Paul Drake dio los golpecitos convenidos en la puerta del despacho particular de Perry Mason.
Della Street lo dejó entrar.
Drake miró a Mason y sonrió.
—¿Cómo demonios lo sabías, Perry?
—No lo sabía —contestó Mason—, pero lo sospechaba.
—¿Por qué?
—Porque —repuso Mason— éramos lo mismo que un público que está contemplando los trucos de un prestidigitador. Estábamos tan interesados por la charla y las explicaciones del mago, que no nos fijábamos en lo que realmente estaba haciendo.
»No hay más que pensar en un prestidigitador que pide un reloj a alguien que se encuentre en la parte de atrás del público. Luego baja por el pasillo trasladando el reloj primero a la mano izquierda y luego a la derecha, con objeto de mostrar a la gente de ambos costados del auditorio que sigue llevando el mismo reloj. En realidad, lo que está haciendo es trasladarlo desde su mano izquierda a su mano derecha para poder hacer una sustitución mientras su cuerpo está ocultando al público lo que está haciendo, pero, como insiste en que lo hace con objeto de mantener el reloj siempre a la vista del público, éste acepta que lo que hace es completamente correcto.
»Veamos lo que ocurrió en este caso. El doctor Summerfield Malden está agotándose peligrosamente en el ejercicio de la medicina. Sólo le quedan pocos años de vida. Tiene necesidad de un completo descanso físico y mental. Está enamorado de su enfermera jefe. Naturalmente, quiere estar con ella. Su esposa es una mujer amante del dinero y que no le concedería el divorcio, sino que está dispuesta a sacarle hasta el último penique que posea. Es una fisgona que saca fotocopias de su libro de notas, que hace impresiones en cera de sus llaves y vigila estrictamente cada uno de sus movimientos.
»El doctor Malden desaparece. Probablemente, le es posible llevarse cien mil dólares en metálico. Da la casualidad de que su enfermera jefe desaparece al mismo tiempo. Ahora bien, dadas estas circunstancias, ¿cuál es la conclusión lógica?
Drake sonrió.
—Presentando las cosas de ese modo, Perry, sólo hay una conclusión lógica. El doctor Malden, sabiendo que sólo le quedaban pocos años de vida, ahorró el dinero suficiente para vivir sin estrecheces esos pocos años y decidió que tendría descanso y felicidad con la mujer a la que amaba realmente.
—Exacto —confirmó Mason—. El doctor Malden era un hombre que planeaba las cosas con consumada habilidad. Era una máquina de pensar de perfecta sangre fría y que razonaba todo hasta el último detalle. Indudablemente habría montado una desaparición que fuese dramática. Es probable que pensase volar con su avioneta sobre el mar, que se dejase caer en paracaídas, que fuese rescatado por Gladys Foss, quien lo estaría esperando en un punto fijado de antemano, y pasaría a los anales de la aviación como otro aficionado víctima de inclementes condiciones meteorológicas. Pero el doctor Malden tuvo la suerte de que las cosas se le presentaran aún mejor. Por lo menos, es lo que me imagino.
—Pues has acertado, Perry —dijo Drake—. Vengo ahora del cuartel general de la policía. Tras la bomba que les arrojaste, detuvieron a Ramón Castella y lo hicieron cantar. Castella terminó confesando todo lo que sabía. Si encajamos los hechos, parece que todo ocurrió tal como tú habías sospechado.
»El doctor Malden y Gladys Foss estaban preparándose nuevas identidades en Sacramento. Nadie habría pensado nunca que el señor Charles Amboy y señora, que tan apaciblemente llevaban meses viviendo allí, pudieran ser el desaparecido doctor Summerfield Malden y su bonita enfermera.
»Tenían el proyecto de trasladarse posteriormente a las islas Hawai y adquirir una pequeña propiedad en Maui, donde podrían vivir gastando poquísimo si así lo deseaban.
