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Nave de Descenso Hunter’s Den de los Jaguares de Humo

En trayectoria de salida hacia el punto de salto nadir Tukayyid

República Libre de Rasalhague

28 de mayo de 3052

Era la hora de su eterna pesadilla, una noche negra que parecía no tener fin, sin importar adonde fuese. En la pesadilla se veía rodeado de demonios de fuego. Tenían forma humana, pero eran de fuego. Como personas eternamente envueltas en llamas.

En la pesadilla, sentía miedo e intentaba huir de aquellos seres. Cuando era adolescente también había sentido miedo, pero era distinto. Éste era un terror indescriptible, cuando los demonios emitían unos gritos imposibles de entender que resonaban apagados en sus oídos. Intentaba huir, pero aquellas furiosas figuras volvían a aparecer frente a él, surgiendo de la nada.

No siempre huía. A veces intentaba dar un puñetazo o una patada a los demonios de fuego, utilizando todo su adiestramiento y su poder de guerrero. Pero no era rival para las llamaradas. El dolor que sentía cuando conseguía golpear a aquellos seres era aun peor. Gritó, y su voz resonó de forma extraña en su sueño distorsionado. Sabía que aquellos gritos eran suyos. Y el olor de carne quemada era suyo también.

No era una pesadilla vulgar y corriente. Estaba más allá de todo eso.

Lo que le daba más miedo era que el sueño parecía no tener fin. Intentaba despertarse, ir hasta el límite de la ensoñación, pero nunca conseguía librarse de ella. Ni siquiera el dolor y el temor bastaban para hacerlo despertar. Pero seguía intentándolo. Tenía que hacerlo. Si no era una pesadilla, tenía que ser el infierno. Trent no creía en eso; pero, si estaba muerto, ¿dónde podía estar si no?

No desconocía el miedo, pero como guerrero había aprendido a superarlo. Éste, sin embargo, era un miedo al que no podía sobreponerse. Los demonios llameantes, sus rugidos, su quemadura lo dominaban. Entre el sonido de sus propios gritos, oyó una risa a lo lejos. Eran los demonios de fuego, que se burlaban de él, lo eludían y atormentaban. Aquél ruido era peor que las llamas. La rabia que sentía de frustración quemaba aun más.

Entonces oyó una voz. Esto era una novedad, algo que no había sucedido antes. La voz parecía llamarlo por su nombre y resonaba en su mente y en su corazón. Pasó corriendo junto a uno de los demonios, que quiso sujetarlo con sus flamígeros dedos y le quemó el brazo. Trent no prestó atención. Notaba como si sus pies estuvieran metidos en un bloque de plomo, pero siguió adelante, hacia el sonido de la voz. Intentó centrar las imágenes, pero eran muy borrosas. Mientras avanzaba, la luz pareció apagarse por completo.

—Capitán estelar… —dijo la voz, que esta vez sonó clara, sin ningún eco.

Trent abrió el ojo izquierdo y vio un rostro sobre él. Era femenino y le resultaba desconocido. Una película distorsionaba un poco la imagen; pero, cuando intentó levantar la mano para frotarse los ojos, no pudo. Uno de mis ojos no se abre

—No intente moverse. Se encuentra a bordo de la nave hospital Hunter’s Den, en ruta hacia Hyner. Soy la medtech Karen. Ha sufrido heridas graves y está sujeto con cinturones mientras sus heridas son tratadas.

—Victoria, ¿quiaf? —preguntó. Su voz apenas podía oírse entre sus labios secos y su garganta ronca.

—Me pregunta por Tukayyid —dijo la medtech, bajando un poco la cabeza—. El tres de mayo partimos del campo de batalla. Sólo los Lobos alcanzaron sus objetivos. Los Halcones de Jade y los Osos Fantasmales llegaron a una posición equilibrada, pero sufriendo graves pérdidas. Ahora se ha establecido una tregua con ComStar. Una tregua… ¡Neg! Trent notaba que su mente funcionaba despacio, pero comprendió lo que implicaban aquellas palabras. La batalla de Tukayyid tenía que ser la batalla en la que debía dilucidarse el control de la Tierra. Si los Clanes ganaban, la Tierra sería suya, y sólo sería cuestión de tiempo el que el resto de la Esfera Interior cayera en su poder. La derrota no sólo significaba el deshonor, sino que los Clanes debían aplazar la invasión durante quince años. Un guerrero como Trent sería demasiado viejo para formar parte de la vanguardia del ejército cuando se reanudase la invasión. Peor aun: la gran cruzada de los Clanes para reconquistar la Esfera Interior y formar una nueva Liga Estelar había sido frenada.

