XIV

Jesús clavado en la cruz no sólo era el Todopoderoso del piadoso Kai, era también lo más sagrado de la iglesia de Tæring, y la iglesia de Tæring era básicamente lo más sagrado de la ciudad. Por lo tanto Jesús clavado en la cruz era lo más sagrado que podíamos imaginar, en caso de que creyéramos en esas cosas. Y quizá lo fuera aunque no lo creyéramos.

Jesús clavado en la cruz era una figura colgada en la pared justo detrás del altar que infundía temor en los niños y conmovía a los adultos, con su corona de espinas y las gotas de sangre transformadas en nobles regueros bajando por su cara sagrada, retorcida de dolor y divinidad, y esos clavos atravesándole manos y pies, clavados en la cruz hecha de madera de rosal y muy hermosa según las palabras del cura. Incluso yo, que insistía en que Jesús Nuestro Señor no existía y por tanto no significaba nada, sabía que Jesús clavado en la cruz tenía un enorme significado. Sobre todo para el piadoso Kai.

Necesitaría ayuda.

La ayuda es tuya. La ayuda es nuestra. La ayuda somos nosotros.

Una vez más traje las cartas a la serrería, esta vez la baraja con payasos en el reverso. Y volvimos a echarlo a suertes.

Fueron Rikke-Ursula, Jan-Johan, Richard y Maiken los que sacaron las cartas más altas y los que ayudarían al piadoso Kai, aunque él se aferraba a que eso él ni podía ni debía hacerlo. Se ablandó un poco cuando Jan-Johan dijo que, conociendo él también el código del candado, podría ir a la serrería a rezar a su Jesús clavado en la cruz cuando le apeteciera. Y que por supuesto lo devolveríamos a la iglesia tan pronto como el tema estuviera resuelto.

Yo no estuve allí, pero Rikke-Ursula sin sus seis trenzas me contó el lunes por la mañana, durante la hora de música, que no todo había ido lo bien que habían imaginado.

El piadoso Kai se escondió en la iglesia, tal y como se acordó, tras la última misa del domingo. Y cuando la iglesia estuvo en silencio y no quedó ni un alma, Rikke-Ursula, Jan-Johan, Richard y Maiken llegaron y propinaron tres golpes flojos y tres fuertes en la puerta, y el piadoso Kai les abrió. Pero a partir de entonces todo se torció.

Primero el piadoso Kai se echó a llorar.

Fue cuando los demás se encaramaron al reclinatorio y rodearon el altar mientras él sollozaba y suplicaba, con auténtico desespero, que le dejaran quedarse en el otro lado, apartado del Cristo. Maiken tuvo que permanecer a su lado para que no se escapara. Y no sirvió de nada que ella le contara repetidas veces que nunca había visto a Jesús Nuestro Señor con su telescopio, a pesar de que lo había buscado mucho, y eso que valía para todos los astrónomos del mundo. El piadoso Kai se tapaba los oídos y chillaba tan fuerte que era imposible que la oyera, así que al final ella se calló. Y también porque temía que sus chillidos pudieran ser oídos desde fuera.

Entretanto Jan-Johan y Richard intentaban descolgar a Jesús.

Pero Jesús estaba bien clavado y a pesar de que estaban sudando no se soltaba. Entonces Rikke-Ursula se acercó a él. Y en el mismo instante de tocarle el pie clavado y con sangre le quemó la mano. Rikke-Ursula tuvo que reconocer que a pesar de no creer en semejantes chorradas se asustó de lo lindo. Estaba tan vacía la iglesia y era tan inconmensurable, que de pronto fue como si la figura de Jesús cobrara vida. Despacio y sin que nadie lo tocara, Jesús se deslizó por sí mismo rechinando y aterrizó en el suelo con un fuerte golpe, rompiéndose justamente la pierna que Rikke-Ursula había rozado.

Fue una de las cosas más horribles que Rikke-Ursula había experimentado jamás hasta la fecha.

Estaban todos a punto de salir corriendo, pero llegado este punto, no podían dejar a Jesús allí tirado. Así que, a pesar de que pesaba terriblemente, entre todos consiguieron levantarlo y arrastrarlo hasta el reclinatorio y allí lo empujaron hasta tenerlo medio colgando encima. Era tan extraño que Jesús pesara tanto, que daba igual que el piadoso Kai no quisiera, tuvo que ayudar a llevarlo. Ahora eran cinco y, aun así, les costó arrastrarlo hasta la calle donde les esperaba la carretilla de los periódicos.

Eran las siete y media y había oscurecido cuando atravesaron las calles con Jesús crucificado en la carretilla de los periódicos del piadoso Kai. A pesar de ello tuvieron que detenerse un par de veces y esconderse detrás de los árboles para no ser vistos por los transeúntes.

El piadoso Kai lloró todo el camino hasta la serrería repitiendo que eso no podía, que él no podía. Y Rikke-Ursula, a quien seguía quemándole la mano, estuvo a punto de darle la razón. Y Maiken repetía que ella nunca había visto ni a Jesús ni a Nuestro Señor mirando por su telescopio, más que nada como si intentara recordárselo a sí misma. Y el mismo Jan-Johan, a quien de normal nada lo echaba para atrás, estaba nervioso y arisco y no podía hacer el trayecto todo lo rápido que hacía falta. Únicamente Richard parecía impasible, pero fue sólo hasta llegar a la serrería y comprobar que el código del candado no servía. Entonces también él perdió los nervios; chilló, aulló y propinó patadas, primero a la puerta y luego a la carretilla, de tal suerte que Jesús clavado en la cruz cayó al suelo y se rompió la otra pierna.

