—¡Todo esto ya ha sucedido antes! —gritó Pierre Anthon con una nube de vaho helado que rodeaba el oscuro agujero del pasamontañas—. Ahora esto es noticia y todo el mundo tiene la mirada volcada en Tæring. El mes que viene Tæring será olvidado y el mundo entero estará en otro lugar —dijo y escupió desdeñoso a la acera, pero no nos dio.
Ni con sus esputos ni con sus palabras.
—¡Cállate la boca! —chilló Jan-Johan—. Sólo nos tienes envidia.
—¡Sólo nos tienes envidia! ¡Sólo nos tienes envidia! —cantamos como un jubiloso eco.
Éramos famosos, y no existía nada que pudiera derrocarnos.
No existía nada que pudiera derrocarnos porque éramos famosos.
Era el día después de que apareciera el primer periódico inglés, y a pesar de que no quería, Pierre Anthon participó del significado y de la fama. Por fortuna no nos importaba ni eso ni tampoco que no quisiera venir a la serrería a ver el montón de significado. Completamente, del todo, por completo.
Y los que estaban en contra del montón de significado nos traían sin cuidado, tanto si eran de Tæring, de la prensa como de otros lugares del país y del mundo. Porque había muchísimos que estaban a favor nuestro. Y tanta gente no podía equivocarse.
¡Muchos! ¡Más! ¡La verdad!
Y la verdad no disminuyó cuando nos invitaron a Atlanta para participar en un show televisivo que se retransmitiría en Estados Unidos y el resto del mundo.
Todos en Tæring estaban envueltos en la discusión de si se nos debería autorizar a viajar a Norteamérica o no. A los habitantes de Tæring que estaban en contra del significado, del montón y nuestro, no les hacía falta valorarlo. Ni hablar de que se nos diera permiso para ponernos en evidencia —a nosotros, a Tæring y a ellos— ante la mirada del mundo entero. ¡Como si no fuera ya bastante horrible el estado actual de las cosas! Los demás habitantes de nuestra ciudad estaban orgullosos de la invitación, de nosotros y del significado porque Tæring nunca antes había sido objeto de tanta atención, ni por una ni otra circunstancia.
La mayoría apoyaba el significado.
A pesar de ello nos prohibieron hacer el viaje.
Claro, cuanto más a favor nuestro se estaba, más razones había para brindarnos cuidados extras, tanto a nosotros como al montón de significado. Y a pesar de lo que dijeron los del canal de televisión, nunca se sabía qué podía pasarnos al otro lado del Atlántico.
Nos hartaba, pero no tanto. Que nos cuidaran tan bien sólo aumentaba nuestro significado. Eso nos parecía a nosotros.
Hasta que volvimos a pasar por delante de Tæringvei, 25.
Era un lunes por la mañana, oscuro, frío y ventoso. No habría sido especialmente agradable salir para encaminarse a la escuela si no hubiera sido porque el significado continuaba haciendo sombra tanto a las matemáticas como a la lengua, al alemán, a la historia, a la biología y a todo lo que era aburrido de la ciudad. Yo iba acompañada de Rikke-Ursula, Gerda y Lady Guillermo y, mientras nos inclinábamos hacia delante batiéndonos contra el viento, discutíamos sobre si éramos lo suficiente importantes para que la presentadora del show televisivo norteamericano viniera a nuestra ciudad, ya que nosotros no podíamos ir hasta ella.
Lady Guillermo estaba segura de estar en lo cierto.
—Bien sûr! —dijo y asintió otra vez—. Bien sûr, vendrá.
Yo misma pensaba que no podía ser de otro modo, pero antes de llegar al tema de cuál sería el lugar más adecuado para filmar el show y qué nos pondríamos, fuimos interrumpidos por Pierre Anthon.
—Ja —gritó sin problema alguno para ensordecer el viento desde su rama—. ¡Como si la prohibición de que hagáis el viaje tuviera algo que ver con vuestra seguridad! —se carcajeó—. Cuánto dinero creéis que Tæring ganaría si os llevarais de aquí a periodistas y fotógrafos, en lugar de que siga llegando más y más gente y se aloje en fondas y demás lugares con un metro cuadrado por alquilar; comer también comen y consumen cerveza, chocolate y cigarrillos, se hacen arreglar los zapatos y todo lo impensable. ¡Ja, ja! ¿Hasta qué punto os podéis permitir ser tan tontos? —Pierre Anthon agitó su pasamontañas al viento y éste formó parte de su risa.
—El que ríe el último ríe mejor —gritó Rikke-Ursula—. Espera y verás. Si el significado no puede ir al show televisivo, el show televisivo irá al significado.
—¡Sí, totalmente cierto! —se rió Pierre Anthon—. ¡El que ríe el último ríe mejor! —Y soltó una carcajada fuerte que sonó a convincente argumento y convencimiento.
—¡Ja, ja! ¡Jo, jo! ¡Yo llevo razón!
Tanto si Pierre Anthon sabía lo que se decía como si lo adivinaba, acertó.
Lo de actuar para Estados Unidos y el resto del mundo quedó en agua de borrajas. Porque aunque fuéramos importantes y significativos, la presentadora de televisión lo era más. Y no tenía tiempo para venir a Tæring a hablar con nosotros.
Eso ya era bastante malo en sí mismo.
Mucho peor fue, sin embargo, que eso sembrara en mí una sombra de duda acerca de si Pierre Anthon había dado con algo importante: que el significado es relativo y por tanto vacío de significado.
Pero no dije nada.
Tenía miedo de Sofie, pero no sólo eso. Era agradable estar rodeado de fama y de fe en el significado y no quería alejarme de aquello porque afuera no existía más que exterior y la nada. Por eso continuaba pavoneándome y dándome aires de importancia, como si realmente hubiera hallado el significado y no dudara de lo que era.
Era fácil fingir. Si bien es cierto que continuaban sonando muchas voces en contra, la furia con la que se libraba la batalla por el significado del montón de significado sólo podía entrañar que el asunto era de una enorme importancia. E importancia era igual a significado, por eso enorme importancia era igual a enorme significado.
Incluso yo dudaba, claro, pero sólo un poquito.
Poquito. Menos. Nada.
Ganamos la batalla sobre el significado en la prensa local y mundial.
Lo raro fue que esa victoria acabara por sentirse como derrota.