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Hospital base
Centro de Mando Planetario de los Jaguares de Humo
Warrenton, Hyner
Zona de ocupación de los Jaguares de Humo
3 de julio de 3052
Trent se sentó en la cama, introdujo la mano derecha en un dispositivo semejante a un guante y se ajustó las correas con la zurda. Cuando lo activó, se encendió una serie de controles y paneles digitales en los dedos y en la muñeca, que mostraban una cadena de números que cambiaban constantemente. Comprobó que estaba conectado a la interfaz de ordenador que se hallaba en un brazo de la cama y empezó a flexionar el puño. Cada giro de muñeca enviaba miles de señales al ordenador, el cual medía el control de la mano y la muñeca.
Aquello formaba parte de la terapia que se había visto obligado a soportar desde su llegada a Hyner una semana antes. Su brazo estaba mucho más dañado de lo que Trent había visto al principio. La mayoría de sus músculos naturales habían sido destruidos y reemplazados por fibras más finas de miómero. Aunque el brazo parecía frágil y atrofiado, estaba recubierto de una vaina de piel sintética que, en realidad, hacía que fuese mucho más fuerte que antes.
El problema estaba en acostumbrarse a aquello. Una terapia constante como ésta permitía a los medtechs calcular las tensiones de sus nuevas fibras de miómero, que en definitiva iban a darle el control que necesitaba en la carlinga. Sus dedos, aunque con quemaduras, estaban lo bastante recuperados para que volviera a tener cierta sensibilidad. Eso era lo que le faltaba en el brazo: la capacidad de sentir. Estaba como dormido y sólo notaba sensaciones en la mano. Le costaba acostumbrarse, pero poco a poco se iba adaptando.
Su ojo era otro asunto. El sustituto desarrollado genéticamente funcionaba muy bien, pero la pérdida de los músculos de la cuenca había obligado a realizar algunos implantes artificiales. Los médicos le habían insertado un conjunto de pequeños músculos de miómero de escasa potencia, así como un mecanismo de control con un microprocesador que hacía que los músculos artificiales implantados movieran y enfocaran el ojo generado. El resultado era un ojo castaño muy funcional, rodeado por los controles de unos circuitos que enmarcaban el ojo como un monóculo de plata. Durante los últimos días, las jaquecas relacionadas con el implante y el órgano sustituto empezaban a resultar tolerables.
Trent se seguía sintiendo desfallecido, aunque hacía ejercicios con pesas para remediarlo. Los medicamentos que le inoculaban a través de parches adhesivos lo mantenían activo, pero su sensación general de fuerza era bastante baja. Cada día estaba más horas despierto y dormía menos. Sin embargo, su ejercicio más frecuente era pasear entre el baño y la cama. Según los médicos, pasarían todavía algunas semanas hasta que estuviera lo bastante recuperado para volver al servicio activo.
Cuando no trabajaba en las diversas actividades que tenían que devolverlo a las filas de la casta de los guerreros, Trent estudiaba los archivos a los que podía acceder desde el terminal de ordenador sujeto a su cama. Buscaba información sobre los guerreros del clan con Nombre de Sangre que habían muerto para ver qué nombres estaban vacantes. Para su frustración, los archivos contenían tan pocos datos sobre los resultados de la batalla de Tukayyid que no podía conocer la verdadera situación.
No obstante, tenía órdenes. Lo habían destinado a la Galaxia Delta, el Tercero de Caballeros de los Jaguares, conocidos como los «Jinetes de las Tormentas». Aun así, era difícil averiguar algo sobre la unidad, dado que había sido reformada a consecuencia de la reorganización de los Jaguares de Humo tras las grandes pérdidas sufridas en Tukayyid.
Mientras las paredes se iluminaban con la luz del amanecer de los últimos días del invierno en Hyner, Trent vio a un hombre ataviado con un uniforme gris impecable, que entraba en la habitación. Lo reconoció enseguida: era el coronel estelar Benjamín Howell. Se acercó a la cama y miró a Trent; su rostro parecía más ajado de lo que Trent recordaba.
—Coronel estelar… —dijo, sacando las piernas fuera del lecho como si fuese a ponerse firmes. Howell agitó una mano, interrumpiendo su esfuerzo.
