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Delta del río Racice Tukayyid

República Libre de Rasalhague

2 de mayo de 3052

El capitán estelar Trent apenas se fijó en la espesa arboleda que crecía entre las marismas del delta del río Racice, mientras aceleraba hacia un extenso claro. Su Timber Wolf se fue hundiendo en el lodo mientras reducía la marcha y buscaba posibles blancos. Era el único claro de gran extensión que habían encontrado tras muchos kilómetros de pantanos y ciénagas. Su compañero de Estrella, Schultz, se colocó a su lado con su Mad Dog; estaba tan deteriorado que a Trent le asombraba que todavía pudiera moverse, y mucho más disparar. Habían caído muchos guerreros en la batalla. Schultz y él eran los únicos supervivientes del Binario que había estado bajo sus órdenes.

La imagen del Mad Dog, avanzando con su caminar semejante al de un pájaro, emocionó a Trent a pesar de los años que llevaba ya como MechWarrior. Durante los últimos seiscientos años, los ’Mechs habían dominado las batallas y las guerras de la humanidad. De aspecto vagamente humanoide y de unos doce metros de altura, un solo ’Mech tenía potencia de fuego suficiente para destruir toda una manzana de casas. Podía actuar sobre casi cualquier terreno, fuese en el vacío del espacio o en las profundidades marinas. Incluso en estas ciénagas. Y a su mando estaban los guerreros que, sentados en las cabinas, utilizaban sus propias emisiones nerviosas para pilotar estas gigantescas y mortíferas máquinas.

A Trent le parecía apropiado que la flor y nata de la tecnología de los Clanes hubiese acudido a aplastar los últimos vestigios de esperanza de la Esfera Interior. El poder de los Clanes, que habían regresado para conquistar la Esfera Interior, había convertido la invasión en un rotundo éxito. Un planeta tras otro había caído en sus manos, bajo el incontenible avance de sus ejércitos hacia la Tierra.

Entonces, ComStar, la secta entre tecnológica y mística que ocupaba y defendía la Tierra, había decidido tomar partido. Utilizando los datos que su servicio de espionaje había obtenido sobre el concepto del honor y las tradiciones de los Clanes, los había desafiado a librar una batalla decisiva en Tukayyid. Si los Clanes vencían, podrían por fin reclamar la Tierra. Si eran derrotados, tendrían que aceptar una tregua de quince años. Ésta tregua significaría que guerreros como Trent serían demasiado viejos para tomar parte en la siguiente ofensiva invasora. Por eso, no cabía pensar en perder esta batalla.

Cada Clan debía conquistar dos ciudades, y los Jaguares habían ganado el derecho de ser los primeros en atacar. Mientras la Galaxia Alfa descendía sobre las cercanas montañas Dinju para dirigirse a su objetivo, la Beta, llamada «Tejedores de Brumas» y de la que Trent formaba parte, había descendido sobre los pantanos del río Racice para ir a su propio objetivo: la ciudad de Puerto Racice. La victoria y la destrucción del enemigo deberían haber llegado pronto; pero, en lugar de librar una batalla digna en el campo del honor, los ComGuardias habían utilizado las ciénagas y estanques como escenario de una serie de emboscadas, y habían paralizado a los Tejedores de Brumas con andanadas de artillería. La rápida victoria se había convertido así en una lucha costosa y prolongada… que no favorecía en absoluto a los Jaguares de Humo.

—Pata Plateada a Mando del Núcleo estelar —rugió, mientras una serie de explosiones resonaban en los árboles más próximos—. Nos encontramos en el sector cinco-catorce.

Se oyó un siseo de estática, en parte debido al ECM de los ComGuardias y en parte a los daños sufridos. La tensa voz de un oficial, que no era su coronel estelar, contestó:

—Pata Plateada, aquí Vigilante Nocturno. El puesto de mando ha sido atacado y nos estamos retirando. En su área hay elementos enemigos. Establezca contacto con la Estrella Veta Sangrienta y retroceda como nuestra fuerza de retaguardia. Nos reorganizaremos en el delta, ¿quiaf? La Estrella Veta Sangrienta… El grupo que lidera Jez. En parte, Trent esperaba que Jez hubiera sucumbido frente a aquella trituradora que eran los ComGuardias. Éstos no eran los guerreros inexpertos que el Khan Lincoln Osis les había hecho creer. Sus primeros encuentros habían sido con tropas novatas que no eran rival para los Jaguares, pero ahora era muy distinto. Le había llegado el rumor de que la saKlian Weaver había muerto en combate. Tras su muerte, los restos de la Galaxia Beta se estaban retirando, reagrupándose con la débil esperanza de alcanzar aún la victoria.

