Mason llegó temprano a su oficina y revisó los informes de Paul Drake antes de marchar al tribunal del juez Telford para intervenir en el segundo juicio preliminar de Steffanie Malden.
Della Street, sonriendo, colocó periódicos sobre la mesa de Mason.
—Hizo usted todo lo posible para lucirse en el aeropuerto —comentó.
Mason sonrió burlonamente.
—Burger había proyectado hacer una entrada tan triunfal, que realmente parecía una lástima estropeársela.
—¿Por qué se le ocurrió a usted la idea de hacer que le entregaran una citación obligatoria a Darwin Kirby? —preguntó ella—. No creo que fuera a marcharse.
—No es que fuera a marcharse —replicó Mason—, pero convocándolo como testigo mío, puedo ponerlo en el estrado e interrogarlo bajo juramento respecto a todo lo que sepa.
—Pero entonces quedará usted ligado por su declaración.
—Al hacer eso —reconoció Mason—, tiraré mi caso por la ventana por lo que se refiere al juicio preliminar; pero sabré los ases que el fiscal guarda en la manga antes de que se vaya a un juicio con jurado. Lo más probable es que el juez Telford obligue a la acusada a comparecer en juicio ante un tribunal superior, a menos, por supuesto, que podamos sacamos un conejo del sombrero en el curso del juicio preliminar.
—¿Hay alguna esperanza de que ocurra eso? —preguntó ella.
—No lo sé —le respondió Mason sonriendo—. El sombrero es el del fiscal del distrito. Nunca se puede estar seguro de que no haya un conejo en él.
—Pero, suponiendo que no lo hubiera, ¿qué pasaría?
—Quizás entonces pudiéramos sacar nosotros uno o bien metérselo en su sombrero cuando él no estuviera mirando.
Paul Drake dio en la puerta de Mason el número convenido de golpecitos. Della Street abrió la puerta.
—¿Qué has descubierto, Paul? —preguntó Mason.
—Han alojado a Darwin Kirby en un hotel lujoso —contestó Drake—. Le han dado una suite y lo tratan como a un millonario. Tú ya sabes lo que eso significa.
Mason frunció el ceño.
—Eso significa que su declaración va a despejarle el camino a Hamilton Burger y va a crucificar a Steffanie Malden —Drake aprobó con una inclinación de cabeza—. Cuéntame todo lo demás —le instó Mason—. ¿Ha tenido alguna visita? ¿Qué has podido descubrir de sus llamadas telefónicas?
—Respecto a sus llamadas telefónicas, no he podido descubrir lo más mínimo —contestó Drake—. Tratar de acercarse en ese hotel al operador de la centralita equivaldría a arrojar por la ventana mi licencia de detective particular. He podido en cambio seguir la pista de sus visitas, mejor dicho, de su visita, porque sólo una persona ha acudido a verlo.
—¿Quién?
—Su tía, hermana de su madre. Una simpática anciana en una silla de ruedas. Está paralítica desde la cintura abajo. Dulce, de cabellos blancos y sin colorete. Una visita sin ceremonias a su sobrino favorito.
—¿De dónde venía? —preguntó Mason.
—Del sanatorio Butte.
—¿Qué clase de silla de ruedas, Paul?
—Una de primera categoría —repuso Drake—. La ancianita tiene dinero. Toda envuelta en pieles, con un cochazo, chófer, servidor vestido de blanco y todo lo demás.
—¿Es ésa la parienta a la que Kirby visitó con el doctor Malden? —preguntó Mason.
—La misma. El doctor Malden fue en coche al sanatorio Butte antes de llevarse a casa a Kirby para cenar. Creo que el doctor Malden consultó con el médico encargado de atender a la anciana señora.
—¿Algún otro visitante?
—Ninguno en absoluto. Kirby está tan vigilado como un rey de incógnito. No se permiten ningún descuido con él. He oído decir que su declaración va a poner una soga alrededor del bonito cuello de Steffanie Malden.
—Lo sé, lo sé —dijo Mason en tono de impaciencia—. Paul, ¿qué hay sobre esa tía de él? ¿No tiene nada de sospechoso?
—Nada en absoluto —respondió Drake—. Estuve examinándola muy bien. Hace más de dos años que está en el sanatorio.
—¿Cómo es el sanatorio de grande?
—Uno de esos pequeños centros de recuperación que existen en las colinas, lejos de la niebla y del humo, con alrededores tranquilos, galerías soleadas y todo lo demás.
Sonó el teléfono de Mason. Della Street se puso a la escucha y luego dijo:
—Es para usted, Paul.
Drake agarró el auricular, estuvo escuchando unos momentos y ordenó luego:
—Espere un poco, no se retire del aparato. Voy a darle instrucciones —se volvió hacia Mason y explicó—: Perry, Hamilton Burger ha dejado que los periodistas tengan una charla con Kirby. Han sostenido una dramática entrevista de última hora antes de trasladarse al tribunal y Kirby está contando todo lo que sabe.
