Capítulo 3

Paul Drake dio los golpecitos convenidos, y Della Street abrió la puerta.

Paul Drake, un individuo delgado y larguirucho, con ojos que parecían no ver nada, pero que lo veían todo, entró en el despacho, se dejó caer en la amplia butaca de cuero, se recostó luego para adoptar su postura favorita, con las piernas cruzadas, los codos apoyados sobre uno de los brazos de la butaca, y las rodillas una encima de otra.

—Bueno, ¿qué hay? —preguntó Mason.

Drake meneó la cabeza.

—Ni el menor rastro.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Mason con viva irritación—. ¿Que tus hombres no han podido seguir a las personas que estaban vigilando a la señora Malden?

—No —respondió Drake, sacando un cigarrillo de una pitillera—. No había tales vigilantes.

—¿Estás seguro?

—Absolutamente seguro. Mis hombres son veteranos. No se dejan engañar. El individuo que envié a casa de la señora Malden es uno de mis mejores agentes.

—¿Siguió a la señora Malden?

—Desde luego. Naturalmente la cosa en sí no tenía ninguna dificultad, pero su tarea consistía en seguirla y descubrir al mismo tiempo si alguna otra persona la estaba siguiendo.

—¿Y cree que nadie la estaba siguiendo? —Drake sacudió la cabeza—. ¿Desde dónde la siguieron tus hombres, Paul?

—Desde su casa

—¿Adónde fue?

—Vino directamente aquí, lo más aprisa que pudo. Dejó su coche en la zona de aparcamiento, subió hasta aquí y, cuando se marchó, parecía tener una prisa terrible.

»Ahora bien, hazte cargo, Perry, es una tarea difícil seguir a una persona y comprobar al mismo tiempo que a esa persona no la están siguiendo, pero mi hombre tenía la ventaja de saber adónde iba tu cliente y, una vez que se aseguró de que se encaminaba en aquella dirección, fue aflojando la marcha y pudo examinar cómodamente la situación. Pues bien, no advirtió que hubiera nadie que la fuese siguiendo.

Se detuvo y dio una chupada a su cigarrillo. Luego continuó:

—Recordarás que me telefoneaste cuando ella salió de aquí. Por aquel entonces yo ya tenía a otro hombre aplicado a la tarea, por lo que sé que ninguna otra persona la siguió cuando se marchó de aquí. El agente número dos seguía al agente número uno, manteniéndose detrás a cierta distancia. No pudo descubrir que nadie fuera siguiendo a la señora Malden. Como tú habías supuesto, en cuanto se marchó de aquí, ella se dirigió a los apartamentos Dixiewood.

—¿Cuánto tiempo estuvo en los apartamentos? —preguntó Mason.

—No más de ocho o diez minutos.

—¿Fue al apartamento 928-B?

—Bueno, Perry, eso no podemos decírtelo. Ella tenía una llave y abrió la puerta de la calle que da al vestíbulo, entró y subió. O bien tiene un apartamento allí o algún amigo que tiene un apartamento del cual posee ella una llave. Habría sido fatal para uno de mis agentes precipitarse detrás de ella y acompañarla en el ascensor. Sabemos que estuvo en algún sitio del piso noveno, porque fue allí donde se detuvo el ascensor.

—Muy bien —dijo Mason—, continúa. ¿Qué ocurrió después?

—Cuando ella salió, tomó el camino de su casa. Ya me enteraré de la hora en que llega allí. Estoy manteniendo a tres hombres en este empeño. Es más de lo que se necesitaría normalmente. Pero ya comprendes la razón de que haya dedicado tantos agentes a la tarea. Quería que estuvieses convencido de que no le habíamos perdido el rastro y que además habíamos tratado de descubrir si otras personas la estaban siguiendo. Es un trabajo bastante difícil y que requiere gran número de hombres.

—Mantengámoslos por ahora en la tarea —dijo Mason.

—Bueno, eso nos proporciona una ventaja —le replicó Drake—. Siempre habrá alguno que pueda telefonear para dar informes. Si quieres, puedo ponerme en contacto con mi despacho para ver si en los últimos minutos ha habido algún cambio en la situación.