Peor aun: los ComGuardias habían destruido su Binario casi por completo, el Bravo Striker del 267 Núcleo estelar de combate. Sólo quedaba Schultz, más por suerte que por su habilidad. Temper había caído en una emboscada de la infantería de los ComGuardias. Silvia había muerto en su carlinga cuando un caza de los ComGuardias barrió el campo de batalla. Winston había encontrado su fin abrazado a un Crockett enemigo, al dejar que su reactor de fusión llegara al estado crítico mientras mantenía sujeto a su adversario en un abrazo mortal.

Se suponía que debía ser una victoria relampagueante contra los inferiores guerreros de la Esfera Interior. Trent paseó brevemente la mirada por los árboles y las oscuras sombras que se extendían entre ellos; en aquel fugaz instante, comprendió el significado de aquellos momentos. Estaba en Tukayyid, en la mayor batalla que se había celebrado desde los tiempos en que el general Aleksandr Kerensky había liberado la Tierra de Amaris el Usurpador, tres siglos atrás. Pero no era todo.

Trent era un Jaguar de Humo y sabía que aquel titánico conflicto causaría grandes pérdidas. Guerreros nuevos tendrían la ocasión de luchar y reclamar los Nombres de Sangre de quienes murieran en el campo de batalla. La idea de ganar un Nombre de Sangre conmovía a Trent hasta el tuétano de los huesos.

Justo antes de que los Jaguares descendieran sobre Tukayyid, había conocido al coronel estelar Benjamín Howell, que había aceptado apadrinarlo si algún Nombre de Sangre de los Howell quedaba vacante después de la batalla. Trent creía que era sólo cuestión de tiempo hasta que él también se contara entre los guerreros de los Jaguares de Humo y de los otros Clanes que tenían un Nombre de Sangre. Reclamar uno de estos nombres era el máximo logro al que podía aspirar un guerrero. Implicaba que su herencia genética pasaba a formar parte de la sagrada reserva de genes del clan, y así perduraría más allá de su propia muerte.

Sólo quedaba derrotar a los ComGuardias. Sabía que sus mandos tildaban de locura el esfuerzo de ComStar de frenar la invasión. También valoraban los veloces ataques de los ComGuardias como un derroche de recursos.

Trent comprendió la verdad: los ComGuardias estaban jugando con ellos al juego del escondite, con tanta dureza y velocidad que los Jaguares de la Galaxia Beta se estaban desmoronando poco a poco. Ahora los Jaguares se estaban retirando, por mucho que los altos mandos lo llamasen «reorganización». Había intentado explicar al coronel estelar lo que veía que estaba pasando, la manera como los ComGuardias estaban destrozándolos. Pero el coronel lo interrumpió sin dejarle terminar la explicación. El alto mando de los Jaguares creía que tenían controlada la situación. No le hicieron ningún caso.

Cuando estaba a punto de hacer la señal para ir al encuentro de Jez, Trent vio que su Warhawk irrumpía en el claro por el otro extremo, a un kilómetro de distancia. Perseguía a unos soldados de infantería de los ComGuardias, barriéndolos con ráfagas de sus grandes láseres de pulsación. Por lo menos, con el único que seguía funcionando. Trent aceleró la marcha de su Timber Wolfen dirección hacia ella.

Conocía lo bastante bien a Jez para saber que no desistiría de la persecución, fueran cuales fuesen las órdenes que hubiera recibido. Seguramente ya le habían ordenado que lo dejase, y por eso ahora lo enviaban a él en pos de ella. La obstinación de Jez le ocasionaría la muerte algún día. Tal vez ese día había llegado…

Trent emitió una señal a Schultz, al tiempo que seguía apresuradamente la de Jez.

—Cúbreme el flanco izquierdo durante la marcha —le dijo—. Tenemos órdenes de conectarnos con Jez y hacerla retroceder para cubrir la retaguardia de la Galaxia.

Af, capitán estelar —dijo Schultz, imitando el ritmo de avance del Timber Wolf de Trent. Éste consultó sus sensores y vio que Jez estaba enfrente de ellos, apartándose y acercándose de forma alternativa a los árboles que rodeaban el cenagoso claro. Se movía en la pantalla con lentitud, lo que indicaba que se estaba librando una batalla. Trent se dispuso a intervenir en ella mientras corría hacia las sombras de la espesura.

De pronto, sintió la sacudida de una potente explosión, que levantó del suelo al Timber Wolf. También recibió varios impactos, pero no eran disparos de armas, sino los fragmentos del OmniMech de Schultz que chocaban contra su máquina.