Era como si hubiese cambiado una pesadilla por otra. La casta de guerreros de los Clanes no se parecía a los ejércitos de la Esfera Interior, que permitían combatir a sus guerreros hasta una edad avanzada, incluso cuando habían pasado sus años de madurez. No, los Clanes mantenían ardiente y joven la sangre de sus guerreros. Nuevos guerreros, preparados genéticamente y criados en los sibkos, formaban las unidades de vanguardia de los Jaguares. Los guerreros de más edad, los que ya habían pasado de los treinta años, eran descartados y enviados a las unidades solahma, que ofrecían escasas oportunidades de alcanzar una muerte honorable.

Trent no tenía ni idea del tiempo que había estado inconsciente, cuánto tiempo había estado luchando con los demonios flamígeros de sus pesadillas, pero el horror de aquel sueño parecía preferible a la pesadilla de la realidad. Había perdido todas las esperanzas. Todas, menos una, y a ella se aferró. Un Nombre de Sangre.

El coronel estelar Benjamin Howell le había prometido que lo apadrinaría. A pesar de la derrota de los Jaguares de Humo en el campo de batalla, Trent todavía podía aspirar a ganar un Nombre de Sangre. Significaba sobrevivir a sus mejores años, con la esperanza de que su herencia genética sirviera al clan en el futuro.

—¿Cuánto tiempo? —gruñó, mientras la medtech le humedecía los labios resecos con un paño húmedo. Notaba que tenía el labio superior hinchado, como si le hubieran dado un puñetazo en la boca.

—Ha estado inconsciente durante veintiséis días. Mañana nos acoplaremos a la Nave de Salto. ¿Recuerda lo que le sucedió?

Trent cerró su único ojo e hizo una ligera mueca. Sí, lo recordaba. Había salvado a Jez; había cumplido con su deber. Se había producido un ataque generalizado de la artillería y la ofensiva de los ComGuardias. Luego vinieron las llamas y el fuego. El olor pareció elevarse otra vez hasta su nariz: el olor a carne quemada.

Af —contestó mientras ella ajustaba la posición de la cama, incorporándolo un poco para que pudiese ver algo más que el techo.

El color verde apagado de las paredes de la nave le indicó que se encontraba en la unidad de cuidados intensivos. El hecho de que la nave fuese un hospital le reveló aun más cosas. Conocía los colores muy bien. No era la primera vez en su vida de guerrero de los Jaguares que se encontraba en un sitio así.

Trent no sabía lo que debía pensar o decir. Había estado herido muchas veces, pero nunca hasta el extremo de perder el conocimiento durante un período tan largo. ¿La pérdida de conciencia le había sido inducida como parte del tratamiento? Mientras pensaba en lo sucedido, en su mente volvieron a aparecer los recuerdos del fuego y las aterradoras imágenes de la pesadilla.

Una nueva voz, procedente de un lugar externo a su campo de visión, lo arrancó de su ensoñación:

—¿Cuánto tiempo lleva despierto?

—Unos minutos, señor —contestó la voz de la medtech Karen.

—¿Qué es lo que sabe?

—Sólo el resultado de la batalla y el tiempo que lleva inconsciente. Nada sobre el alcance de sus heridas —añadió. Aunque hablaba en voz baja, su tono de voz fue revelador.

Trent intentó mover todo el cuerpo, como si hiciese un inventario de su físico. Movió los pies, aunque sólo un poco y sintiendo dolor en las articulaciones. De todos modos, las piernas y los pies parecían seguir en su sitio. El brazo izquierdo también respondía, pero el derecho parecía inmóvil. Insensible e inerte, incapaz de obedecer las señales que enviaba su cerebro. ¡Mi brazo! ¿He perdido el brazo? Y mi ojo, está cubierto. ¿También lo he perdido?

——Capitán estelar Trent…

Era la nueva voz, y esta vez apareció en su campo de visión el rostro de un hombre mayor. A juzgar por su edad y su ropa, era obvio que formaba parte de la casta de científicos. Los guerreros nunca alcanzaban una edad tan avanzada, pero las castas inferiores mantenían las antiguas tradiciones de mantener activos a los ancianos.

—Soy el doctor Shasta —añadió—. ¿Siente dolor?

Neg —dijo Trent con voz débil pero que sonó más clara en sus oídos. Era como si estuviese encontrando nuevas fuerzas con cada inspiración, como si su cuerpo se despertara de un largo sueño. No sentía dolor, pero la inquietante ausencia de sensaciones en un brazo y en un ojo le hacían preguntarse sobre el alcance de sus heridas.