—No son necesarias estas formalidades entre nosotros, Trent —dijo Howell, sentándose junto a la cama—. Vi que lo habían enviado aquí y pensé que lo correcto era hacerle una visita.
—Me siento honrado por su visita, coronel estelar —dijo Trent—. Pero me temo que mis efectos personales, incluido el tablero de ajedrez, no me han llegado todavía.
Hacía tres años que Trent conocía a Benjamín Howell y eran amigos. Sus partidas de ajedrez eran legendarias entre las filas de los guerreros del Núcleo estelar. Y lo más importante: Benjamín Howell había aceptado apadrinar a Trent si se producía una vacante en los Nombres de Sangre.
El comentario de Trent sobre el ajedrez hizo que al rostro del coronel estelar asomara una sonrisa, aunque sólo fue por un instante. Enseguida volvió a ponerse serio.
—En estos días no tengo tiempo para esas diversiones, Trent. Están pasando muchas cosas en los Jaguares de Humo. ¿Cómo va todo?
Trent, de forma casi inconsciente, se llevó una mano a su deformado rostro y al muñón de carne que había sido su oreja.
—He tenido días mejores. Pero pronto estaré listo para el combate. Mi brazo es más fuerte que nunca y las cicatrices tienen peor aspecto que mi auténtico estado. Me han propuesto que me ponga una máscara, pero la he rechazado.
Howell meneó la cabeza y dijo en un tono más suave:
—A decir verdad, no sé qué es peor: ir a Tukayyid y morir, o tener que respetar esta tregua.
—¿La respetaremos?
—Así es. Pero, como todo acuerdo, tiene puntos débiles. En ciertas cuestiones, podemos mejorar los términos y las condiciones. Nuestros líderes lo harán. Éste ha sido siempre nuestro estilo…, el estilo del Jaguar.
—Tal vez usted y yo luchemos codo con codo por el clan —dijo Trent—. Pondremos pie en el suelo de la Tierra, ¿quiaf? Benjamín Howell no parecía sentirse animado por sus palabras. En cambio, pareció encorvar un poco los hombros al escucharle.
—Neg —respondió—. Los Clanes emprenden dos tipos de guerras: una es la lucha directa, la batalla sobre el terreno. La otra es la guerra de las palabras, de la política. En ambas, somos implacables. Aunque anhelo la lucha del combate, soy una víctima de las batallas políticas que se libran en el interior de nuestro clan.
Trent se sintió perplejo al oírlo. No desconocía la política de la casta de los guerreros. No había alcanzado el rango de capitán estelar sin entrar en contacto con las intrigas que tenían lugar bajo la austera imagen que mostraban los guerreros. Lo que lo confundía era que Howell parecía insinuar que, de algún modo, había fracasado en el dominio de esas habilidades.
El coronel estelar se mesó los cabellos en un gesto de frustración que Trent ya había visto en el pasado.
—No lo sabe porque ha estado demasiado enfermo para enterarse de todo lo que nos pasó en Tukayyid. Nos aplastaron porque los ComGuardias vieron nuestra única debilidad y la aprovecharon al máximo. Se informó que nuestros dos Khanes habían muerto.
Su tono de voz bajó casi hasta el susurro, como si temiera que sus palabras llegasen a oídos no deseados, cuando añadió:
—De forma inmediata, se celebró un Consejo de Nombres de Sangre para nombrar a un nuevo Khan. Yo apoyé la candidatura del coronel estelar Brandon Howell. Hablé con total libertad; dije que podríamos haber triunfado en Tukayyid si el Khan Osis no hubiese lanzado un envite tan bajo. Señalé que sólo el ejemplar rendimiento en combate de Brandon Howell nos había permitido conservar un poco el honor.
En definitiva, Brandon Howell fue elegido nuevo Khan de los Jaguares de Humo.
Trent sólo había visto resúmenes de la actuación de Howell en Tukayyid. Había demostrado ser un jefe prudente, cuya cautela había salvado de la aniquilación a los Granaderos. También había oído el comunicado de que el Khan Lincoln Osis había muerto en combate. El hecho de que Osis sobreviviera, virtualmente volviendo de entre los muertos, parecía haber puesto en crisis la jefatura de los Jaguares.
