir una moda extendida entre muchos miembros de la casta de técnicos. Ella se negaba a admitir que se estaba adaptando al estilo de vida de los Jaguares, pero aquella tozudez era una de las cosas que Trent valoraba más de ella.
El jefe de Estrella Russou se sentó pesadamente en su silla frente a Trent, lo que arrancó a éste de sus reflexiones.
—Saludos, restos de un surat cubierto de cicatrices —dijo en tono de broma.
Trent respondió con una sonrisa. Sabía que su piel sintética y sus rasgos distorsionados debían de darle, bajo la mortecina luz del restaurante, el aspecto de un demonio a las puertas del infierno. Seguía sintiéndose orgulloso de sus cicatrices y no le importaban las simpáticas bromas de Russou, que había sido su amigo desde sus días en el sibko.
—Puede que haya perdido mi atractivo natural —repuso Trent, pasándose la mano por el lado izquierdo de la cabeza, donde todavía le quedaban algunos cabellos—, pero al menos mis genes no me han fallado dejándome calvo como a ti, viejo amigo.
Russou se encogió de hombros, ya que su creciente calvicie era un hecho indiscutible.
—Éste agujero es casi tan malo como el lugar donde Jez enterró mi Estrella, pero por lo menos tienes un buen restaurante en tu campo de operaciones —comentó Russou; también él había sido puesto a las órdenes de Jez cuando su Binaria fue aumentada a Trinaría tres meses atrás.
—Nunca le gusté, y ahora parece que tú eres culpable por asociación —replicó Trent—. Ahora que tiene un Nombre de Sangre y un rango para respaldarlo, no nos queda más elección que aceptar lo que ella decida darnos —le recordó a su amigo.
—Sí —dijo Russou—. De todos modos, no me esperaba que acabaríamos así.
—Ni yo tampoco.
—¿Cómo te va con tu unidad? Todavía los haces ir rectos como estacas, ¿quiaf? Trent mostró una sonrisa tan amplia como le permitió su deformado rostro.
—Af. Son todos guerreros buenos y fuertes, la mayoría de ellos jóvenes e inexpertos. Vinieron como reemplazo de las pérdidas que sufrimos y no han entrado nunca en combate. Los veteranos tenemos experiencia, mientras que ellos tienen entusiasmo.
Russou asintió con la cabeza y agregó:
—Lo mismo puede decirse de mi Estrella. Saben pocas cosas de lo que fue realmente la invasión. Y aun muestran menos respeto por aquellos de nosotros que luchamos en ella.
—La causa de todo eso es nuestro comandante en jefe —dijo Trent.
—Sí, nuestro coronel estelar tiene su propia interpretación de lo que sucedió, pese a que él no estuvo siempre envuelto en la lucha. A sus ojos, yo soy culpable por mis acciones en Luthien.
La humillante derrota de los Jaguares en Luthien había precedido a la catástrofe sufrida en Tukayyid. El resultado final de ambas campañas fue una reorganización casi total de los Jaguares de Humo para compensar las pérdidas y reagruparse.
—Y tú, Trent… De ti no habla nada bien.
—Yo sirvo al Jaguar —dijo Trent, encogiéndose de hombros—. Él sólo es un hombre. Que piense de mí lo que quiera. Lo único que importa es la verdad, y yo sé cuál es.
Las conversaciones de Trent con el coronel estelar Paul Moon habían sido muy pocas durante el último año y medio, pero su jefe nunca lo había tratado más que con absoluto desprecio.
Era un sentimiento mutuo, sólo equiparable a lo que sentía hacia Jez.
La dueña del restaurante, una mujer de edad madura, se acercó a la mesa y les entregó los menús en silencio. Parecía nerviosa y sus gestos eran rápidos y espasmódicos. Paseaba la mirada por todo el restaurante, como si buscara algo o a alguien. Trent observó que le temblaban las manos, aunque no tenía edad para padecer aquella enfermedad. No estaba seguro de si aquello era un indicio de otra cosa.
—He oído rumores de actividades de una guerrilla aquí, en Hyner —comentó.
—Sí —respondió Russou—. Nuestra jefe de la Trinaría tuvo la amabilidad de dejarme echar un vistazo a un informe que había recibido. Al parecer, no eliminamos toda la guarnición cuando conquistamos este planeta. Unos pocos lograron sobrevivir y han estado realizando ataques contra nuestras fuerzas. Son incursiones de poca importancia, generalmente contra convoyes y transportes de tropas.
—No conocía el alcance de estas actividades —dijo Trent, y se preguntó por qué no le habían informado. El también estaba al mando de tropas sobre el terreno. Éstas amenazas eran peligrosas para todos.