Él llamado doctor Shasta, que tenía los cabellos totalmente blancos con profundas entradas, miraba a Trent con expresión reflexiva.

—Ha sufrido quemaduras muy graves. De no haber sido por nuestras fuerzas de socorro y su sirviente, habría muerto.

¿Sirviente? Recordó al guerrero que había reclamado como isorla, el que había pilotado el Crab con tanto arrojo.

—Tiene graves quemaduras en el brazo y la mano derechos. Le hemos implantado fibra de miómero mediante cirugía para restaurar su movilidad y control. También tuve que reforzarle los huesos con filamentos de carbono. Pasarán varios días hasta que podamos ver si el brazo responde positivamente a la intervención. También ha sufrido quemaduras importantes en la cara y me ha sido imposible salvarle el ojo derecho. Hemos engendrado otro con su código genético, que estará terminado dentro de unos días. Por eso tiene la cabeza sujeta. La matriz de crecimiento está montada sobre su rostro. He perdido el ojo. Estaban haciendo que le creciera otro, pero ¿cómo podía ir al combate un hombre sin sus dos ojos auténticos?

—Podré combatir otra vez, ¿quiaf? —preguntó con voz ronca. Su mayor temor era oír que todos los esfuerzos realizados para prolongarle la vida se hacían sin la esperanza de que pudiese volver a conducir a sus hombres y mujeres a la batalla.

El doctor de rostro arrugado meneó la cabeza afirmativamente con cierta vacilación, como si con ello no le dijese toda la verdad.

—Volverá a pilotar un BattleMech, capitán estelar. Sus heridas tienen otras consecuencias, que ya discutiremos más adelante, cuando llegue el momento oportuno. Por ahora necesita cuidados y descanso. La medtech Karen lo ayudará a comer y luego le induciremos el sueño.

Trent cerró el ojo izquierdo y notó un cosquilleo caliente y húmedo que descendía por un lado de su cara. Se aferró a las palabras del doctor Shasta. Podría servir de nuevo al clan y ganarse un Nombre de Sangre de la línea Howell. Volvería a dirigir guerreros a la batalla. Seguramente volvería a estallar la guerra, y Trent se juró a sí mismo que participaría en ella. Ésta vez no habría pesadillas. Se había enfrentado al fuego y había sobrevivido. Había conocido la muerte, había estado inconsciente durante muchos días, pero había regresado. ¿Qué podía interponerse en su camino? Nada lo detendría ahora.

Al despertarse, Trent sintió como si todo el universo cayera sobre él. Conocía la sensación demasiado bien: la náusea y la desorientación típicas del salto hiperespacial. La Nave de Salto y las Naves de Descenso que tenía acopladas se habían trasladado de súbito de un sistema estelar a otro, abriendo un agujero en el tejido de la realidad que apenas había durado un milisegundo. La inquietante sensación de vértigo espacial, habitual en un salto hiperespacial, le había devuelto también la conciencia.

Abrió su único ojo y observó la habitación. Era la sexta vez que estaba despierto desde su largo período de inconsciencia, y cada uno de ellos había sido más prolongado que el anterior. Y lo más importante: él se sentía cada vez más fuerte, como si su cuerpo doblara su vitalidad con cada despertar. Siempre lo había atendido la medtech Karen, cuyo rostro y manos se habían vuelto familiares. Incluso las raciones de comida sintética tenían buen sabor, y esto ya le indicaba lo grave que había sido su estado.

Se le permitió usar el brazo izquierdo, con el que podía controlar la inclinación de la cama. Le habían quitado del lado derecho del rostro el voluminoso acelerador genético, gracias a lo cual podía ponerse en posición sentada. Con la zurda se había tocado las envolturas de piel sintética que le cubrían el otro brazo. También se había palpado la cara y los vendajes que le cubrían a medias la cabeza como si fuese una momia.

Ésta vez, Karen no estaba sola. El doctor Shasta estaba a su lado. De pronto, Trent comprendió que su presencia tenía un significado; quizás era una señal de algo mucho más importante.

—Todo en orden, ¿quiaf? —preguntó.

El doctor Shasta apoyó un codo en la otra mano para sostenerse la barbilla mientras escrutaba a Trent. Tenía una expresión preocupada y no contestó de inmediato.

—Vamos a tener que cambiarle el atuendo, capitán estelar. Ha llegado el momento de mostrarle el alcance de sus heridas.