—Entonces descubrieron que Lincoln Osis seguía vivo, ¿quiaf? —En efecto. Brandon Howell asumió el papel de saKhan y Osis recuperó la jefatura. Se enteró de mi discurso y de mi total apoyo a Brandon Howell. Como resultado de ello, me consideró desleal a él. Era una acusación que yo no podía refutar, y veía su acusación en sus ojos siempre que me miraba.
Trent asintió, comprensivo. Lincoln Osis tenía reputación de ser absolutamente despiadado. Y no era famoso por su capacidad de perdonar.
—Hay una máxima que dice: «Los Khanes van y vienen, pero el espíritu del guerrero es eterno».
—Eso es cierto cuando los Khanes están realmente muertos —repuso Howell—. Pero eso no ha ocurrido en este caso. Pero, Trent, créame que lamento mucho lo que ha tenido que sufrir por culpa de mis errores. Ha sido un auténtico guerrero y una honra para nuestra casa. No se merece ser apartado por mi miopía política…
—Pero yo no he sido…
—Neg —lo interrumpió Benjamín Howell—. No lo sabe todo. Muchos guerreros con Nombre de Sangre dieron sus vidas en el maldito suelo de Tukayyid. Los Juicios del Derecho de Sangre de esos nombres comenzarán pronto. El Khan me ha pedido que apadrine a uno de sus candidatos para el Nombre de Sangre Howell.
Trent sintió que el corazón le palpitaba a toda velocidad. No es posible… Benjamín Howell tenía que apadrinarme a mí. Para un guerrero de los Clanes, un Nombre de Sangre era el máximo honor posible. Sólo unos pocos ganaban el derecho a llevar uno de los apellidos heredados de quienes habían constituido los ochocientos guerreros con los que Nicholas Kerensky había forjado los Clanes varios siglos atrás. Ganar un Nombre de Sangre era la meta de todo guerrero de los Clanes y la única manera de garantizar que su material genético pasaría a formar parte de la sagrada reserva de genes.
Trent quedó estupefacto al oír que Howell no pensaba mantener su palabra. Su ira pareció rugir en sus oídos como el mar embravecido.
—¿Qué le dijo?
Benjamín se removió en la silla; le era imposible ocultar su incomodidad, pero no evitó la mirada de Trent.
—Hice lo que habría hecho cualquier guerrero en mi situación: obedecí e hice lo que mi Khan me pedía.
Trent apretó los puños con furia. Sintió que su piel natural enrojecía, pero un brillo más cálido apareció en la piel sintética que cubría parte de su deformado rostro.
—Su palabra. Su honor. ¿Ha traicionado la palabra que me dio?
—Af. Tenía pocas opciones.
—Podría haberse negado.
—Usted siempre ha valorado erróneamente la importancia de estas maniobras en nuestro clan, Trent —repuso Howell, meneando la cabeza—. El Khan Osis sabe que me manifesté contra él. Si no acepto su petición, se encargará de que me excluyan de cualquier acción militar relacionada con esta tregua.
»Soy más viejo que usted —prosiguió—. Aunque ostento un Nombre de Sangre, ambos compartimos la dificultad de estar llegando a una edad en que un guerrero debe preguntarse si acabará su carrera militar con gloria o con desgracia. El Khan determina quién estará al mando de cada unidad. Si rechazo su propuesta, Lincoln Osis puede destinarme a un asteroide olvidado en la Ruta del Éxodo. O peor aun, puede enviarme de vuelta a nuestros planetas natales como adiestrador de un sibko. He trabajado demasiado duro y durante demasiado tiempo para aceptar semejante destino.
—Hay algo que puedo hacer —dijo Trent, girando el cuerpo y poniendo los pies sobre el borde de la cama—. Puedo retarlo a usted a un Juicio de Rechazo. Si se siente presionado a doblegarse a la voluntad del Khan, yo puedo enderezarlo —concluyó, sin poder disimular su ira.
Howell meneó la cabeza en sentido negativo y se levantó.
—Sea realista, Trent. Todavía está demasiado débil. Si exigiera ese Juicio, yo podría derrotarlo con facilidad. Y si, de algún modo, consiguiera vencerme, el Khan Osis se limitaría a desafiarme. En última instancia, le aseguro que él sería el vencedor. No, Trent, ésta es la mejor solución… y la única.