El piadoso Kai se puso histérico del todo y dijo que era una blasfemia romperle la pierna a Jesús crucificado, y que ya no podrían devolverlo a la iglesia cuando hubieran convencido a Pierre Anthon de que Jesús era parte del significado, y que él nunca más podría aparecer por la casa del Señor. Después Jan-Johan le chilló que cerrara el pico y que ¿no había dicho precisamente Jesús que todo pecador sería perdonado si creía en él? Eso apaciguó al piadoso Kai y casi le hizo sonreír de nuevo; entonces el código funcionó porque lo que pasaba era que habían olvidado los números correctos.

En ese momento surgió un nuevo problema.

Cuando entraron en la serrería arrastrando a Jesús clavado en la cruz, fue Cenicienta, la perra de Sorensen, la que se salió de quicio.

Sin quicio. Más desquicio. ¡Perra quejona, perra tontona!

Cenicienta ladraba y ladraba e intentaba morderles cada vez que trataban de acercar a Jesús al montón de significado. Y al final tuvieron que irse a casa y abandonar a Jesús tirado en mitad del enmohecido serrín.

Y se convirtió en un problema de verdad el Jesús y la cruz tirados en mitad del serrín.

Además del piadoso Kai, había otros que también creían que eso no estaba bien. A Cenicienta le daba completamente igual que estuviera bien o no y se negaba sin descanso a aceptar que Jesús estuviera cerca del montón de significado. Y eso hiciéramos lo que hiciéramos.

Sesuda. Sesuda perra. ¡Perra quejona, perra tontona!

Ni la presión ni las golosinas pudieron con ella e hicieron que dejara de morder, o mejor dicho, hicieron que mordiera el anzuelo, y ninguno de nosotros tenía valentía para enfrentarse a sus colmillos. Tras varias horas de intentarlo estábamos a punto de darnos por vencidos e irnos a casa. También era hora de comer. Entonces a mí se me ocurrió algo. Pensé en aquella noche que fuimos a buscar el ataúd del pequeño Emil Jensen.

—Ella cree que es Jesús el que la ha separado de Sorensen —dije.

—Eso está claro —se rió Ole.

—No, en serio —insistí yo.

—Sí, totalmente en serio —volvió a reírse Ole y yo me enfadé.

Elise irrumpió en la conversación diciendo que yo tenía razón y que nunca conseguiríamos trasladar a Jesús y la cruz al montón de significado mientras Cenicienta montara guardia al lado.

Pensamos un rato en eso porque Jesús clavado en la cruz nunca tendría el significado acertado si no reposaba en el montón.

—Pues lo cortamos en pedazos más pequeños —propuso el gran Hans.

—No —estalló el piadoso Kai.

Y aunque los demás por lo general no le hacíamos demasiado caso al piadoso Kai, eso tampoco nos pareció una buena idea. Si lo partíamos en pedazos pequeños, sería como arrebatarle el significado a Jesús.

—Pues lo pintamos de negro para que Cenicienta no lo reconozca —propuso Sebastian.

—No, no sería lo mismo —protestó Jan-Johan y todos estuvimos de acuerdo: un Jesús negro no sería exactamente lo mismo.

—¿Y si colocáis a Jesús en el montón mientras yo saco la perra? —propuso Elise, y fue una propuesta a la que nadie puso objeciones.

La misma tarde después de la cena volvimos a la serrería.

Elise le ató la cuerda a Cenicienta y tan pronto desaparecieron por la puerta, Jan-Johan y el gran Hans agarraron a Jesús y lo arrastraron hasta el montón de significado. Era demasiado pesado para subirlo a lo alto, así que lo acomodaron de manera que quedara recostado en el montón. La Dannebrog tembló, un guante de boxeo desapareció de la vista, la serpiente en formol se balanceó amenazadora y Oscarito chilló.

¡Jesús crucificado formaba parte ya del montón de significado! Por consideración a los sentimientos de Cenicienta lo habíamos acomodado lo más lejos posible del ataúd del pequeño Emil, sí, exacto, en el lado opuesto. Ahora, bien mirado y teniendo en cuenta lo que Cenicienta hizo después, no creo que el lugar fuera importante para ella.

Elise golpeó la puerta tres veces suavemente y tres veces fuerte.

Todos nos apartamos del montón. Jan-Johan abrió y ella entró con Cenicienta renqueando despacio detrás. La perra resoplaba y gemía como una cazuela en pleno hervor y parecía que fuera a desplomarse en cualquier momento. Pero en el momento de desatarla alzó la cabeza, olfateó como una perra joven y se movió con soltura y elegancia y la cola empinada hacia el montón de significado, donde husmeó un instante a Jesús crucificado, después se apoyó en mitad de la cruz y se meó en él, justo a la altura de la barriga.

Mear. Orinar. ¡Ah no, no, no!

Gerda soltó una risita apagada. De los demás no salió sonido alguno.

Las consecuencias del comportamiento de Cenicienta eran bastante incalculables y complejas. No podríamos ya nunca devolver la figura del Jesús meado a la iglesia.

Sin embargo, al rato, nos echamos a reír uno tras otro. Era una escena tan cómica, toda la divinidad rociada con el líquido amarillo que había soltado Cenicienta y que ahora resbalaba por el lateral yendo a parar a la pierna mutilada para gotear después al suelo de serrín. Y qué diantre, de todas maneras Jesús con las piernas rotas no estaba de buen ver.

Nos reímos a placer y se creó un ambiente de verdad fenomenal; finalmente Sofie fue a buscar su radiocasete y pudimos escuchar música. Cantamos y berreamos divirtiéndonos hasta que descubrimos que pasaban de las nueve.

Apagamos el radiocasete y salimos con prisas hacia casa por las diferentes rutas. Imagínate si algún adulto hubiera salido en busca nuestra y hubiera oído el jolgorio en la serrería en desuso.