—¿Qué has descubierto sobre lo que pueda haber ocurrido en Salt Lake City, Paul?

—Ten un poco de paciencia, Perry. No hemos hecho más que empezar.

—¿Te has puesto ya en comunicación con tu subordinado de Utah?

—Ni que decir tiene. Los hombres están ya trabajando en la tarea que se les ha encomendado. Querían saber cuántos agentes debían ponerse a la obra y les contesté que todos los que fueran necesarios. Les dije que había que obrar con la mayor presteza.

—Paul, ¿qué me dices sobre los hombres que siguieron a mi cliente hasta los apartamentos Dixiewood?

—¿A qué te refieres?

—¿Son hombres de confianza?

—Los mejores que he tenido nunca.

—¿Qué me dices de su honradez?

—La garantizo por completo.

—¿Actuarían como testigos idóneos?

—Puedes estar seguro.

—Muy bien —dijo Mason—, me guardaré eso como un as en la manga.

—¿Qué quieres decir?

—Me imagino —contestó Mason— que la señora Malden va a declarar que nunca fue a los apartamentos Dixiewood después de haber salido de mi despacho. No creo que se atreva a reconocer que lo hizo.

—Pero, ¿en qué quedamos? —preguntó Drake frunciendo el ceño—. ¿Es cliente tuya o estás a favor de la otra parte?

—Es cliente mía, Paul —dijo Mason sonriendo—, pero creo que va a decir que encontré algún dinero que le pertenecía a ella y me he quedado con él.

—Vaya, eso es interesante —comentó Drake—. ¿Cuánto?

—Cien mil dólares.

—Mi enhorabuena, Perry. Cuando haces las cosas, no las haces por lo bajo, ¿verdad?

—Ése es uno de los inconvenientes de ser abogado —replicó Mason—. Prácticamente, uno está a merced de cualquiera que viene a pedirme apoyo. Si alguna mujer quiere pescarte y te cuenta toda una historia que contiene algunas cosas verosímiles y muchísimas más que son falsas, mientras tú estás haciendo las investigaciones necesarias, puedes pillarte los dedos.

—¿Te has pillado los dedos? —preguntó Drake.

—Creo que sí —le contestó Mason sonriendo—, pero espero sacarlos indemnes. Esperaremos aquí durante media hora, Paul, para ver si ha habido nuevas incidencias. Tú vete a tu despacho y mantente alerta. Llámame si surge algo nuevo. Y he aquí otra cosa que quiero que hagas.

—¿De qué se trata? —preguntó Drake sacando su libro de notas.

—Del apartamento 928-B en los apartamentos Dixiewood —repuso Mason—. Haz que alguien vigile ese apartamento. Si cualquier persona entra allí a cualquier hora de la noche, deseo que la sigan.

—Muy bien, tú quieres que sigan a esa persona ¿Y qué pasa respecto al apartamento? ¿Dejamos de vigilarlo mientras mi hombre se dedica a seguir a un visitante?

—No. Hay que mantener la vigilancia sobre el apartamento.

—Eso significa que estarán operando al mismo tiempo dos agentes como mínimo —comentó Drake—. O sea, tres o cuatro en reserva.

—Tenlos —le dijo Mason.

Drake soltó una risita

—Al ritmo que vas, necesitarás apoderarte de más de cien billetes grandes para seguir adelante. Pero necesitaré un par de horas antes de poder coordinar a todos esos agentes y mantenerlos en la brecha. Está bien, Perry, me iré a mi despacho y pondré a los hombres a trabajar. ¿Seguirás aquí un rato?

—Por lo menos media hora. Cuando vayamos a irnos, te telefonearemos.

—Está bien, pondré en marcha la máquina. Si no recibes noticias mías, eso significa que la señora Malden volvió directamente a su casa. Si no lo hizo así o hubo otras incidencias, llamaré. Voy a estar tan ocupado con las órdenes que tengo que dar, que no puedo permitirme el lujo de molestarte con cosas rutinarias. Haz una parada en mi despacho cuando te recojas.

Y Paul Drake se levantó de la enorme butaca lanzando un suspiro de cansancio ante la perspectiva de toda una noche de faena, y se fue.