Trent inspiró hondo y sintió cómo entraba el aire frío en sus pulmones. Mientras contemplaba su cuerpo todavía cubierto con la bata de hospital, tuvo que admitir que no estaba listo para combatir. Aunque consiguiera derrotar a Benjamín en un Juicio de Rechazo, malgastaría las fuerzas que necesitaría para competir por un Nombre de Sangre. Y las palabras de Benjamín Howell parecían sinceras. Lincoln Osis podía complicarles la vida a ambos si Trent se atrevía a contrariarlo. Se mordió el labio inferior de frustración. Esto no puede suceder. ¿Las escaramuzas políticas rigen ahora el clan? ¡Ésa candidatura me correspondía a mí!
—No se me puede negar un Nombre de Sangre —dijo en voz baja.
—No puedo ayudarlo —repuso Benjamín—. Ésta vez no. Tal vez si otro Nombre de Sangre queda vacante…
Trent hizo un gesto de negación. La ira permanecía contenida en su interior y debía retenerla hasta que llegase el momento oportuno para atacar.
—No deseo su ayuda, coronel estelar —respondió—. Soy un guerrero. Siempre hay otra solución.
Benjamín asintió y dijo:
—La Gran Contienda.
—Sí —confirmó Trent—. Ahora es mi única esperanza.
La mayoría de los candidatos sólo podían competir en el Juicio del Derecho de Sangre si estaban apadrinados por alguien que poseía un Nombre de Sangre. Sin embargo, uno de los candidatos no era elegido por apadrinamiento, sino por una competición abierta a todos que se denominaba la Gran Contienda. Cualquier guerrero en situación de poder ser elegido que careciese de patrocinador podía participar en aquella lucha, que era abierta y en la que docenas de ’Mechs se enzarzaban en combate. Sólo un guerrero podía erigirse en vencedor, que pasaba a ser elegible en los Juicios del Derecho de Sangre. La clave del éxito en una competición abierta como la Gran Contienda radicaba en tener un agudo instinto de supervivencia.
—Puede morir en el intento. Todavía está débil por lo de Tukayyid.
—Lucharé y encontraré mi destino —repuso Trent, con la mirada acerada y voz rotunda.
* * *
—Entonces, ¿tú eres la sirviente que ha sido destinada a mi hangar? —preguntó el hombrón mientras se paseaba alrededor de Judith en el interior del hangar de reparaciones de ’Mechs de la Nave de Descenso.
El ambiente estaba impregnado del olor a lubricantes, unido al intenso efluvio del sudor. Judith había estado antes en hangares de reparaciones como éste, y el conocido ruido metálico de los andamios a su alrededor le proporcionaba una extraña sensación de comodidad.
—Tu presencia es una afrenta para mí, librenacida —agregó.
—Lamento que se sienta así —dijo ella.
—Más te vale —replicó con frialdad—. Soy el maestro técnico Phillip. Puede que seas propiedad de un guerrero —añadió, mientras pasaba un dedo por debajo del cordel que rodeaba la muñeca de Judith—, pero aquí, en este hangar de reparaciones, yo soy tu amo.
—SoyJudith Faber…
Phillip la interrumpió con un bofetón.
—¡Neg! —vociferó enfurecido—. Eres Judith. No tienes ningún otro nombre. No tienes nada que yo no te permita o conceda. Cualquier otro nombre que tuvieses desapareció en Tukayyid.
—Entiendo —dijo ella.
Judith había sido sometida a un adiestramiento intensivo sobre la sociedad y las costumbres de los Clanes. Ahora, por fin, vivía entre ellos. Las reglas habían cambiado y ella tenía que adaptarse. Estupendo, Phillip. Quieres estar al mando y puedes hacerlo. Llegará un día que aprenderás a respetarme. Por ahora, puedes interpretar el papel de macho dominante.
—Sabes muy pocas cosas. Aunque seas la tech más brillante de la Esfera Interior, no sabes nada comparada conmigo. Te enviaron aquí porque demostraste tener alguna posibilidad de aprender cómo trabajamos. Aunque tengo cosas más importantes que hacer, te convertiré en una verdadera tech… o morirás.