—Mira a ver si puedes conseguir un resumen de la historia —pidió Mason.
Drake transmitió la petición por el teléfono, estuvo escuchando unos cuantos minutos y luego empezó a contar.
—Mi agente tiene un sumario general de lo que se ha dicho. Kirby fue al aeropuerto con el doctor Malden. Éste se disponía a realizar un vuelo a Salt Lake City. Malden le contó a Kirby que tomaba cápsulas de cafeína y bebía un poco de whisky, de vez en cuando, con objeto de mantenerse despierto; que trabajaba tanto en su profesión, que el zumbido constante de los motores solía ejercer sobre él un efecto hipnótico. Tenía un frasco de plata. Kirby está seguro de que el frasco que fue presentado como prueba número uno en el primer juicio preliminar es el frasco que él vio al doctor Malden.
»Poco antes de que el doctor Malden despegase, éste y Kirby tomaron un sorbo de ese frasco. Kirby bebió sólo una cantidad pequeñísima, porque pensó que al doctor Malden podría hacerle falta. El doctor Malden bebió un gran trago.
»Kirby dice que regresó a la sección principal del aeropuerto para esperar el momento de subir a su avión. Tenía que aguardar quince minutos. Empezó a notar calor y a sentirse soñoliento hasta perder todo interés por lo que le rodeaba. Se dio cuenta de que la cabeza se le ponía pesada y se sentó en un diván. Esto es lo último que recuerda hasta que alguien empezó a zarandearlo, unas tres horas más tarde, y lo despertó. Ese alguien era uno de los empleados del aeropuerto.
»Kirby se acercó a un mostrador y tomó tres tazas de café negro.
Sólo entonces empezó a comprender dónde se hallaba. Hacía ya mucho tiempo que su avión había emprendido el vuelo. Tomó otro avión para Denver. Nada más entrar en el avión, se quedó dormido profundamente. La azafata lo despertó cuando estaban aterrizando en Salt Lake City. Descendió del avión en Salt Lake City, fue a la terminal, se durmió de nuevo, perdió el vuelo siguiente y no pudo encontrar su billete. Tuvo que comprar otro billete desde Salt Lake City a Denver. Dice que no cabe duda alguna de que el whisky tenía una droga.
—Claro que tenía una droga —exclamó Mason—. Pero, ¿quién la puso y cuándo? —Drake se encogió de hombros—. Está bien —dijo Mason—. Voy a la Audiencia. A propósito, Paul, ¿sabes con seguridad cómo se llama la tía de Kirby?
—Señora Charlotte Boomer.
—¿Y cuál dijiste que era el sanatorio?
—Sanatorio Butte.
—¿Cuál es el número de su habitación?
—Habitación once. ¿Por qué?
—Pues no lo sé —confesó Mason—. Puede que necesitara comprobarlo.
—Ya ha sido comprobado —le dijo Drake con tono de cansancio—, y, créeme, Perry, ha sido una tarea bien hecha. Me encargaste que hiciese investigaciones sobre cualquier visitante que tuviera Kirby, y puedes estar seguro de que eso se ha hecho.
—¿Y no hubo más visita que ésa?
—Fue la única.
Mason dijo de pronto:
—Aquí tienes una citación obligatoria. Ve a entregársela a la señora Boomer.
—¿Como testigo para la defensa? —preguntó Drake.
—Así es.
—No podrás conseguir que venga, Perry. Está paralítica desde la cintura abajo.
—Si ha podido venir a visitar a Kirby, también podrá venir a la Audiencia —replicó Mason—. Hazla venir en una silla de ruedas. Utiliza una ambulancia, si es necesario.
—Eso va a ser un jaleo, Perry. Obtendrá un certificado médico y te acusarán de que estás exigiendo cosas imposibles de una anciana señora, que estás desviando el curso del juicio y que…
—Ya me imagino todo eso —interrumpió Mason—, pero cuídate de que esa citación quede entregada en debida forma.
—Pero, Perry, ella no sabe una palabra del caso. Es imposible que sepa algo.
—Excepto lo que le haya dicho Kirby.
—Bueno, Kirby no… ¡Ah, ahora comprendo! Bueno, desde luego… pero otra vez a tropezar con lo mismo, Perry. El fiscal pondrá el grito en el cielo cuando se entere de la entrega de esa citación. Dirá que estás abusando de la paciencia del tribunal. Te desafiará a que muestres qué es lo que esperas probar con esa testigo, y…
—Y se lo diré —lo interrumpió Mason.
—Tendrás que mostrar algo más que una mera conjetura, Perry. Deberás tener algún fundamento para hacer esa afirmación, y entonces, por supuesto, él podrá imponer condiciones.
—¿Es que vas ahora a darme lecciones de derecho? —preguntó Mason.
Drake pensó el asunto unos momentos, luego sonrió.
—De ninguna manera, pero ha habido momentos —dijo— en que he dado esa impresión, ¿verdad?