Los sensores de corto alcance le indicaron lo que había ocurrido. Un vehículo lanzamisiles de corto alcance había abierto fuego contra Schultz en cuanto lo hubo localizado. Más de treinta misiles habían hecho pedazos el Mad Dog de Schultz en menos de dos segundos. No tuvo tiempo de saltar ni de disparar; sólo de morir. Y Jez se enfrentaba a otros dos ’Mechs de los ComGuardias en medio de lo que debía de haber sido un puesto avanzado de mando o una base de reparaciones de los ComGuardias oculta al borde del claro. La infantería disparaba sus lanzamisiles de hombros y sus CPP portátiles, y estaba destruyendo el Warhawk de Jez de forma lenta pero segura.

Trent no estaba dispuesto a aceptar el destino de Schultz. Apuntó sus misiles de largo alcance al lanzamisiles de MCA, que se estaba retirando, y abrió fuego. Las cabezas explosivas atravesaron la base cubierta de humo y acertaron en el lanzamisiles; penetraron en su blindaje lateral y, al explotar, destruyeron sus depósitos de municiones, lo que desencadenó una tremenda explosión con su propio armamento.

Trent estaba haciendo girar su ’Mech cuando uno de los que atacaban a Jez, un Crab blanco de aspecto robusto, disparó una feroz andanada hacia él que falló por unos cinco metros. Trent esperaba un ataque así, que le permitiese intervenir en el combate de Jez sin privarla de su honor. Apuntó aprovechando la última ráfaga de misiles de largo alcance y disparó en el mismo milisegundo en que escuchó el sonido del sistema de puntería del Crab.

La mayoría de los misiles impactaron en el costado derecho del ’Mech enemigo, le arrancaron un brazo y arrojaron por los aires una nube de humo y chispas. Al menos dos de los proyectiles pasaron de largo del Crab y fueron a dar en el ’Mech de Jez. Ése guerrero es bueno. Me ha tendido una trampa para que causara daños a uno de los míos… El ’Mech de los ComGuardias se retorció a la altura del torso bajo el impacto de la explosión, pero respondió de inmediato con su mortífero láser pesado. El disparo dañó la pata izquierda del Timber Wolf de Trent, arrancando su blindaje ferrofibroso en una serie de explosiones sucesivas. El calor aumentó un poco en la carlinga, y Trent se desplazó a la izquierda del Crab para que le fuera más difícil mantener la definición del blanco. Trent sabía que, si mantenía aquella distancia de combate, podía aprovecharse de sus armas de largo alcance contra el deteriorado ’Mech enemigo.

No disparó hasta que hubo recorrido la distancia que los separaba; entonces abrió fuego con sus láseres pesados. Las lanzas de color rojo brillante de la luz láser cortaron el aire hacia el Crab. Un rayo dio en el suelo más allá del ’Mech y levantó una columna de humo en aquel campo que había sido verde poco antes. El otro dio en el blanco, incidiendo en la cadera del Crab. El blindaje chisporroteó unos segundos y explotó cuando el rayo alcanzó su estructura interna. Las fibras de miómero, el «músculo» que permitía a los BattleMechs desenvolverse en combate, fueron cortadas y quemadas por el rayo, y se elevó una voluta de humo de repugnante color verde. La articulación de la cadera quedó agarrotada por unos instantes y se descoyuntó en el último momento, cuando el piloto del Crab hacía un intento desesperado de poner su dañado ’Mech en mejor posición de fuego… o eso era lo que creía.

El combate de Jez con un Thug de los ComGuardias se estaba convirtiendo en un duelo sin cuartel. Entonces, el Crab se volvió hacia ella, dejando al descubierto su espalda a Trent, quien vio que el Thug caía al suelo porque su pata izquierda había saltado en pedazos a la altura de la rodilla, en una explosión de humo negro y escombros. Casi en ese mismo instante, el Crab se volvió hacia ella para dispararle a bocajarro. Jez no llegó a ver de dónde venían los disparos, que resultaron devastadores. Los láseres pequeños y medios del Crab proyectaron todo un muro de luz que impactó en una de las axilas del Warhawk de Jez. El rayo penetró de abajo arriba porque el Crab era más bajo. Una explosión secundaria en las entrañas del OmniMech de Jez arrojaron al suelo el afuste de las armas del lado izquierdo; mientras, el único láser pesado que le quedaba al Crab quemaba los restos del blindaje trasero de la máquina de Jez.

