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Centro de Mando Planetario de los Jaguares de Humo

Warrenton, Hyner

Zona de ocupación de los Jaguares de Humo

6 de julio de 3052

Trent se encontraba en posición de descanso en el extremo más alejado del enorme hangar de reparaciones, con los brazos a la espalda y el cuerpo muy erguido. El cuello circular de su mono gris lucía los distintivos de su rango y de su nueva unidad: la nube de una tormenta a punto de estallar, atravesada por los ojos rojos de un jaguar. Trent tenía un aspecto impresionante bajo la tenue luz del gigantesco hangar, y sus cicatrices sólo eran visibles desde más cerca. No importaba el tiempo que dedicara a su curación: su cuerpo siempre estaría marcado por lo ocurrido en Tukayyid. La piel sintética que le cubría el rostro era de un tono más claro que el resto. Su ojo, enmarcado por circuitos metálicos, le daba un aire amenazador.

En realidad, Trent estaba satisfecho de su aspecto, y comenzaba a reconocer la cara que veía en el espejo como propia.

Había acudido al hangar de reparaciones para encontrarse por primera vez con su sirviente. Phillip, el fornido maestro técnico, la estaba conduciendo a su presencia. La mujer iba vestida con un mono viejo, dos tallas demasiado grande, que estaba agujereado en varios lugares. Llevaba sus largos cabellos negros recogidos de forma descuidada. Sus verdes ojos daban una ligera pista sobre sus genes orientales, pero estaban hinchados y tenían una expresión de agotamiento. Trent comprendió que el maestro técnico Phillip debía de ponerle las cosas difíciles. Se fijó en que ella miraba de reojo al maestro y atisbo la rabia que ella no podía ocultar por completo.

Trent esperó con calma a que ambos llegaran a una distancia en la que pudieran oírle. Advirtió que la sirviente observaba su rostro con curiosidad: sus cicatrices, sus marcas del orgullo de la batalla.

—Eres Judith, ¿quiaf?

—Sí…, quiero decir af capitán estelar —dijo ella, corrigiendo su error antes de que alguien pudiera castigarla. Bien, está aprendiendo cuál es su lugar, pensó Trent. Inspiró y se irguió un poco.

—Yo soy Trent, el guerrero que te venció en el delta del Racice y que te reclamó en nombre de nuestro Clan. Eres mi propiedad, mi sirviente. Ahora ya no eres una persona. No tienes otra vida más que la que yo te permita tener. Entiendes, ¿quiaf? Aquéllas palabras eran necesarias. El propietario de un sirviente tenía que asegurarse de que el sirviente conocía su situación. Para Trent, era sólo una descripción de la realidad, el estilo de vida de los Jaguares. Había visto combatir a Judith en Tukayyid y sabía que era una guerrera tan osada como él. Había demostrado ser astuta y valiente; por eso la había reclamado como isorla para el clan. Ahora tenía que domarla, dominar su espíritu. Pero no demasiado. Sólo lo suficiente para que ella recordase quién y qué era ahora.

Judith se miró la muñeca donde llevaba atado el cordel de sirviente con tres vueltas. Frotó el cordel como si le molestase y se volvió hacia Trent.

—Afirmativo, capitán estelar —dijo—. Recuerdo muy bien el combate. El maestro Phillip se ha asegurado de enseñarme mi lugar en los Jaguares de Humo.

Se frotó la parte alta del brazo, donde lucía un oscuro hematoma. Era la prueba de que Phillip había usado algo más que insultos con ella. A Trent no le impresionó: era la manera normal de tratar a las castas inferiores.

—Bien. Sabe esto, pues: tu lugar en nuestro clan está en la casta de los técnicos. Mi tech murió durante la última batalla, por lo que servirás en su lugar.

—Entendido, capitán estelar. El maestro técnico me informó hace dos días de mi destino. Mi trabajo no lo decepcionará. He aprendido mucho sobre la manera de dar servicio y soporte técnico a nuestros ’Mechs.

Trent vio un brillo en sus ojos, como si albergara esperanzas sobre su nuevo destino. No entiende cómo tratan los Jaguares de Humo a los sirvientes de la Esfera Interior.

—Judith, servirás en este trabajo durante el resto de tu vida.