—Me dijo que volvería a pilotar un ’Mech —dijo Trent con calma—. Para un guerrero, no importa nada más.

—He tratado a guerreros durante toda mi vida profesional, capitán estelar —dijo el doctor Shasta, con una sonrisa que a Trent le pareció compasiva—. Cada casta tiene que cargar con sus penas, además de sus privilegios. Puede que aprenda que hay un precio mayor por el derecho a volver a tener mando en combate.

¿Qué era aquello? ¿Insolencia? ¿Por un miembro de una casta inferior? El doctor Shasta se le acercó con unas tijeras y empezó a retirar las vendas que envolvían la cabeza de Trent. Él permaneció inmóvil, pero su respiración, para su sorpresa, era acelerada. ¿De qué tengo miedo? ¿De las palabras de un simple científico? Volveré a combatir. Eso es lo único que importa.

Todo el proceso tardó diez largos y tediosos minutos. La medtech Karen entregó al doctor Shasta un espejo pequeño que él, a su vez, entregó a Trent. Éste, sin dudarlo, lo sostuvo frente a su rostro y miró con su único ojo a la imagen reflejada.

Sólo quedaba una venda por retirar, que envolvía un parche sobre su ojo derecho. La carne de la cara estaba deformada. La piel había desaparecido, reemplazada por un pellejo sintético húmedo, casi reluciente, que le daba un aspecto tétrico al revelar las venas que corrían por debajo. Había perdido también la mitad de la cabellera, y los cabellos que le quedaban parecían haberse salvado por llevar el neurocasco. Lo que quedaba de su oreja derecha era un muñón deforme. La nariz no tenía ningún parecido con su aspecto anterior. Era como si su rostro se hubiese fundido, dejando las fosas nasales abiertas, de las que manaba una pomada antiséptica.

El lado derecho de la piel que había formado su labio superior había desaparecido, dejando al descubierto las encías y los dientes. Trent entendió por qué había derramado líquido por su barbilla… o lo que le quedaba de ella. La mandíbula, que había mostrado la firmeza característica de la línea genética de los Howell, casi había desaparecido. La piel y el tejido muscular habían sufrido un deterioro tal que sólo un poco de piel sintética cubría los escasos tejidos y huesos de aquella zona. Aquélla horrible cicatriz descendía hasta el cuello.

Mientras tanto, el doctor Shasta le había quitado el vendaje del brazo derecho. Entonces vio Trent el precio que había pagado por saltar del ’Mech y sobrevivir. La mano parecía enrojecida pero intacta; sin embargo, el brazo y el antebrazo tenían unas quemaduras espantosas, como si los hubiese metido en los mismos fuegos del infierno. En sustitución de los músculos destruidos le habían implantado fibras de miómero, cubiertas con piel sintética. El brazo le colgaba inerte en el costado pero, de algún modo, Trent sabía que podía utilizarlo. Al menos, los músculos de miómero lo harían aun más fuerte que antes.

—Mi cara… —fue todo lo que pudo decir mientras se miraba en el espejo.

—La piel sintética lo protegerá de las infecciones, y es más duradera que la natural —dijo el doctor. Trent miró a la medtech Karen y vio su expresión de piedad. Esto lo hirió.

—Llevo la marca del guerrero —dijo con orgullo, bajando el espejo. Éstas cicatrices y señales muestran que no tuve miedo en combate, que combatí de forma fiera e implacable. Será un signo, para todos los que me vean, de que tengo el auténtico corazón del Jaguar. Pero también sabía que tardaría en acostumbrarse al rostro que había visto en el espejo, porque era nuevo y extraño para él.

El doctor Shasta asintió despacio con la cabeza.

—Durante todos los días de su vida, capitán estelar. Nuestra ciencia médica podría reparar las heridas con facilidad, pero nuestra casta de guerreros no nos permite malgastar recursos médicos por vanidad.

Trent no tenía ninguna objeción. Los Clanes, y especialmente los Jaguares de Humo, detestaban el derroche. Éste había sido el estilo de vida de los Clanes desde los tiempos de Nicholas Kerensky. Los Clanes no habrían sobrevivido sin este criterio.

—No le pido que las repare. Llevaré estas marcas con orgullo. Demuestran que soy un auténtico guerrero a quien tenga ojos para ver.

—Como desee, guerrero —dijo el doctor Shasta, meneando ligeramente la cabeza—. He hecho lo que los miembros de mi casta están obligados a hacer. Le he curado las heridas para devolverlo al servicio activo como guerrero. Le he reconstruido los tejidos hasta el extremo que me está permitido para que pueda volver a las filas de los que luchan en nombre de los Jaguares de Humo.