»Aquello habría sido un paraíso para el doctor. Agua caliente, nada de teléfonos, un clima semitropical, fruto del árbol del pan, aguacates, bananas, cocos, palmeras, luz del sol, largos días de pereza escuchando el monótono rumor de la rompiente en lugar de las lamentaciones de los enfermos.
»Kirby ya se había establecido allí desde hacía tiempo y de vez en cuando le escribía al doctor Malden dándole detalles sobre aquella vida ociosa y descansada. El doctor Malden quemaba aquellas cartas tan pronto las leía, porque Kirby estaba ocultándose en un lugar donde no pudieran localizarlo, y el doctor Malden lo estaba protegiendo.
»Según la confesión que Castella ha hecho a la policía, el doctor Malden y Kirby sacaron del garaje el coche del primero, luego pasaron a recoger a Castella, quien iba a llevarlos al aeropuerto para traerse luego el coche a la ciudad.
»El doctor Malden tenía la intención de despegar en su avioneta y hacer luego que Castella llevase a Kirby a la sección de pasajeros para que éste pudiera tomar su avión hasta Denver.
»El doctor Malden presentó su plan de vuelo y dispuso todo lo necesario para despegar, pero luego, como estaba disfrutando tanto con la compañía de Kirby, sugirió que éste le acompañase en la avioneta hasta Salt Lake City y allí tomase el avión para Denver. Kirby objetó que el ruido del motor no les dejaría oírse y sugirió que fuesen en coche hasta Salt Lake City, ya que había muchísimas cosas de las que tenía que hablar con Malden.
»Según confesión de Castella, el doctor Malden, en lugar de suspender su vuelo, le dijo a Castella que pilotase la avioneta hasta Salt Lake City y que regresase en tren. Castella, desde luego, que no dejaba de saber algo de lo que estaba pasando, llegó a la conclusión de que el doctor Malden tenía el propósito de pilotar su avioneta para el regreso, pero que su intención era reunirse con Gladys Foss en Salt Lake City, y que ésta sería la que trajese el coche de regreso.
»El doctor Malden y Kirby emprendieron la marcha, pero Castella tenía otros proyectos. Había estado hurtando narcóticos del doctor Malden y estaba metido en una red de traficantes de drogas. El jefe de esa red, un hombre el que Castella odiaba y temía, había estado ejerciendo presión sobre el chófer para que le dejase utilizar la avioneta del doctor Malden con objeto de concertar una cita en el desierto con un avión de contrabandistas de drogas.
»Tan pronto como Malden abandonó el aeropuerto, Castella llamó por teléfono al jefe de la red de traficantes de drogas y le dijo que, si acudía inmediatamente, podría utilizar la avioneta de Malden, asistir a la reunión de los traficantes de drogas, continuar el vuelo hasta Salt Lake City y entregar las drogas allí. El jefe de la banda saltó de gozo al enterarse de la oportunidad.
»Castella saturó de morfina el frasco de whisky del doctor Malden, morfina que, desde luego, había hurtado previamente de las existencias del doctor Malden. El jefe de la banda se mostró dispuesto a despegar cuanto antes. Castella insistió en que tomasen un trago. El jefe de la banda era un gran bebedor. Castella fingió beber algo, pero su jefe bebió realmente un buen trago, se metió en la avioneta y despegó.
»Castella había planeado deliberadamente un asesinato en circunstancias tales que le parecía absolutamente imposible que lo atrapasen. Estaba seguro de que la avioneta se estrellaría en el desierto. Todo el mundo pensaría que el cadáver que se encontrara en el aparato era el suyo. Y él entonces podía desaparecer tranquilamente.
»Así, pues, Castella aguardó el curso de los acontecimientos. Se enteró de que la avioneta se había estrellado, pero con gran sorpresa por su parte vio que todo el mundo creía que el cadáver era el del doctor Malden, por lo cual calculó que, de un momento a otro, el doctor Malden daría la noticia de que era Castella el que había pilotado la avioneta, debido a un cambio de último momento en sus planes.