—Quiero demostrarle mi valor, capitán estelar —repuso Judith—. Algún día, espero volver a pilotar un BattleMech como guerrera.

—Negativo, Judith —contestó Trent, meneando la cabeza—. No has entendido la realidad de tu nueva vida. Los Jaguares de Humo no compartimos la estupidez de los Lobos o de los Osos Fantasmales. No tomamos sirvientes de la Esfera Interior para permitirles luego la entrada en nuestra casta de guerreros. Eso disgregaría nuestro legado genético. Has sido puesta a prueba como técnica y seguirás siendo miembro de esa casta y trabajarás siempre como tal.

La expresión de la mujer no cambió, pero Trent no pudo evitar preguntarse cómo se estaba adaptando a su nueva vida. Entre los Clanes, ser capturado como sirviente no era una experiencia inusitada, pero para alguien como ella debía de ser difícil adaptarse a su nuevo estado. Al fin y al cabo, había sido una guerrera, fuese o no de la Esfera Interior, fuese o no una librenacida. Y con la habilidad suficiente para que él considerase su captura como un trofeo.

—¿Cuál es el estado de mi OmniMech, tech? —ladró.

Judith se irguió, casi poniéndose firmes, tal vez más por costumbre de su vida anterior que por respeto a su nuevo amo.

—Se le ha asignado otro Mad… otro Timber Wolf —dijo, meneando la cabeza mientras corregía la mención del nombre que tenía la máquina en la Esfera Interior por la nomenclatura de los Clanes—. He estado trabajando a tope…

Trent se adelantó y se plantó justo frente a su rostro.

—¡Deje de usar expresiones vulgares, técnico! —le advir-rio, reprendiéndola como un maestro de adiestramiento a un cadete—. Esto no es la cloaca de la Esfera Interior.

—Sí, capitán estelar —contestó ella mientras Trent se apartaba—. El recubrimiento protector del motor acaba de ser reemplazado y está operativo. Estoy trabajando en la sustitución de una pata y en volver a colocar los componentes de la carlinga que estaban dañados. Su máquina estará plenamente operativa dentro de dos días. Espero haber podido reemplazar todo el blindaje dentro de una semana. La configuración de las toberas de las armas podrá realizarse después.

Trent meneó la cabeza para expresar su insatisfacción.

—Mi ’Mech debe estar completamente equipado, reparado y listo para el combate al final de esta semana. Espero disponer entonces de la configuración principal —declaró.

Judith hizo una mueca que era una mezcla de ira y frustración.

—Con todos mis respetos, capitán estelar, eso no es posible. Faltan técnicos; de hecho, sólo yo estoy disponible. La planificación que acabo de decirle ya era muy ambiciosa.

Trent también hizo una mueca de descontento con el lado izquierdo de la cara. La piel sintética del lado derecho no se movió ni reveló ninguna expresión.

—¿No me has oído la primera vez, sirviente? Te he dicho que tendrás que hacer mejor las cosas.

—No sé cómo…

—¡Ahora eres de los Clanes, Judith! —la interrumpió—. Debes aprender a improvisar. No me importa si trabajas todas las horas de todos los días entre hoy y el viernes: tendrás mi Timber Wolf listo para el combate.

—El viernes —dijo ella, bajando la mirada.

—Bien. Ése día tomaré parte en la Gran Contienda. El maestro técnico Phillip te explicará lo que es y su importancia. Mi BattleMech debe estar preparado para entonces.

—Cumpliré sus órdenes, capitán estelar —repuso ella, asintiendo.

—Luego habrá más —añadió, dando media vuelta y alejándose.

* * *

La cabina del simulador se agitó y balanceó cuando Trent atravesó otra andanada con su Timber Wolf, esta vez frente a un Warhawk. Aunque el monitor principal sólo mostraba un modelo con apariencia de vida del OmniMech que avanzaba tras él, no podía evitar recordar la última vez que había visto aquel ’Mech, en el delta del Racice.

Hizo correr a su dañado Timber Wolf en zigzag a través de la posible área de fuego. El Warhawk adivinó su intentona de evitar sus disparos y acto seguido dibujó una línea de fuego de supresión con sus CPP, tratando de rodearlo y limitar sus movimientos. Trent sentía admiración por los programadores del simulador. Era tan realista que casi tenía inteligencia propia.

