Capítulo 14

La salida de sol encontró al avión en que Mason era uno de los pasajeros, surcando las últimas zonas del desierto. Montañas con caperuzas de nieve brillaban al frente. Muy en lontananza, en la dirección de la punta del ala izquierda, podía verse la faja de fértil desierto donde fechas privilegiadas habían conocido la afluencia de prosperidad y de riqueza, donde el clima desértico, lleno en el invierno por la dorada luz del sol, había visto crecer docenas y docenas de ciudades. Más lejos aún, más allá de la punta del ala izquierda, se extendía el desierto más desolado, el lago Saltón, esa enorme cantidad de agua interior con su superficie a más de sesenta metros por debajo del nivel del mar, reluciendo con un azul brillante en la claridad de la mañana.

Mason iba sentado inmóvil, sin que sus ojos se diesen cuenta del cambiante panorama, absorta su mente en la contemplación de un problema cuya complejidad era incapaz de abarcar por el momento.

El avión rebotó en una serie de baches aéreos al volar por encima de unas redondeadas colinas. Hubo un breve período de transición y luego, casi tan bruscamente como si se hubiese producido un corte con un cuchillo, terminó el desierto y el aparato se halló volando sobre fértiles naranjales y cuadriculados tableros de ciudades. Empezó a perder altura y los naranjales cedieron el sitio a brillantes casas blancas de un apretado sector de suburbios que finalmente se trocó en grupos de casas muy apretadas unas contra otras.

El avión empezó a descender. Bajaron los alerones. El aparato describió varios círculos, aterrizó y avanzó hacia la terminal.

Mason se incorporó a la corriente de pasajeros que cruzaba la rampa y subía hasta la desembocadura más importante de la terminal. Paul Drake agarró del brazo a Mason.

—¿Cansado? —preguntó.

Mason dijo que sí con la cabeza.

—También yo lo estoy —se quejó Drake.

—¿Cómo pudieron seguirme? —preguntó Mason.

—Burger recibió un soplo. Te vieron en el aeropuerto de Denver. A partir de entonces no te perdieron de vista.

—¿Cómo se trasladó Burger allí?

—En un avión especial. Ha estado haciendo una serie de declaraciones para la prensa. Está bañándose a la luz de una publicidad favorable y bajo el halo de una perspicacia infalible.

—¿Qué me dices de la señora Colebrook?

—Ha llevado a cabo una sólida identificación, Perry.

—¿Estás seguro?

—Absolutamente seguro. Le contó la historia a su marido. Él se puso en contacto con el departamento de homicidios. Interrogaron al administrador de los apartamentos Dixiewood y éste explicó lo relativo al apartamento Amboy. Encontraron allí a la señora Malden.

»Los policías hicieron una bonita faena y le contaron que eras tú quien había revelado el sitio de su escondrijo. Ella se indignó y replicó acusándote de que le habías birlado cien mil dólares de su dinero, que habías sacado de la caja fuerte del apartamento.

»La señora Colebrook tuvo un día triunfal. Identificó a la señora Malden como a la mujer a la que había visto contigo. Naturalmente, los inspectores del impuesto sobre la renta se pusieron a trabajar acto seguido.

—¿Ha dejado traslucir algo Burger sobre la historia de Darwin Kirby? —preguntó Mason.

—Burger, no —le contestó Drake—. Tiene a Kirby muy bien custodiado y se muestra satisfechísimo. Nadie, sino Burger, conoce la explicación dada por Kirby, pero el fiscal parece estar muy contento con ella. Se dispone a lanzarte de un momento a otro el guante de desafío.

—No me dices nada nuevo —comentó Mason.

—¿Hasta qué punto eres vulnerable, Perry?

—Depende —contestó Mason—. Depende muchísimo de los testigos y de lo que pueda lograrse en las repreguntas. Fíjate, por ejemplo, en esa mujer Colebrook. Me vio en aquella casa de apartamentos. Estaba conmigo Della Street. Ahora la señora Colebrook afirma rotundamente que la mujer a la que vio conmigo era la señora Malden.

»Tú sabes cómo suelen ocurrir cosas así, Paul. Hay sólo un parecido superficial entre Steffanie Malden y Della Street. La señora Colebrook estaba mirándome a mí. Puede haberse ilusionado con la creencia de que prestaba también alguna atención a la mujer que se encontraba conmigo, pero la verdad es que no lo hizo, por lo menos en aquella ocasión. Posteriormente sintió mucha curiosidad. Pero en aquel momento estaba ocupada pensando que yo era alguien a quien no lograba identificar. A los pocos momentos, cayó en la cuenta de quién era yo. Sólo después de eso empezó a hacerse preguntas sobre la mujer que me acompañaba.

—Bueno, el caso es que ahora asegura firmemente haberla identificado —dijo Drake— y no habrá nadie que la haga cambiar de opinión.

Mason comentó amargamente.

—La prueba de identificación tiene el mayor peso ante un tribunal y al mismo tiempo puede ser la prueba más pobre. La persona que está realmente tratando de obrar con lealtad, dice: «Creo que ésa fue la persona a la que vi». La aprietan a preguntas y la dejan en ridículo. Los jurados menosprecian su testimonio, siendo así que lo más probable es que esté diciendo la verdad.

