XXI

Fue un gran museo de New York el que decidió el asunto. Su nombre estaba formado por unas cómicas abreviaturas que sonaban a algo que un niño no podría pronunciar con claridad. Aunque el nombre sonara a toemez, selló el rabioso debate de una vez por todas: nos ofreció tres millones y medio de dólares por el montón de significado.

De pronto todos supieron que el montón de significado era una obra de arte y que sólo ignorantes no iniciados podían sostener lo contrario. Incluso el crítico de arte de la prensa de la costa oeste se retractó y dijo que, después de mirar ese montón con más detenimiento, vio que era, con todo, casi genial y quizá un exponente de una interpretación nueva y original del sentido de la vida. Resultaba que la primera vez sólo lo había visto de frente, escribió.

Tres millones y medio de dólares era mucho dinero, pensamos, sin realmente tener precisa conciencia de la enorme suma. A través de un abogado, contratado para representarnos, insistimos en que el precio del montón de significado era tres millones seiscientos mil dólares. Nunca hay que vender más barato si se puede vender más caro. Sí, al final pedimos tres millones seiscientos veinte mil dólares, un extra para pagar a la iglesia por un Jesús crucificado nuevo porque ése ya no podíamos devolverlo.

El museo aceptó, y así quedó la cosa.

Sólo quedaba pendiente acordar una fecha para que se llevaran el montón de significado.

Hubo que arreglar muchos papeles y permisos para que el montón pudiera sacarse del país. Pero mientras tanto —a pesar de lo insólitamente fría que fue aquella primavera— los componentes corruptibles se deterioraban muy aprisa cada día que pasaba. El museo se puso, al fin, de acuerdo consigo mismo en que fuera el 8 de abril, cuatro semanas y media después de la fecha en que se acordó. Entonces la gente del museo y sus abogados abandonaron Tæring, y con ellos la prensa mundial, entre ellos nuestra prensa nacional. Tæring volvió a ser la ciudad que siempre había sido:

Aburrida. Más que aburrida. Aburridísima.

Fue muy estrambótico.

Habíamos hallado el significado y con él el sentido de todo. Todos los expertos habidos y por haber declararon lo magnífico que era nuestro montón de significado. Un museo americano pagaba millones por él.

Y aun así parecía que ya no interesaba a nadie. No lo entendíamos.

O el montón tenía significado o no lo tenía. Y habiéndose puesto de acuerdo todo el mundo en que lo tenía, no podía ahora dejar de tenerlo.

Íbamos y veníamos de la escuela sin la presencia ni de una sola cámara ni de un solo periodista. Nos fuimos a la serrería. El montón de significado no había cambiado en nada (ni se notaba que se habían sacado del resquebrajado ataúd los restos del pequeño Emil y se habían depositado en un nuevo ataúd que fue enterrado y ahora se resquebrajaba bajo tierra como el primero). Nada había cambiado, que el montón pareciera haber disminuido tenía que deberse exclusivamente a una alucinación. ¿Verdad?

Por otro lado, era un hecho consumado el que enero, con toda la fama y el significado consiguientes, quedaron barridos de pronto, la primera semana de marzo.

A Pierre Anthon le divertía.

—El significado es significado. Por tanto, si en verdad lo hubierais hallado, seguiríais teniéndolo. Y la prensa de todo el mundo seguiría estando aquí para intentar descubrir en qué consiste. Pero la prensa no está aquí, ¡por tanto sea lo que sea lo que habéis hallado no es significado porque éste, por supuesto, no existe!

Intentamos hacer como si tal cosa andando con la cabeza bien alta y sintiéndonos importantes, algo y alguien.

Al principio nos resultó tan bien que casi nosotros mismos llegamos a creerlo. Ayudó un poco la relectura de muchos de los recortes de prensa pegados en una libreta apropiada para el caso y volver a ver las filmaciones de los vídeos. Después fue como si los recortes palidecieran y las entrevistas se convirtieran en comedias gastadas; entonces Pierre Anthon tuvo la jugada más y más fácil.

La duda se apoderó, uno a uno, de nosotros.

Era traición. No lo comentamos entre nosotros. Sólo se notó en la forma en que desapareció la sonrisa de nuestras caras y fue reemplazada por una máscara parecida a la de los adultos. Eso nos revelaba, tal vez con demasiada claridad, que quizá no hubiera mucho que importara.

Sofie era la única que resistía. Y al final su rostro pálido y sus ojos encendidos eran lo único que nos impedía darnos por vencidos.

Y darle la razón a Pierre Anthon.