En vez de esquivarlos, lo cual habría permitido al piloto del Warhawk lanzar un disparo mortífero a su flanco izquierdo, optó por correr hacia un rayo azul de energía de partículas. El simulador dio una violenta sacudida y un terrible arco azulado de partículas bailó en la cabina como un relámpago. La temperatura subió de forma brusca en los estrechos confines de la carlinga, mediante los radiadores que estaban conectados al programa. Trent notó que la piel comenzaba a arrugarse por el calor; sobre todo su piel sintética, que no sudaba como la natural. Nada era como antes. Las cosas habían cambiado. Él había cambiado…

Giró y disparó una andanada de misiles de largo alcance al Warhawk, pero no esperó a ver cuántos de ellos habían dado en el blanco. El otro ’Mech se colocó en una posición de tiro más baja. El simulador giró y osciló hacia la derecha. El Warhawk disparó tres de sus CPP al Timber Wolf Los rayos impactaron en su torso en la simulación y destrozaron sus órganos internos. Trent observó con frustración cómo desaparecían los últimos restos del blindaje y los rayos desgarraban los sistemas internos. Las luces de avería se encendieron en la consola de mando; sus rojos rayos de la muerte eran la única iluminación de la cabina. Avería en los giróscopos. Protección del motor destruida. Reactor dañado. Todas las luces indicaban un resultado que él no quería admitir como posible.

De pronto, todas se apagaron. Había terminado. Accionó la palanca que, con un fuerte zumbido, abría la escotilla del simulador. Miró al tech que se encargaba de cargar y ejecutar al programa.

—Resultados —exigió en tono seco, mientras se quitaba el neurocasco y se enjugaba el sudor del lado izquierdo de su frente.

—Ha conseguido eliminar los dos ’Mechs más ligeros y causar un daño total de treinta y cuatro coma cinco por ciento al Warhawk antes del fallo de los sistemas.

Fallo de los sistemas. Aquéllas palabras resonaron en la cabeza de Trent. Era la manera técnica de referirse a su muerte. Tendría que mejorar, ejercitarse más duro y por más tiempo. Faltaban sólo siete días para la Gran Contienda. Tenía que estar preparado.

Trent se humedeció los labios, asintió con la cabeza y dijo:

—Carga de nuevo el simulador. Ejecútalo especificando encuentros aleatorios con todas las clases de ’Mechs.

—Sí, capitán estelar —respondió el tech.

Trent volvió a entrar en la cabina y se preparó para otro ejercicio.

* * *

—Estás trabajando hasta muy tarde otra vez —dijo Phillip.

Judith se sobresaltó. Tenía el cuerpo torcido para caber en la diminuta escotilla de acceso bajo la carlinga del Timber Wolf. A aquellas horas, el hangar de reparaciones de ’Mechs, habitualmente muy ruidoso, estaba sumido en un extraño silencio que hacía que sus gruñidos de esfuerzo resonaran como los gemidos de un fantasma. Sólo podía introducir la cabeza y un brazo en el espacio disponible mientras ajustaba los circuitos con una unidad portátil.

Al oír la voz de Phillip, Judith salió del agujero. Tenía los cabellos y los brazos de color verde, empapados y pegajosos, a causa del líquido refrigerante y los lubricantes.

—¿Tienes algún motivo, tech? —le preguntó.

—Sí, maestro Phillip —contestó ella—. El MechWarrior Trent me ha ordenado que le tenga preparado su ’Mech este fin de semana. Debe estar listo para la Gran Contienda.

—Es cierto —dijo Phillip, suavizando el tono—. Bien, te ayudaré, porque se acaba el tiempo.

—Gracias, maestro Phillip —dijo Judith, inclinando un poco la cabeza.

Había oído hablar de la Gran Contienda durante su entrenamiento. Sabía que debería haberle preguntado al respecto, pero la intuición le avisó que no lo hiciera. Está ocultando algo y, cuanta menos información le dé, más probabilidades hay de que él meta la pata. Era una corazonada, pero estaba dispuesta a seguirla hasta el final.

—Me parece que trabajaré contigo en esto… para ponerte un ejemplo de nuestras técnicas y procedimientos —dijo Phillip, ajustándose el mono sobre el abultado volumen de su barriga.