»Pero, por lo visto, el doctor Malden y Kirby, mientras se dirigían en el coche hacia Salt Lake City, oyeron por la radio del vehículo un boletín de noticias en que se anunciaba el descubrimiento del aparato estrellado y, desde luego, la afirmación de que el cadáver era el del doctor Malden. Malden había estado madurando el proyecto de desaparecer y unirse con Kirby en su paraíso tropical. Kirby y el doctor Malden eran amigos íntimos. Kirby se había cansado de la vida matrimonial y estaba viviendo con lujoso ocio en una isla tropical. Tenía una muchacha nativa de la que estaba enamorado, como Malden lo estaba de su enfermera jefe. Castella había interceptado una de las cartas de Kirby y sabía qué era lo que estaban tramando los dos hombres.
»Después que transcurrieron veinticuatro horas sin que se tuviese noticias de que el doctor Malden hubiera dicho lo más mínimo, Castella cayó en la cuenta de lo que debía de haber sucedido. Malden y Kirby habían aprovechado el accidente de la avioneta como una oportunidad espléndida para llevar a cabo sus planes. Suponían, desde luego, que el cadáver de Castella era el que estaba entre los restos del aparato. Al guardar silencio sobre el cambio en sus planes de vuelo, el doctor Malden podía montar su desaparición sin el menor riesgo de ser descubierto. En realidad, puede sospecharse con fundados motivos que el doctor Malden y Kirby estuvieron planeando los detalles de una desaparición mientras se dirigían a Salt Lake City.
»Castella volvió a la habitación que tenía alquilada y explicó su ausencia diciendo que había estado trabajando en la canoa del doctor Malden, revisando el motor de acuerdo con instrucciones que había recibido.
»Castella se encontraba de pronto en una posición maravillosa para reunir material que posteriormente podría utilizar para un espléndido chantaje. Pero, desgraciadamente para él, los federales le estaban cerrando el cerco a causa de la red de traficantes de drogas. Entonces, Hamilton Burger, el fiscal del distrito, al encontrar en el frasco whisky drogado, se precipitó al extraer la conclusión de que la señora Malden había asesinado a su marido. Castella, un perfecto bribón, teniendo un asesinato que ocultar y viéndose complicado en un asunto de drogas que terminaría por atraparlo, engañó al fiscal del distrito ofreciéndose como testigo de cargo, contando una historia que complicaría a la señora Malden en el tráfico de drogas y en el asesinato de su marido. Este ofrecimiento lo hizo a cambio de una garantía de inmunidad que le fue prometida por el fiscal del distrito.
»Castella se sentía ya perfectamente tranquilo. El doctor Malden y Darwin Kirby eran los únicos que podían refutar sus declaraciones, y ninguno de ellos se atrevería a hacerlo. Castella, habiéndose asegurado, por parte del fiscal del distrito, la inmunidad en cuanto al asunto de las drogas, podía declarar en el juicio contra la señora Malden, dedicarse luego a localizar al doctor Malden y a Gladys Foss y, una vez que los encontrase, sacarles hasta el tuétano con chantaje.
Mason reflexionó sobre todo lo que acababa de decir Paul Drake.
—Bueno —comentó—, no hay más que poner las cosas en orden y figurarse lo que debió de ocurrir. El doctor Malden y Kirby elaboraron sus planes. El doctor Malden llevó el coche hasta Salt Lake City. Kirby se apeó allí y tomó un avión para Denver con objeto de llevar a cabo la última acción en su especial enredo doméstico y contemplar el plan de desquite que había preparado contra su esposa y sus parientes políticos.
»Gladys Foss, antes de tomar el avión desde Phoenix a Salt Lake City, debió de escuchar el boletín de noticias de la radio sobre la muerte del doctor Malden. Durante ese tiempo creyó que el doctor Malden había muerto. Podemos imaginarnos lo que debió de sentir cuando llegó a Salt Lake City y oyó la voz de él por teléfono. Hemos de recordar que la azafata del avión nos dijo cómo había estado llorando la muerte de su «esposo» mientras iba en avión desde Phoenix a Salt Lake. ¿Y qué hay del dinero en la caja de caudales de los apartamentos Dixiewood, Paul? ¿Has descubierto algo respecto a eso?