Ella se revolvió hacia su enemigo, girando el muñón de su brazo como una maza. El piloto del Crab eludió el golpe con una difícil maniobra con la que puso su máquina en cuclillas. En vez de contraatacar disparando, se acercó más manteniéndose al lado de Warhawk, y dio una patada al ’Mech de Jez que le dobló la pierna. Trent estaba impresionado: esquivar, girar y atacar a una distancia tan corta indicaba que aquel piloto era un rival digno de los Jaguares en combate.

Trent no podía dejar morir a Jez. Ambos eran Jaguares de Humo, fueran cuales fuesen sus sentimientos hacia ella. El ’Mech de Jez había sufrido muchos daños y, si él no acudía en su defensa, Jez moriría. Al ver lo que había hecho el piloto del Crab, no pudo evitar sentir admiración. Verdaderamente es un enemigo digno. A juzgar por las posiciones de los ’Mechs y su proximidad, Trent podía dañar aún más al agonizante Warhawk si disparaba contra el Crab y fallaba. La elección era suya. Podía abstenerse de disparar y desplazarse hacia el flanco, con lo que posiblemente dejaría morir a Jez, o bien abrir fuego.

Para Trent, que se sentía un Jaguar como si el corazón del animal latiera en su pecho, no había elección.

Cuando el retículo del punto de mira se centró en el Crab y sus armas zumbaron con la energía de precalentamiento, Trent se dio cuenta de pronto que esperaba que el piloto del Crab consiguiera sobrevivir a su ataque. Sería una gran contribución al clan de los Jaguares de Humo como sirviente. Cualquier guerrero capaz de interponerse entre dos ’Mechs enemigos y atacarlos a ambos a la vez era un trofeo de combate muy valioso.

Trent se quedó donde estaba y disparó todas sus armas. Acertó en la retaguardia del Crab con una terrible explosión de fuego láser. Los rayos, de brillantes colores rojo y verde, penetraron en el blindaje profunda y salvajemente. Fragmentos de la armadura saltaron por los aires. No falló ningún disparo. Jez, por el momento, seguía viva.

El guerrero que pilotaba el Crab mantuvo su posición y siguió disparando a Jez, mientras ella giraba por fin su ’Mech para poder responder a los ataques. El MechWarrior de los ComGuardias aguantó el tiempo suficiente para que el Warhawk de Jez destrozara dos toneladas de su blindaje con una demoledora serie de ráfagas de láser a una distancia que resultaban devastadores. La superior tecnología de los Clanes se impuso. El Warhawk se mantuvo firme, preparándose para el golpe de gracia.

Los disparos que realizó Trent sirvieron para que Jez no gozara del honor de morir en el campo de batalla. Había apuntado a la deteriorada cadera del Crab, y los láseres habían hecho bien su trabajo. Del área en la que había acertado brotó una nube negra y un chorro verde de líquido refrigerante. De pronto, surgió una llamarada cuando el accionador de la cadera se sobrecalentó y explotó con violencia, dejando fuera de combate al Crab. El piloto sabía que el ’Mech estaba inutilizado. Trent vio que la escotilla de la carlinga saltaba por los aires y el asiento de eyección se elevaba sobre el campo de batalla, dejando tras de sí una fina columna de humo. Ha saltado.

Jez barrió con sus láseres la infantería de los ComGuardias, que se retiraba. Sólo dio a un soldado, pero obligó a los demás a correr en busca de sus refugios y trincheras. Trent abrió un canal de banda ancha para toda el área y dijo:

—Piloto del Crab de los ComGuardias, te reclamo como isorla en nombre de los Jaguares de Humo.

Jez le replicó a través de su canal de comunicaciones.

—Te has atrevido a violar mi honor disparando contra ese Crab, ¿quiaf? Me enfrentaré a ti y te mataré por tus actos.

—El Crab me disparó primero, Jez. No has perdido tu honor. Tenemos órdenes de retroceder y situarnos en la retaguardia. Tú me acompañarás —repuso Trent en tono cortante.

—¿Ordenes de retroceder? Ése no es el estilo del guerrero Jaguar.

—El estilo de todos los guerreros es obedecer las órdenes de sus superiores, y tus órdenes proceden del mando de la Galaxia. Debemos irnos ahora.

Jez no tuvo la oportunidad de responder. En el borde oriental del claro, una multitud de BattleMechs de los ComGuardias surgieron del lodo y adoptaron posiciones de ataque. Los sensores de corto alcance de la máquina de Trent se encendieron. Vio el número de enemigos en la pantalla y se le secó la garganta. ¡Diez! Trent entendió de súbito por qué le habían ordenado que se retirasen. Al parecer, los ComGuardias se dirigían directamente a él. El honor de los Clanes coloca la victoria por encima de una muerte inútil. Quedarnos aquí para combatir significa la muerte.