Como respuesta, Russou se encogió de hombros.
—Éstas guerrillas no son nada más que unos bandidos de mierda. No se merecen nuestra atención. —Miró a su alrededor—. Oye, ¿dónde se ha metido la camarera?
Judith, sentada en un banco del parque al otro lado de la calle, enfrente de la Casa del Pato Perezoso, suspiró y cambió de postura. Se sentía frustrada. Después de tanto tiempo como sirviente de Trent, todavía había días en que él la apartaba de sus tareas sin darle explicaciones. Aunque se había obligado a sí misma a adaptarse a la sociedad de los Clanes y a su papel subordinado de sirviente, no acababa de entender su lugar en aquella extraña sociedad.
Extendió los brazos por enésima vez. Entonces se fijó en dos personas, a los que reconoció como los propietarios del restaurante, que salían por la puerta trasera y se alejaban rápidamente del edificio en dirección al lugar donde estaba ella. No le pareció extraño hasta que vio la expresión de sus caras: parecían temer por sus vidas. Se incorporó deprisa y presintió que algo iba mal, muy mal.
Laura Quong, la mujer que era copropietaria del establecimiento, corrió junto a ella.
—Debe alejarse de esta área. Venga con nosotros —dijo. Jadeaba y su tono de voz era temeroso y desesperado.
—No la entiendo —dijo Judith, mirando hacia el restaurante donde se encontraba su amo.
—Tú eres de los nuestros, no de ellos —dijo el señor Quong, el marido—. Sabemos que esos animales de los Clanes te tienen prisionera. Pronto lo entenderás, muchacha. Ven con nosotros y podrás ser libre.
Entonces, Judith lo entendió. Había oído informes sobre actividades guerrilleras en la región, sobre todo entre las castas inferiores. Según aquellos rumores, miembros de la Segunda Legión de Arkab, la unidad del Condominio Draconis que había defendido Hyner frente a los Jaguares de Humo, habían conseguido sobrevivir y organizar la resistencia. Ella había hablado con aquella pareja muchas veces antes, cuando había ido sola al restaurante. Sabían que ella había estado con ComStar y que había combatido en Tukayyid. Ahora pensaban que le estaban haciendo un favor.
—Están equivocados —replicó—. Formo parte del clan de los Jaguares de Humo. Igual que ustedes.
—Ellos pueden cambiar la bandera que debe ondear, pero no pueden modificar lo que hay en nuestros corazones. Mataron a nuestro hijo en Schuyler y nos han separado del resto de nuestra familia, que está en Pesht. Si quiere vivir, venga con nosotros. De lo contrario, no será más que una traidora a nuestros ojos y a los de quienes representan al gobierno legítimo —dijo fríamente el señor Quong, y ambos se fueron corriendo hacia un vehículo que los esperaba.
Judith se quedó quieta por unos momentos, observando y escuchando con atención. El ruido que oía a lo lejos era demasiado familiar, y se estaba acercando. Era un sonido inconfundible: un BattleMech. El característico retumbar de un ’Mech —o quizá más—, que se acercaba a Beaver Falls. Trent… Tengo que avisarle. Cruzó corriendo la calle hacia la Casa del Pato Perezoso.
* * *
Trent y Russou apartaron las sillas y se incorporaron en el mismo momento en que Judith entró corriendo por la puerta. Su irrupción, acompañada por la súbita comprensión de que los propietarios del local habían desaparecido y aquel retumbar que conmovía el terreno, los puso a ambos sobre alerta.
—Problemas, capitán estelar —exclamó Judith mientras intentaba recuperar el aliento—. Vienen BattleMechs.
—¿Guerrillas? —inquirió Russou.
Ella asintió, jadeando a causa de la carrera.
—Salgamos por la parte trasera. ¡Ahora!
Russou miró por la ventana, pero no vio ninguna señal de los ’Mechs.
—No obedecemos órdenes de sirvientes de una casta inferior. Somos guerreros.
El suelo tembló aun más, y el ruido cada vez mayor de pisadas les indicó que el ’Mech enemigo estaba cerca.
—Entonces, considéralo un consejo de un buen amigo —dijo Trent, echando a correr hacia la puerta trasera, seguido de cerca por Judith—. Te sugiero que nos vayamos ahora mismo.
Trent abrió la puerta trasera del restaurante en el preciso instante en que un Warhammer abría fuego sobre el lugar. Sonó un crujido, como un rayo que cayese sobre un árbol. A Trent se le erizaron todos los pelos del cuerpo cuando los CPP del ’Mech destruyeron el edificio.
