La policía custodiaba la puerta once del aeropuerto, permitiendo el paso sólo a aquellos que tenían credenciales de la policía o de la prensa y que se aprestaban a recibir al gran cuatrimotor que tendría que llegar dentro de pocos minutos.
Mason y Paul Drake, muy en retaguardia, vieron cómo el agente del detective mostraba un carnet a uno de los policías de guardia, blandía su cámara y se apresuraba a cruzar el cordón de vigilancia. Otros fotógrafos, ansiosos de captar escenas de la llegada, corrían detrás de él.
Era evidente que Hamilton Burger había dado órdenes a su oficina de relaciones públicas para tener la seguridad de que estarían presentes algunos representantes de la prensa, que su grupo quedaría fotografiado y que habría crónicas laudatorias.
Hubo un período de espera y luego el enorme aparato se abrió paso entre la envoltura del oscuro cielo, planeó como un pájaro sobre la pista y se deslizó en un airoso aterrizaje.
Avanzó hasta el sitio donde uno de los empleados señalaba con una bandera un círculo pintado.
Se adosó al avión la rampa de descenso, se abrieron las puertas y empezaron a bajar pasajeros.
El fiscal del distrito, Burger, y su séquito tenían, por lo visto, la intención de ser los últimos en desembarcar.
Todos los demás pasajeros habían salido ya del aparato. Hubo unos momentos de expectación, luego Burger, acompañado por Darwin Kirby, salió al rellano de la escalerilla, un Burger sonriente y lleno de confianza en sí mismo que presentó a los reporteros a Darwin Kirby y posó para los fotógrafos.
Los fotógrafos de los periódicos se agruparon alrededor de la escalerilla y dispararon flashes. Luego Burger bajó solemnemente y, al pie de la escalera, en el mismo momento en que los periodistas estaban a punto de retirarse, el agente de Drake se adelantó con una cámara.
—Espere un momento, fotógrafo —rogó Burger adoptando una actitud fotografiable.
—¿Quién es Darwin Kirby?
—Este señor —señaló Burger—. Adelántese, señor Kirby.
—¿Le importaría extender la mano, señor Kirby? —pidió el falso fotógrafo.
Kirby extendió la mano. El detective le metió dentro un documento.
—Aquí hay una citación obligatoria para que comparezca en el caso del Pueblo contra Malden por cuenta de la defensa —dijo, y retrocedió.
Su cámara se encendió con un fogonazo al sacar una fotografía del furioso rostro de Hamilton Burger y los apenados rasgos de Darwin Kirby.
—¡Detengan a ese hombre! —gritó Burger, señalando con el dedo al agente de Drake.
El guardia que estaba a la puerta abandonó su puesto para precipitarse hacia el detective.
Mason y Paul Drake aprovecharon la ocasión para cruzar la puerta y entrar en el campo de aterrizaje.
Los fotógrafos de los periódicos, que ya se iban retirando, volvieron de pronto a entrar en acción con sus flashes, recogiendo escenas de un drama vivo que tenía mucho más valor que las fotografías de costumbre.
—¡Deténganlo! —gritó Burger.
El agente de policía se agarró al detective de Drake.
—¡Un momento, un momento! —intervino Perry Mason—, ¿por qué motivo va a detenerse a este hombre?
Burger estaba demasiado alterado para darse cuenta de la identidad de Mason; solamente escuchaba la voz de éste.
—Por haber entrado ilegalmente en el campo. Por haber utilizado credenciales falsas.
—No he utilizado credenciales falsas —replicó el detective—. Tengo un permiso para atravesar el cordón de la policía. Eso es todo lo que he utilizado.
—Pongamos esto en claro —dijo Mason al agente—. Detiene usted a este hombre y lo hace cumpliendo órdenes de Hamilton Burger. Mañana presentaré contra Burger una instancia solicitando cincuenta mil dólares por detención injustificada.
Burger levantó entonces la mirada y vio a Mason.
—¡Usted! —vociferó, poniéndosele la cara casi purpúrea—. Usted va a ser juzgado en el colegio de abogados. Las cosas que ha hecho usted en este caso van a obligarle a abandonar la profesión.
—Me parece muy bien —dijo Mason, avanzando hasta que los fotógrafos que los rodeaban pudieran hacer una toma que los incluyese a él y a Burger—. Pero tenga buen cuidado de que no sea a usted a quien le destituyan, señor Burger.
Burger se lanzó hacia Mason con el puño levantado.
Mason, moviéndose con la fácil agilidad de un atleta, adelantó su pie izquierdo con un perfecto estilo pugilístico e hizo que el puñetazo de Burger cayera sobre su hombro.
—No haga eso de nuevo, Burger, a menos que quiera que le partan la mandíbula.
—¿Desea que detenga a estos hombres? —preguntó el agente a Burger.
El que contestó fue Mason, quien dijo sonriendo:
—Desde luego, agente, quiero que lo detenga por agresión y violencia. Me ha golpeado y creo que hay un número suficiente de pruebas fotográficas que demuestran la agresión.
Burger, al darse cuenta de la posición en que se había colocado, dijo:
—Eso es una tontería. Usted me desvió el brazo a un lado.
—Me golpeó usted en el brazo —replicó Mason—, eso es una agresión. Repase sus libros de derecho, Burger.
—¿Qué hacemos con este tipo? —preguntó el agente de policía sujetando al detective que había entregado la citación—. ¿Hay que detenerlo?
Burger miró a Mason a los ojos, luego miró el círculo de periodistas que tenía en torno. Con considerable esfuerzo, se tragó su orgullo.
—No —dijo, apartándose, y después, como expresando un nuevo pensamiento, añadió—: Déjelo que se vaya. Volveré a encontrarme con Mason en el tribunal y en el colegio de abogados. Ése es el sitio más conveniente para dar una lección a hombres de su calaña.
En aquel desgraciado momento, Hamilton Burger comprendía, y los periodistas comprendían también, que Mason le había arrebatado el cetro de la publicidad. Ni un director de periódico del mundo desperdiciaría espacio publicando una foto de Hamilton Burger junto a Darwin Kirby como testigo clave de un misterioso caso de asesinato, siendo así que estaba disponible una fotografía que mostraba al fiscal del distrito con el rostro descompuesto por la cólera, lanzando un puñetazo a Mason y el abogado calmosamente dando un quiebro hasta conseguir que el golpe le diese en el hombro.