Drake meneó la cabeza.
—Castella no sabía nada sobre los apartamentos Dixiewood. Estaba enterado de la situación de Gladys Foss, pero no del apartamento. Desde luego, la señora Malden había descubierto aquel secreto. Es fácil imaginarse la posición del doctor Malden. Estaba rodeado de gente que lo vigilaba. Su esposa hacía fotocopias de su libro de notas e impresiones en cera de las llaves de su llavero. Castella estaba hurtando drogas de las existencias del doctor Malden y esperaba la menor ocasión para hacer un poco de chantaje por su parte.
»Mis sospechas más fundadas respecto al dinero, Perry, son que el doctor Malden había estado detrayendo grandes sumas en metálico de sus ingresos. También había estado jugando a las carreras de caballos. Lo que quiera que pudiese ganar tenía que ser en metálico. El individuo tenía evidentemente el tipo de cerebro frío, calculador y científico que lo capacitaba para hacer meticulosas combinaciones en las apuestas. Tenía una voluntad de hierro y jugaba únicamente conforme a un cierto sistema secreto mediante el cual podía presentar combinaciones ganadoras. Si ganaba, ganaba mucho y en metálico. Si perdía, perdía poco.
»Gladys Foss había dejado su propio coche en Sacramento. Tomó el avión desde Salt Lake City a Sacramento, recogió su coche y viajó hasta los apartamentos Dixiewood para poder retirar sus pertenencias personales.
»Mientras tanto, el doctor Malden, probablemente llevando un disfraz rudimentario, se había trasladado aquí en avión desde Salt Lake City, había ido directamente al apartamento, había abierto la caja de caudales, la había desvalijado y había dejado abierta la puerta de la caja.
»El plan consistía en hacer ver que era Gladys Foss la que se había apoderado del dinero, dinero que previamente había estado malversando. Como es natural, Gladys Foss iba a desaparecer. De ese modo el departamento del impuesto sobre la renta se vería sumido en la confusión. No sabría si la disminución en los ingresos en metálico era debida a que el doctor Malden estaba defraudando al impuesto sobre la renta o al hecho de que Gladys Foss había estado malversando dinero con objeto de apostar en las carreras de caballos.
»Es fácil imaginar la sorpresa de Gladys cuando llegó al apartamento y vio que la puerta de la caja de caudales estaba cerrada, que el cuadro estaba en su sitio y todo lo demás. Porque ella, por supuesto, estaba enterada de los planes del doctor Malden.
Mason aprobó con una inclinación de cabeza. Drake continuó con tono dubitativo:
—Lo único que no consigo comprender es por qué el doctor Malden dejó todos sus bienes a su esposa, a la que odiaba.
—No tenía más remedio que hacerlo —explicó Mason—. Si la hubiese desheredado, habría hecho surgir sospechas desde el principio. Recuerda que él no estaba proyectando que encontraran su cadáver en una avioneta incendiada. Estaba pensando simplemente en una desaparición.
—Es verdad —asintió Drake.
Mason soltó una risita.
—Así, pues, realmente la señora Malden estaba diciendo la verdad cuando vino a verme, excepto su mentira en lo referente a que la seguían. Ella lo que deseaba es que yo fuese a aquel apartamento. Quería que descubriese la combinación de la caja. Quería que sacase el dinero de la caja y que luego fuese lo bastante listo y bribón como para retener cien mil dólares en billetes hasta que las aguas se hubiesen calmado. Luego, era de suponer que le entregaría cincuenta mil dólares exentos de impuestos y que me quedaría con una cantidad igual para mí.