Judith y él rodaron por el suelo junto al vertedero de basura que estaba frente a la puerta trasera. Russou no tuvo tanta suerte. Todavía estaba junto a la puerta cuando explotó el edificio. Como un gigantesco escudo, tanto la puerta como Russou salieron despedidos hacia la valla junto al vertedero.
La Casa del Pato Perezoso saltó en pedazos cuando una segunda andanada de fuego de CPP impactó en ella. La causa de la explosión del edificio fue probablemente un escape de una tubería del gas. Los escombros cayeron en el vertedero, donde Trent y Judith se habían refugiado, y sacudieron el contenedor como un trueno. Trent intentó protegerse acurrucándose como una bola, y le dolieron las orejas por el ensordecedor ruido de la explosión. Judith, que se encontraba a su lado, también adoptó una postura fetal. Una nube de polvo y humo flotaba en el aire y sólo la tos de Russou, a varios metros de ellos, les indicó que seguía vivo.
Trent vio al Warhammer por primera vez. La máquina atravesó los escombros del restaurante, aplastando los fragmentos con sus gigantescos pies hasta reducirlos a polvo y guijarros. Aquél ’Mech de 70 toneladas era un monstruo a una distancia de menos de diez metros. Su potencia de fuego se componía de un par de CPP en los brazos y un afuste de misiles montado en el hombro.
Tras pasar toda su existencia preparándose para una vida de guerrero, Trent sabía que había muchas maneras de enfrentarse a un BattleMech. Hacerlo con las manos desnudas no era una de ellas. Al observar el ’Mech, se fijó en los símbolos de la Segunda Legión de Arkab que seguían viéndose a través de una capa de pintura verde oscura reciente. En el lado derecho del pecho del ’Mech, justo encima del mortífero láser y la ametralladora, podía distinguir entre el humo y el polvo apenas unas palabras y una insignia. Era un símbolo burdamente pintado del Jaguar de Humo tachado con una franja roja. Sobre el símbolo habían pintado las palabras «Matagatos Cinco».
Aparentemente satisfecho por haber cumplido su misión, el Warhammer dio media vuelta y empezó a alejarse con paso pesado. De pronto, Trent comprendió que el ’Mech debía de haber ido concretamente a matarlos a él y a Russou. Matagatos, ¿eh?, pensó. Vienen como bandidos, atacando polla espalda. Demasiado cobardes para enfrentarse a nosotros como guerreros…
Trent se puso en pie. Todo su cuerpo vibraba con un entusiasmo que hacía tiempo que no sentía. Mientras Judith también se incorporaba, fue a ayudar al maltrecho Russou, que se levantó a medias tambaleándose.
—¿Qué ha sucedido? —inquirió Russou, aturdido.
—Un enemigo ha venido a alterar la monotonía de nuestra rutina —dijo Trent, mostrando a sus compañeros su torcida sonrisa—. Y tal vez nos traen la oportunidad de recuperar parte de nuestro honor.
* * *
El Mando Planetario de Hyner en Warrenton mostraba unos signos de vida que Trent no había visto cuando había estado allí por última vez, hacía un mes. Russou y él se hallaban en la zona de desfiles, donde la capitán estelar Jez les había ordenado que fuesen a verla. Trent sabía que, por fin, iba a recibir órdenes que le permitirían entrar en acción. No un simple puesto de guarnición, indigno de un auténtico guerrero. No, esta vez sería destinado a cazar bandidos. Aunque era un trabajo poco honorable, por lo menos era una ocasión de llevar a su unidad al campo de batalla. Como mínimo, esto aumentaría su pericia y los pondría a prueba en combate.
La capitán estelar Jez Howell esperaba a ambos oficiales con las manos a la espalda. Llevaba sus oscuros cabellos recogidos hacia atrás con un fuerte moño, y su cuerpo delgado y musculoso tenía un aire arrogante. Trent y Russou se pusieron firmes ante ella. Trent miró hacia adelante evitando mirarla a los ojos, no por respetar las costumbres militares, sino por el desprecio que sentía hacia ella.
—Así que éstos son los valientes guerreros que están bajo mi mando y que han huido de unos bandidos, ¿quiaf? —inquirió. Ya está deformando la verdad, pensó Trent, pero tanto él como Russou guardaron silencio.
—El coronel estelar llamó a todos los jefes de unidad para darnos la oportunidad de envidar por el derecho de perseguir a esos llamados Matagatos. Ésta misión no es digna de un guerrero biennacido y, al principio, me sentí insultada por la oferta.
»Sin embargo —agregó Jez—, el coronel estelar Paul Moon subrayó que vosotros dos estabais presentes durante una reciente incursión de los bandidos y no causasteis ningún daño al enemigo y recomendó que formarais parte de la misión para capturar y destruir a esa escoria.