»La persona que no quiere ser leal intenta causar impresión desde el estrado de los testigos. Se muestra parcial, llena de prejuicios y de una falsa seguridad y no se permite ni la sombra de una duda. A esa persona la creen los jurados.

—Tengo mi coche aquí fuera —le informó Drake.

—¡Conque habló la señora Malden! —comentó Mason.

—Habló muchísimo. Estaba trastornada por lo de aquella caja fuerte del apartamento. No había más que decir cómo le habías quitado el dinero y por qué no tenías más remedio que defenderla, y luego… bueno, creo que por fin se dio perfecta cuenta de que estaba haciendo una estupidez.

—¿Cuánto habló antes de darse cuenta de eso?

—Habló muchísimo. No sé lo que dijo, pero sé que tenían allí un taquígrafo y también un magnetófono que registró la conversación.

—¿No va a comparecer Burger ante el Gran Jurado? —preguntó Mason.

Drake sacudió la cabeza.

—Ahora no puede hacerlo. Ha presentado otra denuncia y no se atreve a exponerse a que se la rechacen, sobre todo después de la repulsa anterior. Tendrás otra oportunidad en un juicio preliminar, Perry.

—Muy bien, Paul —decidió Mason—. He aquí algo que quiero que hagas. Haz que te extiendan una citación obligatoria. Ponte a la espera del avión de Burger cuando éste regrese. Traerá consigo a Darwin Kirby. No tendrá el propósito de utilizar el testimonio de Kirby a menos que no tenga más remedio que hacerlo.

—¿Crees que puedes obligarle a que lo haga?

—Voy a hacer algo mejor que eso —anunció Mason—. Quiero citar obligatoriamente a Darwin Kirby como testigo nuestro en el momento mismo en que baje del avión con Burger.

Drake meneó la cabeza con aire desesperanzado.

—No podremos acercarnos al individuo, Perry. Burger tendrá un cordón de policías dispuestos a rechazar a cualquiera que intente acercarse a menos de un kilómetro de él.

—Uno de tus agentes es también fotógrafo, Paul. Utiliza a ese hombre y que también él esté tomando fotos con los demás. Encárgale que actúe con rapidez y que entregue una citación obligatoria a Darwin Kirby.

—¿Como testigo tuyo?

—Como testigo mío.

—No puedes atreverte a convocarlo como testigo tuyo, Perry. Te verás ligado por su declaración.

—¿Qué diferencia puede tener ya eso? En un juicio preliminar de esta índole, el juez obligará a comparecer a la señora Malden pase lo que pase. Yo llamaré a Kirby como testigo mío y le obligaré a relatar todo lo referente al caso. Por lo menos, trataré de hacerlo.

—Seguro que esta vez te van a abuchear —dijo Drake.

—Que lo intenten —replicó Mason ceñudamente—. También yo tengo que decir algunas cosas. Y un hecho es cierto: el acusado tiene ciertos derechos por lo que se refiere a un pronto examen ante un magistrado en funciones y desde luego mi propósito es que la defendida haga valer esos derechos.

Drake permaneció silencioso unos momentos y luego habló un poco temerosamente:

—Perry, dime una cosa.

—¿Qué?

—¿Sacaste realmente cien billetes grandes de aquel apartamento? —Mason se revolvió contra él airadamente—. No te enfades —continuó Drake—. Es que la señora Malden dio una serie de detalles muy convincentes, eso es todo.

—¿Y es que tú la crees? —preguntó Mason.

—Yo…, pues no —repuso Drake, moviendo una mano como para indicar que daba por terminado el asunto—. Olvídalo.

—¿Cuándo va a regresar Hamilton Burger con Darwin Kirby? —preguntó Mason—. ¿Tiene alguien alguna noticia sobre eso?

—De un modo concreto, no —respondió Drake—. Burger va a hacer unas declaraciones allí en Denver.

—Lo que realmente quieres decir —manifestó Mason— es que Burger se ha quedado porque la diferencia en el tiempo horario le impedía estar aquí antes de que se publicaran los periódicos de la mañana. Montará todo un tinglado de publicidad y luego vendrá a casa en avión para verse rodeado por los fogonazos de los flashes y por los periodistas que le pidan declaraciones.

—Bueno, ¿y te parece mal eso? —sonrió Drake.

—De ninguna manera —replicó Mason—. Únicamente que vamos a estropearle esa fiestecita, Paul.

—¿Valiéndote de esa citación?

Mason asintió con la cabeza y luego explicó sus planes.

—Voy a ordenar que lo primero que haga Jackson esta mañana sea ir al tribunal y pedir que se fije la fecha más próxima posible para un juicio preliminar, luego haremos que nos expidan la oportuna citación obligatoria y nos sentaremos y veremos qué ocurre.

—Burger se desmayará —dijo el detective.

—Peor para él —contestó Mason con una sonrisa burlona—. Con seguridad ha contado ya la mayor parte de lo ocurrido en Denver. Lo único que pueden esperar los periódicos de aquí es una refundición de lo que ha dicho y algunas fotos. Por eso, si ocurre alguna novedad, los periodistas no desaprovecharán la ocasión e hincharán los titulares.

—Y por lo visto tú tienes el propósito de que ocurra alguna novedad, ¿no? —preguntó Drake.

—Exactamente —repuso Mason.