Capítulo 5

Mason saltó al interior de su coche, lo puso en marcha y cruzó las oscuras calles buscando un sitio desde donde poder telefonear.

A unos dos kilómetros llegó a una estación de servicio que tenía teléfono público.

Llamó al despacho de Drake.

—Paul, quiero que envíes inmediatamente a uno de tus hombres a casa de Gladys Foss.

—¿Con qué urgencia lo necesitas?

—Con la mayor urgencia posible. Si puede ser, que sean dos. Una chica inteligente puede despistar a un seguidor y esta muchacha es más inteligente de la cuenta.

—Desde luego con dos hombres se sigue mejor a quienquiera que sea, pero ésta es una hora muy mala para reunir a agentes y ponerles a trabajar. Ya he agotado mis reservas, y…

—Tienes un hombre de más —lo interrumpió Mason— que está vigilando la casa de la señora Malden. Aparta de la tarea a uno de ellos.

—Muy bien. ¿Cuál era la dirección?

—Carretera Cuneo 6931.

—Perfectamente, haré que esté allí un hombre antes de treinta minutos.

—Veinte minutos, si puedes, Paul. Voy a volver allí y a estar de guardia hasta que tu hombre llegue. Dile que me busque.

—Muy bien —contestó Drake—, voy a ocuparme de eso. Espera un momento, Perry; recibo ahora una llamada que puede traer alguna noticia.

Mason pudo oír cómo Drake agarraba el otro teléfono, escuchó fragmentos de conversación, luego Drake, con voz excitada, le dijo:

—Bueno, Perry, el gato ya está en la talega.

—¿Qué quieres decir?

—Han detenido a la señora Malden.

—¡Eso es imposible!

—Pues así es.

—¿De qué la acusan?

—No lo sé, pero la detención la han efectuado los hombres de la brigada de narcóticos. ¿Te dice algo eso?

—En absoluto —confesó Mason.

—Bueno, la han atrapado y se la llevan a su cuartel general.

—¿Está siguiéndola uno de tus hombres?

—Desde luego. Un momento; están llamando desde los apartamentos Dixiewood. ¿Quieres que ese agente venga aquí? Ya tengo a un hombre empeñado en la tarea.

—¿Hay dos en los Dixiewood?

—Así es.

—Despide a uno de ellos. Que vaya inmediatamente a la dirección que te he dado de la carretera Cuneo.

—Muy bien. No te retires del teléfono, Perry.

Mason pudo oír cómo Paul Drake daba instrucciones por el otro teléfono, luego el detective volvió a la línea y dijo:

—Ya está todo arreglado, Perry. Mi hombre dice que estará allí dentro de quince minutos. ¿Estarás tú aguardándolo?

—Ahora no —respondió Mason—. Tengo que descubrir qué le ha ocurrido a mi cliente. Por lo que he oído decir, Paul, ese chófer al que fue a ver la señora Malden vivía en los apartamentos Erin, ¿no es así?

—Sí, así es.

—Está bién —repuso Mason—. Voy a tomar mis medidas. Será mejor que te quedes aguardando un rato, Paul. Es posible que necesite ponerme en contacto contigo.

Mason colgó el teléfono, aguardó hasta que el empleado de la estación de servicio le llenó hasta el borde el depósito de gasolina, luego se dirigió a los apartamentos Erin.

Encontró a un pequeño grupo de espectadores curiosos congregados en la actitud de hombres que acaban de agotar las posibilidades de charla ofrecidas por una situación determinada y están a punto de dispersarse.

—¿Por qué tanta excitación? —preguntó a uno de los circunstantes.

—La verdad es que no sé muy bien de qué se trata —respondió el hombre, encantado por disponer de un nuevo oyente—, pero me han dicho que la policía ha venido a buscar a Ramón Castella. Vivía en esta casa de apartamentos. Era un buen muchacho. Trabajaba como chófer y mecánico de la avioneta del doctor Malden. Malden se mató recientemente en un accidente aéreo. Dicen que este Castella es un traficante de drogas. ¿Quién podía figurárselo? Yo solía ver al muchacho en cuestión casi todos los días. Un individuo muy agradable y que hacía mucho con los niños. Tengo dos hijos y él se paraba y se entretenía con ellos del modo más curioso. Los chiquillos lo adoraban. Él les daba monedas y a veces les compraba helados. Es imposible figurarse a una persona así como traficante de drogas. Pero es lo que dicen. Parece que en cierto modo abusaba de la señora Malden para conseguir drogas de la clínica del doctor. ¿No es eso un escándalo?

—Desde luego que lo es —dijo Mason, y volvió a su coche.

Se encaminó directamente al palacio de justicia y aparcó en las inmediaciones. Su rostro tenía un ceñudo aspecto de determinación cuando cruzó la calle hasta los iluminados portales del edificio y empujó la puerta basculante que tenía el letreto Oficina del Sheriff.