Trent esbozó una sonrisa y dijo:

—Que quienes me vean sepan que no huí, sino que di la cara ante el enemigo.

* * *

El último grito de la adepta Judith Faber no sirvió para nada. Aquélla sala oscura e insonorizada, sumida en las entrañas de la Nave de Descenso Hartel de los Jaguares de Humo, absorbía sus gemidos mientras los interrogadores hablaban por encima de su cuerpo inmovilizado como si ella no estuviese allí. Judith sabía que se estaban alejando de Tukayyid, pero apenas era consciente de encontrarse en una nave. Era más bien como estar en las profundidades del infierno. No podía verles las caras a sus torturadores, aunque había soportado sus preguntas durante varios días.

Sus recuerdos desde que la habían capturado eran borrosos y estaban deformados por los efectos de las drogas y el dolor de la tortura. Estaba semiinconsciente cuando los Jaguares la habían hecho prisionera. Le habían atado una cuerda a la muñeca dándole varias vueltas y la habían conducido a bordo de una Nave de Descenso. Uno de sus guardianes le había comentado la victoria de los ComGuardias en Tukayyid, pero su alegría duró poco. Con mortífera eficacia, empezaron a interrogarla. Primero fue como una entrevista, pero luego utilizaron drogas, electrodos y sensores de neuroalimentación. A ella no le sorprendieron estas medidas tan extremas: de hecho, las había aprendido como parte de su misión. Conocerlas era una cosa, pero sobrevivir a ellas era otra. Todo lo que tenía Judith era su férrea voluntad, que la mantenía en el filo de la navaja entre el terrible dolor y la locura.

—Aguanta por poco —dijo una voz grave desde un lugar que estaba fuera de su campo de visión.

Ya no le importaba. El tormento era casi insoportable. Estaba a punto de rendirse, casi dispuesta a confesar la verdad a los interrogadores. Incluso recibiría la muerte con agrado como liberación de aquel dolor.

—Los narcointerrogatorios son muy eficaces; pero, en nuestros encuentros pasados, ComStar ha demostrado tener muchos recursos —dijo la otra voz, más aguda, casi femenina. Añadió——: Puede que la hayan tratado con agentes bloqueadores para resistir nuestro interrogatorio.

—¿Corre algún riesgo?

—Tal vez —respondió la otra voz, en tono receloso—. Pero lo dudo. Sólo un puñado de los nuestros reclamaron sirvientes en la batalla de Tukayyid. Me parece extraño que no quisiera ser repatriada con los otros ComGuardias que capturamos.

—En el interrogatorio se ha averiguado que perdió a varios amigos y subordinados en la lucha y que se sentía muy culpable por su muerte, a pesar de que ella combatió de forma admirable. Como hablamos ayer, su sentimiento de culpa es profundo, y hasta ahora ha demostrado ser un arma poderosa para quebrar su resistencia.

Judith mantuvo la atención en la pausa que hizo la voz recelosa, la que la había torturado y atormentado para sacar a la luz sus recuerdos.

—Para ser una guerrera, tiene unos conocimientos técnicos notables.

—Tal vez sea eso lo que la mantenga viva para que nos sea útil. El capitán estelar Trent la ha reclamado como isorla —dijo la voz grave—. Pero nosotros no recorreremos el mismo camino que eligieron los Lobos. Nunca nos podrá amenazar con convertirse en otro Phelan Kell en nuestras filas… no si la aprobamos como técnico. Y ésa es mi recomendación.

—Ella le salvó la vida al capitán estelar Trent, ¿quiaf?

La voz grave no contestó de inmediato.

Af. Su unidad de soporte fue destruida y no pudimos recuperar a los técnicos. Ella puede servir como su tech, si Trent lo acepta.

Judith oyó el ruido de unos dedos tabaleando sobre un teclado, con ritmo rápido y metódico. Momentos después, pararon. Entonces sintió que alguien apoyaba una mano en su frente.

—Sé que puedes oírme, Judith —dijo—. Recuperarás las fuerzas, pero por ahora debes contentarte con escuchar, ¿quiaf? Luchaste como guerrera, pero esa época de tu vida ha quedado atrás. Ahora perteneces a los Jaguares de Humo y tienes una nueva misión. Que los Kerensky tengan piedad de ti…

Justo antes de perder el conocimiento, Judith sonrió para sus adentros, sabiendo que ellos jamás conocerían la razón. Todo ha comenzado