Jez Howell sonrió y se relamió los labios antes de proseguir.
—Así pues, envidé vuestras dos Estrellas para esta misión. Vuestras órdenes son buscar a esos llamados Matagatos y destruirlos. Debéis saber que ningún otro capitán estelar quiso mancillar el honor de su unidad envidando por esta misión. Mañana se os remitirá información sobre todos los ataques anteriores de los bandidos, así como todos los datos relativos a ellos.
La mente y el corazón de Trent iban a toda velocidad mientras escuchaba. Jez podía decir lo que quisiera sobre los méritos de aquella misión, y probablemente a Russou también le parecía un deber desagradable. No obstante, él no podía esperar. Fuesen bandidos o no, tenía la ocasión de volver al frente, conduciendo a un grupo de guerreros a la batalla.
* * *
Judith miró la puerta del antiguo almacén que había sido su hogar hasta que ella y el resto de la Trinaría habían sido trasladados al nuevo campamento. Había ido a dar un paseo para reflexionar y había llegado hasta allí… más que nada, por la fuerza de la costumbre. Era el único lugar donde había podido estar verdaderamente sola consigo misma y con sus pensamientos. Los Jaguares de Humo eran una sociedad agresiva, incluso en el ámbito de los Clanes, y sus guerreros eran peligrosos tanto dentro como fuera del campo de batalla. Ella, que había sido guerrera, era tratada con desprecio por quienes eran ahora sus amos; pero allí, en ese almacén, había aprendido a aceptar su nuevo lugar en la vida y su posición como miembro de una casta inferior. Lo único que lo hacía soportable era saber que tenía un motivo para estar allí. Una misión. Si todo iba bien, volvería a la Esfera Interior y algún día sería de nuevo una MechWarrior. Cuando estaba a punto de abrir la puerta, alguien le tocó el hombro por detrás. Ella se volvió y vio el rostro y el cuerpo mutilado de su amo, el capitán estelar Trent.
En el pasado, su aspecto le había dado náuseas, pero ahora Judith miraba más allá de las cicatrices. Era un guerrero diestro, como había podido comprobar en la Gran Contienda. Y era un guerrero que se comportaba de acuerdo con las estrictas reglas de los Clanes. Aun así, por alguna razón, este gran guerrero no conseguía descollar. Las leyes y las tradiciones de los Clanes se volvían contra él en cualquier ocasión. Hay otras maneras de recompensar a estos hombres. Cuando llegue el momento, me encargaré de que Trent reciba los honores que merece.
—¿Ha recibido nuestras nuevas órdenes, capitán estelar?
Los nudosos labios de Trent se estiraron en una amplia sonrisa, dejando al descubierto las encías de un lado de la cara.
—Nos han asignado la tarea de perseguir a esos guerrilleros y destruirlos.
—Son buenas noticias, capitán estelar, ¿quiaf? —No exactamente, Judith. Combatir a los bandidos suele considerarse una labor indigna de un guerrero. Éstas misiones suelen reservarse a los librenacidos o a unidades solahma. Eso no me importa. Agradezco la oportunidad de volver a luchar en batallas en vez de simulaciones.
—No es tan fácil luchar contra las guerrillas —dijo Judith—. La historia demuestra que eliminarlos sólo suele servir para engendrar nuevas rebeliones.
Trent asintió.
—Tú puedes ayudarme, Judith. Unos lugareños te avisaron el día del ataque en la Casa del Pato Perezoso, ¿verdad? Ésta información podría ser valiosa, aunque en el pasado quizás hubiese comentado con menosprecio que estos métodos eran impropios de un auténtico guerrero. Tal vez puedas averiguar algo que nos ayude a poner fin rápidamente a este conflicto.
Judith no mostró ninguna señal de la sorpresa que sentía. Me está pidiendo ayuda para encontrar al enemigo. Para él, hacerlo es un signo de confianza y de su voluntad de trabajar conmigo de igual a igual… tanto si lo admite como si no.
—A sus órdenes, capitán estelar —dijo.
Trent la tomó de la muñeca. Con un dedo, levantó uno de los cordones que quedaban y, con un rápido movimiento de su cuchillo de combate, lo cortó.
—Has honrado tu cordón de fidelidad. La devoción a tu amo, a tu Clan, es necesaria. Tus acciones en Beaver Falls demostraron que eres leal. Al cortar este cordón, te aproximas al lugar que te corresponde en el corazón del Jaguar.
Judith miró el cordel cortado y luego levantó la mirada hacia el rostro de Trent. Lo miró sin pestañear a los ojos, al bueno y al postizo rodeado de controles mecánicos.
—No le fallaré, capitán estelar…