»Lo que estoy diciendo significa que el doctor Malden y Gladys Foss ya habían puesto sus planes en marcha. En cierto modo, Paul, tengo el presentimiento de que nadie va a encontrarlos. Él debió de estar en el bungalow de Gladys cuando llamé al timbre y entré. Había estado sentado en la butaca leyendo los resultados de las carreras. Hice mal al no sospechar nada cuando Gladys Foss me dijo que había estado sentada en la butaca, pero su relato de la afición a las carreras y de que no ganaba lo bastante para eso presentaba posibilidades legales tan interesantes, que, por el momento, acepté todo aquello como algo evidente.
—Me pregunto qué le ocurrirá a Kirby —dijo Drake.
—Dudo que Hamilton Burger sienta demasiado interés por localizar a Kirby, Paul —respondió Mason con una sonrisa burlona—. Desde luego, Kirby deseaba hacer lo que pudiera para ayudar a la desaparición del doctor Malden. Deseaba decir toda clase de mentiras al fiscal del distrito y a los periodistas, pero le daba miedo comparecer en el estrado de testigos y hacer semejantes afirmaciones bajo juramento, porque entonces, si la verdad se ponía en claro, se haría culpable de perjurio, y un hombre que había planeado durante tanto tiempo pasar su vida en una isla tropical, nadando en plácidas ensenadas, comiendo fruto del árbol del pan, mangos y bananas, naturalmente no tenía el menor deseo de ser internado en una celda, comer rancho carcelario y hacer trabajos rudos.
—¿Estás convencido de que fue el doctor Malden, disfrazado de tía inválida, el que visitó a Kirby? —preguntó Drake.
—Lo más seguro es que lo fuese. De un modo u otro, Kirby había conseguido enviar un mensaje al doctor Malden… ¡espera un momento, espera un momento! Della, traiga usted los periódicos de ayer.
Della Street fue al armario y sacó los periódicos del día anterior.
Mason revisó apresuradamente las columnas de anuncios que contenían mensajes personales y luego castañeteó los dedos.
—¿Lo has encontrado? —preguntó Drake.
—Lo he encontrado —repuso Mason— y lamento que no se me hubiera ocurrido antes. Escucha esto: «S. M.: Me cortaría el brazo derecho por poder ayudarte, pero no puedo levantarlo, D. K.»
—Eso encaja perfectamente —comentó Drake.
Mason le lanzó una sonrisa a Della Street.
—Técnicamente, todavía estoy bajo el peso de una sentencia a cárcel por desprecio al tribunal. Vamos a comer. Puede que sea la última buena comida que haga durante mucho tiempo.
—No te preocupes por el juez Telford —le advirtió Drake—. Está lleno de remordimientos. Ha dicho a los periodistas que desarrollaste una de las luchas legales más espléndidamente dramáticas que él haya presenciado nunca; que era tu deber como defensor luchar por tu cliente palmo a palmo y que tu valerosa actitud ha contribuido a descubrir la verdad.
Mason se dirigió a la percha y recogió su sombrero.
—Muy bien, Paul —dijo—, tú te quedas aquí y pones en orden los cabos sueltos. Necesito toda la información que puedas obtener. Della y yo vamos a celebrar el triunfo.
—Como siempre —gruñó Drake—, me dejáis la peor parte.
—Tú crees que has tenido la peor parte —sonrió Mason—, pero ¿qué habría pasado, Paul, si te hubiese entregado la llave de aquel apartamento que me dio la señora Malden y te hubiese pedido que fueses allí para echar un vistazo?
La sonrisa semiburlona que contraía el rostro de Paul Drake desapareció repentinamente.
—Quieres decir que habría encontrado una caja de caudales vacía y que… ¿no?
—Exactamente —respondió Mason—. Y la señora Malden habría creído que te habías apoderado de los cien mil dólares.
—Tú ganas —dijo Drake—. Puedes irte y festejarlo con Della. Yo me quedaré aquí y pondré en orden las cosas. ¡Cáspita, nunca había pensado en esa posibilidad! ¿Qué habría pasado entonces?
—Sigue pensándolo —le aconsejó Mason secamente— y entonces podrás formarte una idea de lo que yo sentí al ver entornada la puerta de aquella caja de caudales. ¡Vámonos, Della!