Judith lo escrutó durante unos instantes y asintió con la cabeza.

—Te lo agradeceré —repuso.

Estuvo observándolo mientras él iba al otro lado del ’Mech, fuera de su campo de visión. Y sé lo bastante para comprobar todo lo que hagas

* * *

Trent salió del simulador empapado en sudor y con las piernas temblándole ligeramente a medida que se relajaban sus músculos después del último ejercicio. El simulador, semejante a una vaina, emitió un silbido mientras los pistones retráctiles de la escotilla liberaban parte de la presión. Se quedó quieto unos momentos y se apoyó en el simulador, sin mirar siquiera al tech que había ejecutado el programa de simulación. El último ejercicio había ido mucho mejor: tres ’Mechs destruidos de la misma clase o más ligeros. Otro, un enorme Gargoyle, lo había hecho pedazos. De todos modos, y en definitiva, había vencido al programa, que era equivalente a enfrentarse a guerreros auténticos.

Inspiró hondo y sintió que los músculos del pecho le dolían tras el ejercicio. Trent sabía que el esfuerzo que había realizado durante los últimos días había sido excesivo. Su cuerpo se recuperaba de sus heridas de forma lenta y dolorosa, y, ahora que había terminado con los ejercicios de simulación, lo invadió una oleada de agotamiento.

Seguramente, la lucha sin cuartel de la Gran Contienda sería más rápida que lo que había realizado hasta entonces en las simulaciones, y necesitaría tener un grado de resistencia mayor. Se había exigido tanto a sí mismo porque sabía que su cuerpo aún no estaba preparado. Tenía una semana para prepararse, para ponerse a un nivel que no fuese simplemente para competir en la Contienda, sino para ganarla.

Trent sentía una presión que sólo un biennacido podía experimentar. Era un guerrero de los Clanes, pero ya tenía treinta años. Según los criterios del clan, había llegado a su mejor edad. En su vida quedaban cada vez menos oportunidades de conseguir un Nombre de Sangre, cada vez menos ocasiones de lograr nuevos puestos de mando. A menos que ganara un Nombre de Sangre, no tardaría en sumirse en la irrelevancia entre los Jaguares de Humo. La idea de quedar obsoleto lo obsesionaba y espoleaba. Era ese pensamiento, ese miedo oculto, lo que lo empujaba a participar en la Gran Contienda, tanto si estaba listo como si no.

Y, si fallaba, sería un fracaso total. A su edad, y sin un Nombre de Sangre, era fácil que acabaran asignándolo a una maldita unidad solahma: los guerreros viejos e inservibles iban a misiones suicidas en las que la suerte pudiera proporcionarles la última oportunidad de obtener el honor de una muerte digna de un guerrero. La Gran Contienda era la última, la única esperanza que le quedaba a Trent.

* * *

El voluminoso hombre se inclinó sobre el escritorio para leer mejor la información en la pantalla. Se detuvo en una página de texto y pasó una de sus enormes manos sobre sus cortos cabellos rubios mientras reflexionaba sobre aquellas palabras.

La mayoría de los oficiales no habrían considerado pequeño su despacho, pero era totalmente desproporcionado respecto a un hombre de su increíble tamaño. Si hubiese sido un MechWarrior como tantos que estaban bajo sus órdenes, la oficina habría resultado de una amplitud excesiva. Pero, como guerrero Elemental diseñado genéticamente para luchar ataviado con la enorme armadura de los Clanes, el coronel estelar Paul Moon era gigantesco comparado con la media humana normal. Parecía estar sentado en el escritorio propio de un niño y no de un jefe militar.

Desvió la mirada hacia las ventanas a prueba de explosiones que se hallaban a su espalda, y contempló la ciudad. Las brumas comenzaban a dispersarse con el alba, y el sol no tardaría en convertir la escarcha y la nieve en vapor. El puesto de mando planetario de los Jaguares de Humo no protegía mucho del frío de Hyner. Creía haber conocido el invierno de su época en el sibko, en el hogar natal de Huntress de los Jaguares de Humo, pero este frío extremo era otra cosa.