Ésta vez, Judith no respondió. Era evidente que aquel individuo se creía superior y, por ahora, a ella le convenía que pensara que tenía ese poder. Resistirse sólo le causaría problemas que no podía afrontar en estos momentos.
—Ahora no tienes nada que decir, ¿eh?
Volvió a abofetearla con el dorso de la mano. Ella retrocedió de dolor, pero estaba segura de que habría sido peor si hubiese esquivado el golpe cuando lo vio venir.
* * *
Trent se agitó un poco mientras dormía al notar la presencia de alguien que estaba de pie junto a su cama. Al abrir los ojos vio a la mujer, ataviada con su traje de cuero gris, aunque la única luz era el piloto nocturno de la habitación. Una pistola colgaba de su funda en sus esbeltas caderas. Ella lo miraba cruzada de brazos. Trent estaba convencido de conocerla, pero encendió la luz para asegurarse.
Ella tuvo un sobresalto al ver su rostro por primera vez; luego, una mueca burlona apareció en su cara.
—Entonces, los rumores eran ciertos: estás vivo.
—Sí, Jez, estoy vivo.
El hecho de que él hubiese sobrevivido a Tukayyid debía de estar corroyéndola. Sobre todo, porque él le había salvado la vida. La última vez que la vi, juró que se enfrentaría a mí en un Círculo de Iguales. Ahora, su fanfarronería se ha desvanecido.
—Veo que estás más atractivo que nunca, Trent —dijo Jez, riendo por lo bajo.
Él podría haber contestado que ella tenía una lengua tan afilada como siempre, pero decidió no darle esa satisfacción. No bajó la mirada ni cambió su expresión en lo más mínimo.
—Mis cicatrices me muestran como el verdadero guerrero que soy. Tú también estás viva, Jez. Tal vez por eso estás aquí. Has venido a darme las gracias por salvarte el pellejo, ¿quiaf? Jez echó atrás la cabeza y soltó una carcajada.
—Al parecer, la batalla no sólo te dañó el cuerpo, sino también la memoria. Si alguna vez tienes acceso a mi informe del incidente, verás que fui yo quien te salvó a ti.
Trent meneó la cabeza y rio también, aunque no con la potencia que le habría gustado.
—Has falsificado la realidad de lo que sucedió en Tukayyid. Y, como mi ’Mech fue destruido, no puedo presentar los ROM de batalla para demostrar que eres una embustera.
—Son los vencedores quienes dictaminan la verdad, Trent. Yo también perdí mi OmniMech, con lo que es sólo mi palabra contra la tuya. Aunque los Jaguares de Humo no vencieron en el delta del Racice, gracias a mis acciones en el lugar he sido propuesta para el Nombre de Sangre Howell.
Cuando Trent oyó sus palabras, sintió que la ira rugía en su interior como un fuego atizado hasta la incandescencia. Benjamín Howell le había dicho que el Khan le había ordenado que respaldara a otro guerrero para el Nombre de Sangre Howell que estaba disponible. Ahora Jez le había dicho que había falsificado su versión de la batalla para ganar el derecho a competir.
Trent recuperó la serenidad y la miró fijamente a los ojos para que entendiera no sólo sus palabras, sino la amenaza que quería transmitirle.
—A diferencia de ti, yo sigo la senda del honor que los Grandes Kerensky dispusieron para nuestro pueblo —dijo—. No hay honor en el camino que sigues, y harías bien en pensar lo que vas a causarte a ti y a los Jaguares de Humo. Y, aunque no puedo demostrar la falsedad de tu relato de lo sucedido en Tukayyid, no me vencerás sin luchar, Jez.
Trent levantó el brazo derecho y flexionó su puño, en parte natural y en parte artificial, con gesto desafiante.
—Recuerda esto, y recuérdalo bien: te conozco desde nuestra época en el sibko. Sé la verdad de lo que ocurrió en Tukayyid. El conocimiento es el arma definitiva que un guerrero puede llevar al combate.
Sabía que su última frase le haría daño. Eran unas palabras que su adiestrador del sibko les había grabado en la mente. ¿Cómo podía haberlo olvidado?
—Hay otra máxima —respondió Trent, mirándola fijamente y entornando los ojos con expresión astuta—. Los despojos son para el vencedor.