El ’Mech más cercano de los diez, un Hussar que se aproximaba a la carrera, estaba apuntando a Jez; en ese momento, Trent activó sus láseres ampliados de largo alcance y volvió a abrir el canal de comunicación con Jez.

—¡Retrocede ya, Jez! —le ordenó, mientras dirigía su Timber Wolf hacia el centro del claro y lo preparaba para marcharse a toda velocidad.

—¡Maldito seas! —exclamó ella, cediendo por fin y acercándose a él—. Cuando esto haya terminado, morirás en mis manos en un Círculo de Iguales.

—Eso será más tarde. ¡Ahora, cumple con tu deber y lárgate!

Los sensores indicaron a Trent que se aproximaba una Estrella de los Jaguares de Humo en su refuerzo, pero se encontraban todavía a unos preciosos segundos de distancia. No importaba lo que él hiciera o dijera: ella manipularía los hechos de acuerdo con sus propósitos y deformaría la verdad para que encajase con su punto de vista. Él no necesitaba hacerlo, con aquella ocasión que se le presentaba de conseguir un Nombre de Sangre. Tal vez ella muera antes. Ninguna cuestión de honor debe amenazarme cuando me presenten a los Juicios

De pronto, pareció como si un volcán entrase en erupción bajo las aguas cenagosas que rodeaban al Timber Wolf. Grumos de lodo, turba y suciedad ardientes salpicaron el Wolf como si la tierra de Tukayyid explotase bajo sus pies. Cuando el ’Mech se torció a un lado, Trent tuvo que compensar la inclinación. Grandes llamas lamieron el ’Mech desde el suelo.

El ordenador de puntería de Trent solicitó su atención mientras el ’Mech se tambaleaba. Artillería… y misiles Arrow. Los ’Mechs enemigos no le estaban haciendo frente de forma directa, sino que querían matarlo sin honor. Hizo girar al ’Mech para tratar de liberarse, pero fue un movimiento que nunca llegó a terminar.

La segunda andanada no abrió el suelo, sino que acertó en el ya deteriorado Timber Wolf. Las ráfagas de artillería sacudieron sus afustes de misiles de los hombros, reduciéndolos a escombros. Un chorro de calor pareció envolverlo mientras veía la imagen de un Hussar de ComStar que corría hacia él con los láseres brillando, mientras su ’Mech seguía tambaleándose como un borracho. Uno de los misiles Arrow VI cayó en uno de sus pies; otro se clavó en su hombro y arrancó la tobera de su torso izquierdo con una resonante explosión. El ’Mech se moría, pero Trent sabía que tenía que sobrevivir. Como fuese.

No tenía tiempo de disparar ni de moverse. El Timber Wolf empezó a inclinarse mientras innumerables salvas de artillería llovían sobre él. El ’Mech se tambaleaba con cada impacto, y el cerebro de Trent chillaba cada vez que el ordenador de combate le enviaba un chorro de información nerviosa a través del neurocasco. Trent quería gritar, y quizá lo hizo, pero los ensordecedores ecos de las explosiones ahogaban cualquier otro sonido. La pantalla secundaria se encendió cuando, de súbito, un grupo de infantería de salto apareció a su alrededor. La pantalla se apagó con un chasquido y un chisporroteo verdoso y anaranjado. Otros controles saltaron y empezaron a desprender humo. Su mente pensaba aceleradamente, como un caballo desbocado, tratando de encontrar una salida a aquel desastre.

Alargó la mano hacia el botón de eyección cuando, de pronto, la escotilla de visión que tenía enfrente explotó hacia el interior de la carlinga. Una llamarada se alzó ante él. ¡Infernos! Aquéllos misiles estaban llenos de una sustancia petroquímica gelatinosa que podía generar un calor increíble en un ’Mech. En su estado de inmovilidad, los Infernos significaban la muerte entre llamas. Trent sintió que su cuerpo se tensaba contra los cinturones de seguridad, mientras el fuego le rodeaba los brazos. El visor del neurocasco saltó despedido y las llamas saltaron a sus ojos. El olor a carne quemada invadió su olfato, y supo que aquel olor era de su propia carne.

Dolor, el más intenso y profundo que había sentido jamás. Cada célula de su piel parecía arder con un dolor que le llegaba a los huesos. Una luz blanca y brillante pareció llevárselo, y todos los sonidos se difuminaron. La muerte. Tiene que ser la muerte. Si por lo menos desapareciera el dolor… Alargó las manos hacia la luz a ciegas, en busca del rostro de la muerte o del control de eyección, lo que pudiese encontrar antes.