El coronel estelar volvió a mirar la pantalla y vio la imagen del oficial recién asignado a su Núcleo estelar. Capitán estelar Trent. Era un MechWarrior de los Jaguares de Humo; pero, a pesar de la duración de su servicio y su participación en la invasión de la Esfera Interior, todavía no había ganado ninguna distinción importante. Sí, sus acciones durante la fase inicial de la invasión habían sido bastante admirables. Los informes decían que era un oficial táctico habilidoso y muy competente.

Pero entonces llegó el informe de su rendimiento en Tukayyid. Moon no había participado en aquella batalla decisiva, pero algunos de sus amigos más cercanos habían luchado allí… y habían muerto. En lugar de la rápida victoria que esperaban, los Jaguares de Humo habían sido prácticamente expulsados de Tukayyid. Peor aun: casi dos Galaxias enteras habían sido destruidas. No era culpa de sus líderes. Lincoln Osis era un gran Khan, que se había levantado de entre los muertos de Tukayyid como un ave fénix. No, Paul Moon había decidido que no eran los líderes, sino los propios guerreros quienes habían fracasado contra los ComGuardias. Unos guerreros librenacidos e inexpertos, unos bárbaros de la Esfera Interior, habían vencido a quienes se suponía que eran los mejores guerreros de los Clanes en aquel planeta maldito.

Guerreros como Trent. Él estaba entre los responsables de la humillación de los Jaguares en Tukayyid.

Al examinar su hoja de servicios, Paul Moon sintió que aumentaba su desprecio. Trent había alcanzado el rango de capitán estelar, pero había fracasado en un intento anterior de alcanzar un Nombre de Sangre. Ahora había enviado una petición de participar en una Gran Contienda. Ésta vez también fracasará. Todas las probabilidades están en su contra. Las posibilidades de vencer en una Gran Contienda y obtener la candidatura para conseguir un Nombre de Sangre eran muy bajas, casi inexistentes.

Como Elemental, preparado genéticamente para luchar en las armaduras energetizadas de combate que vestía la infantería de los Clanes para destruir los ’Mechs enemigos, Moon valoraba con cierto desdén a los guerreros que pilotaban BattleMechs. La sociedad de los Clanes otorgaba a los MechWarriors un nivel ligeramente superior al de los Elementales, aunque él creía que este hecho no estaba totalmente justificado. Miró sus enormes brazos y sus antebrazos cubiertos de callos en las zonas en que el entramado interior de su traje le había rozado la piel a lo largo de los años, y sonrió. Como todos los guerreros que pilotan ’Mechs, probablemente este Trent se cree superior. Yo he sido criado para ser más alto, fuerte y mortífero que cualquier MechWarrior. Y Paul Moon se encontraba en una posición que le permitía enseñar a tipos como Trent su forma de ver la realidad.

Los informes indicaban que Trent había perdido su OmniMech en Tukayyid, y que uno de sus otros oficiales, la capitán estelar Jez, le había salvado la vida mientras él dirigía la retirada. ¡La retirada! El desprecio que sentía Moon aumentó aun más. Un verdadero guerrero habría muerto en el intento, en vez de volver a casa gimoteando como este Trent. Para colmo, ya tenía treinta años: había pasado su mejor edad y se dirigía a ninguna parte. Un guerrero mediocre que no descollaba; se limitaba a sobrevivir. Y ahora pertenecía al coronel estelar Paul Moon.

No, este hombre no le gustaba. Cuanto antes dejara el capitán estelar Trent de estar bajo su mando, mejor. Él y la vergüenza de Tukayyid que llevaba consigo eran intolerables. Como una mancha que no pudiera lavarse, Trent iba a bajar la moral de los demás oficiales. Jez y él eran del mismo sibko; sin embargo, era ella quien había demostrado su valía. Era irónico que lo hubiera hecho salvando la despreciable vida de aquel hombre en la batalla. Su destino está en mis manos. Quizá podría recuperarlo, convertirlo en un guerrero digno del nombre Jaguar de Humo. Tal vez, con el tiempo, incluso podría redimirse. Pero el coronel estelar Paul Moon meneó la cabeza negativamente. No. Los fallos y las debilidades en el Clan habían conducido a la vergonzosa derrota de Tukayyid. Los guerreros como Trent habían paralizado la invasión. No debían ser recompensados a los ojos de otros biennacidos, sino purgados.