XVI

Había algo sospechoso en ello.

No en que la guapa Rosa hubiera podido cortarle el cuello a Cenicienta sin tambalearse y después se hubiera caído redonda al ver la sangre en el ataúd, aunque eso fuera ya bastante raro en sí mismo.

No, lo sospechoso afloró cuando la guapa Rosa pidió el dedo índice de la mano derecha de Jan-Johan.

Ocurrió un martes por la tarde, poco después de que hubiéramos llegado todos a la serrería, empapados por la persistente lluvia monótona que también se colaba por los agujeros del techo y formaba charcos en el serrín, tan grandes que todavía no éramos lo suficiente altos para saltarlos.

Rikke-Ursula dijo que eso no se podía pedir y aún menos de Jan-Johan, que tocaba la guitarra y cantaba las canciones de los Beatles tan exactas como las originales, y no podría hacerlo sin el dedo, y por eso la guapa Rosa no podía pedírselo.

—Sí —dijo la guapa Rosa sin explicar por qué.

—No —dijo Rikke-Ursula, y los demás la apoyamos; en algún punto debía ponerse el límite.

—Sí —dijo la guapa Rosa.

—No —repetimos nosotros.

Y cuando esto fue repetido un sinfín de veces, fue como si a la guapa Rosa le abandonaran las fuerzas, y nuestro no acogido con un silencio producto del agotamiento hizo pensar que habíamos ganado. Sólo hasta que Sofie se entrometió.

—¿Cómo? ¿Es que no tiene importancia alguna el dedo índice de Jan-Johan?

No pudimos responder que no, pero un dedo, sin embargo, no era algo que pudiera pedirse. Sofie se mantuvo en sus trece sin poder entender en absoluto que eso pudiera dar pie a controversia alguna.

—Los demás han obtenido lo que querían. Y si la guapa Rosa quiere el dedo índice de Jan-Johan debe poder obtenerlo.

Al final accedimos, porque de todas maneras, pensamos, ninguno de nosotros querría cortarle el dedo a Jan-Johan.

—Lo haré yo —dijo Sofie brevemente.

La miramos unánimemente callados.

Una extraña frialdad la envolvía desde aquello de la pérdida de la inocencia.

Frío. Muy frío. Helado, nieve y hielo.

En ese momento me acordé de que Jan-Johan había estado aquella tarde en la serrería, y no quería imaginarme qué había hecho con el dedo. Pero ahora sabía muy bien quién le había cortado el cuello a la pobre perra.

Sofie la ladina.

No le comuniqué a nadie mis pensamientos. En primer lugar porque no estaba segura de que el dedo tuviera que ver con la obligada entrega de Sofie. En segundo lugar porque ya no me sentía segura con lo que Sofie podía llegar a maquinar.

Varios de nosotros estábamos contentos porque el montón de significado estaba a punto de ser completado.

A Jan-Johan eso le daba igual. Para él podía ser el principio o el final, no quería entregar su dedo índice.

Si Jan-Johan no hubiera sido el último, quizá le hubiéramos perdonado el dedo. ¿Quién sabe lo que podría ocurrir después? De todas maneras ésa no es toda la verdad. Porque la verdad es que si Jan-Johan no hubiera sido el líder de la clase, el que lo decidía todo y tocaba la guitarra y cantaba las canciones de los Beatles cuando a él le venía en gana, le hubiéramos perdonado el dedo. Pero tal y como estaban las cosas no había nada que hacer.

Tenía que ser el sábado por la tarde.

Primero Sofie le cortaría el dedo, después le haríamos un vendaje cubriéndoselo y por último el piadoso Kai lo transportaría a casa de sus padres en la carretilla de los periódicos para que lo llevaran a urgencias y allí le hicieran un vendaje como es debido.

El domingo iríamos a buscar a Pierre Anthon.